MúSICA > U2 EN VIVO (Y BONO PREDICANDO)
Ya desde hace varios años, U2 tiene la rutina de sacar un disco y lanzar una gira faraónica. Pero entre gira y gira ha ido creciendo otro fenómeno: el de su líder, Bono, erigiéndose como paladín de las causas nobles de este mundo, juntando firmas, fotografiándose con líderes mundiales. Ahora, con la Elevation Tour, ambos fenómenos confluyen y los recitales de antes se parecen cada vez a una misa.
› Por Rodrigo Fresán
UNO... DOS... TRES... ¡CATORCE! y aquí está de nuevo U2 y aquí estoy yo otra vez en un concierto de U2 preguntándome –interrogante que se me plantea cada vez más seguido en las situaciones más diversas, en casi cualquier lugar que no sea mi casa– qué hace una persona como yo en un lugar como éste. Son algo así como 85.000 personas las que aúllan en la noche del Camp Nou de Barcelona y es la primera canción de muchas –“Vértigo”– y el minuto cero de las dos horas y pico que se vienen encima. Y todos sonríen y son felices. Pero nadie es más feliz que Bono porque Bono es el dueño de la pelota, el anfitrión de la fiesta y, ya que estamos, el mesías que no va a morir por nuestros pecados sino que –no me refiero aquí al aspecto económico de la cuestión– ya lleva unos cuantos años viviendo muy pero muy bien gracias a ellos. Bono es nuestro Dulce Señor y, viéndolo allí, uno no puede sino agradecer que se haya dedicado al divino negocio del rock. Porque si se hubiera inclinado por algo más... digamos... históricamente trascendente, lo más probable es que hoy fuese Popa. Es decir: el primer y único e inmortal Papa Pop de la Historia. Bono I y único predicando desde un onomatopéyico Baticano –la errata es intencional– con estética comic y modales más de súper-héroe que de súper-mártir. Anoto esta pequeña tontería en mi libretita Moleskine y allí arriba, en el escenario, Bono canta y se estremece con los ojos cubiertos por una venda donde se lee la palabra Coexist. Las cámaras ofrecen un zoom de su rostro a la pantalla gigante. La C es una media luna musulmana, la X es una estrella de David y la T una cruz cristiana. Bono interrumpe la canción y lanza una breve y sentida arenga en cuanto a que “todos somos hijos de Abraham”. The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen lo miran impávidos, lo dejan hacer lo suyo y, por momentos, parecen un tanto cansados; porque lo suyo siempre fue más el rock and roll que el rock and cross. Lo de Bono es otra cosa. Bono abre los brazos en cruz, camina por la larga pasarela circular con el gesto satisfecho de quien pasa revista a sus tropas, ordena que todos enciendan las lucecitas de las pantallas de sus teléfonos móviles y los alcen como alguna vez, el milenio pasado, alzaron encendedores. En las pantallas aparece un teléfono a donde llamar y donar unos centavos de euro para combatir el hambre en Africa. Es una buena causa y muchos obedecen, claro. Lo que inquieta un poco es que los varios miles que están allí ya pagaron entre cuarenta y setenta y pico de euros para estar allí. Y se los pagaron a Bono. Pero la inquietud dura apenas unos segundos porque, después de todo, así funcionaron siempre todas las religiones. Pague ahora y disfrute después. Y sépanlo: U2 no es un sentimiento; U2 –sus conciertos cada vez más cerca de la misa solemne y cada vez más lejos de la fiesta inolvidable– es una religión.
DOS De ahí que lo que escribí hace cuatro años exactos para estas mismas páginas –no importa que el Elevation Tour hoy se llame Vértigo Tour– no sólo sigue siendo aplicable sino que el síntoma se ha intensificado aún más. Entonces dije: “En el principio es la gira”. Y el principio se sigue manteniendo y con U2 –a cuya intensidad sólo Bruce Springsteen se arrima cuando se trata de desatar pasiones desaforadas en España– lo que pasó cuando se presentó en sociedad All That You Can’t Leave Behind es lo que volvió y vuelve a ocurrir al presentar How to Dismantle an Atomic Bomb. A saber: las entradas (muy caras) agotadas en tiempo record –apenas ocho horas– para los conciertos de Barcelona, Madrid y San Sebastián, precios todavía más astronómicos de la reventa, fanáticos haciendo colas largas a lo ancho de días y cifras contundentes de equipos, luces, amplificadores, las dieciocho guitarras que The Edge rasga en cada función, y el detalle curioso de que cada noche, después del rito, los cuatro irlandeses vuelven en avión privado a Niza donde tienen montado su tribal cuartel general. Pero el ingrediente más importante de la receta –parte fundamental de la liturgia– es el público de U2. El mejor y más avanzado de los efectos/afectos especiales. Creyentes en milagros. Vida, pasión y más vida muy dispuesta a ser entregada a cambio de un puñado de canciones muy buenas en su mayoría y que –con el correr de años y discos– ha ido mutando carácter e intenciones. Porque la carrera de U2 ha tenido sus temblores y erupciones.
La banda formada en 1977 comenzó como gran esperanza con dos discos “modernos”: el pirotécnico Boy (1980) y la pólvora un tanto mojada de October (1981). De ahí, de golpe, la sinceridad comprometida y los principios del estrellato mundial con War (1983) y sus primeros himnos “Sunday, Bloody Sunday” y “New Year’s Day” conectando directamente con el más atmosférico The Unforgettable Fire (1985) beneficiándose de las dotes alquímicas de Brian Eno mezclando la plegaria que es “Bad” y esa canción-para-alzar-el-puño que es “Pride (In the Name of Love)”. 1987 es el año de The Joshue Tree, la conquista del universo, la portada de Time y “Where the Streets Have No Name”, “I Still Haven’t Found What I’m Looking For” y esa astuta variación sobre “Every Breath You Take” de The Police que es “With or Without You”. Cabe pensar entonces que la fama se les sube a la cabeza y de ahí ese ego-trip americano que es Rattle and Hum (1988) acompañado por una película documental que posiblemente sea lo más tristemente divertido que se ha filmado sobre el mondo-rock después de This Is Spinal Tap. ¿Cómo salir de semejante agujero?, era la pregunta. Y U2 –otra vez con una ayudita de Eno, quien en una reciente entrevista se responsabiliza de haberles enseñado “cómo pasar de la sinceridad a la ironía”– respondió de la mejor manera posible. Achtung Baby (1991) junto con su clon-siamés Zooropa (1993) –probablemente los dos mejores discos que jamás grabarán– los lanzó a una gira mundial de una magnitud nunca vista, reinventados estéticamente y sonando tan adelantados como alguna vez había sonado Bowie. Un Bono voraz y avant-garde quiso llegar todavía más lejos y entonces fue la banda-fantasma de soundtracks falsos Passengers (1995, más Eno que U2 y acaso una devolución de favores) y –el chiste ya había envejecido un poco– el fiasco de la gira/disco Pop (1997). Allí, U2 eligió burlarse de aquello de lo que no conviene burlarse nunca en un negocio como el de ellos: el consumismo feroz. Entonces, vestidos como The Village People, tuvo lugar el período que la banda prefiere olvidar. Canciones que han desterrado de su repertorio live y álbum que, dicen, se proponen grabar otra vez por completo porque la versión que sacaron a la venta “no comunicó del modo en que tenía que comunicar”. El siguiente paso tal vez sea secuestrar todas las copias de Rattle and Hum, quemar todo ese celuloide y, así, reescribir los evangelios para que queden perfectos. Pero no importa, ya pasó: U2 superó el bache con el lanzamiento del primero de un par de Greatest Hits que alcanzaron el primer puesto de ventas y entonces, aleluya, Bono y The Edge tuvieron una iluminación. Agotado el camino, habiendo ascendido a lo más alto, ya no había necesidad alguna de innovar; porque lo cierto era que los fieles ya no querían que U2 cambiara. De ahí All That You Can’t Leave Behind (2000) y la certeza de que no hay nada más moderno que sonar viejo. Así, todos los U2 el U2 y una bien balanceada mezcla de épica y snobismo cubiertas por la espesa salsa del activismo político con un Bono autoconvencido de ser la Conciencia del Mundo y codeándose con líderes mundiales para retarlos y pedirles cosas sabiendo que a ellos les conviene ser fotografiados junto a un icono de los jóvenes. How to Dismantle an Atomic Bomb (2005) es la segunda parte de este período –más cerca de la torch song que del canto guerrero, pero sin ninguna maravilla a la altura de “In a Little While”– que, al verlo y experimentarlo en vivo, se presume como casi definitivo. Está claro que puede haber sorpresas más adelante, pero difícil que U2 pueda llegar más alto. Más alto sólo queda el paraíso, y Bono ya tiene terreno reservado ahí.
Aquí y ahora, U2 goza de una magnitud beatle cuando se trata alimentar su propia leyenda (no es casual que la banda haya arrancado junto a Sir Paul McCartney los megaconciertos del Live 8 y que Bono, siempre subrayando lo obvio, inserte aquí y allá versos de “Sgt. Pepper’s”, “Blackbird” y “Here Comes the Sun” al final de “Beautiful Day”) y se prepara para disfrutar de una muy bien remunerada madurez stone de gran banda multigeneracional y apta para todo público admirada tanto por rockers furiosos como por tías solteras. El método del recurso: disco y gira y disco y gira y –entre unos y otras– Bono alertándonos e iluminándonos sobre el estado de las cosas y los otros tres respondiendo, cuando se les pregunta sobre el asunto, que “Esas son cosas de Bono”. Y para quien le interese: según Bono la respuesta al cómo desarman una bomba atómica es –como confió en una entrevista– “con amor”. Cuando les hicieron la misma pregunta a los otros tres, los otros tres respondieron: “Esas son cosas de Bono”.
TRES Y es cosa de Bono más que probable que sea Bono quien acabe alzándose con el Premio Nobel de la Paz que muchos vienen pronosticándole a Bob Geldof desde hace años. Porque Geldof siempre parece apenas salido de la cama mientras que Bono luce –no importa la hora– como recién duchado y pletórico de energías. Y lo cierto es que si Bono resulta un tanto agobiante en las entrevistas –sus soluciones y propuestas son tan inocentes como atractivas desde un punto de vista sloganero; algo parecido sucede con el Sermón de la Montaña– entonces sobre el escenario puede llegar a resultar tan feroz y agobiante como ese tipo que llama a tu puerta y te encaja folletos sacros. Digámoslo así: en Bono comulga la euforia predicadora del nuevo Tom Cruise, la dialéctica loop de Hugo Chávez, y el infinito amor por sí mismo de Raphael con un toque de Saramago o de cualquier otro intelectual de los llamados “comprometidos”. O como confesó él mismo: “Sí, a veces soy demasiado Bono. Mis hijos me piden que baje el volumen de mi ‘bononismo’ de tanto en tanto... Supongo que me paso de revoluciones porque yo no puedo saber con exactitud cuál es la emoción de ver a Bono en acción... Debe ser algo parecido a esos tipos que se tiran desde el último piso del Empire State con un par de bolsas de plástico como paracaídas, ¿no? Uno de esos momentos del tipo ¿lo-conseguirá-o-no?”. Todo esto se pone de manifiesto no sólo en los sermones entre canción y canción sino en las leyendas sobreimpresas en las pantallas gigantes todo el tiempo interfiriendo y modificando el mensaje de canciones que en principio hablaban de otras cosas. Y, sí, hay algo de perturbador en oír “With or Without You” con la declaración de los derechos humanos proyectada al fondo. Es un poco como si los Beatles hubieran tocado “Twist and Shout” frente a proyecciones del Blitz o de Auschwitz, ¿no? Bono parece estar por encima de todo esto y del digan lo que digan.
Y retirados los teloneros The Kaiser Chiefs –mezcla simpática de The Kinks con The Clash– y los insoportables Keane –la cosa más irritante surgida de Gran Bretaña en mucho tiempo; más suerte tendrán con Madrid donde su lugar será ocupado por los nunca del todo bien ponderados Franz Ferdinand–, llega la hora del evento principal de la noche. Canciones que funcionan y que configuran un menú perfectamente diseñado para las grandes superficies y que hasta parecen incluir partes –sus muchos “uhús” “ahuuuuuus” y el “ohuuuuuuuus” y el “o-ó-o-ohs”– para que el público cante y se sienta factor imprescindible de la liturgia.
U2 –y esto es muy lindo– sale al escenario con las luces encendidas, como si entraran al living de su casa, se calzan los instrumentos y la primera estrofa suena a demo y la segunda –luces afuera y volumen al máximo– a demostración de poder divino. Pasen y vean y oigan y después de “Vértigo” vienen –entre otras– “I Will Follow”, “City of Blinding Lights”, “I Still...”, “Where the Streets...”, la insuperable “One” (y la que le tiene ganas pero no le llega ni a los talones “Sometimes You Can’t Make It On Your Own”), la todavía intimidante “The Fly”, “Zoo Station”, la sorpresa de una delicada versión de “Miss Sarajevo” (Bono haciéndose cargo de la parte de Pavarotti –quien se refiere al irlandés como “Dios”– y con el bonus del sermón más largo de la noche), “Pride”, “New Year’s Day”, “Bullet the Blue Sky” (con insert de “When Johnny Comes Marching Home”), un “Happy Birthday” para los cuarenta y cuatro años de The Edge cumplidos, otra vez, in situ y en Barcelona, y el final con “Because of You” (la mejor canción del último disco, una directa nota de agradecimiento a las hordas) y otra vez “Vértigo” y de ahí al avioncito rumbo a Niza.
Y reviso mis notas y lo que uno garrapatea durante un recital tiene, al día siguiente, la misma textura incierta de lo que uno escribe –justo antes de volver a dormirse– para intentar, en vano, atrapar el inasible recuerdo de un sueño. Y aquí van las cosas que apunté sin puntería: “Mezcla de rock and roll circus con parque temático de sí mismos. Un concierto de U2 es un inevitable greatest hits que combina, con fervor, lo museológico con la canonización presente y a futuro”; “Los Rolling Stones con el valor agregado y la astucia de –hasta ahora– no haber caído en la tentación del conflicto interno como marca distintiva o el escape de gas del mal disco solista”; “Queda claro que con los fans fundamentales y fundamentalistas más los que van a ver a U2 por primera vez alcanza y sobre para llenar un gran estadio”; “Dentro de un paisaje de breves bandas jóvenes reverenciando el pasado de grupos que ya no son o que ya fueron –la velocidad de los círculos concéntricos y cada vez más cerrados del pop no deja de aumentar las revoluciones por minuto de su centrifugado– U2 se escuda en la astucia de adorarse y de rendir culto... a U2. Y aquí no ha pasado ni pasa ni pasará nada ni nadie”; “Sigla contra sigla: U2 le ganó a REM / U2 flota y REM se hunde aunque REM sepa nadar mucho mejor”; “U2 nunca dejará de existir: sus miembros serán sustituidos a lo largo de las décadas o por los siglos de los siglos. Tal vez, como en el Viejo Testamento, por sus propios hijos. Se buscará entre ellos a un Bono como hoy se busca a un Bond. Y nuevos Bonos predicarán la palabra del profeta”; “La puesta en escena no es muy imaginativa si se la compara con la de otros megaespectáculos: aquí se impone el tamaño por encima de la sustancia”; “En las pantallas rostros de gobernantes para que el público abuchee y no es que molesten la solidaridad y las buenas intenciones de Bono fuera de los escenarios; lo que irrita es ir a un concierto y descubrir que el tema excluyente del recital no son las canciones sino la solidaridad y las buenas intenciones de Bono”; “Y que Dios –el verdadero Dios, esté donde esté– proteja a Chris “Coldplay” Martin. Y que no lo deje caer en la tentación. Y que “Yellow” siga siendo, por siempre, nada más y nada menos que una perfecta y emocionante canción de amor”; y cita de Eno en esa entrevista otra vez: “Hay, en la Historia, períodos sinceros y períodos irónicos. Por ejemplo, la ironía ha dejado de ser una buena idea luego del 11 de septiembre del 2001”.
Y en el 2001, en esta ciudad, Bono rugió un “Venimos por el aviso de Se Busca la Banda de Rock Más Grande del Mundo”. Ahora, en el 2005 –cuando ya todo ha sido consumado pero ningún padre lo ha abandonado–, Bono sonríe y, sin ironía alguna y todo sinceridad, lanza hacia las tribunas un “Gracias por habernos regalado una vida tan fantástica”.
De nada y –¡¡¡YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH YEAH!!!– amén.
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