Domingo, 4 de junio de 2006 | Hoy
RESCATES > METROPOLITAN, UNA JOYA PERDIDA, AHORA EN DVD
Hace poco más de quince años, un ignoto director llamado Whit Stillman estrenó una película que fue celebrada como la llegada del verdadero heredero de Woody Allen, con smoking y libros de Jane Austen, Fitzgerald y Tolstoi bajo el brazo. Pero dos películas después, Stillman prácticamente se esfumó de las pantallas. Ahora, el lanzamiento en DVD de aquella joya y el anuncio de su regreso como director devuelven la esperanza.
Por Rodrigo Fresán
Prueba incontestable de la existencia de un dios generoso –o por lo menos de la soberana inteligencia del hombre– es la existencia de The Criterion Collection. La anterior afirmación, un tanto fuera de lugar pero justo en el blanco, bien podría ser pronunciada por alguno de esos adorablemente insoportables personajes de las películas de Whit Stillman jugados por Chris Eigeman, uno de sus dos actores fetiche. Siempre tendremos The Criterion Collection: perfectas ediciones de perfectos DVD de películas perfectas corregidas y aumentadas con imagen y sonido perfectos, escenas descartadas, documentales varios, libritos con ensayos a cargo de especialistas indiscutibles y bandas alternativas con comentarios del director y cast. Y, ya saben, la cajita de François Truffaut reuniendo la totalidad del Ciclo Doinel, las ediciones especial de 8 1/2 o El tercer hombre, la otra cajita de Cassavetes, la versión definitiva de Con ánimo de amar y Sirk, Renoir, Bergman, Hitchcock, Kurosawa, Cocteau, Altman, Buñuel, Lean, Kubrick... Todos esos títulos y todos esos nombres que uno –todos– querría tener. Y ahora, en lo que puede ser considerado una gran reparación histórica, The Criterion Collection ilumina y llena un agujero negro. The Criterion Collection ahora tiene y contiene –para que, al fin, la tengamos nosotros– a la Metropolitan de Whit Stillman.
Cuando se estrenó en 1990, Metropolitan fue una rareza. Más de una década y media después, Metropolitan sigue siendo una de esas encantadoras y muy contadas anomalías del sistema pero, además, ha ganado para sí una pátina de casi secreto clásico moderno. No importa que entonces recibiera grandes elogios de la crítica, disfrutara de una más que saludable recaudación y que su guión fuera nominado a un Oscar que, nada es perfecto, acabó llevándose Ghost. Lo que tal vez provocó su “desaparición” –algo parecido ocurrió con Barcelona (de 1994, que se consigue en completo DVD) y Los últimos días del disco (de 1998, DVD descontinuado y a más de 90 dólares en las subastas de Amazon.com), las otras dos piezas de una trilogía delicadamente autobiográfica donde no se cuenta la vida de Stillman pero sí se reproducen los “ambientes” de su vida– es la dificultad para situar a Stillman en ese momento en que el cine indie comenzaba a consagrarse. El problema entonces –la ventaja ahora– es que lo que hacía y siguió haciendo Stillman poco y nada tenía que ver con lo de Hartley, Jarmusch, los Coen, Soderbergh y un largo etcétera. (Hoy, los fans de Metropolitan van más lejos y acusan a Wes Anderson –The Criterion Collection también canonizó Rushmore y Los excéntricos Tenenbaum— de robarle a Stillman los laureles que eran de él y sólo de él.) Las primeras relaciones que se le buscaron fueron las más obvias: Stillman parecía descender de Woody Allen y Eric Rohmer y –si se trataba de sonar muy snob– del Bande à part de Jean-Luc Godard. Pero no. En realidad Stillman no bebía del celuloide sino que se alimentaba de papel y tinta: su adorada sin atenuantes Jane Austen (Metropolitan puede ser vista como una muy libre relectura de Mansfield Park), León Tolstoi, Samuel Johnson, el F. S. Fitzgerald de los relatos de Basil y Josephine, el J. P. Marquand de The Late George Apley y el J. D. Salinger de “Justo antes de la guerra con los esquimales”.
Así, Metropolitan narra varias noches y veladas durante las vacaciones de Navidad de un grupito de chicos acomodados de la neoyorquina Park Avenue al que se les arrima –fascinado, sin entender muy por qué o para qué– el más pobre Tom Townsend, del Upper West Side quien, en realidad, se muere por pertenecer a lo que sea aunque ello signifique tener que gastar el poco dinero que tiene en alquilar un smoking que nunca tuvo. Pocos escenarios, 100.000 dólares de presupuesto, personajes perfectamente delineados en sus gracias y miserias, más que citables líneas de diálogos (escalofriante la escena en que dos de estos jóvenes de familias vieux riche se encuentran con un colega mayor que ellos quien les anticipa el inevitable y exitoso fracaso que se les viene encima) y formidables teorías donde destacan el “No tienes que leer un libro para opinar sobre él. Yo nunca leí la Biblia” o la puesta en marcha y práctica de la sigla U.H.B. (o Urban Haute Bourgeoisie) que tanto atormenta a Charlie Black (Taylor Nichols, el otro actor fetiche de Stillman) y quien vive sufriendo por el inminente fin de su clase. De este modo, el Tema de Metropolitan y el Territorio de Stillman –como los de Barcelona y The Last Days of Disco– podría resumirse y bautizarse, muy austenianamente, como Vicios y Virtudes o lo que ocurre cuando las para Stillman sanas ideas conservadoras se ven amenazadas por las fugaces actitudes y modas de “los de afuera”. De ahí que los “buenos de la película” en Metropolitan sean este puñado de jovencitos frívolos, pero de inexperto corazón limpio (aunque el adicto a la ironía que es Nick Smith se sienta y crea tan duro y curtido) acechados por el corrupto advenimiento de la nobleza decadente y tan grosera de Rick Von Sloneker quien, horror de horrores, lleva su pelo largo recogido en una coleta. De ahí –como bien define Luc Sante en su ensayo para el cuadernillo de The Criterion Collection– que Metropolitan sea, “después de todo, una película sobre chicos que se ha mantenido admirablemente fresca. Se trata, como debe de ser todo producto de buena ascendencia, de algo con firmes raíces y fuertes ramas”.
Y la postergada aparición en DVD de Metropolitan –celebrada en todas partes– ha provocado una merecida y comprensible curiosidad por la desaparición de Stillman. “¿Dónde está?” y “¿Qué ha sido de él?”, son preguntas habituales en la prensa que se responden –a falta de datos precisos– recorriendo su amplia vida y su hasta ahora breve obra. Se sabe que nació en Nueva York en 1952 como John Whitney Stillman, que creció en Cornwall, que es el hijo de una empobrecida debutant de Filadelfia y de un político demócrata de Washington D. C. Se sabe también que se graduó en Harvard en 1973, que comenzó como periodista en Manhattan y fue responsable de una reputada y chismosa página de sociales (a la que todavía, de tanto en tanto, contribuye), que en realidad siempre quiso ser escritor, que en alguna ocasión afirmó que sus películas serían flashbacks desde el presente de sus héroes en sus libros (Stillman llegó a anunciar una novela de título Metropolitan que nunca salió a la venta y, en el 2000, publicó la “secuela” de su tercera película –un logrado artefacto metaficcional en el que años más tarde a uno de los personajes le encargan la “novelización” del film– con el título de The Last Days of Disco, With Cocktails at Petrossian Afterwards y editada en España, en el 2002, como Cócteles y caviar). Se conoce que se mudó a Barcelona y que trabajó como “agente de ventas” del director Fernando Trueba (y “haciendo de norteamericano” en varias películas españolas) y que volvió a N. Y. para abrir una agencia de ilustraciones y escribir, a lo largo de cuatro años, el guión de Metropolitan. Más tarde volvió a España para filmar la magnífica y “politizada” Barcelona –a la que definió como su Oficial y caballero pero con este título refiriéndose a dos hombres en lugar de a uno; otra vez con Taylor Nichols y Chris Eigeman y una Mira Sorvino en la piel de la definitiva catalana pija y reventadita– y regresó a la patria chica para recordar, opus tres, sus noches y días circa Studio 54 (allí conoció a su esposa, española de nacimiento) donde, entre raya y raya y entre trago y trago, se dicen cosas como “OK, la tortuga le ganó a la liebre una vez. Pero a quién se le puede ocurrir que la liebre volverá a dejarse ganar por una tortuga. El problema de las fábulas es que se limitan a un muy pequeño encuadre de tiempo y espacio y, sin embargo, la gente las asume como enseñanzas para todo el mundo y por toda la eternidad”.
Días atrás –lento pero veloz, comentando la resurrección doméstica de Metropolitan– fue el mismo Stillman quien, en un breve y conciso artículo para The Guardian, puso las cosas al día. Fracasados sus proyectos de films sobre la Revolución Cultural china y sobre la revolución norteamericana (por culpa de The Patriot, con Mel Gibson, a la que detesta sin piedad), Stillman se fue a vivir a París, dirigió un episodio de la serie Homicide, intentó escribir un guión para televisión sobre “la guerra de las radios” y otro sobre “las iglesias de Jamaica”. Y Variety acaba de anunciar que Stillman pronto dirigiría su primera película sin guión propio: una adaptación de la novela graciosa-política Little Green Man de Christopher Buckley firmada por otros. Lo que es un poco desilusionante. Pero, aunque Stillman no lo mencione, parece que su carta más fuerte y su as en la manga son otros. Y alguien de su entorno filtró la noticia en Internet: un guión original titulado Winchester Races combinando Sanditon y The Watsons, las dos novelas inconclusas de Jane Austen. Con lo que el círculo de Stillman –quien casi dirigió la adaptación que Emma Thompson hizo de Sensatez y sentimiento– se abrirá para cerrarse: otra vez chicos ricos con tristeza, antepasados de los de Metropolitan, agitados por los vientos de cambio pero, aun así, calentitos frente a las chimeneas de sus buenas y venerables fortunas de entonces y tarde o temprano, al amparo y bajo la protección, roguemos porque así sea, de The Criterion Collection.
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