CINE > EL REGRESO DE SUPERMAN
A fines de los ’70, cuando el cine todavía no se ocupaba de los superhéroes, un grupo de lujo se encargó de hacer entrar a su máximo emblema por la puerta grande: Richard Donner (que venía de filmar La profecía), Mario Puzo (que venía de escribir El Padrino), Gene Hackman (que venía de hacer Contacto en Francia) y el debutante Christopher Reeve mostraron por primera vez cómo combinar efectos especiales y humor. Treinta años y otras tantas películas de superhéroes después, Superman regresa. Internet, la Biblia, el 11-S y la militancia gay lo esperan.
› Por Mariano Kairuz
Algunas cosas que se dicen sobre Superman y que podrán confirmarse o refutarse ahora que está de vuelta en el cine por primera vez en casi veinte años (mientras Batman se mantenía ocupado estrenando cinco películas, reiniciándose dos veces y cambiando de actores otras cuatro):
Y tan así será, que Superman regresa no se propone redefinir ni reinventar a su protagonista, como sí buscaron hacerlo el último Batman (cada vez más oscuro), El Hombre Araña (tan lleno de angustia adolescente) y los X-Men (tan marginales y tan militantes). Es más: Superman regresa está tan apegada a la película de Richard Donner de 1978 (que apareció en una época en que Hollywood no hacía películas de superhéroes) y a la imagen que Christopher Reeve dejó marcada en el imaginario pop; tan decidida a evidenciar su filiación, que la idea principal parece haber sido no innovar y hacer una rara secuela y a la vez una remake de aquélla. Usando otra vez y mucho la banda sonora de John Williams, clonando los efectos visuales de la secuencia de títulos y hasta el esquema argumental; poniendo en el lugar de Reeve a un actor que se le parece un poco físicamente, y hasta resucitando escenas de archivo (las grabadas por Marlon Brando en el papel de Jor-El, el padre del último hijo de Kriptón). Los actores (el debutante Brandon Routh por Reeve y Kevin Spacey por Gene Hackman, como Lex Luthor) parecen por momentos estar imitando a sus antecesores, aunque siempre con un poco menos de sentido del humor. Pero lo verdaderamente insoslayable de semejante inercia es que no haya una Metrópolis post 11-S, ni un nuevo Superman para esa Metrópolis. Al empezar la película, el kriptoniano regresa a la Tierra después de una ausencia de cinco años en los que se fue a visitar las ruinas de su planeta natal. Recién llegado, sentado en la granja de su madre adoptiva, ve por televisión imágenes de actividad militar. ¿Se habrá enterado de la caída de las Torres Gemelas, de las guerras en Afganistán e Irak? Si hay que tomar en cuenta la fecha de estreno de la película, todo indica que salió de viaje justo a mediados de 2001, en un caso de muy mal timing para la humanidad.
El director Bryan Singer dice que se le cruzó por la cabeza hacer que Superman hiciera una parada en el Ground Zero, pero luego lo descartó. De alguna manera, la película crea su propio Ground Zero, en el momento en que miles de habitantes de Metrópolis asisten al espectáculo, tan icónico, de la caída del héroe desde las alturas, dejando con su impacto un enorme cráter en medio de la ciudad. Y sin embargo esta vez Metrópolis es menos obviamente neoyorquina que en las películas con Reeve, donde se exhibían sin pudor, una y otra vez, la Estatua de la Libertad y el World Trade Center. En el mundo según Superman todo sigue igual, y si en el modelo 1978 decía estar en el planeta, no sin un dejo de ironía (la historia era de Mario Puzo, el autor de El Padrino, pero difícil saber si se le pueden atribuir estas palabras), para luchar por “la verdad, la justicia y el American Way”, ahora se habla, más prudentemente, de tan sólo “la verdad y la justicia y...”, puntos suspensivos, como para que el resto lo llene el espectador que todavía crea en esas cosas.
Y la verdad que hay mucho de eso acá, pero también lo había en la película de 1978, y Marlon Brando era muy funcional a toda esta idea. No sólo su personaje, El Padre, que dice enviar “a mi único hijo” para salvarlo de la destrucción de su planeta natal, pero también para salvar a ese pueblo (a nosotros, los seres humanos) de gente que es potencialmente buena, pero que necesita “una luz que les muestre el camino”. Sino también era funcional el propio Brando, su modo de decirlo, tan seguro, tan capitán Kurtz pero antes de perder las esperanzas del todo, y vestido tan de blanco-profeta. Hay otra frase, según la cual “el hijo se convierte en el padre y el padre en el hijo” (que, además, “nunca estará solo en la Tierra”) que pronunciaba Brando y que la nueva película se apropia con la obvia intención de confirmar las intenciones alegóricas de todo el asunto. A lo que se suma lo de siempre: esos nombres de resonancias tan bíblicas como son Jor-El y Kal-El; la caída a la Tierra (que tanto en las versiones ‘78 como ‘06 es a bordo de una nave con puntas como los destellos lejanos de las estrellas) y otros apuntes-parábola que pueden leerse en Internet, en las notas de un tal Stephen Skelton, autor de un texto titulado El Evangelio según el superhéroe más grande del mundo. De todas maneras, no es un caso aislado de sobreinterpretación, sino uno de autoconciencia de los guionistas de la película, que viene avalado por declaraciones de Singer, Tom Mankiewicz (guionista ‘78) y todos los críticos norteamericanos que la reseñaron hasta ahora. Se sabe que, en la etapa de casting de la película, Jim Caviezel –que no daba nada mal, aunque más no fuera físicamente– expresó sus ganas de ser el nuevo Superman. Singer lo descartó por ser demasiado famoso, pero una razón más válida todavía hubiera sido el hecho de que Caviezel venía de protagonizar La Pasión de Cristo (según Mel Gibson): eso sí que hubiera sido demasiado.
En realidad, toda la cuestión, multiplicada al infinito en Internet, fue disparada por una portada de la revista lésbico-gay norteamericana The Advocate publicada antes del estreno de la película. La tapa no preguntaba “¿Es el nuevo Superman gay?” sino “¿Qué tan gay es Superman?”, acompañando el titular con una foto de Brandon Routh, elegido. La nota, de Alonso Duralde, editor de espectáculos de la revista y autor del libro 101 películas que todo hombre gay debe ver, es bastante menos categórica que la portada que la anuncia, limitándose a exponer una tesis en tres puntos: 1) como la mayoría de los niños gays, los superhéroes deben mantener su diferencia en secreto; 2) las historietas son como telenovelas (con sus intrigas pasionales narradas por entregas), y 3) con sus calzas ajustadas y sus físicos de gimnasio los superhéroes son muy hot. Hay que decir, más allá de la capacidad argumentativa de esa nota en particular, que el planteo no era del todo infundado: no sólo por las imágenes del un tanto andrógino Routh (una sensación que por momentos parece haber sido realzada digitalmente), sino porque Singer, que es gay, suele hablar ante la prensa sobre su orientación sexual que supo postular en sus dos películas de los X-Men obvios paralelos sobre la marginación y el coming out homosexual. Sin embargo, es él mismo quien ha intentado dar por terminada la discusión diciendo que Superman “es probablemente el personaje más heterosexual de cualquiera de mis películas”. A todo esto, según informaba la base de datos sobre cine www.imdb.com días atrás, en EE.UU. la Warner se desvive por reformar su campaña publicitaria a toda velocidad y todo lo necesario para acabar con los rumores sobre la sexualidad del protagonista de una franquicia muy conservadora que obviamente esperan poder conservar y exprimir durante al menos una década.
Superman Returns se debate entre el imperativo de humanizar a su protagonista como lo han venido haciendo las últimas películas de superhéroes (como Batman, por ejemplo, que no tiene otro superpoder que una herencia multimillonaria para dilapidar en juguetes hi tech), y su infinita superioridad que lo distancia de manera insalvable de todos los habitantes de su planeta adoptivo. El problema de Superman es que es distinto, pero a la vez le gustaría tener amigos y novia; al final del día se va a descansar a ese lugar tan frío y autocompasivo llamado La Fortaleza de la Soledad, pero probablemente preferiría pasar las noches con Luisa Lane y los hijos de ambos en una casita suburbana. El Superman de Brandon Routh está modelado sobre el de Christopher Reeve (en especial cuando se transforma en Clark Kent), pero es un poco más ajeno, más callado y más triste y melancólico. También un poco más artificial, quizá debido a las lentes de contacto azules. Y tiene el jopo, pero le falta onda: con Lane, con Lex Luthor, con la humanidad; como si después de volver de su paseo por los despojos de Kriptón hubiera asumido de manera definitiva su extranjería.
En sus dos primeras películas Christopher Reeve se divirtió con esos momentos en los que la sagaz Luisa Lane –que interpretada por Margot Kidder era más sagaz que nunca; no por nada siempre se la comparó con la Katharine Hepburn de los ‘40– casi lo descubría. Acá alguien se entera, pero eso es toda una subtrama que no hay que contar; lo increíble es que justo ahora que Superman regresa a la Tierra después de tomarse un lustro sabático, Kent vuelva a su escritorio en el Daily Planet tras pasarse exactamente el mismo tiempo afuera, delante de las narices de tanto periodista, y que todos sigan sin darse por enterados. Debe ser por los anteojos.
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