Dom 14.08.2005
radar

TELEVISIóN

La isla de la fantasía

Mañana termina la primera temporada de Lost, la serie que le devolvió suspenso a la TV. Radar vio el final y especula...

› Por Mariana Enriquez


Mañana llega a su fin la primera temporada de Lost, la serie que logró por fin aquello que tanto hacía falta: una legión de televidentes comiéndose las uñas frente a la pantalla y esperando cada lunes por AXN las nuevas desventuras de los náufragos. En rigor, hacía años que una serie no manipulaba con tanta sutileza y un espíritu francamente tramposo al espectador. Cada capítulo planta pistas, luego las desbarata, luego las reafirma hasta que sólo queda cavilar sobre qué está pasando realmente en la isla, sobre qué es la isla. Algunos seguidores sostienen que los sobrevivientes del accidente aéreo se encuentran en realidad en el Purgatorio; otros creen que se trata de algún plan macabro pergeñado por servicios secretos. Las teorías van desde el thriller místico hasta la tontería de “todo fue un sueño” (final en el que, por el bien de la historia de la televisión, no deben caer) y las evidencias se acumulan: un depredador invisible en la jungla, una extraña escotilla enterrada que le cuesta la vida a uno de los sobrevivientes (Boone), osos polares, un joven obeso que guarda el secreto de números malditos que desparraman mala suerte y lo persiguen (el buenazo de Hurley, interpretado por Jorge García), una mujer francesa que lleva más de una década sola en su refugio después de que sus compañeros de expedición murieron, la presencia de Los Otros, que no tienen nada en particular, que son humanos normales en apariencia, imposibles de diferenciar, y por eso más aterradores.

Y, además, Lost es una serie que focaliza en los personajes, con flashbacks en cada episodio que arman las historias personales. Los guionistas también juegan con esto de forma magistral: Sayid, un ex miembro de la Guardia Republicana iraquí (interpretado por el actor inglés de origen indio Naveen Andrews) es, en un primer flashback, un romántico dudoso capaz de traicionar por amor. Parece un ñoño, o un exceso de corrección política de los productores. Pero luego, en la isla, accede a torturar a uno de sus compañeros, y más adelante otro flashback revela que estuvo trabajando como espía para los servicios de inteligencia australianos. ¿Su función? Delatar terroristas. Con cada uno, el mismo juego de moralidad: Charlie (Dominick Monaghan, uno de los hobbits de El señor de los anillos) es una estrella de rock decadente merced a su adicción a la heroína. Pero pronto deja de ser un pobrecito para ser capaz de golpear a una de sus gruppies por una bolsa de polvo. Kate, interpretada de forma insuperable por Evangeline Lilly, es una criminal fría como el hielo... y de repente parece arrepentida de su pasado y dispuesta a empezar una nueva vida... hasta que un flashback la revela en todo su egoísmo como responsable de la muerte de su primer novio. Otro personaje inquietante es Locke –el rostro pétreo y malicioso de Terry O’Quinn ayuda–, que oscila entre una gris vida anterior al accidente (vendedor en silla de ruedas) a una “milagrosa” curación en la isla y su reencarnación como cazador y hombre orquesta que lo lleva a lealtades extremas con lo que sea que transita la jungla. Es imposible no mencionar a Sawyer (Josh Holloway), estafador texano tan encantador como insoportable, o al líder, el Dr. Jack, en manos del sobrio Matthew Fox.

El final de la primera temporada –que Radar vio con desesperación antes de su estreno para televisión– es tan abierto que asusta. ¿Hacía falta cerrar alguno de los enigmas? Sí. Sobre todo para calmar la ansiedad de los seguidores. Porque ojalá los guionistas sepan lo que están haciendo. Porque Lost tiene potencial para ser un verdadero clásico. Porque mucho más aterradora que la desprotección completa en la que quedan los ya entrañables personajes es la posibilidad de que, por el gigantesco éxito, la necesidad de sumar nombres famosos (está confirmada la carnal Michelle Rodríguez para la próxima temporada) y de estirar la trama, esta pieza de orfebrería se les vaya de las manos para convertirse en un grotesco adorno barroco. Que así no sea. Y a confiar.

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