Domingo, 1 de octubre de 2006 | Hoy
TEATRO > MAURICIO WAINROT PRESENTA LA TEMPESTAD
La última obra de Shakespeare es una de las más complejas para interpretar, y quizá por eso mismo una de las más versionadas, por lo general de forma fallida. Ahora Mauricio Wainrot, director del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, se atreve al desafío con una puesta sorprendente: La tempestad llevada a la danza, con veintiséis bailarines y la música de Philip Glass.
Por Cecilia Sosa
“De todas las obras de Shakespeare, La tempestad y Sueño de una noche de verano comparten la triste distinción de ser las peor interpretadas y actuadas”, provoca Harold Bloom desde Shakespeare: La invención de lo humano. ¿Qué mejor desafío para Mauricio Wainrot –actual director del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, 11 años de coreógrafo residente del Ballet Real de Bélgica, animador de 44 compañías del mundo, con obras mostradas en los cinco continentes y que ahora llega de abrir la temporada del Teatro Bordeaux (el más antiguo de Francia) con El Mesías– para torcer el destino fatal que parece pesar sobre un clásico?
Este miércoles 4 de octubre, Wainrot pondrá en escena La tempestad en la sala Martín Coronado del San Martín. Será un megadespliegue: 26 bailarines, la compañía más talentosa del país y alrededores, 110 minutos de duración, un vestuario descomunal (a cargo del genial Carlos Gallardo), animación digital del grupo Workplace, música de Philip Glass y una enigmática sucesión de cuerpos regidos por el éxtasis de la danza.
Desde que, el 1º de noviembre de 1611, La tempestad se estrenó en el Palacio de Whitehall de Londres, subió a infinitos escenarios y tuvo siete versiones en pantalla grande. Entre ellas, un western, una fábula ecologista, un ensayo lisérgico y una película animada. Wainrot se anima a su propia versión, y a enfrentar una tormenta internacional.
¿Por qué Shakespeare y por qué La tempestad?
–La tempestad es una obra que me gustó siempre y desde que vi el film tan barroco de Greenaway, me quedé con ganas de hacerla. También fue fundamental La tempestad de Paul Mazursky (1982), que aunque no tiene nada que ver con el texto clásico y a mucha gente no le gustó, para mí fue muy importante. Es la última obra de Shakespeare y habla de la creación y del perdón. Me gusta el personaje de Próspero, un señor maduro, que mira la vida desde otro lugar. Un antiguo duque de Milán que busca venganza por haber sido usurpado de su poder nada menos que por su hermano. Sin embargo, consigue perdonar a sus enemigos y así perdonarse a sí mismo. Es increíble la sensación de liberación que produce el perdón. Y no lo digo desde un punto religioso. Creo que estar atado al odio y a la venganza es lo peor que nos puede pasar. Yo busco otra cosa.
¿Cuál?
–El futuro, la creación, la solidaridad... Pero también algo de lo tribal que alguien dijo que encontraba siempre en mis obras y con lo que me siento muy identificado. Creo que habla del individuo, pero no desde un costado narcisista sino desde un grupo social. Sinfonía de los Salmos, El Mesías o La consagración de la primavera tienen que ver con lo social y de alguna manera también con lo político. Aunque trato de no mostrar mis ideas políticas en la danza: las experiencias que he visto terminan siendo más panfletos que eventos artísticos.
¿Cómo leer La tempestad en Argentina 2006?
–Con el perdón. Próspero no se venga, perdona, y el perdón relaja. Los argentinos tenemos que perdonarnos muchas cosas. Hubo mucho dolor y mucha pérdida. Y no sólo de vidas humanas; también pérdida de tiempo, de posibilidades, hubo años y generaciones que se perdieron; y también se perdieron posibilidades de crecimiento, que también es algo muy doloroso. Vengo de Francia y me da cierta envidia ver cómo el Estado francés invierte en cultura y en educación. En eso también hablo de pérdida.
¿Cuál fue la escena inspiradora?
–La tempestad dentro de la tempestad. La obra de Shakespeare empieza con la tempestad que Próspero produce para vengarse, pero en mi versión la tempestad está en la mitad de la obra. Próspero es un amante de los libros, de las artes y de la ciencia, pero comete un error: no se hace cargo del poder que tiene. Y creo que eso es grave: me encantan los románticos, pero un romántico no tiene por qué ser naïf. Los argentinos también pecamos de “inocentes”, hemos sido muchas veces engañados por no querer ver la verdad, siempre estamos esperando que los demás se hagan cargo de nosotros. Próspero hace lo mismo: se interna en su ciencia y cede el poder a su hermano, que lo traiciona.
En la puesta hay muy pocos elementos: apenas libros y barcos...
–Sí, libros y barquitos. En la primera escena Próspero es una especie de Gulliver, parado en el medio del mar, con barcos que marcan su soledad. La soledad del exilio y la soledad que todos en algún momento vivimos o sentimos. Próspero está solo con sus libros y los personajes parecen ir surgiendo de esos manuscritos que él lee o escribe. Esos libros pueden ser también sus diarios.
También hay renuncia: Próspero abandona sus poderes, tira literalmente la varita mágica.
–Próspero renuncia a su condición de mago porque su hija Miranda ha encontrado el amor. El amor es lo que nos salva; el amor fraternal o el amor que encuentra Miranda en el hijo de su enemigo, una cita a los Montescos y Capuletos, hijos que se unen y se aman, y que también redimen a Próspero de su venganza.
Hay mucha energía puesta en circulación en la obra, casi un erotismo grupal.
–Absolutamente, pero eso tiene que ver con mi forma de trabajar. Hay cierta cosa erótica que va más allá del pensamiento. Cierta sensualidad más que erotismo. Tiene que ver con la vida.
¿Cómo puede ser llevada a la danza una obra de Shakespeare, donde tanta fuerza está puesta en la palabra?
–Es siempre una aventura que forma parte de la poética de cada artista. Mi poética es el movimiento, el gesto, las imágenes, la música. Shakespeare tiene su libreto y yo el mío; él tiene la palabra y yo el mutismo.
¿Cómo es “tener el mutismo”?
–Me encanta. Hay muchos códigos de encuentro y la danza es uno de los mayores. La sensibilidad de tocarse, sentirse, olerse. La animalidad. Por más que la danza sea exquisita en el refinamiento que busca del movimiento, también tiene algo primitivo y animal. Es un juego donde no necesitamos de palabras. Eso es lo maravilloso de la danza y lo que hace de los bailarines artistas, además de atletas. Yo bailé 20 años y hace 20 años que dejé de bailar. Ahora estoy en el medio de todo, en el medio de La tempestad.
Bloom dice que La tempestad es una “comedia escénica locamente experimental”. Parece una frase que le estuviera dedicada.
–Le agradezco la frase al Sr. Bloom. La tempestad es mi obra más compleja, también mi obra más larga. Y he experimentado aquí como nunca en mi vida.
Las funciones de La tempestad, de Mauricio Wainrot, se realizarán los martes y miércoles a las 20.30, y los sábados y domingos a las 17, en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, Corrientes 1530.
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