NOTA DE TAPA
Cuando Frank Zappa la escuchó por primera vez quiso dejar la música. Para Bruce Springsteen, liberó la mente como Elvis había liberado el cuerpo. Y a Lennon y McCartney los estimuló al punto de empujarlos a grabar Rubber Soul. A cuarenta años de la grabación que cambió para siempre el rock, la historia de “Like a Rolling Stone”, lo primero que escribió Bob Dylan el día en que decidió dejar la música.
POR NIGEL WILLIAMSON
Hace cuarenta años, Bob Dylan entró al estudio A de Columbia en la 7ª Avenida de Nueva York y grabó la mejor canción en la historia de la música popular.
En las grabaciones originales, al final de la toma cuatro del segundo día –el momento en que lo lograron, y la versión que treinta y cuatro días más tarde sería lanzada como el simple de más larga duración del mundo hasta ese entonces–, se puede escuchar la voz del productor Tom Wilson diciendo: “Para mí eso suena bien”.
Dylan sabía que era más que bueno. Como dijo en una entrevista radial poco después, la canción representaba “una categoría nueva”. “Like a Rolling Stone” desbarató los parámetros de lo que era posible hacer en cuatro versos y un coro, un cambio de paradigma que significó: a) que la composición de canciones jamás volvería a ser la misma; b) que Dylan podía decir sin ironía que “nadie había escrito canciones antes, realmente”.
En seis minutos y seis segundos –o cinco minutos cincuenta y nueve segundos, como afirmó Columbia con la esperanza de que llevarla a menos de seis minutos le garantizaría difusión radial–, Dylan lanzó la Némesis de Tin Pan Alley.
Todos los demás lo sabían, también. En Los Angeles, cuando Frank Zappa escuchó por primera vez “Like a Rolling Stone”, quiso dejar el negocio musical. “Sentí que si esto ganaba, y si lograba lo que se suponía debía lograr, yo no tenía nada más que hacer”, recordó más tarde. En Nueva Jersey, el quinceañero Bruce Springsteen también se dio cuenta claramente de que algo por completo diferente había llegado a la música pop. “Elvis liberó nuestro cuerpo –observó un cuarto de siglo más tarde–, pero Dylan fue un paso más adelante e hizo un disco que liberó nuestra mente.” En Londres, contemplando el Ivor Novello que acababan de ganar por escribir “Can’t Buy Me Love” en un estilo que ahora sonaba pintoresco y anticuado, John Lennon y Paul McCartney escucharon con atención y después elevaron su vara creativa con Rubber Soul.
“Like a Rolling Stone” fue más una revolución que una canción, lo que explica por qué la editorial Faber & Faber publicó Like a Rolling Stone: Bob Dylan at the Crossroads de Greil Marcus. Una rápida investigación revela que es el tercer libro escrito sobre una sola canción (las otras son “Amazing Grace” y “Strange Fruit”, ejemplos que enfatizan la rareza de la nueva distinción).
La respuesta del propio Dylan al 40º aniversario de la más grande de sus canciones ha sido menos entusiasta. La cantó como bis en marzo del 2005 en las primeras fechas de su actual gira por Estados Unidos. Después la reemplazó por “All Along the Watchtower” y, en este momento, la canción reapareció sólo una vez durante un show en Chicago.
Junio de 1965. El astronauta Edgard White acababa de completar la primera caminata espacial de los Estados Unidos, y el ejército norteamericano desplegaba batallones de combate en Vietnam por primera vez, señalizando una escalada en su participación directa en una guerra que, para fines de ese mismo año, tendría a 190 mil soldados en Vietnam.
En algún lugar entre estos dos símbolos gemelos del optimismo de una nueva frontera y la inminente aparición de la desesperación en el sudeste asiático, el 16 de junio en un estudio de Manhattan, Dylan y un puñado de músicos sesionistas –el guitarrista Mike Bloomfield, el baterista Bobby Gregg, el pianista Paul Griffin, el bajista Paul Macho Jr, Al Kooper en órgano y Bruce Langhorne con la pandereta turca gigante que había inspirado recientemente otra gran canción de Dylan, “Mr. Tambourine Man”– hicieron su propia historia.
Dylan y Wilson habían pasado horas frustrantes el día interior con un grupo de músicos apenas diferente; grabaron media docena de tomas poco inspiradas de “Like a Rolling Stone”. También habían intentado versiones de “Phantom Engineer” (más tarde recuperada como “It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry”) y “Sitting on Barbed Wire Fence”; ninguna de estas versiones llegaría a ser parte del disco Highway 61 Revisited.
“Like a Rolling Stone” podría haber tenido el mismo destino. Son reveladoras las diez tomas que pueden encontrarse escondidas en el CD-ROM interactivo del relanzamiento de Highway 61 de 1995. Durante el primer minuto de la primera toma, el primer día, Dylan se detiene para quejarse: “Lo perdimos, amigo”. La siguiente toma encuentra a un exasperado Bloomfield jugando a ser el jefe: “Mi menor bemol suspendida cuarta - mi menor bemol sin la séptima - mi menor bemol suspendida”, les dice. “Así es”, responde Dylan, lo que provoca considerables carcajadas.
Otra toma es destruida casi antes de comenzar por el recargado Hammond del organista Frank Owen, asegurando que no fuera invitado al día siguiente.
También existe la incompleta toma en vals de 3/4 que eventualmente se escuchó en The Bootleg Series: Volumen 1-3 de 1991; Dylan canta “solías divertirte de” en vez de “reírte de”, y colapsa a los dos minutos cuando exclama: “La voz se fue. ¿Querés intentarlo otra vez?”. Aunque fue grabada sólo veinticuatro horas antes, es una canción completamente diferente de la versión definitiva (lenta, melancólica, más parecida a una balada folk que al futuro del rocanrol).
Afortunadamente, lo intentaron otra vez. Al día siguiente, Owen y el guitarrista Al Gorgona se habían ido y entró Al Kooper, de 21 años, cuya presencia fue crucial. Era guitarrista, pero fue invitado por Wilson a que presenciara la grabación porque era fan de Dylan, pero no se lo convocó para tocar en la sesión. Aunque Kooper tenía otras ideas.
“La sesión estaba programada para las dos de la tarde, pero llegué temprano, a la una y veinte, con mi guitarra. Me senté, la enchufé y precalenté”, recuerda. “A las dos menos cuarto, Dylan llegó con Mike Bloomfield, a quien yo no conocía.”
Cuando Kooper escuchó que Bloomfield empezaba a tocar, desenchufó su guitarra y se retiró hacia la consola, consciente de que no podía competir. “Me voló la cabeza, nunca había escuchado a un blanco tocar así”, dijo más tarde.
Los primeros ensayos encontraron al grupo trabajando el sonido que Dylan quería, con Griffin en el Hammond. Después Wilson lo hizo tocar el piano, en busca de una textura más cristalina. Kooper vio la oportunidad y le dijo a Wilson: “Ey, tengo una muy buena parte para este órgano”. El productor no le hizo caso, recordándole que no sabía tocar el órgano. En ese momento Wilson tuvo que irse para atender una llamada telefónica y cuando volvió Kooper estaba sentado al Hammond. “No me dijo que no, así que me arriesgué”, razona hoy.
Es una historia que por largo tiempo ha sido parte del folklore del rocanrol, con la sospecha de que probablemente el relato se fue exagerando durante todos estos años. Excepto porque la evidencia quedó grabada. Cuando Wilson volvió, se lo puede escuchar diciéndole a Kooper en tono sorprendido: “¿Qué estás haciendo ahí?”. Ambos se ríen, Wilson dice, “Bueno, ok”, y le permite a Kooper quedarse mientras la cinta gira para una nueva toma.
Es asombroso porque, aunque no conocía la canción y no tenía gran habilidad con el instrumento, la forma instintiva en que Kooper toca el Hammond inmediatamente aportó el elemento faltante que permitió que todo lo demás cayera en su lugar. Después de una tentativa incompleta y dos falsos comienzos, capturaron la canción en una toma cataclísmica en la que los acordes exultantes de Kooper mantienen la canción a flote durante seis minutos, retirándose en el momento justo para dejar sola a la guitarra de Bloomfield y surgiendo otra vez cuando termina su solo. Mientras tanto, el piano de Griffin gira alrededor de ellos y Dylan entrega su tono ácido, burlón, desdeñoso y amargo que se retuerce y enreda en los recovecos de su boca vengativa con magistral desdén.
El siempre reticente Dylan ha dado, raramente, una descripción detallada de la composición de la canción, que merece ser repetida sólo porque, como suele suceder con él, ofrece tantos interrogantes como respuestas.
Dylan volvió a Estados Unidos el 2 de junio de 1965, después de una triunfal pero emocionalmente agotadora gira por Gran Bretaña (capturada de manera brillante en toda su tensa intensidad en Don’t Look Back). Quemado, cansado, en pésima forma gracias al agotamiento y las drogas, Dylan se retiró a una cabaña en Houston que era propiedad de la madre de Peter Yarrow (de Peter, Paul & Mary).
Su futura esposa Sara Lowndes estaba con él, y Dylan aparentemente le prometió que su relación con Joan Baez estaba terminada (se puede ver el deterioro del romance en Don’t Look Back), tal como su relación con el rock’n’roll. Entonces llegó “Like a Rolling Stone”, no planeada e inicialmente no deseada.
“La escribí después de decidir abandonar todo”, afirmó Dylan en 1966. “Literalmente había dejado de tocar y cantar.” En cambio se encontró “escribiendo esta historia, este largo vómito de veinte páginas, y de ahí saqué ‘Like a Rolling Stone’ y la convertí en un simple”.
Consideraba a la canción como un salto adelante, era evidente. “De pronto me di cuenta de que esto era lo que debía hacer”, dijo poco después del lanzamiento de la canción. “Nadie lo había hecho antes. Mucha gente, cualquiera de hecho, puede escribir muchas de las cosas que yo solía escribir. Yo sólo las escribí primero porque a nadie se le ocurrió hacerlo antes. Pero eso sólo fue porque estaba hambriento. Nunca había encontrado a alguien, o escuchado nada parecido, y escucho mucho...”
En este punto su voz se perdió, como si contemplar el poder de la canción lo abrumara y le robara la capacidad de articular palabra. “No digo que sea mejor que cualquier otra cosa”, resumió. “Digo que ‘Like a Rolling Stone’ es lo que yo debo hacer. Después de escribirla, no me interesó escribir una novela o una pieza teatral. Quiero escribir canciones. Porque era una nueva categoría por completo. Quiero decir, nadie antes había escrito una canción realmente.”
Tenía razón. Lo había insinuado antes en varias canciones de Bringing it All Back Home, lanzado en marzo de ese año. Pero “Like a Rolling Stone” representaba un género nuevo de composición musical, poblado de alusiones surrealistas a personajes como “la señorita Solitaria”, la “puta misteriosa”, y un “Napoleón en harapos”, más referencias indescifrables a un “diplomático en un caballo de cromo” con un “gato siamés”.
Era más Allen Ginsberg que “Going to A Go-Go”, a pesar de que Dylan declarara que Smokey Robinson era uno de los poetas norteamericanos vivos más grandes. Era una canción que creaba su propio mundo misterioso y autosuficiente. Pero aun así era innegablemente rock’n’roll. “Hound Dog” de Elvis encontrándose con “Aullido” de Ginsberg en un feroz grito de genio poético.
Es muy probable que el largo vómito de veinte páginas fuera originalmente parte de Tarántula, la novela a medio terminar en la que había estado trabajando el año anterior. En cambio resultó ser el fin de las pretensiones de Dylan como novelista, y el libro fue dejado de lado. Ya había trascendido la forma y se había dado cuenta de que podía decir más en una canción de cuatro, cinco o seis minutos que en una novela de trescientas páginas.
La teoría de que la letra de “Like a Rolling Stone” podría haber nacido de un pasaje destinado a Tarántula fue acreditada por el propio Dylan cuando la describió como “una cosa rítmica en papel” que nunca había consideradouna canción hasta que “un día me senté al piano con el papel cantando ‘How does it feel’ en un ritmo lento”.
Le contó una historia apenas diferente a Cameron Crowe en las notas para la caja Biograph de 1985; no mencionó el retiro ni las veinte páginas de prosa: “Escribí la canción en una cabaña. Veníamos de Nueva York y yo tenía tres días ahí para completar algunas cosas. Simplemente llegó. Empezó con el riff de ‘La Bamba’...”.
Entonces, ¿el poeta laureado del rock’n’roll fue disuadido de retirarse por un disco de Richie Valens? Ciertamente, si es verdad que pensó en abandonar la música, fue el retiro más corto de la historia, porque trece días después de regresar de Inglaterra estaba de vuelta en el estudio.
En ese tiempo escribió su largo vómito, se sentó al piano, encontró una canción escondida dentro y se la enseñó a Mike Bloomfield.
“Fui a su casa y lo primero que escuché fue ‘Like a Rolling Stone’”, recordaba Bloomfield en 1968. “Quería que comprendiera el concepto de la canción y cómo tocarla. Creí que quería blues, porque es lo que yo hago. Pero dijo: ‘Hombre, no quiero nada de esas cosas estilo BB King’. Así que me desmoralicé. ¿Qué carajo quería? Jugamos con la canción. La toqué como a él le gustaba y dijo que tenía onda.”
Nada de esto, sin embargo, da cuenta de sobre qué trata la canción. Pero incluso aquí Dylan ha sido inusualmente directo sobre sus intenciones, diciendo que la canción salió de “un firme odio dirigido a un punto que era honesto. Al final, no era odio. Fue decirle a alguien algo que no sabía. Venganza. Esa es una palabra mejor. En tu mirada, ves a tu víctima nadando en lava. Colgando de una rama partida. Saltando, pateando el árbol, golpeando un clavo con tu pie. Ver alguien inmerso en el dolor que estaban destinados a encontrar”.
Entonces, ¿qué conjuró esta erupción volcánica de odio o venganza? ¿Y a quién le dirigía Dylan un par de verdades? Hay muchas teorías. ¿La pobre Joan Baez que, como se vio en Don’t Look Back, había sido blanco de desprecio y burla durante la gira por Gran Bretaña? De seguro un blanco demasiado fácil. Baez creía que estaba dirigida a Bobby Neuwirth, uno de los más cercanos aliados de Dylan en ese tour. ¿O era una pieza de auto-análisis inteligentemente disfrazada donde el que necesitaba escuchar algunas cosas que no sabía era el propio Dylan?
En su libro My Back Pages: Classic Bob Dylan 1962-69, el crítico Andy Gill se inclina por la última teoría, apuntando que el apellido de soltera de la madre de Dylan era Stone y que él de hecho había rodado un largo camino desde su casa. Gill argumenta que en el corazón de “Like a Rolling Stone” se habla de lo siguiente: “Realmente, para conocerse a uno mismo y encontrar plenitud, es necesario enfrentarse al mundo solo, amoldar el futuro y la propia filosofía desde la experiencia propia, sin la comodidad de los favores o los padrinazgos. En cambio, uno debe lanzarse lejos de la orilla y adentrarse en aguas desconocidas sin dirección de vuelta a casa”.
Es una interpretación que encuentra eco en Jan Wenner, cuya revista Rolling Stone eligió a “Like a Rolling Stone” como la mejor canción del mundo en una lista de 500. “Sos invisible, no tenés secretos..., eso es tan liberador”, le dijo a Greil Marcus para su nuevo libro. “Ya no le temés a nada. Es inútil ocultar toda esa mierda. Sos un hombre libre.” En esta lectura, la mueca desdeñosa y triunfalista de Dylan se transforma en un revelador –y liberador– instante de autoconocimiento.
Pero, por supuesto, “Like a Rolling Stone” es la mejor canción de todos los tiempos por la interpretación. Como ha señalado el compositor Michael Pisaro, la voz de Dylan es distintiva, sabedora, y su interpretación tan convincente que los niveles de significado serían igual de evidentes si Dylan “estuviera cantando en antiguo griego o ruso contemporáneo”. Al final de su libro, Greil Marcus recuerda que aunque “Like a Rolling Stone” fue un triunfo del oficio, la voluntad, la inspiración y la determinación, lo genial de la versión que conocemos es que de hecho también fue un accidente.
Desde el primer golpe de tambor similar a un disparo de Bobby Gregg hasta la armónica que se desvanece al final, la toma editada fue algo único que no podía volver a repetirse. Dylan y sus músicos intentaron una docena de tomas más, pero ninguna recapturó el espíritu de ese momento único. Y por eso, en última instancia, “Like a Rolling Stone” es más un evento que una pieza de música pop. Por definición, un evento es algo que sólo puede ocurrir una vez. Lo glorioso es que sucede una y otra vez cada vez que escuchamos la canción.
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