POLéMICAS > EL LANZAMIENTO DEL NUEVO HOUELLEBECQ
A fin de mes sale La posibilidad de una isla, la nueva novela (futurista y protagonizada por clones) del escritor francés Michel Houellebecq, y su lanzamiento se ha convertido en la mayor operación de mercado de la tan seria industria editorial francesa: reuniones conspicuas, bandos enfrentados, panfletos de denuncia, críticos discriminados, manipulaciones mediáticas, biografías no autorizadas y hasta supuestas conexiones con la secta clonaria de Raël. Radar reconstruye el campo de batalla en que se ha convertido el asunto.
› Por Eduardo Febbro
El idioma francés consta de dos preciosas palabras para definir un ardid, un montaje sobredimensionado. La primera es una onomatopeya, “bluff”; la segunda tiene ramificaciones más evidentes: “mystification”, es decir, inflar con contenidos falsos un hecho. Ambas palabras no bastarían para resumir el extraordinario operativo comercial que precede y rodea la publicación de la última novela del escritor francés Michel Houellebecq, La posibilidad de una isla. Golpes bajos, contratos millonarios, intrigas, escándalos programados, rumores, intoxicación deliberada, manipulaciones, ofensivas y contraofensivas, tiraje excepcional, publicación simultánea en varios idiomas, en suma, humo delante del fuego para preparar el escenario con el único propósito de que el próximo 31 de agosto la aparición del libro sea un terremoto en el mundo de la edición.
En un país donde las “letras” son sagradas y los autores monjes aún idolatrados, la industrialización de un objeto literario y el recurso a métodos de marketing dignos de productos prêt-à-porter rompe los esquemas tradicionales. Nunca antes en la historia de la edición francesa una obra literaria había sido objeto de una pantomima tan bien orquestada. Todo el mundo habla del “libro” –o, mejor dicho, de la representación comercial que se prepara–. Su escritura, su contenido, su estética, su apuesta formal han estado ocultos hasta hace una semana y ello alimentó una catarata de rumores. Sin embargo, nadie ignora el millón quinientos mil dólares que el autor cobró como adelanto, el 18% que le corresponde por cada ejemplar, las cláusulas del contrato que le otorgan los derechos exclusivos para dirigir una película el año que viene o las mil y un tramas que se armaron para impedir que alguien lo lea antes de que aparezca. La película estará producida por GMT Productions, una filial de la editorial Hachette. Houellebecq rentabiliza su éxito, y su editor –Fayard en primer plano pero la multinacional Hachette en segundo– lo propulsan en la aventura. La caja de resonancia es tal que, simultáneamente con la novela, se publican cuatro libros sobre Houellebecq, entre ellos una biografía “no autorizada” y un panfleto contra el autor de Las partículas elementales llamado ¡Socorro, Houellebecq vuelve!
Hasta la rabia de la crítica literaria parece sabiamente calculada. A pedido de Houellebecq, la editorial privó a los críticos de la lectura previa de la obra y éstos consagraron sus columnas a hablar mal del “fenómeno” que encarna el autor. El resultado es el mismo: cero literatura pero publicidad garantizada. Sólo los medios autorizados por Houellebecq han obtenido el privilegio de recibir algunas páginas por adelantado o, favor supremo concedido por su majestad, de entrevistar al autor: Le Monde, Le Nouvel Observateur, Los Inrockuptibles, France 2. La primicia del manuscrito dio lugar en Francia a una novela de espionaje editorial digna de un secreto militar. Hace unas semanas, ante la sorpresa general, el crítico literario del diario conservador Le Figaro, Angelo Rinaldi, adelantó el contenido de la novela. Pero ocurre que Rinaldi no pertenece a la tribu del escritor sino al grupo parisino de los anti-Houellebecq. ¿Cómo consiguió entonces el libro? Según explicó el mismo Rinaldi, La posibilidad de una isla le cayó entre las manos “por azar”. El crítico se estaba paseando por un parque de París cuando encontró el libro abandonado “sobre un banco de la plaza”.
Es lícito reconocer que Michel Houellebecq es un ferviente abonado al servicio de “escándalos promocionales” y que además goza de una fiel tribu de adeptos en los medios de comunicación. Desde luego, con una empresa tan tentacular como Hachette detrás, ¿quién se animaría a no obedecer las consignas? Durante el año 2001, justo antes de que apareciera su anterior novela, Plataforma, el escritor había levantado olas de ira con sus declaraciones sobre el Islam, al que juzgó como “la religión más estúpida”. Los juicios y la promoción del “autor-libro” recompensaron su volubilidad al tiempo que, luego de un paso ante los tribunales, lo empujaron a un obligado silencio. Esta vez, a fin de evitar todo accidente, su editor no permitió las entrevistas en directo en la televisión. El escritor sólo aparecerá en programas grabados y previamente vistos por el editor que, además, tiene derecho a cortar lo que no le convenga a su protegido. ¡Inédito! El 24 de agosto del año pasado, en Deauville, el balneario más chic de la costa Normanda, Houellebecq asistió a una cena con los ejecutivos del grupo Hachette, hombres de corbata y de grandes negocios que se habían desplazado para asistir al gran acontecimiento “literario” del año: el escritor francés acababa de dejar a su antiguo editor, Flamarion, para formar parte de Fayard, una de las editoriales del poderoso grupo Hachette. “Estoy contento, me gustan los grandes grupos”, dijo el escritor en esa ocasión.
Los 200 mil ejemplares de La posibilidad de una isla esperan el 31 de agosto para convertirse en el ya preparado y anunciado best-seller del año. Si al público le gustan las historias, la “historia” de cómo se promueve un libro es ya una en sí. Houellebecq y sus asociados han conseguido que el contenido del contrato editorial trascendiera antes que el del mismo libro. Los ejércitos están preparados. Los pro y los anti afilan sus uñas. Los primeros arguyen que con su último libro, Houellebecq se “muestra superior a todos los escritores norteamericanos”. Qué elogio. Los segundos aseguran que la lectura de La posibilidad de una isla es “agobiante”, un libro que “nos reconforta durante una o dos tardes” y cuya lectura deja la impresión de que “nos hemos encontrado con uno de esos franceses comunes que siempre se quejan de todo”. Pero, por encima de partidarios o críticos, lo más desmoralizador para las letras es corroborar que en torno de un autor se han creado no ya clanes literarios sino industriales. A los 47 años, Houellebecq es el autor francés contemporáneo más traducido (35 idiomas) y ello explica mucho el juego de intereses. Los argumentos se financian con millones de dólares y operaciones de mercado que nada tienen que ver con el mundo del libro, con su luz todavía milagrosamente viva, pese a todo. ¿Cómo explicar si no que un autor joven y vivo, que “apenas” ha escrito cuatro novelas, un ensayo sobre Lovecraft, poemas y dos breves libros de cuentos, tenga ya una biografía? En mayo pasado, la revista Los Inrockuptibles francesa editó un número especial sobre Michel Houellebecq acompañado de un DVD con las entrevistas del autor. Marc Fumaroli, ensayista y célebre autor de un libro sobre la política cultural de Francia (El Estado Cultural), se pregunta si acaso “Houellebecq no se ha convertido en el Harry Potter francés para adultos”. El silencio “pactado” del autor de Extensión del campo de batalla y el ruido orquestado por los estrategas del mercado han dejado en segundo plano la obra.
Con panfletos bien venenosos su antiguo editor se venga de Houellebecq, al igual que los escritores de su generación, heridos en su orgullo creador por tanta mercadotecnia puesta al servicio del arte. Según cálculos de la prensa francesa, el editor deberá vender más de 400 mil ejemplares para rentabilizar la inversión. Todo se organizó como si se tratara de un asunto protegido por el sello secreto de la defensa nacional. Quienes leyeron el manuscrito firmaron una cláusula de confidencialidad y, una vez que las primeras pruebas salieron de la imprenta, el libro fue ocultado para que no cayera en manos de ningún crítico. Apenas el español Fernando Arrabal, que publica este mes un libro de conversaciones con Houellebecq, fue autorizado a destilar algunos comentarios prudentes. Eric Naulleau, el autor del panfletario ¡Socorro, Houellebecq vuelve!, dice en su libro: “Cuando el gallo se vuelve la gallina de los huevos de oro, el capitalismo literario se pone en marcha”. Michel Houellebecq es, para la crítica, el escritor que mejor describe “el sufrimiento ordinario” y la frustración de los ciudadanos europeos que viven en una sociedad que ha perdido la “función” de compartir. En sus obras, la solidaridad es una broma y la soledad, el hedonismo y la violencia interior son el mundo de la modernidad. La posibilidad de una isla es una novela de anticipación, de computadoras y clones. Sectas, robotización, pantallas, manipulaciones, inmigración, vejez, una sociedad sin esperanzas, vaciada por el consumo, el aburrimiento y el hedonismo. Los personajes son todos clones. Lo esencial del libro está construido en torno del relato de la vida de Daniel 1, descubierto dos mil años más tarde por Daniel 24 y luego Daniel 25, sus clones futuristas que lo leen luego de que un Apocalipsis nuclear destruyó el planeta. Una secta que reemplazó las religiones que conocemos hoy, los Elohims, promete la inmortalidad a cada uno de sus miembros. Sus adeptos, antes de suicidarse, dejan su ADN y el relato de sus vidas. El objetivo es clonarse indefinidamente para convertirse en un neohumano, una categoría donde ni siquiera el lenguaje o el placer existen. En la hasta ahora única entrevista de Houellebecq publicada por Le Monde el fin de semana pasado, el escritor explicó que “los neohumanos comunican de forma virtual. Poco a poco, en el curso de las sucesivas clonaciones, han ido perdiendo las principales características de la humanidad: la risa, las lágrimas, el humor”. En la misma entrevista, Houellebecq predice que lo que narra en su libro se producirá: “Creo que algunas cosas son irreversibles. Todo lo que la ciencia permite se realizará. La ciencia dice la verdad. El arte no llega a la verdad, sólo busca dar una visión estética de la vida”. A quienes lo critican porque su última novela suena como un himno a la clonación, Houellebecq responde: “Me hacen reproches porque muestro en detalle lo que es la humanidad. Y porque estoy seguro de que todo cuanto es técnicamente posible será realizado, incluso si no es verdaderamente humano. La clonación será una realidad”. En la biografía Houellebecq no autorizado: investigación sobre un fenómeno, Denis Demonpion pone de relieve los lazos estrechos que existen entre Houellebecq y Raël, el gurú de la secta de los raëlianos que hace unos años anunció haber clonado el primer ser humano de la historia. Los hombres cultivan una amistad que, según su biógrafo, está basada en los contrastes: “Raël ejerce una influencia sobre Houellebecq porque Raël es un hombre que vive plenamente, que se divierte. A su lado, Houellebecq sufre del complejo del intelectual”.
Houellebecq tiene ahora cita con los lectores. Las pasiones y los odios acumulados por críticos y gurúes de sectas literarias perderán su resonancia cuando empiece la lectura pública, acompañada de otros debates. El 31 de agosto, los lectores de lengua hispana, alemana, inglesa, italiana y japonesa podrán apreciar el valor de la obra lejos del estruendo mercantil organizado para lanzarla. Uno de los personajes de la última novela de Houellebecq, Daniel 1, dice: “Era un observador pertinente de la realidad contemporánea pero quedaban tan pocas cosas por observar: habíamos simplificado tanto, diluido tanto, roto tantas barreras, tabúes, esperanzas erróneas, aspiraciones falsas...”. ¿Obra maestra de la literatura o de las técnicas del mercado? Habrá que leer. Profético, en un poema de 1996 Houellebecq escribió: “Soy un sistema liberal/ Como un lobo en un terreno vacío”.
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