Domingo, 4 de junio de 2006 | Hoy
FOTOGRAFíA > MARCOS LóPEZ PRESENTA A ATAúLFO PéREZ AZNAR
Cada vez que le preguntan qué fotógrafo influyó en su obra, Marcos López da la misma respuesta de un solo nombre: el platense Ataúlfo Pérez Aznar. Ahora, con motivo de la muestra en la que Aznar expone su poderoso trabajo sobre Punta Lara, su admirador se da el gusto y lo presenta como siempre quiso.
Por Marcos López
No hay salida. Es mentira que hay una luz al final del túnel. No hay ni una puta luz y no anda el foquito que se tendría que prender cuando uno abre la heladera. Encima, la cerveza no tiene gas y ni siquiera está bien fría. Solamente tomé un vaso y, como siempre, la tapé mal, floja, con la misma tapita. Obvio que se le iba a ir el gas.
La voy a tomar igual porque no hay otra, y no voy a bajar ahora a ver si está abierto el quiosco de mierda ése de la esquina que siempre te vende la cerveza caliente, y la chica que atiende se hace la boluda y pone cara de “si no te gusta, andá a comprarla a otro lado”. Me da bronca porque sabe bien que a esa hora no hay otro lado. Encima, si te olvidás el envase, por más que uno sea cliente, te cobra un peso cincuenta. Te da un papelito como comprobante, todo sucio, asqueroso, que yo siempre tiro apenas doy un paso más allá del campo de su mirada. Prefiero perder un peso, hasta dos pesos, que meterme en el bolsillo ese papel mugriento, manoseado, todo pegoteado de cinta scotch. Ella tiene la desfachatez de llamarlo ticket. Las pocas veces que lo guardé, lo perdí. Y si le querés devolver la botella sola, sin el ticket, no la acepta. Además, no me saluda. Se hace la que no me conoce...
Por lo menos, los días de semana, cuando uno está ocupado, trabajando, yendo de acá para allá, viendo si alguien te hace el favor de atenderte un rato el negocio para poder acompañar a tu suegra al Centro de Gestión y Participación que le corresponde para sacar la constancia que hace falta para que un juez le autorice de una vez la pensión por invalidez, o se te rompió la correa de distribución del remís, o qué sé yo qué otro de los infinitos problemas que hay de lunes a viernes, por lo menos uno casi no piensa. Mejor dicho, no siente. O hace como que no siente. Sigue adelante. Resuelve. Vive.
Los sábados no se cuentan. Pero los domingos habría que borrarlos de la faz de la tierra. Más aún cuando prácticamente la única opción es venir a pasar un rato al “aire libre” al lado de este río marrón, sucio, poluido.
Tal vez la culpa no la tenga Punta Lara. Tal vez los que van a Pinamar, o a Punta del Este, sienten lo mismo. Pero, ¿a mí qué me importa? Si lo que me pasa, me pasa acá, en Punta Lara, y tampoco puedo evaluar la idea de ir a otro lado porque no tengo plata. Me invade un vacío, un arbitrario e injusto escepticismo cuando veo a la gente tomando mate, jugando a la pelota en la arena, pasando el rato, sacando las bolsas con comida de la puerta de atrás de la Estanciera, prendiendo el fuego para el asado, disfrutando “en familia”.
Esta crudeza está en las fotografías de Ataúlfo. También tienen algo de resentimiento. Está trabada la puerta de emergencia y el humo del incendio dentro de la discoteca ya no deja ver ni respirar. Te mirás a los ojos con el de al lado con la certeza de que en pocos minutos vamos a morir todos los que no pudimos salir de este galpón inmundo. Pero afuera la vida sigue. Y uno siente la necesidad de dejar una crónica, una opinión, un registro. El cazador no para. Camina por la llanura, hambriento. Va con su Hasselblad colgada a la altura de la cintura y dispara como si estuviera cazando perdices.
Por eso yo siempre digo que me gustaría dedicarme a la pintura. ¿A mí qué me importa si el momento es decisivo o no? Y además, para no lidiar con la realidad, con la gente... para descansar un poco de la necesidad de andar opinando sobre el género humano, sus usos y costumbres, el contexto histórico... El devenir cultural y socioeconómico de nuestros países cada vez más imposibilitados de vivir con una mínima dignidad. Y Lula riéndose en la cumbre de presidentes en Viena cuando se le tendría que caer la cara de vergüenza por lo que pasa en las cárceles de San Pablo. No hay excusas. Lo único que importa es que nuestras madres no nos acariciaron lo suficiente y todavía nos dura la frustración provocada por el sistemático desaire de todas las chicas que no quisieron bailar, ni besarnos en la boca en nuestra pinche, cabrona y chingada adolescencia.
Y lo principal: el dolor permanente, continuo, de todas las almas que se tragó este maldito río. Pero ahora de ese tema prefiero no hablar.
A mí me gustan las fotos de Ataúlfo. Me gusta el “error” compositivo que se permite dentro del cuadrado de la seis por seis. Lo siento necesario. Verdadero. Su técnica está en el exacto punto que la imagen necesita. Sus blancos quemados y sus negros pasados de negro. Es una frase hecha y no me importa: el arte de la periferia necesita tener en su esencia la textura del sonido de una banda de rock de garaje. Pero también debe tener otros ingredientes mágicos, con el mismo tono de error, de desafinación. Por ejemplo, un mix de Luca Prodan cantando “Mañana en el Abasto” con las imágenes sublimes de Ramón Ayala cuando canta “El Cosechero”: “De Corrientes vengo yo, Barranqueras ya se ve. Y en la costa un acordeón, gimiendo va su lento chamamé... Rumbo a la cosecha, cosechero yo seré”. Y así sigue. Haciendo del Alto Paraná el epicentro poético del Universo.
Cuando me preguntan en una entrevista a quiénes siento como figuras influyentes en mi obra, contesto: “Antonio Berni, Alberto Heredia, David Hockney, Pablo Suárez”. Y el entrevistador siempre reacciona diciendo lo mismo: “¿Y ningún fotógrafo?”. “Sí –contesto–. Hay uno: Ataúlfo Pérez Aznar, que es de mi misma generación y vive en La Plata.” A propósito no nombro algunos otros, que también me gustan y de los que tomé cosas, como Lorca di Corcia, Jeff Wall, Mapplethorpe, Travnik, Humberto Rivas... Me gusta citar a Ataúlfo como única referencia.
Y en el fondo es verdad. Cuando vine a vivir a Buenos Aires, desde Santa Fe, hace como 25 años, para ser fotógrafo como objetivo primordial de mi vida, creo que fue muy importante para mi formación las visitas que hacía a La Plata a la Casa-Taller de Ataúlfo y Hellen Zout, también fotógrafa, su esposa en esa época y madre de sus hijos mayores.
Mirábamos pilas de fotos de prueba, con unos flashazos directos que te paralizaban la respiración. Algo de todo eso está en mi obra.
Tomo un descanso. Vuelvo a mirar las fotos de Punta Lara. Trato de encontrar un espacio de optimismo, pero no puedo. Miro la cara, los gestos de esa pareja que está frente al Volkswagen y quedo absolutamente desarmado. Aparece Diane Arbus. También por suerte me viene la melodía y la letra de “Aguas de marzo”, la canción de Tom Jobim. Me pregunto por qué. Se me ocurre una asociación, tal vez obvia... Es que en marzo pasado, un domingo a la tarde, después de almorzar en su casa, Ataúlfo nos llevó a visitar Punta Lara. Fuimos con toda la familia, con las esposas, con los niños. A los nuestros los dejamos meterse desnudos en el río. Que corran, que traguen sus aguas non sanctas. Que se sumerjan en la mismísima barrosidad del problema. ¿De qué otra cosa se podrían contagiar más que de la vida misma?
Un domingo a la tarde del final del verano frente al Río de la Plata, en Punta Lara, les puedo asegurar que es una experiencia fuerte. Reveladora. Es aconsejable huir antes de quedar atrapados en el crepúsculo. El porqué y el para qué. El domingo y el lunes. La vida y la muerte. El río marrón de los conquistadores y el mar azul turquesa de los piratas filibusteros.
Entonces apareció Jobim. Apareció para darme oxígeno. Cariño. Para cerrar el duelo. Para curar las heridas con la dulzura y la sencillez de sus versos: las lluvias lloviendo y el viento ventando. El final del verano. La promesa de vida. El palo. La piedra. El fin del camino.
Por suerte está Jobim. Si no, todo resultaría demasiado difícil, demasiado cuesta arriba. Digamos que seguir adelante resultaría imposible.
Punta Lara 1982-2006
Ataúlfo H. Pérez Aznar
Centro de Fotografía Contemporánea
La Plata (diag. 77 Nº 447 e/ 5 y 6)
Hasta el 22 de julio
Del lunes a viernes de 16 a 20.30 y sábados de 10 a 13. Entrada libre y gratuita.
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