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Domingo, 1 de octubre de 2006

PERSONAJES > EL TEATRO SEGúN MARIANO PENSOTTI

Teatro abierto

Con tres obras en cartel –Vapor, Laura y Los muertos–, Mariano Pensotti se perfila como uno de los directores y dramaturgos más interesantes y prolíficos del momento. Y esto a pesar de que, en sus inicios, quiso ser cineasta. Aunque quizá por eso su trabajo sea tan diferente.

 Por Margarita Hernández

Mientras habla, Mariano Pensotti intenta, sin éxito, sacar con la cucharita una ínfima hebra de té que flota en su taza. Aunque no interrumpe su discurso, el movimiento permanece hasta que, segundos más tarde, deposita victorioso la briznita a un costado del plato. Este gesto obsesivo –casi de señora, podríamos decir–, de búsqueda de la pureza en la infusión, no tiene nada que ver con su obra, tan volcada a la mezcla de disciplinas, tan bastarda como el mismo teatro. Mariano Pensotti es un director raro. Tiene una formación en cine y todos sus trabajos en teatro lo dejan ver. Sin embargo, hoy está completamente dedicado a las artes escénicas y es uno de los jóvenes directores-dramaturgos más interesantes y productivos de Buenos Aires; tanto es así que tiene simultáneamente tres obras en cartel: Los muertos, que codirige con Beatriz Catani y fue subsidiada por el Hebbel am Ufer de Berlín; Laura, que codirige con el coreógrafo Luis Biasotto –ambas estrenadas este año–, y Vapor, que ya va por su tercera temporada.

Comenzó estudiando cine, hizo un largometraje en video, varios cortos en fílmico, otro largo que fue subsidiado por Antorchas y que quedó inconcluso, y puso un freno. Ahora cuenta de aquel tiempo: “Hasta los 24 más o menos estuve tratando de hacer cine. Ahora tengo 33. Y la verdad, en un momento se me hizo tan cargoso esto de la plata y gente que necesitás para hacer cine que a partir de ahí empecé paralelamente a hacer cosas en teatro. Cuando me empecé a meter me di cuenta de que en el teatro había un imaginario mucho más amplio”. Y claro. No sólo con precariedad y fans de Bertolt Brecht se encontró Pensotti sobre el escenario. “Entendí que ahí había una posibilidad de construir mundos más atractivos, textualidades de mayor complejidad y un imaginario más amplio y poético de lo que suele ser el lenguaje audiovisual más clásico. Lo que me gustó del teatro fue eso, un lugar de cruce de disciplinas, de la literatura, las artes visuales y elementos narrativos del cine, todo junto.” Y una vez instalado en territorio teatral, a Mariano Pensotti no le fue tan mal. Viajes, becas y subsidios confirmaron su decisión. Primero a Italia becado por la Unesco para estudiar dramaturgia. Más tarde a España, subsidiado por Casa de las Américas. A la vuelta de esos destinos comenzó su trabajo en Buenos Aires.

UNA, DOS, TRES

Poco tienen en común el trío de obras que Pensotti tiene en cartel simultáneamente. Tal vez lo único que se podría decir es que las tres, como en una estructura de mamushkas, encierran historias pequeñas dentro de una mayor. El dice que se trata de sinopsis de películas. O de trailers de futuras películas que aparecen infiltradas en la narración. Y hay algo de eso. Vapor, por ejemplo, es una sucesión de monólogos que se dicen en un lugar no muy determinado, una ruta, un hotel bajo un cielo estrellado, espacios abiertos. Ahí, un cowboy, una mujer tan patética como fatal y un joven en traje, son los personajes que alternadamente van contando cosas que les pasaron y que no consiguen olvidar. Entonces se cuenta la vida de una mujer que trafica droga dentro de su pierna ortopédica, un joven que es aficionado a visitar moribundos en los hospitales y un cowboy que sueña con ñandúes incendiados corriendo por la pampa, aunque él, claro, nunca haya estado ahí. Relatos que poseen un sustrato cinematográfico, que recuerdan el cine americano de los ’70, las road movies, Wim Wenders en esa época.

En Los muertos, la relación con el cine marcha por otro carril. Esta obra, que codirigió con Beatriz Catani, se propuso desde un comienzo reflexionar sobre las formas en que se representa la muerte en la Argentina. Una vez elegido ese tema y puestos a buscar información, surgió un actor, Alfredo Martín, que había hecho en su juventud una obra donde adaptaban el cuento de James Joyce, “Los muertos”. Entonces decidieron incluir la reconstrucción de esa obra del pasado donde muchos de los actores están (y sí) muertos, y Alfredo Martín, básicamente, tiene que interpretar todos los papeles. Al mismo tiempo, o de forma alternada, un televisor proyecta imágenes documentales de distintos cementerios de Buenos Aires, hay entrevistas, imágenes de muertes en el cine argentino, entre otras cosas. En su aspecto de “semimontada”, la obra intenta comparar la muerte con el teatro. Así equipara, por ejemplo, el trabajo de los sepultureros con el de los utileros de una sala teatral. ¿Qué significa la muerte y cómo se representa en una cultura de cuerpos ausentes como la nuestra? Es la pregunta que la obra intenta responder. Curiosamente, Pensotti define Los muertos como un “documental en vivo”.

La tercera puesta de este joven director es Laura, un trabajo para el que fue convocado por el IUNA (Instituto Universitario Nacional de Artes) para dirigir la residencia de los alumnos de teatro que egresaban este año. La dirección está compartida con Luis Biasotto, coreógrafo y bailarín de la compañía Krapp. Mariano aceptó sin conocer al grupo de alumnos y cuando llegó el primer día, para su sorpresa, se encontró con un varón y nueve mujeres. Después de improvisar durante algunos meses, entre coreógrafo y director decidieron utilizar esa asimetría a su favor y contar la historia de un hombre obsesionado con el recuerdo de quien fue su novia –Laura– y que contrata a actrices para intentar representar los momentos felices de la relación. “Nos quisimos hacer cargo de que ellos están empezando a ser actores al final de la carrera; a mí me interesaba que quede presente que son mujeres que están actuando”, explica. Laura es el relato de un hombre que quiere convertirse en flashback. Algo que sólo en un escenario puede suceder.

LA GENERACION

Es probable que lo único que tengan en común las tres obras sean la pluma y el ojo de donde salieron esas historias y esas imágenes. Un chico que piensa el teatro con palabras del cine o de la plástica o inclusive del rock. Algo que él entiende casi como una marca generacional. “Veo que hay una camada de directores y dramaturgos de los que me siento cerca. Pero no sé si hay una estética común, más bien creo que no. El concepto de generación no está tan metido en nosotros. Creo que ésos son nombres casi de marketing, como lo fue ‘nueva dramaturgia’ hace unos años. Lo que nos hace diferentes es que nuestra generación pasó por todos lados; antes era gente que venía de la dramaturgia o eran actores que se ponían a escribir. Ahora hay personas que vienen de las artes visuales, o de la danza, o de la poesía, o del cine como es mi caso; hay una mezcla más rara. Nuestro punto de partida o nuestros intereses son mucho menos teatreros de base”, define, y es exactamente eso lo que vuelve su mirada interesante.

Como si quisiera confirmar estas marcas autorales, generacionales, Pensotti cuenta que la obra que está preparando para el año próximo será más bien musical y la codirigirá con Ana Frenkel, bailarina, coreógrafa, hermana del cantante de La Portuaria y una de las fundadoras del grupo de danza-teatro El Descueve. ¿Qué saldrá de esta nueva mezcla? Pensotti se ríe y no agrega nada más. Un poco de misterio para esa fusión tan impura. Todo lo contrario del té, ya sin hebras, pero helado, que no deja de tomar.

Los muertos, en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, viernes a las 22.

Laura, en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034, domingos a las 20.

Vapor, en Espacio Callejón, Humahuaca 3759, sábados a las 22.

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Imagen: Nora Lezano
 
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