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Domingo, 24 de septiembre de 2006

POLéMICAS > EL PAPA Y EL ISLAM

El rottweiler de Dios se muerde la cola

El discurso del Papa en la Universidad de Regensburg desató una ola de reacciones en el mundo musulmán que ahora el Vaticano encuentra difícil de apaciguar. Para el periodista y extraordinario polemista inglés Christopher Hitchens, Ratzinger no sólo cometió un error innecesario, sino que lo ha hecho con argumentos que deberían avergonzar a Occidente.

 Por Christopher Hitchens

Hay muchos Papas dentro de la Cristiandad –la Iglesia Copta tiene uno, la Iglesia Ortodoxa Oriental también tiene un Patriarca o Santo Padre–, pero hemos adquirido el hábito de usar el término para describir sólo al obispo de Roma (como lo describen los 39 Artículos de la Iglesia Anglicana) y esto es una pena por muchas razones. Le confiere una especie de autoridad suprema al líder de apenas una secta cristiana, y por eso ayuda a darles la impresión a los no cristianos de que el representante del catolicismo romano representa mucho más de “Occidente” de lo que en realidad representa.

En un intento de revivir su Iglesia moribunda con una visita a Alemania, donde las congregaciones romanas son cada vez más escasas, Joseph Ratzinger (siempre voy a pensar en él con este nombre) se las ha arreglado para hacer un moderado daño –y para no hacer nada bueno en absoluto– en la tensa y crispada discusión que se desarrolla entre Europa y el Islam. Recomiendo que lean el texto completo de su discurso en la Universidad de Regensburg hace dos semanas.

Después de una introducción muy superficial, Ratzinger fue directo a su cita elegida, tomada del emperador bizantino del siglo XIV Manuel II. Este monarca supuestamente una vez entró en debate –el momento y lugar precisos se desconocen– con un persa anónimo. El tema era el Cristianismo y el Islam. El bizantino le pide al persa que le muestre “qué ha traído Mahoma que sea nuevo, y allí encontrará cosas que sólo son malvadas e inhumanas, como la orden de difundir la fe que predicaba con la espada”. Pero, entusiasmado en su propio tema, el monarca purpúreo de Constantinopla habría agregado: “Para convencer a un alma razonable, no se necesita un brazo fuerte, ni armas de ningún tipo, ni otras maneras de amenazar a una persona con la muerte”.

Ahora, no hace falta ser musulmán para pensar que esta cita es una perfecta hipocresía en boca del obispo de Roma. No hubiera habido una cristiandad bizantina o romana si la fe no hubiese sido inculcada y difundida y mantenida con todo tipo de violencia, crueldad y coerción. Para tomar el ejemplo favorito –y autocompasivo– del Islam: fueron los cruzados católicos quienes saquearon e incendiaron Bizancio en su camino a Palestina, y eso fue sólo después de que metódicamente atacaran a los judíos, así que el mundo musulmán fue en realidad sólo la tercera víctima de esta barbarie. (La mejor fuente de estos hechos es la Historia de las Cruzadas de Sir Steven Runciman). Sin embargo, de todas las palabras que podría haber elegido para sugerir que la religión desea quebrar su vieja conexión con la conquista, la intolerancia y la subordinación, Ratzinger tuvo que elegir un ejemplo diseñado para recordar a sus oyentes los crueles excesos del período medieval. Su mención de Manuel II evidentemente no fue accidental o anecdótica. Se refiere a él varias veces y vuelve a mencionarlo otra vez en el párrafo de cierre, como para remarcarlo.

Y por supuesto ahora escuchamos, predeciblemente, las patéticas y poco convincentes disculpas formuladas por su vocero y finalmente por el propio Ratzinger. Esto sólo servirá para convencer a los enfurecidos musulmanes de que, amenazando con represalias, llamando a cortar las relaciones diplomáticas con el Vaticano y desencadenando otras cuantas fatwas sanguinarias, podrán forzar otro retiro. Las cosas habituales han sucedido: el asesinato de una monja en Somalía y el ataque a iglesias cristianas en Palestina. Así continúa el “diálogo” ecuménico.

Al leer el grueso del discurso, sin embargo, es posible darse cuenta de que, si hubiera nacido en Turquía o Siria en vez de en Alemania, el obispo de Roma podría haberse convertido en un perfecto musulmán ortodoxo. Raztinger se permite desconfiar del Islam porque reclama que su revelación es la absoluta y final, pero él describe a Juan, uno de los apóstoles, como el que pronunció “la última palabra sobre el concepto bíblico de Dios”, y donde los musulmanes creen que Mahoma entró en trance y tomó dictado de un arcángel, Ratzinger acepta como verdadera la igualmente desopilante leyenda de que a San Pablo se le ordenó difundir el evangelio durante una visión experimentada en un sueño. No entiende a Mahoma cuando dice que el profeta sólo prohibió la “compulsión en la religión” cuando el Islam era débil. (La relevante sura proviene de un período de relativa confianza.) Pero podría haber citado con facilidad las muchas suras que contradicen brutalmente este mensaje aparentemente benigno. El problema común es que, si se cuestiona demasiado la revelación y el dogma de otra religión, es una invitación al cuestionamiento de la propia. Eso es lo que ha sucedido en este caso.

Los musulmanes que protestan están siendo muy desagradecidos. Cuando se incendiaron las embajadas danesas a principios de este año, Roma sólo lanzó unas palabras de protesta sobre la inconveniencia de tiras cómicas profanas. En casi todas las otras confrontaciones entre el Islam y Occidente, o entre el Islam e Israel, el Vaticano ha o bien repartido la diferencia, o ayudado a hacer de ventrílocuo de las quejas musulmanas. Más que nada, cuando se dirigió a su público en Regensburg, el hombre que modestamente se considera el vicario de Cristo en la Tierra mantuvo un ataque constante a la idea de que la razón y la conciencia individual pueden ser preferibles a la fe. Pretende que la palabra “Logos” puede significar tanto “la palabra” como “Razón”, lo que es posible en griego, pero nunca en la Biblia, donde es presentada como la verdad celestial. Menciona al pasar a Kant y Descartes, deja fuera por completo a Spinoza y Hume, y deshonestamente trata de hacer parecer que la religión y la Ilustración y la ciencia son en última instancia compatibles, cuando todo esfuerzo del pensamiento libre siempre tuvo que mantenerse, con gran riesgo, en contra de la ilusión fantástica de verdades reveladas y sus representantes terrenales. Se dice con frecuencia –y lo dijo el propio Ratzinger cuando era un subordinado del último prelado de Roma– que el Islam es incapaz de una Reforma. No tendríamos siquiera esa palabra en nuestro lenguaje si la Iglesia Católica Romana se hubiera salido con la suya. Ahora su líder reaccionario realmente ha “ofendido” al mundo musulmán, mientras simultáneamente nos pide que desconfiemos de nuestra única arma confiable, la razón, la única que poseemos en estos tiempos oscuros. Un buen trabajo, que realmente no necesitábamos.

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