PERSONAJES > ROBERTO PáEZ, EL ILUSTRADOR DE CULTO
En 1965, en una época en que las librerías vendían pilas de libros a los que él les había hecho la tapa, ganó un premio para ilustrar El Quijote que le dio renombre mundial. Desde entonces, ha forjado una trayectoria respetada como pocas al margen de los circuitos convencionales del arte. Y ahora, tras veinte años sin exponer, ofrece una retrospectiva con buena parte de su obra. Por eso, Radar entrevistó a Roberto Páez y además reproduce una charla con Rep y el homenaje de alumnos, ilustradores y artistas.
› Por Santiago Rial Ungaro
“El gato es una idea” es el dibujo con el que finaliza Yo nunca salí, edición limitada de 100 ejemplares que acaba de editar la Casa de Oficios de la Papelera Palermo con una selección de trabajos de Roberto Páez, ilustrador y maestro de vigorosos 75 años. “No sé dónde leí la frase, pero me encantó: el gato es una buena idea. Y basta...” Páez es un hombre de buenas ideas, pero también sabe cómo decir “basta”. Hace 20 años, por ejemplo, le dijo “basta” a la convención de que alguien como él, con talento, nombre y prestigio, tiene que exponer periódicamente su... obra. “Yo nunca hablo de lo que hago como ‘mi obra’. Me da vergüenza eso. Yo hablo de ‘mi trabajo’. Dibujo en mi tiempo libre. La gente te arma y te desarma de acuerdo a su gusto, y eso es algo natural. Lo que no es natural es que uno se acomode a eso.” Quizá sea en parte por eso que la experiencia de hablar con Roberto Páez sea similar a la de leer El viejo y el funcionario, la fascinante y cíclica novelita de Mircea Eliade en la que un funcionario intenta, en vano, descifrar las historias que cuenta un viejo que tiene miles y miles de historias para contar. Don Roberto puede hablar de poesía (“William Blake fue un gran poeta, pero como dibujante es verdaderamente abominable... ¡es un invento de los ingleses!), de pintura, de Tai Chi Chuan (hace 30 años que practica), fútbol, lucha grecorromana o de su familia (“Tengo 4 hijos: Pablo de 44, Fernando de 42 y Victoria y Julián, dos mellizos que están por cumplir 5 años. Y si ponés eso en la nota se va a enterar Olga, mi ex mujer, porque me parece que los chicos todavía no le dijeron nada...”). O de ese gato salvaje que apareció, sin un ojo y hecho una furia, en la esquina de su taller y que él dibujó ahí nomás. Un gato al que nunca, jamás se le pudo acercar. “Se ve que se había peleado, seguramente por alguna gata. Debe haber sido una pelea tremenda: estaba todo lastimado, sin un ojo, aún encrespado. Este gato era una cosa seria: uno no se le podía ni acercar. Para curarlo le tiraba con un spray. Le di de comer por unos meses y después no vino más.”
Páez es un gran maestro (los testimonios se multiplican y la lista de sus alumnos podría ocupar la mitad de esta nota), pero antes y después es un artista. Alguien con la sensibilidad para encontrar en cada ilustración una historia, con el humor para encontrar en cada historia un sentido: “Mi hijo, Fernandito, era un crack jugando al fútbol. Y yo hacía la típica que hacen todos los padres: le decía a todo el mundo: El pibe es un fenómeno, es un crack. Quería salvarme con él, vivir de su talento, ¿entendés? Hasta que un día me doy cuenta que me está tratando mal, y le digo: ¿Qué te pasa pibe? ¿por qué me tratás así?. ¿Y sabés que me dijo? Me dijo: Lo que pasa es que vos sos igual de boludo que el resto de los padres. Yo voy a jugar porque vos querés que vaya. En el club si llevás un libro se piensan que sos puto.... ¡No vayas más!, le dije”.
Páez debe gran parte de su fama a su difusa e incalculable influencia: desde la estética de Rocambole (luego degradada por imitadores de imitadores, pero ésa es otra cuestión) hasta la de otros ilustradores y artistas, algunos de los cuales le rinden aquí homenaje (ver recuadros). Tal es el caso de Maitena. “...¿Maitena?... me suena, me suena”, dice Don Roberto mientras busca y presta originales de aquel gato terrible, originales que le dará despreocupadamente al cronista (que tardará un rato en comprender que valen miles de dólares) para que los escanee, ya que “no salieron demasiado bien en la serigrafía”. Pero también están esas magníficas y a menudo crudas ilustraciones, esos dibujos de quien supo testimoniar la violencia y el dolor de las últimas cuatro décadas con la maestría y la sabiduría de quien sabe que tener un don en las manos, tener un oficio, es una verdadera bendición. No es casual entonces que, luego de tanto tiempo, finalmente haya accedido a aceptar la invitación de la Casa de Oficios de la Papelera Palermo, un verdadero oasis dentro del ambiente “plástico” palermitano; un espacio en donde el énfasis está puesto en el aprendizaje de oficios... o en el rescate de Roberto Páez, cuyas obras estarán en exposición en Cabrera 5227 hasta fines de septiembre.
“No me interesó exponer antes porque hay gente que me parece medio pelotuda”, sintetiza después de darse una ducha Páez, cuyo parecido con el maestro Yoda de la Guerra de la Galaxias parece confirmar su legendario prestigio pedagógico. “La gente de la Papelera, en cambio, me cae bien.” Nunca salí es, entonces, un verdadero acontecimiento, como lo fueron en su momento sus ilustraciones de Las aventuras del Barón de Münchhausen, Martín Fierro o Marco Polo. “Agregale que vamos a hacer con la papelera La Divina Comedia”, amenaza. De todas formas, el nombre Roberto Páez va a estar siempre ligado a El Quijote de la Mancha. En 1964 Páez ganó un tercer premio de la Editorial Codex. Al año siguiente ganó el primer premio de Eudeba para ilustrar el Quijote: “Entregué el trabajo un día después. La secretaria me dijo: Hay una orden terminante de que no se pueden aceptar más trabajos. Ni por puta te lo van a aceptar. Así nomás. Pero le empecé a llorar y al final me lo terminaron aceptando”. Después de ganar el premio, Páez tuvo que mendigar una cuenta corriente para poder comprar papeles. En las bases se decía claramente que recién le iban a pagar después de entregar los dibujos. “‘¿No leyó las bases?’, me preguntaron. ‘No, no leí las bases. Pero amo al Quijote’. Y ni lo había leído.” Finalmente, después de tres años, su ilustración del Quijote logró estar a la altura de las circunstancias. En la revista suiza Graphis Anual, el crítico alemán Sigwart Blum destacó el curioso hecho de que ninguna de las figuras del ingenioso hidalgo estaba dibujada de frente, lo que demostraba un inusual talento como fisonomista. Resulta interesante entonces ver cómo, cuarenta años después, en su escritorio se abre un libraco de casi 600 páginas con ilustraciones de Leonardo Da Vinci, con todos sus exhaustivos estudios anatómicos. “La necesidad profunda es hacer. Es como cuando dicen: Es un buen profesional. Un artista es otra cosa. ¿Cuál es esa otra cosa? Qué sé yo. Un profesional es alguien que sabe cuánto tiempo va a tardar, qué va a hacer, cómo lo va a hacer. El artista no sabe ni lo que va a hacer, ni cuánto va a tardar. Es otra cosa.”
Cada ilustración de Páez cuenta una historia, como el caso de las jaulas. “Mi viejo era policía, y cuando lo jubilaron se puso a fabricar jaulas. Siguió siempre una misma onda. Así que cuando empecé a dibujar se me dio por hacer jaulas. Pero como una jaula nunca es lo suficientemente grande hacía jaulas rotas.” Prestando atención a sus ilustraciones queda claro su capacidad de “dar lustre” (como bien señala Manuel Mujica Lainez) a cada historia, a cada imagen. Fue una buena idea ir a su casa y tomarse un tiempo para la charla casual: todo lo que decían de él se confirmó. “Si venías mirando el reloj te daba una patada en el culo. Me encanta perder la noción del tiempo. Igual, en un rato me voy a dormir la siesta. Yo siempre digo que hay 4 niveles: el primero, clientes. El segundo nivel son los alumnos. En el tercero ya son discípulos. En el cuarto es cuando llegan a ser autodidactas. Yo soy más bien un guía. Trato de no cortarle a nadie el impulso, porque cada uno es original. No somos iguales. Lo peor es esa idea de ser ‘el mejor del mundo’. Te joden con la palabra ‘talento’. ¿Qué se le puede enseñar a un joven hoy, con toda la información que hay? ¡Es imposible! En el arte jamás hay fracaso. El único fracaso es no hacerlo.”
Todo lo que puedo decir sobre él es bueno, como padre, artista y docente. Hacía más de veinte años que no exponía por la distancia que tomó de toda la vorágine artística que hubo. Una de sus últimas muestras la hicimos juntos en Quilmes, y después de eso no expuso más. Creo que esa distancia que tomó de todo lo que, a mi criterio, vino después en el mundo de las galerías de arte y el Museo Nacional de Bellas Artes fue muy saludable. Se mantuvo marginal y es lo que, en algún punto, lo mantiene como de vanguardia. Si bien lo que se promueve es de vanguardia conceptual, está todo muy orientado a los movimientos que se producen afuera. El arte actual está muy absorbido por los movimientos artísticos de los países con una política cultural invasiva y acá somos víctimas de eso: lo que no forma parte de esto no es aceptado. El es de los que mantiene una actitud de resistencia, el no haber expuesto en todos estos años pasa por esa actitud.
Además, es un gran dibujante y un grabador con estilo propio: utiliza una técnica secreta que no revela a nadie, ni siquiera a mí. Por eso sus grabados tienen una impronta absolutamente personal.
El nombre de la muestra, Nunca salí, creo que parodia Desde el jardín con eso de nunca salí de mi casa. Recuerdo que cuando presentó el Martín Fierro fue en un ferry que iba a Colonia y volvía, pero no desembarcamos, ésa fue de las pocas veces que salió del país. Una vez lo invitaron a Alemania, creo que por un mes, y a los cinco días ya estaba de vuelta. Se siente cómodo en su lugar, es por eso que no le gusta salir.
Pablo Paez
Cuando me preguntan para tomar clases, desde hace varios años, yo los mando con Roberto. Creo que es un privilegio estudiar con él porque es un gran maestro, absolutamente integral. Es un tipo al que le gusta formar y tiene él mismo una formación enorme de poesía, política... pero también como persona. Eso creo que es muy importante porque ahora se ve a la docencia como una cosa fría, se enseña sólo la técnica, y para él no es así. Me parece un privilegio para cualquiera poder estudiar con un tipo como él y que, a su vez, a él le interese seguir dando clases. Precisamente por eso es un tipo que ha hecho una escuela tremenda dentro de lo que es el dibujo y el grabado, como también lo hizo Aída Carvallo. Es un irreverente del ambiente artístico, no le gusta cómo está conformado y por eso es que quedó afuera de muchas cosas. Su meta es dibujar y así ha demostrado que hay formas de hacer una obra independientemente de los criterios generales de mercado.
Marcia Schwartz
Aprendí a dibujar con Roberto, soy admirador de su obra y de su espíritu (jodón). Su pasión tiñe todo lo que observa y lo incorpora a su mundo: los juguetes antiguos que pueblan su casa y que siguen siendo motivo de muchos dibujos, los libros de arte, la poesía, el tango... Roberto enseña no sólo a dibujar, sino a tener un pensamiento “artistique”. En sus clases, la pasión lo desborda. Me gustaría citar algunas de las frases que recuerdo de cuando era su alumno:
“Al principio es difícil,... después también.”
“Me siento un hipócrita cuando les digo: ‘Alumnitus, dedíquense a esto’.”
“El protagonista es el espacio” o “el modelo gira”, decía, haciendo un gesto con su mano delicadísima como una danza alrededor de la modelo (te enseñaba dibujo y poesía a la vez). Me quedaba pensando: ¿qué me habrá querido decir? Tres o cuatro años después trabajando en un dibujo, la frase vuelve a la cabeza y recién me cae la ficha.
Me considero un hijo, que lo adoptó como “Padre artistique”.
Felix Rodriguez
La obra de Roberto Páez es absolutamente original en la conformación del lenguaje gráfico que él utiliza. No se lo puede vincular a otros artistas sino que, realmente, es un hombre que conformó un estilo autónomo. Es un hombre que, además de ser un gran artista, es una gran persona y excelente profesor. Es un artista gráfico de estatura internacional, pero lamentablemente, como nuestro país anda siempre a la deriva, no ha sido conocido como debería.
Artísticamente desarrolla unas composiciones que tienen una intensidad geométrica y compositiva que lo acercan al mejor lenguaje gráfico. Roberto utiliza elementos significantes, es decir que no trabaja con cualquier elemento y, además, consigue una síntesis en el dibujo que evita la sobreabundancia de elementos que puedan distraer al espectador. Además de realizar una gráfica autónoma, es un hombre que ha conseguido realizar series ilustrativas de gran elocuencia gráfica.
Personalmente, no estudié con él, soy de una generación menor, pero lo considero un gran maestro argentino.
Alfredo Benavidez Bedoya
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