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Domingo, 28 de mayo de 2006

PERSONAJES > LUIS MARíA PESCETTI, EL MúSICO QUE LES HABLA A LOS CHICOS

Todoporquerías

Burlas, carcajadas, patoteadas, mocos, retos, chistes negros, Menem, Maradona y hasta sonoras flatulencias... ¿Teatro de revista? ¿Cabaret de trasnoche? ¿Programa para adultos? No: los shows y discos de Luis María Pescetti, en los que los chicos cantan, silban y se ríen como marranos.

 Por Cecilia Sosa

“Horrible”, “malísimo”, “me aburrí un montón”, “re desafinado”, “que cambie todo”, “le pondría un 0”. Curiosos comentarios para el comienzo de un disco infantil, y más curioso aún si el disco en cuestión se llama Qué público de porquería. Y la lucha recién comienza. Desconcertante propuesta del músico, escritor y actor Luis María Pescetti. Una indescifrable mezcla de stand up, música y juegos cruzados que interpela sin respiro a su platea y sorprende al (adulto) más tibio. Pescetti practica la difamación, la ironía y hasta la amenaza y ellos... ¡responden a las carcajadas! ¿El entretenimiento de las criaturas del futuro?

Cinco discos en vivo, libros (premiados) para grandes y chicos, giras por México, España, Cuba, Estados Unidos y Colombia, y entradas agotadas para el show del 4 de junio que se repetirá a partir del 22 de julio. ¿Qué clase de espectáculo infantil puede incluir terror, mocos, flatulencias, chistes negros, incorrecciones múltiples y el reclamo de seguridad para el que se porta mal en la sala?

Pero empecemos por el principio, o mejor, por el primer tema del disco: “Accidente”. Un señor recibe a la mujer más linda del mundo en su casa: nervios, se acicala, ella llega, música, un trago y ¿entonces...? “Me descompongo de tanto miedo. Y, de repente, muy traicionero se escapa un pedo / No hablo de un pequeño alboroto, hablo de un ruido como un terremoto.”

¿Perdón...?

–El miedo de querer seducir y de hacer el ridículo es completamente universal. Les pasa a los más chicos y también a uno cuando se acerca a una persona idealizada. La canción sólo pone en marcha la eterna catarsis del teatro: algo que te pasó, pero mucho, mucho peor. Y provoca alivio: no sos el único que tiene ese miedo, ni el único al que le pasa eso. Quizá no haya tanta costumbre de utilizar el grotesco en trabajo con niños.

Cierto. Los shows de Pescetti parecen provenir de un carnaval rabelaisiano o de un intrincado manual de anti-pedagogía infantil. Hay críticas (“No, no lo están haciendo bien”, o bien “No seas exagerado, por favor”), caprichos (“No, ahora yo solo”), se estimula la histeria (“La única diosa es la nena de verde, a todos los demás les falta un poco de aire Moria”), la denuncia (“Seguridad, retire a ese niño”) y hasta la amenaza autoritaria (“El que quiere lo hace; el que no, ya sabe...”). En fin, un sutil desfile de ironías impensadas para un público infantil.

–Los chicos están hartos de mensajes moralizantes que les bajan línea. La solemnidad, el autoritarismo, la gravedad de los periodistas que ponen ese tono de “los estoy viendo” es casi caricaturesca. Son todos tics muy argentinos. Viví 12 años en México y esas cosas saltan más evidentemente. Ante esas cosas vienen bien las risas y desacartonar.

¿Hay algún límite?

–Yo nunca hubiera hablado de un avión estrellándose contra un edificio, pero después llegó el 11 de septiembre y cómo no hablar de lo que pasó. O de la chica violada en Núñez o de los asesinatos en Carmen de Patagones. El humor no es necesariamente bueno, los torturadores también se ríen. Con la misma sensibilidad que llegás al humor, hay momentos en los que tenés que hablar de eso a lo que los chicos estuvieron expuestos. No hay que voltear la cabeza. Hay que sacar a los niños del bronce y hablar del niño real, con sus entusiasmos, caprichos e imperativos... Y escuchar las cosas que no saben cómo decir, sin ser sordos ni condescendientes.

Pescetti llegó al inexplorado mundo del stand up infantil combinando dos profesiones: comedia para adultos y profesor de música de escuela. De allí también surgieron algunas canciones y chistes, que a veces parecen provenir del mismísimo infierno: “Era un niño tan feo que lo usaban para mandar a dormir al Cuco”, o bien “¡Mamá, me corté un dedo! / Chupalo / ¡Es que no lo encuentro!”.

¿En un público de qué edad pensás?

–En general no pienso en chicos solos. Pero si tuviera que pensar en un ómnibus de niños, diría que no más de 10 años y no menos de 6, fuera de esa edad cambian bastante los temas y es difícil encontrar algo en común. Pero a los shows vienen todos mezclados, padres, bebés, abuelos y adolescentes. Y hay guiños para todos. Es un error pensar que en un show todos tienen que estar atentos todo el tiempo. Me han dicho: “¿Pero los chicos no se aburren?”. ¿Y qué? Lo que importa es que haya picos de atención, que se enganchen con algo, aunque después fuguen.

Los sábados de 13.30 a 14.30, Pescetti tiene un programa en Radio Nacional donde habla de temas no necesariamente graciosos. Y también un blog (www.luispescetti.com) que sus fans no dudaron en tomar como lugar de encuentro.

–Ayer encontré un comentario de un chico chileno de 9 años que decía que quería pololear con una chica que iba a su vieja escuela. “Quiero tener 11 hijos. Los saluda a ustedes atentamente”, se despide. Me hizo gracia. U otro que decía: “Quiero conocer a una chica hinportante del sexo” (imagino que del sexo opuesto, quería una gerenta en el tema). Y también otro que pedía: “Una rubia ojos celestes”. Más abajo encontré otro que decía: “Soy rubia de ojos marrones, ¿puede ser?”. Me dio mucha ternura.

¿Qué música escuchabas de chico?

–Viví en San Jorge, Santa Fe, hasta los 17 años. No había mucha música para chicos. Nos acunábamos en silencio. Me acuerdo de una vieja canción anónima, que no era que me gustara exactamente, pero era como el vértigo, no podía dejar de escucharla. Decía algo como: “Yo tenía diez perritos”, y se iban muriendo uno por uno. Alguna vez pensé en hacer una canción en broma poniendo en evidencia esa crueldad, pero todavía no la hice.

En cambio sí hizo canciones donde se mezclan Menem, Maradona, Sarmiento y la Brujita Verón (“Ensalada nacional”), organiza coros de niños gangosos, exige una destreza casi imposible de dedos para una versión de “Palo bonito” y hasta obliga a las madres a parodiarse a sí mismas cantando “Ricardito no me come”. Y de paso subyuga con las más dulces canciones y juegos indígenas, reedita un clásico de Georges Brassens (“Marinette”), transforma una canción aprendida en España en inquietante juego de cosquillas, o simplemente graba diez minutos de disco con sonido de mar, sólo porque el disco quedó corto y el sonido del mar es lindo.

¿Qué queda para María Elena Walsh?

–Ella es un clásico. Una maestra en el sentido literal del término, no en el pedagógico.

¿Y Mafalda?

–Los chicos se enganchan mucho con ese relato de la vida cotidiana sin sentido moralizante. Los chicos quieren cosas para la realidad, tener eficacia en el mundo, no ser torpes y estar aislados. Es uno de los ejes con los que trabajo. A veces la vida abriga y a veces quema.

Todos tus discos están grabados en vivo. ¿Por qué?

–No me hubiera ido a un estudio a grabar un disco: me daba nervios y vergüenza. Empezó como una respuesta a algo que no me gustaba y funcionó bien. A los chicos les da algo como “yo quiero estar ahí”, y la risa de ellos termina funcionando como guía de lectura.

Qué publico de porquería está grabado en Buenos Aires; los anteriores, en México. ¿Hubo alguna diferencia?

–Ninguna. Las grandes diferencias se dan entre las zonas urbanas y las zonas rurales. Los chicos de las ciudades de distintos países se parecen mucho, la diferencia está entre lo que conocen y lo que no. Los chicos urbanos están hiperestimulados, fueron espectadores de tantas cosas que están hartos de la sitcom. Entonces aparecés vos y decís: “No van a empezar a molestar pidiendo canciones”. Tal vez ahí pueda empezar a pasar algo nuevo.

¿Te pasó alguna vez que algunas de tus intervenciones no fueran entendidas?

–En una colonia de vacaciones de una zona marginal empecé con una canción, después con un juego y, como habían cosas que no salían, les solté: “¡Pero qué publico de porquería!”. “¡Ehhhhhhhhhhhhh!”, se escuchó. Fue un segundo. Después reaccioné y di una señal de que era broma, después siguió todo bien. La ironía sólo se entiende si conocés a qué hace referencia. A veces hay que ser más directo, menos intertextual.

¿Algo más?

–El chico es un devorador de congruencias y donde no ve congruencias, o se vuelve loco o se hace tramposo. No es cierto que los adultos no tengan nada para decir a los chicos, eso es demagogia pura. Ojalá encontráramos maneras neutras, sin escándalo, serenas y claras para nombrar las cosas que nos pasan. Tenés que reformular todo lo que sabés y tu manera de presentarlo, lo cual es algo buenísimo. Es casi un acto de higiene.

Luis María Pescetti presentará Qué público de porquería el domingo 4 de junio, a las 17, en N/D Ateneo, y a partir del 22 de julio en horarios y lugar a confirmar.

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Imagen: Nora Lezano
 
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