Domingo, 23 de octubre de 2005 | Hoy
HOMENAJES > LA COLECCIóN DE “QUIJOTES” EN LA PLATA
Hace cien años, para celebrar la fundación de la Universidad de La Plata y el tricentenario de la primera edición del Quijote, el gobierno argentino le encargó a un refugiado catalán que creara una colección de ediciones de Cervantes desperdigadas por el mundo. Luis Ricardo Fors cumplió. Y ahora, un siglo después, la universidad publicó un atálogo sobre la colección.
Por Sergio Di Nucci
Parece un lugar común que todos los admiradores de Cervantes resulten un poco quijotescos. En el sentido más vulgar de un término que los tiene plurales: idealistas, empecinados –y finalmente ridículos–. Un catalán liberal, sospechado de anarquista, que había huido de España a Cuba y de allí, por el clima independentista y pre ‘98, vuelve a fugarse esta vez al Uruguay colorado y después a la Argentina, será el elegido para emprender una tarea quijotesca. Estaba en los planes del gobierno nacional fundar la Universidad de La Plata en 1905. Y, como por una armonía preestablecida, era el año del tricentenario de la publicación de la primera parte del Quijote. ¿Qué mejor homenaje, pensaban las autoridades de un país agropecuario y próspero, que reunir una colección de ediciones de Cervantes esparcidas en el mundo ancho y ajeno? Conviene que nos representemos las dificultades de la empresa. Era un mundo todavía sin redes telefónicas, y desde luego sin e-bay. Se contaba, sin embargo, con lo fundamental: los fondos. No fueron malgastados por Luis Ricardo Fors.
Hoy, en el cuarto centenario de aquella primera edición de la primera parte del Quijote, la Universidad de La Plata ha hecho un acto de justicia. Acaba de publicar un notable catálogo ricamente ilustrado, Aventuras del Quijote en la UNLP: 75 joyas de la de la colección cervantina de la Biblioteca Pública. Con la coordinación bibliotecológica de Norma Mangiaterra, y dos doctos e interesantes prólogos de la argentina Gloria Chicote y el español José Manuel Lucía Megías, exhibe, clasifica y evalúa sucesivas ediciones, e historia la formación de una colección única en el mundo. No sólo ediciones en castellano, sino también traducciones catalanas, francesas, inglesas (prologada por el novelista picaresco Tobías Smollett), alemanas (la tan notable, literariamente, del romántico Ludwig Tieck), holandesas, rusas y hasta serbocroatas.
Todas estas obras puede consultar el curioso lector en la sala de lectura de la universidad, tal vez la más cómoda, linda y mejor iluminada con luz natural del país. El lector cuenta con lámparas individuales (a banker’s lamp, de pantalla verde y protectora). Los ejemplares más destacados fueron puestos en exhibición con motivo de los festejos platenses, a la vez mundanos y académicos, del cuarto centenario quijotesco.
El gran filólogo español Amado Alonso pronunció en 1934 un duro juicio sobre la colección cervantina de la Universidad de La Plata: riqueza bibliofílica y pobreza bibliográfica. ¿Qué estudiosos podrán aplicarse al estudio de las traducciones rusas o yugoslavas del Quijote? La pregunta queda abierta. En todo caso, el peronismo expulsó en 1946 a Amado Alonso y a los filólogos que él había formado.
El catalán Fors terminará siendo director de la Biblioteca Pública que será la de la universidad entre 1898 y 1906. Una anécdota lo retrata de cuerpo entero: la biblioteca organiza en 1904 una charla a la que iba a asistir Juan B. Justo. La sala está repleta de obreros que escucharían departir sobre “El socialismo y la cuestión obrera”. Fors reclama silencio y anuncia que el señor Juan B. Justo tuvo inconvenientes, que no podrá llegar, pero que él les hablará sobre el Quijote, que es una obra muy interesante y muy linda.
Los festejos del tricentenario de 1905 promovieron también un himno, compuesto por Enrique Rivarola, que terminaba así: “Ingenio son astros; ideas son mundos / ¡Tú eres, Cervantes, el centro y el sol!”. Al cronista español Azorín también le sorprendía el fervor quijotesco de sus compatriotas. En La ruta de Don Quijote (también de 1905) describe la siguiente escena: “Don Bernardo –este hombre terrible y amable– nos lleva a todos a la ermita, abre el armonium, arranca de él unos arpegios plañideros y comienza a gritar: Gloria, gloria, cantad a Cervantes, creador del Quijote inmortal... Yo tengo la absurda y loca idea de que todos los himnos se parecen un poco, es decir, de que todos son lo mismo en el fondo. Pero este himno de Don Bernardo no carece de cierta originalidad; así se lo confieso yo a Don Bernardo.
–¡Ah, ya lo creo, señor Azorín, ya lo creo! –dice él, levantándose del armonium rápidamente.
Y luego, tendiéndome la mano, añade:
–Usted, señor Azorín, es mi mejor amigo”.
Todo está dicho sobre el Quijote pero nada indica que se dejará de escribir sobre él. También, hace (casi) 400 años que se dibuja al Quijote: lo que nos lleva a que hoy resulta imposible no asociar a ese personaje a una caricatura. El Quijote se convirtió en el libro ilustrado por excelencia de la literatura española. Un Quijote impreso sin iconografía que nos muestre al “caballero de la triste figura”, como lo llamó Miguel de Unamuno en su célebre estudio iconológico, nos resulta, después de tanto siglos de reimpresiones, una pobre edición. Nuestra imagen mental del Quijote es ante todo una representación visual, una entre tantas –las de Gustave Doré son sólo un ejemplo epónimo en el siglo XIX–. Por eso parecen fracasar las versiones cinematográficas del clásico: es el mismo fracaso que enfrentan los héroes de historieta en la llamada pantalla grande. Y por eso reconfortan, también, las ilustraciones compiladas en el catálogo de la universidad platense.
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