Domingo, 28 de agosto de 2005 | Hoy
NOTA DE TAPA
Con un guión en el que colaboró Miguel Bonasso, basado en el libro del ex combatiente Edgardo Esteban y con la decisión de mostrar la guerra en las islas como nunca se hizo hasta ahora, Tristán Bauer viajó a Malvinas para filmar Iluminados por el fuego, la conmovedora historia de tres combatientes. En la siguiente entrevista, Bauer y Esteban hablan de cómo hicieron para filmar una película bélica en la Argentina, el impresionante archivo que encontraron en Inglaterra y de esa experiencia única que fue volver a los campos de turba para encontrar las mismas Prestobarbas y zapatillas Flecha que los soldados dejaron allá hace más de 20 años.
Por Mariano Kairuz
¿Cómo narrar la guerra de Malvinas? Para el cine argentino, que no tiene una relación constante, a través de la ficción, con la historia del país, se trata de un dilema aparentemente insoluble. A más de dos décadas del conflicto de las islas, casi no existen ficciones cinematográficas sobre el episodio, y los únicos referentes parecen, a esta altura, provenir de otra era: Los chicos de la guerra, el film de Bebe Kamin basado en la novela homónima de Daniel Kon, es de 1984, es decir, de una época marcada por el retorno democrático que dio lugar a un puñado de películas “urgentes” (como La historia oficial o La noche de los lápices), que hoy, en perspectiva, deben ser leídas casi exclusivamente como productos de su época.
Iluminados por el fuego, la película de Tristán Bauer (director de Después de la tormenta, Cortázar, Los libros y la noche) inspirada en el libro del periodista y ex combatiente Edgardo Esteban, se estrena el próximo jueves 8 de septiembre –apenas unos días antes de su presentación en la Competición Oficial del Festival de cine de San Sebastián–, veintitrés años después de la guerra, y el interrogante sigue en pie: ¿cómo filmar Malvinas? Y, no menos importante: ¿por qué filmarla?
El proyecto surgió hace unos cinco años, recuerda Bauer, de una manera casi fortuita. “Yo acababa de hacer con Miguel Bonasso el documental Evita, la tumba sin paz. Fue entonces que Edgardo nos entrevistó, en carácter de corresponsal, y me regaló su libro. Pasaron unos meses y el decano de Humanidades de la Universidad de San Martín –donde yo trabajo-, el filósofo Carlos Ruta, me dice que tenemos que hacer algo sobre Malvinas. Ahí se me ocurrió retomar el relato de Edgardo, que es un libro testimonial, un relato de su experiencia; su mirada me había parecido muy impactante y conmovedora. La película no es una adaptación; el libro es su novela inspiradora, pero a ese relato que sirvió como tronco de la narración se le sumaron anécdotas y vivencias de otros ex combatientes. A la hora de ponernos a trabajar concretamente con Gustavo Romero Borri (que había colaborado en la escritura del libro de Esteban) hicimos una investigación que abarcó desde centros de ex combatientes, para conocer sus experiencias, hasta datos técnicos sobre la guerra; y con esa información creamos una estructura dramática que rompe la del relato de Edgardo, creando esta historia de tres amigos en las islas.”
La película empieza con el intento de suicidio de un tal Vargas, ex combatiente. Mientras agoniza en un hospital, la noticia llega hasta Esteban Leguizamón (Gastón Pauls), uno de los conscriptos arrastrados a las islas en 1982, que conoció allí a Vargas y estableció un vínculo estrecho con él y un tercer soldado que murió en combate. Leguizamón viene a ser el alter ego de Edgardo Esteban; como él, se ha convertido en periodista. Pero no había suicidio en su libro, que se publicó por primera vez en 1993. “Es uno de los temas que yo desconocía completamente cuando empezamos a investigar para el guión”, admite Bauer: “Hay una cantidad impresionante de ex combatientes que se suicidaron, una cifra que supera a la cantidad de muertos en combate en las islas. Es algo que por un lado me llenó de angustia y me alarmó profundamente, y por otro decidimos utilizarlo como un hecho dramático para construir la línea dramática de la película”. Entre visitas al hospital y conversaciones con la mujer del suicida, los recuerdos de aquellos abril y mayo del ’82 vuelven a Leguizamón en numerosos flashbacks. “Nuestra premisa fue mantener la mirada que tiene Edgardo hacia la guerra”, cuenta Bauer. “Se trata de una película sobre la guerra en general, sobre Malvinas, en un segundo lugar, si se quiere, y fundamentalmente la historia de un soldado que a los dieciocho años es llevado a unas islas remotas a combatir, sin ningún tipo de preparación, contra uno de los ejércitos más poderosos que hay sobre la Tierra. Esa mirada. No la del analista político, ni la ideológica, que va analizando cómo funcionan las distintas situaciones de poder en la cadena de mando.”
“El mío no es un libro de estrategia militar –dice Esteban– sino una mirada humana a la guerra de Malvinas. Podría ser de esta guerra como de cualquier otra, es lo que le pasa a una persona. Uno lee en los diarios: Cien soldados muertos, 195 muertos en la AMIA, o en Cromañón. Cada uno de esos doscientos muertos tiene una historia. Y lo que yo hice fue contar la mía, como pude, con las armas que tenía, con mis limitaciones y con mis recuerdos.”
La primera preocupación de Bauer fue crear las imágenes de las Malvinas en guerra. La falta de una tradición en cine bélico, así como de referentes cinematográficos sobre las Malvinas, obligó al equipo de Iluminados... a empezar prácticamente de cero. Es cierto que existen algunos documentales, de los cuales Hundan al Belgrano (Federico Urioste, 1996) fue probablemente el que mayor difusión alcanzó. Y algunos recordarán –antes que Los chicos de la guerra, o que la poco vista El visitante (una película de Javier Olivera, con Julio Chávez y Valentina Bassi, sobre un ex combatiente acosado por sus recuerdos de la guerra)– el corto Guarisove, los olvidados, la entrada de Bruno Stagnaro, futuro codirector de Pizza, birra, faso, en la primera edición de Historias breves, diez años atrás. A diferencia del film de Kamin y del de Olivera, Guarisove... transcurría en suelo malvinense. Pero tampoco abordaba el conflicto como un film de género sino que apostaba al absurdo, a la confusión, a la incomunicación de una historia sumergida tras un manto de neblina. Eso fue acaso lo más cerca que el cine argentino llegó a abordar la guerra en sí, en lugar de abocarse casi exclusivamente a su momento social y político o al trauma posterior de los combatientes. Según Bauer, era hora de darles entidad a esas imágenes escamoteadas del escenario de la guerra en sí, de volverlas físicas sobre la pantalla, de hacer “reconstrucción”. “Como la Argentina no ha tenido tradición sobre este tema, trabajamos con mucho rigor toda la reconstrucción. La película de Kamin se posa fundamentalmente en el continente y en lo que pasó con los jóvenes al regresar de las islas; me parece que la nuestra es la primera película que, en su tiempo fundamental, se queda allí en las islas. Creo que es la primera película que le pone una imagen a lo que fue la guerra de Malvinas. Porque en la memoria visual del argentino, cuando uno evoca Malvinas, lo que aparece es la plaza de Galtieri, aquellas tapas de las revistas con el ‘¡Vamos ganando!’, pero no hay una imagen de lo que fueron esos combates y las situaciones bélicas, concretamente.”
Al igual que Los chicos de la guerra, Iluminados... hace hincapié en el contexto represivo, disciplinante, en el que tuvo lugar el conflicto. Los chicos reciben de pie, soportando a muy duras penas el viento helado, los discursos patrioteros de tenientes y coroneles, ásperas peroratas sobre la misión patriótica rematadas en palabras durísimas, temibles presagios del tipo de “y esto que han vivido aquí se quedará con ustedes por siempre”. Son chicos desamparados, muertos de hambre y frío, a los que nadie les explica por qué es necesaria realmente esta guerra. De la manera en que les es presentada, para estos chicos no puede ser otra cosa que una guerra ajena.
Incluso por momentos ni siquiera parece claro que se trata de una guerra. “No éramos los jóvenes de los ’70”, aclara Esteban. “Yo hice el secundario durante el gobierno militar: el pelo corto, el uniforme, pararse firmes ante el timbre. Había una disciplina y hasta cierta ingenuidad a los 18. Yo venía del viaje de egresados a Bariloche, y así sin más entré al servicio militar. Tenía todo el sueño de aquel viaje, y de lo que vendría después, y me encontré con el servicio y después con la guerra; era todo un sacudón. Y por otro lado, sentíamos esta dualidad, la sensación a la vez de ser protagonistas de la historia, de estar en Malvinas, y de tenerle miedo a la muerte, porque todavía éramos un poco niños y un poco inmaduros. Nuestros superiores eran obviamente los mismos militares de la dictadura. Y la guerra de Malvinas, obviamente, era una continuación de la dictadura. La dictadura no terminó el 2 de abril: Malvinas sólo aceleró los tiempos, pero los militares eran los mismos. Ya el propio servicio militar era duro, y ese abuso de autoridad que quien ha hecho el servicio lo ha vivido, el ‘tagarna’, el ‘baile’, el cuerpo a tierra, el salto de rana, creo que es parte ya del folklore para cualquiera, no que haya estado necesariamente en la guerra sino tan sólo en un cuartel, durante el Proceso.”
¿Es Iluminados por el fuego, entonces, una película de guerra? ¿Filmar Malvinas es filmar una película de guerra?
Bauer: Hubo quien me dijo: “Sí, hiciste una película bélica, pero profundamente antibélica”, y la verdad que me gusta esta definición. Hacer un cine bélico significó meterse en una estética y una técnica cinematográfica que hacía muchísimos años que no se exploraba en nuestro cine y que desde hace unos diez años ha tenido un gran desarrollo, sobre todo desde la incorporación de la tecnología digital al cine, cuando Europa y EE.UU. comienzan a hacer un cine bélico de atracción, de espectáculo, con un rigor técnico impresionante. Nosotros estudiamos estas últimas películas y de cada una sacamos un aprendizaje. Pero si tengo que pensar en cuál fue el referente más fuerte para mí dentro del género del cine bélico, fue una película que me conmovió profundamente y que fui a ver dos o tres veces al cine en la época en que se estrenó, llamada Ascensión humana, de Larisa Sepit’ko, una directora soviética que murió joven, en un accidente. He buscado intensamente esta película antes de empezar a rodar Iluminados..., cuando preparábamos el guión, y no volví a encontrarla. Pero sus imágenes quedaron grabadas en mi memoria para siempre. Mientras que el cine norteamericano apunta a la espectacularidad de la guerra, a la guerra como un hecho exterior, de lo que significa una batalla, lo que hace Sepit’ko es ver la guerra desde el interior, a esos soldados rusos sobre la estepa nevada, acosados por los nazis. Y retratar lo que es la soledad; la soledad en tiempos de guerra; las botas, los pies enteros sumergiéndose en la nieve, cada paso como un esfuerzo tremendo; el frío: su poder de hacer una radiografía del frío era de una contundencia intimidante. No ver la guerra desde afuera sino desde adentro. Que creo que es lo que tiene el libro de Edgardo.
En Iluminados..., prácticamente se omite al “enemigo inglés”, lo cual sustenta la idea de que el verdadero enemigo de esta historia está en otra parte. “Debido a la amplia superioridad tecnológica del lado británico, salvo por los dos días en los que hubo combate cuerpo a cuerpo y frontales, el resto fueron bombardeos, y para el soldado que estaba en su posición, en un pozo de zorro, en una trinchera, lo único que había eran bombazos, que no se sabía de dónde venían. De los barcos, o de algún avión, pero no se veían. El cañoneo te demolía todas las noches, pero no podías verlo. Este es el concepto que usamos en nuestra película: hasta la batalla final, donde sí aparece el enemigo en un cuerpo a cuerpo, lo único que hay es el ataque de un avión Harrier y una cañonera británica que dispara sobre las islas. El resto es un martilleo que te horadaba día a día en los campos de batalla.”
La película inserta unos pocos planos de archivo (Galtieri: “Les presentaremos batalla”), pero el material sobre el que Bauer y su equipo moldearon su reconstrucción del frente y de la batalla de Monte Longdon provino mayormente de afuera, de Inglaterra. “Hicimos un viaje donde nos armamos de muchas fotografías y videos, un caudal muy importante, que fue la base que usamos con los escenógrafos para la parte bélica de la película. Acá prácticamente no encontramos un archivo de lo que aconteció en las islas tan claro, preciso y numeroso como el que encontramos en Gran Bretaña, que era impresionante.”
¿El Ejército argentino no tiene un archivo sobre Malvinas?
Bauer: El Ejército no nos brindó ningún tipo de colaboración. Solicitamos colaboración al Ejército, a la Fuerza Aérea y a la Marina; la única de las tres que nos dio apoyo, y a la cual le estoy profundamente agradecido, fue la Fuerza Aérea, que nos permitió filmar en El Palomar, poner los Hércules, y que nos dio todas las maquetas que necesitábamos para hacer la reconstrucción. También colaboraron muchos ex combatientes compartiendo recuerdos, lecturas de las distintas etapas de guión, los distintos rodajes en las Malvinas, Santa Cruz, San Luis y Buenos Aires.
Esteban: Algunos ex combatientes que fueron a ver la película con mucho prejuicio nos terminaron diciendo que “esto era Malvinas”. Y yo no soy ningún referente de los ex combatientes, ni milito con ellos ni soy un malvinólogo. Soy periodista y desde ese lugar, desde el lugar de la cultura, uno también puede construir algo. Veo y respeto a cada uno de los que militan, y hay gente que ha luchado mucho desde lo político, y compañeros que están siempre ocupándose de los casos de suicidios, o que han ido a ayudarlos a los hospitales, y que es un trabajo admirable. Yo, que por ahí estoy en los medios, tengo la posibilidad de contar mi historia, pero hay tantas historias como ex combatientes. Hay gente que por ahí se ha comprometido más con la causa. El mío creo que es un compromiso desde la cultura que también es importante para ver qué nos pasó. Para no perder la memoria, tratar de reconstruir lo que se vivió. Pero el libro tampoco fue pensado desde esa mirada; fue un desahogo para el dolor que yo tenía adentro. Una manera de sacar toda mi angustia y correr todos los fantasmas que me atormentaban, que no me dejaban vivir, que me hacían pensar todo el tiempo en Malvinas y que seguramente fueron los que llevaron a tantos al suicidio. Fue una especie de catarsis. A partir de ahí yo pude cerrar una historia. No olvidar: la memoria sigue latente, pero no ese dolor que yo tenía. Creo que hay que rescatar todo lo que les pasó a los soldados de Malvinas, todo lo bueno y lo malo. La sociedad que, apenas volvieron los soldados de Malvinas, automáticamente cerró la puerta y dijo: “Olvídense, ya fue, ya pasó”, y el dolor y la angustia y los recuerdos siguen en nosotros. No es sentirme curado, pero sí alejar esos fantasmas, para poder construir una nueva etapa. Nada más que eso.
Iluminados... es la primera película argentina que filma en territorio malvinense desde Fuckland, el film (al estilo Dogma 95) del director José Luis Marqués, que cinco años atrás se propuso como “película clandestina”, y que logró presuntamente infiltrar una videocámara entre los kelpers. Algunos la vieron como una jugada experimental interesante; muchos otros tan sólo como una canchereada criolla sin objeto.
Bauer: Fuckland me parece una mala película. Es la primera vez que doy públicamente mi opinión en contra de una película, porque soy muy respetuoso del trabajo de mis compañeros, porque sé el esfuerzo tremendo que significa hacer cine. Pero creo que tiene un tono que parte de la mirada de la soberbia, del desprecio, y que no logra dar una vuelta de tuerca hacia este tema.
¿Y cómo consiguieron ustedes filmar en Malvinas?
Bauer: Planteamos con claridad absoluta lo que íbamos a hacer, primero aquí en la embajada, después frente al vicegobernador de las islas. La verdad que tuvimos una buena recepción de parte de las autoridades británicas que están hoy en forma injusta en nuestras islas; y de parte de la población, una buena actitud. Tampoco hubo un pedido de permiso, porque consideramos que es un territorio que nos pertenece, pero sí claramente contar de manera totalmente abierta las ideas que teníamos, lo que pensábamos hacer.
Esteban: Pero no se firmó ningún papel, nada. Como si fuéramos a un territorio libre. Lo único que nos dijeron era que si íbamos a propiedad privada, que avisáramos. Nos negamos a hacer cualquier trámite, pero tampoco nos pidieron que firmáramos nada, ni siquiera nos pidieron ver el guión.
Esteban y Bauer visitaron las islas juntos por primera vez en el 2001, para estudiar el espacio en el que iban a rodar, pero el escritor ya había estado en 1999. En aquella ocasión lo hizo en calidad de periodista, pero se transformó en el primer ex combatiente en pisar suelo malvinense desde la guerra. “Terminé siendo ambas cosas, tomando un protagonismo que no me esperaba; yo creí que me llevaba la historia por delante y que iba a trabajar como periodista, y cuando llegué allá me encontré con todos esos recuerdos y todas esas imágenes. Fue muy fuerte, fue una experiencia muy dura. Los kelpers me trataron muy mal. Me insultaban, me quisieron agarrar a trompadas, me tiraban el auto encima, fue muy desagradable, pero también fue ir cerrando esos capítulos de mi historia. Reencontrarme con los pozos de zorro, con la turba, las Malvinas reales, no las que uno puede recordar, no las que a uno le quedan en su imaginación, sino las que uno puede tocar. Con todas esas cosas que quedaron en el camino: los borceguíes, las zapatillas Flecha, o las maquinitas de afeitar, o las pilas, la llavecita para abrir el paté o las arvejas, o los peines, los tubos de pasta de dientes, era reencontrarse con ese recuerdo.”
Aquellos elementos –cosas reales, los originales abandonados en el ’82, no sus réplicas de utilería– son los que encuentra el personaje de Gastón Pauls al volver a las islas, sobre el final de la historia.
¿Y cómo es que todo eso sigue ahí más de veinte años más tarde?
Esteban: Todo eso no se limpió, porque los kelpers no van por ahí. Es turba: es como pisar agua o esponjas todo el tiempo, te hundís, es muy difícil andar por ahí, y salvo alguno que se atreve a hacer turismo de aventuras, no va nadie jamás. Como no van tampoco a la zona de campos minados, que es bastante inhóspita, muy fría. Encontrarse a dos personas caminando por las calles de Puerto Argentino es como encontrarse con una multitud.
Esa escena catártica que llega sobre el final termina de identificar a Esteban con el personaje de Pauls, que probablemente esté bien alejado del ex combatiente representado en el imaginario general actual de los argentinos. Es decir, del ex combatiente que se sube a los trenes del conurbano bonaerense y reparte un autoadhesivo con la imagen de las islas pidiendo una colaboración, hablando del olvido en el que se lo sumió desde el regreso, del silencio y el ocultamiento oficial. Del ex combatiente que se suicida. Edgardo Esteban se ve, al igual que el personaje de Pauls, consciente de haberse salvado de aquel otro destino reservado a los soldados malvinenses, pero vital, sumergido en una profesión que no lo encadena a su pasado. “Hay de todo, hay muchos que pudieron superarlo, pero todos hicimos lo que pudimos; uno hizo lo que pudo, no lo que uno quiso. Yo busqué caminos alternativos; la familia, mis hijos, mi profesión, muchas cosas en las que uno puede refugiarse y que a uno lo pueden rescatar. Pero yo tampoco quiero ser el prototipo de nada acá; ésta es una historia más, el protagonista no es Edgardo Esteban sino que lo que importa es poder hablar de Malvinas y ver qué les pasa a todos. ¿Qué me salvó a mí? A mí salvó en su momento la posibilidad de escribir, como una terapia, de tratar de no olvidarlo. Para mí Malvinas está ahí como una cicatriz grande que puedo mirar, aunque la vida sigue hacia delante. Hay un puente hacia al futuro y eso está en la película. Pero yo no soy quién para dar consejos.”
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