MúSICA > EL FENóMENO DE LOS NATAS
Lenta, pesada, psicodélica, casi sin palabras, fuera de este mundo: así es la música de Los Natas, una de las bandas argentinas más prolíficas, extrañas y prestigiosas de los últimos años, verdadero planeta solitario de rock libre indefinible y voluntad de alterar los sentidos. Un grupo sin difusión y sin videos, asentado en el circuito internacional y capaz de tocar con Mötorhead y en la Creamfields el mismo fin de semana.
› Por Martín Pérez
A medio camino entre Pink Floyd y Black Sabbath. Entre Pappo’s Blues y Vox Dei. Rock libre, psicodélico y pesado. Ante el pedido de una suerte de presentación para la música de Natas, Sergio Chotsourian acepta el juego y comienza a desgranar posibles definiciones, mientras su compinche Walter Broide asiente sonriente ante cada una de ellas, pero al mismo tiempo dice que no, porque sabe que algo está quedándose afuera. “Una cosa más sensorial”, trata de explicar Walter, que se ríe de la frase cursi y publicitaria que se escucha diciendo: música para tus sentidos. Pero razón no le falta. Después de doce años de existencia, y tras una búsqueda de un lugar propio que los llevó a encontrar un lugar en la escena stoner de California, Los Natas ocupan hoy dentro del rock local un sitio que se define de manera casi tautológica. Si en sus lejanos comienzos recuerdan que el público le huía a su sonido tanto en recitales heavies como en afterhours de habitués de discoteca, ahora pueden esgrimir con orgullo haber tocado casi en un mismo fin de semana como teloneros de Mötorhead y como invitados en la Creamfields. Sin difusión, sin videos y casi sin sonar el radio, se puede decir que son un fenómeno único.
Ante la ausencia con aviso del bajista Gonzalo Villagra, los dos miembros fundadores del grupo se permiten jugar a recordar aquellos comienzos. Sergio explica que todo empezó por un accidente. “Yo me dedicaba a saltar rampas en bicicleta, pero se me reventó la pierna”, explica. Postrado todo el día, medio colgado por los remedios que le anestesiaban el dolor, Sergio se consiguió una guitarra y un pedal, y comenzó a tocar. “Como sacar canciones se me hacía muy difícil, empecé a buscar mi propio sonido.” Por su parte, Walter venía del jazz, y estudiaba para ser sesionista cuando se cruzó con Sergio que, ya recobrado de su accidente, buscaba compinches para seguir buceando en ese sonido propio. “Me acuerdo que me pasó una cinta de algo que sonaba como los Doors, pero ultrapesado, sin sutilezas.” A la media hora de juntarse a tocar, Sergio y Walter se dieron cuenta de que eso era lo suyo. Consiguieron un bajista y tenían una fecha para tocar antes de que hubiesen elegido un nombre. Casi como un chiste adolescente, Natas es sencillamente Satán al revés. “Nos dimos una oportunidad para cambiarlo, pero no se nos ocurrió algo mejor”, explica Sergio. “Pero nuestra gran decisión fue la de agregarle el artículo antes del nombre, decidir que éramos Los Natas y no sólo Natas. Porque eso significó cantar en castellano, asumir nuestra historia.”
Aquella mañana de 1997 en que volvió a su casa y escuchó los mensajes en el contestador aún está grabada en la memoria de Sergio. El grupo había terminado su primer cassette, y esa cinta fue como una botella al mar. “Alo, hello. Tu cinta es awesome. We want to make negocio”, decía el mensaje que le permitió al grupo ingresar por la puerta grande a la escena stoner norteamericana. “Por entonces éramos demasiado blandos para los heavies locales, y demasiado pesados para el resto. No encontrábamos un lugar acá. Y lo encontramos afuera.” Dos discos grabados en los Estados Unidos, giras con grupos bien anclados en el género como Nebula, y elogios por todos lados no los hicieron perder el objetivo de encontrar ese lugar propio. “Nunca quisimos tocar mejor para poder tocar más notas, sino para poder hacer mejor lo que queríamos hacer”, recuerda Sergio, que precisa que no se dejaron llevar por la moda, el flequillo, los peinados ni los riffs. “Para nosotros la música es lo más preciado que nos puede pasar. Nuestro mayor triunfo es cuando en la sala de ensayo nos damos cuenta de que acabamos de tocar justo lo que nos pasa. Todo lo demás, es algo extra.”
Una de las cosas más fascinantes de la música de Los Natas es que abre las puertas de la percepción. O, más bien, exige que estén bien abiertas. Porque es difícil hacer otra cosa escuchando Los Natas: hay que entrar o quedarse afuera. Y, también, porque es música que altera las percepciones. Literalmente hablando, claro. Porque sus primeros discos están tocados con los instrumentos afinados dos octavas por debajo, y porque en sus shows se suelen acompañar con películas pasadas a otra velocidad, o simplemente al revés. Hay quienes recuerdan un show en el Festival de Cine de Mar del Plata, con la película Microcosmos de fondo. Y aún es mítica una de los primeras fechas, en la que exhibieron Tiburón en cámara lenta, y en reversa. “Nosotros nos reímos siempre de la realidad, porque no es lo que es. Hay cosas más profundas.”. Y eso es lo que persigue su música. Tanto en los dos primeros discos editados como simplemente Natas, Delmar (1998) y Ciudad de Brahman (1999), como con el artículo anteponiéndose al nombre en el contundente Corsario Negro (2002), el fascinante doble Toba Trance (2004), las sesiones grabadas en Alemania y bautizadas München sessions (2005) y el flamante El hombre montaña (2006), que tiene un tema de ¡sólo cuatro minutos!, con video y todo. En ese camino, el grupo consiguió sumar a Villagra, el bajista que ha quedado como definitivo, y también al productor Billy Anderson, que se sumará al grupo como invitado en sus próximas fechas, en las que seguirán desplegando ese sonido y disfutando de ese lugar propio, tan bien ganado. “Cuando vino a grabarnos por primera vez fue en medio de la crisis. No podíamos sacar del banco la poca plata que teníamos para pagarle, pero vino igual. Es algo difícil de encontrar: un norteamericano sensible.”
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