Dom 14.08.2005
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CINE > PERRONE FILMA A SUS PERSONAJES OCHO AñOS DESPUéS

“Con los años, la vida te pasa por encima”

Director independiente entre los independientes, sus películas se estrenan desde hace más de diez años en funciones minúsculas y por afuera de cualquier circuito comercial. Filma para no aburrirse, y hasta filma para no aburrirse entre filmación y filmación. No habla muy bien que digamos del nuevo cine argentino. Y se lo llegó a llamar el Jim Jarmusch argentino. Ahora estrena un experimento conmovedor: juntar a dos actores de Graciadió, su película de 1997, para ver qué les hizo la vida.

› Por Mariano Kairuz


Cada vez que le mencionaban el tema –y se lo mencionaron muchas veces durante el último Bafici, cuatro meses atrás–, Perrone se enojaba. Pero no sólo porque las similitudes entre Antes del atardecer –la película de Richard Linklater que reencontraba, nueve años después, a los personajes de Antes del amanecer– y Ocho años después –la película de Raúl Perrone en la que se reencuentran dos de los actores que protagonizaron Graciadió en 1997– son limitadas sino porque, como el mismo director de Ituzaingó se encarga de repetir una y otra vez, El Perro no va al cine. “Había leído lo de Linklater, y había leído lo de Saraband” (en la que Ingmar Bergman retomó a los personajes de Escenas de la vida conyugal, dos décadas más tarde), admite Perrone, para después contar que, finalmente, ante la insistencia de muchos, se dignó a ver Antes del atardecer en DVD. “Me dije: ‘Bueno, tengo que verla’. Y me puse sumamente contento. Porque me gustó, y porque no le encontré ningún parecido. Porque si no, no habría más cine, más thrillers; no habría más películas de nada, porque todo se parece a todo. Pero me parece que la gran diferencia es que la de Linklater es una película de personajes intelectuales que transcurre en París.” Mientras que Ocho años después le dedica un plano –un plano esencial, y de un efecto fulminante– al andén y al cartel de la estación de tren de Ituzaingó: “Un cartel hermoso, horrible, que está hecho pelota y que yo recuerdo desde que era un pendejito: es la primera vez que lo muestro en doce películas”.

Para Perrone, Ocho años después –que acaba de estrenarse “comercialmente” en el Malba, los viernes y sábados de agosto– funciona en más de un sentido como un homenaje a Graciadió (el segundo episodio de la trilogía del oeste bonaerense, integrada también por Labios de churrasco y 5 p’al peso) y al gesto un poco pionero con el que cimentó su culto de Jim Jarmusch criollo. Graciadió se estrenó en 1997, “de una manera muy quijotesca y romántica, en video, en el Lorca, los viernes y sábados a la una de la mañana; algo que en ese entonces no hacía nadie. Y en diez días fueron más de 5 mil chicos, y se terminó tomando como un estreno comercial. Hoy vuelvo a estrenar de esa manera, pero a esta altura esta modalidad es como medio cool”.

Perrone empezó a pensar en Ocho años... cuando le pidieron Graciadió para proyectarla en un evento cultural en Ituzaingó: “Eso motivó que me quisiera reencontrar con Gustavo (Prone) y con Violeta (Naón), a quienes hacía muchos años que no veía. Y me calentó no poder encontrarlos. Y cuando descubrí que ellos no se veían desde hacía casi cinco años, empecé a cranear algo”. Perrone no sabía ni quería saber qué había pasado con sus personajes (“no quería volver a Gus y Pao, qué les pasó, tuvieron un hijo, qué sé yo, mucho no me interesaba”), pero pensar en reencontrar a sus actores para una película “era un precipicio; y cuando empecé a ver el resultado, fue sumamente placentero y doloroso”. El reencuentro debía ser en cámara: “Se pensó mucho en los recorridos que iban a hacer, y la estrategia era que los actores no se vieran ni antes de rodar, ni entre tomas. Al terminar una toma, venía un asistente que se los llevaba a cada uno por lados diferentes, porque se iban a querer hablar todo y si se hablaban todo me quedaba sin película”.

Fiel a su propio estilo, el rodaje se hizo en un total de dos días. “Pero no quiero que se hable con liviandad de ‘la urgencia del cine de Perrone’, porque tampoco quería esa desprolijidad de la cámara en mano y decir ‘quiero captar la realidad...’ y no sé qué: me emperré con la steadycam, con volver a la preciosidad del cuadro, como para taparles la boca a un montón de boludos que creen que si los daneses hacen una película rápida está bárbara y si la hacés vos es desprolija.”

Ocho por encima

En la época de “la trilogía”, Perrone dijo que para conseguir ese “efecto de verdad” de sus películas sólo tenía que ser un “cronista de la vida real”, aunque él no fuera uno de sus protagonistas, uno de esos chicos que tomaban cerveza en la vereda. “Aquello lo dije porque en la época de Graciadió los sábados en la puerta de mi casa había diez, quince pibes que se venían de cualquier lado a buscarme para tomar una birra. Y yo tenía que salir con mucho pudor a decirles: ‘No, charlemos, pero no’. Yo no era un protagonista, pero creo que todo está en la calle y hay que saber escuchar. Cuando planeaba Ocho años... iba a los bares y escuchaba, y todo está planteado como si vos estuvieras en la mesa de enfrente de los protagonistas.” Y los protagonistas de la mesa de enfrente, los Violeta y Gustavo creados para la película-reencuentro, tienen ahora un pasado con cuentas por saldar, y hay un hueco entre ambos que sólo puede llenarse con confesiones tardías, recriminaciones, relatos de frustraciones. Ella está instalada en la Capital, él en el Oeste y ése parece ser otro abismo. Como único pretexto para no ir a visitarla, él le ofrece a ella algo tan vago como que “pasa que ahora tengo todos mis proyectos acá”. Y ella le responde con su historia de ataques de pánico y otras fobias: puros apuntes autobiográficos del propio Perrone: “Lo de viajar de Ituzaingó a Capital es lo que me pasaba a mí, como a todos los tipos que vivimos siempre allá, y me sigue pasando. Cuando tenía veinte pirulitos estaba esa cosa de que venir al cine era todo un programa, y no me gustaba: ‘Uh, loco, tengo que ir a Lavalle...’. Después tuve que venir durante demasiados años por mi laburo en El Cronista Comercial. Pero desde que terminó lo del diario cada vez me cuesta más, cuando vengo a la Capital hago dos o tres cosas porque no tengo más ganas de venir. Creo que trasladé todo eso al personaje de Gustavo, y el tipo se movería únicamente por una razón: a cierta altura del partido lo único que quiere con Violeta es cogérsela. Es un tipo medio cancherito, pero al que le pasaron muchos años por encima. En esos años empezaron las fobias y muchas otras cosas que me pasaron a mí y que yo le transmití también a Violeta. A ella le dije: ‘Mirá: el personaje es esto, yo tomo estas pastillas...’. Me empezó a pasar al ir volviéndome más grande; a los treinta ya no quería viajar más en tren, porque no me gustaba la gente, no me gustaban los vendedores, no me gustaba la violencia. Empezás a tener tus cosas, y hoy, así como están Internet y los celulares, están también el pánico y las fobias, que antes no sabíamos qué eran... A mí también en estos ocho años la vida me pasó por encima”.

Ocho a la deriva

Billy Wilder decía tener una especie de decálogo personal para hacer películas que consistía básicamente en “no aburrir a la gente”, repetido unas diez veces. Poco tendrá que ver Wilder con el director de Ituzaingó, pero El Perro, que siempre tuvo su propio dogma para filmar, parece llevar a la cabeza de todos sus proyectos –para el cine como para su vida– una consigna mayor a la que se supeditan todas las demás: no aburrir...(se). La consigna de combatir el hastío definió desde siempre sus elecciones estéticas y formales como cineasta, y Ocho años después la lleva casi a un extremo. Narrar con muchos planos lo hubiera obligado a cortar, mover, cambiar luces, armar las múltiples puestas en escena de todo rodaje, y a Perrone todo eso lo “aburre y distrae”. Ni hablar de ensayar o de filmar una escena dos o tres veces: la escena de la pizzería –un solo plano, cámara fija, veinticinco minutos de corrido– es una primera y única toma.

“El guión sólo decía: Proyección de película - Gustavo no va - Ella no lo sabe - Caminan - Comen pizza - Caminan - Van a un bar - Se despiden. Eso era todo. Yo creo en eso. La pauta fue confiar en Violeta y Gustavo, y que ellos confiaran en mí. Hablamos mucho antes de rodar, les hice la cabeza. Yo sabía que iba a llegar un momento en el cual los iba a llevar a un estado de ánimo porque los conozco mucho y sé que hay círculos que no se cerraron entre ellos. Y está lo otro: ellos me conocen y saben que hasta que yo les diga Corten no pueden terminar jamás una escena. Saben que así laburo y que si durante la escena, la chica que estaba atrás va y le pide un faso, no me va a mirar a mí sino que va y le da el cigarrillo. A la noche vimos con el director de fotografía y un asistente la escena de la pizzería y estaba tan buena que me pregunté: ¿qué hago después de esto, de poner toda la carne en el asador en estos veinticinco minutos? Y entonces se produjo el segundo bar, que para mí es maravilloso y descarnado.” Un bar de los ‘60, con Los Beatles y hasta una cita a Lennon.

Ocho y medio (los extras y despues)

No es ésta, precisamente, pero vale recordar que Lennon decía que la vida es lo que ocurre mientras uno está ocupado haciendo planes, porque la filmografía de Perrone vienen a ser aquellas películas que le van saliendo mientras hace planes para otras películas. “Mis películas nacen casi siempre de enojos y ansiedades. Tenía la esperanza de filmar Aullido –la historia de unos chicos en una escuela de cine– y por primera vez accedí a tener un productor que podía dedicarse a la burocracia, esperando que los señores José Instituto me otorgaran un subsidio para ampliarla a fílmico. Pero, entonces, la ansiedad y el enojo porque la cosa no sale hacen que surja otra cosa, y me voy dando manija y así aparecen películas como Late corazón y La mecha: películas que existen en el medio de la espera de otras. Pero no es algo premeditado. No laburo para traicionar o gustarle a nadie sino porque, si no, me vuelvo loco. Pienso en la película que puedo hacer. Y tampoco es que me planteé hacer una película por año sino que la hago cuando puedo y cuando no puedo junto a los amigos y hago otra. Sigo siendo muy fiel a mi viejo decálogo (que dice que si una idea no se sostiene en video, tampoco se va a sostener en 35 mm). Lo de los subsidios me aburre y no sé hacerlo, y todos los que se acercan para decirte que quieren laburar con vos, quieren plata. Los productores te dicen que para conseguir plata tenés que presentar un guión de ochenta páginas, y mis guiones tienen dos hojas. Todos buscan la plata, yo busco el alma.”

Con el estreno de Ocho años después en el Malba, Perrone se aseguró, por una vez, que no siguiera el destino de varias de sus películas que –como Zapada, como La felicidad o como Late corazón– no fueron más allá de alguna función especial única, de una retrospectiva o un festival. Pero Perrone –que ya tiene dos películas más, la mencionada Aullido y Pajaritos, con el Puma Goity y Mariana Arias, pero que no sabe si llegarán a estrenarse– sigue sin hacer demasiado por ingresar en los canales formales de exhibición y distribución. Algunos programadores de festivales, dice, le envían sus puteadas –a través de algún conocido que sí viaja, ya que él no se sube a un avión jamás– por no tomarse el trabajo siquiera de mandar un VHS o un DVD por encomienda. “La mecha fue a catorce festivales internacionales. Hace poco salió en Libération una nota sobre el Bafici, y una de las únicas tres películas argentinas de las que habla es de la mía, sin estar siquiera en competencia. Eso está muy bien, pero ir a hacer lobby, no... En los festivales no se habla de cine, los tipos se pasan tarjetas y van a ver una sola película de Tsai Ming Liang y comen pochoclo y sacan la linternita para ver si se van antes a ver otra película.” (Algo parecido le pasa con la idea del Nuevo Cine Argentino como “fenómeno”: “Somos el nuevo cine iraní, o el asiático. En primeras, segundas películas están viendo para dónde rumbean, las hacen para festivales. Uno tiene que componer algo en lo que realmente crea... Ser un tipo honesto y coherente”. Admitiendo que no ve mucho cine argentino, opina que “siempre me pareció que fueron más de lo mismo, que este Nuevo Cine Argentino está muy viejo, no se renovó, no veo ideas, veo fórmulasrepetidas una y otra vez, no veo una voz que se destaque entre aquellas voces. Me gusta mucho La ciénaga, pero no me gustó nada La niña santa, me parece más de lo mismo; me gusta La libertad, pero no Los muertos. Yo no me repito porque me aburriría terriblemente”.)

Mientras proyecta filmar (convocado por el Canal de la Ciudad) Una historia de amor coreano, en el barrio coreano de Flores, al menos puede decir que el proyecto del futuro DVD de Ocho años después, a editarse como un disco doble que incluiría Graciadió (para repetir la exitosa experiencia conjunta del último Bafici), es bastante firme. “Tengo un making off increíble y otros extras”, promete el Perro. Pero conviene no hablarle mucho del asunto, no sea cosa que la idea empiece a aburrirlo en unos días y sus películas, once años después (de su primer largo), sigan perdiéndose como en un agujero negro al que el “cine argentino” sigue destinando a muchos de sus hijos.

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