Túneles para tuberculosos, pasadizos jesuitas, arroyos subterráneos con las huellas de viejos atentados, zanjones bajo tierra de la época de la Colonia, restos de la represión de la última dictadura militar entre excavaciones arqueológicas y un tramo olvidado de una línea de subte, que bien podría volver a funcionar. Radar pasó casi un mes descubriendo las heridas que la ciudad esconde bajo la tierra y se enredó, además, entre los mitos y leyendas que rondan los subsuelos de Buenos Aires.
POR MARIANO BLEJMAN
Se podría pensar en Buenos Aires como
una alfombra mágica que no vuela, pero esconde sus misterios bajo los
pies. O suponer, también, que los trazos de historia están del
lado subterráneo de esta ciudad. Debajo de la tierra quedan guardadas
las resacas de un pasado a punto de hervir entre las juntas de baldosas de alquitrán
despintado. El archivo vivo de la ciudad. Aquí abajo la tierra late y
no muere de asfixia por más que le falte aire.
El suelo está lleno de heridas y casi todas están abiertas: hay
rastros de túneles para tuberculosos, pasadizos jesuitas, arroyos subterráneos
que guardan restos de un atentado y zanjones olvidados desde la época
de la Colonia. También pueden encontrarse bajo las baldosas de la ciudad
restos de terrorismo de Estado en medio excavaciones arqueológicas, o
un tramo olvidado de subte que bien podría volver a funcionar. Incluso,
se encontró un gliptodonte mientras se construía otra estación
subterránea. Los mitos, las leyendas y las realidades se amontonan en
la cara de Buenos Aires que da para el lado del Infierno. Son capas de memoria,
una debajo de la otra, apretadas, sin luz y con tierra. Pero si están
ocultas, sin acceso público, y parecen olvidadas, es porque algo escondieron.
O, mejor, porque algo esconden.
1
Arroyo Maldonado
El día está amaneciendo para esta ciudad que ni ve que es surcada
por un río. Un bote de la Prefectura Naval ingresa por la desembocadura
del Maldonado, el arroyo entubado más grande de la ciudad: tiene 18 kilómetros
de largo. En una época, cuenta uno de los prefectos, el cauce venía
abierto desde la provincia, pasaba por la General Paz, bajaba por Díaz
Vélez hasta Juan B. Justo y desembocaba en el Río de la Plata
cerca del Club de Pescadores, donde estaba el pequeño puerto Portalis.
Fue tapado en 1930, para la misma época en que Yrigoyen era derrocado
por Uriburu. Los desbordes del arroyo castigaban a la población de Villa
Crespo y Palermo. El gobierno, al parecer, se iba a encargar del resto.
El bote a motor esquiva ahora a un grupo de buzos que practican en el lodo.
Salimos desde la Prefectura hacia el Aeroparque por río, en un corto
circuito de recorrido citadino. Durante unos instantes, surcamos entre containers
apostados en la Aduana. Los carteles dicen Evergreen (Siempre verde),
pero el río sigue siendo marrón. Vienen los dos prefectos buzos,
sin patas de rana, pero con un salvavidas extra. El sol pega de frente sobre
la costa y los rayos rebotan en el agua, ofreciendo luz hacia el túnel.
No hay crecida, por suerte, y se puede navegar tranquilo, como cuando se escaparon
por aquí dos saltimbanquis, en la historia que mitificó la película
Perdido por perdido. Al menos en el ingreso, el túnel es cuadrangular
y tiene una serie de columnas a ambos costados. Por el medio, anda el bote y
sus tripulantes. No hay demasiado olor, a pesar de las conexiones clandestinas
de cloacas. Se escucha, eso sí, el paso de los autos de la Costanera
y la turbulencia de los aviones. A pocos metros de la entrada, la luz deja de
existir. Un prefecto prende una linterna de bajo calibre y alumbra a todos lados
con pulso débil, como queriendo adivinar si aquí hay alguien más.
¿Visitan seguido el arroyo?
Y... cuando hay algún visitante ilustre, algún ministro
o presidente, tenemos que inspeccionarlo.
¿Desde cuándo hacen las inspecciones?
Desde que pusieron la bomba, mire ahí adelante...
El bote se acerca lentamente. El prefecto señala a lo lejos: en el techo
se vislumbra un inmenso boquete abierto hacia abajo, que toma forma a medida
que nos acercamos. El prefecto recuerda el fallido intento de atentado que según
dan cuentan los documentos recientemente desclasificados por los Estados Unidos
el ERP iba a perpetrar contra elavión presidencial que llevaba a Jorge
R. Videla el 18 de febrero de 1977. La bomba tenía que explotar cuando
el avión despegaba de Aeroparque con destino a Bahía Blanca, pero
el control remoto fracasó por segundos. Y una segunda bomba fue desactivada
a tan sólo unos metros por la policía.
2
Subite, que no te llevo
La primera pregunta la escucha por teléfono la jefa de prensa de Metrovías:
Disculpe señorita, queríamos saber si alguien vive en los subtes
cuando se termina el horario de transporte.
...
¿Hola? ¿Me escuchó señorita?
Es que no vive nadie. Desde que fue privatizado, aquí no vive nadie.
3
El Pasteur mentiroso
Perros grandes, pequeños, emperrados y abotonados con su propio destino.
Están con rabia de ser perros. Ladran, muerden y se pelean. Aunque también
hay paseadores de perros y perras paseando este mediodía en que parecen
estar todos los animales en el Parque Centenario, ladrándoles a los fantasmas
de su pasado. O a sus dueños o a los que venden praliné o a los
que tiran maní al suelo, qué más da. Ladran por el encanto
de hacerlo. La jauría implica también muchos pies enchastrados.
Pero ninguno sabe que, en un costado del parque, el Instituto Pasteur se dedica,
entre otras cosas, a sacarles la rabia a los perros. Y que debajo del Pasteur
hay seis túneles intactos.
Quien nos recibe es el director del Pasteur y lleva también nombre de
hospital:
Soy el doctor Lencinas, mucho gusto dice de pulcro guardapolvo blanco
y ofrece la mano.
En la visita, además del doctor y un encargado, está la investigadora
Margarita Eggers Lan, de la Comisión para la Preservación del
Patrimonio Histórico y Cultural de la ciudad de Buenos Aires, quien junto
a su equipo está a punto de editar un libro para alumnos de primaria,
Historias bajo las baldosas, y ha descubierto, como ella dice, retazos
de memoria undercity. Eggers Lan se convertirá, de aquí
en más, en otro bastón para seguir el recorrido subterráneo.
Pero ahora esperan los túneles del Pasteur. Tal cual está, el
Pasteur fue inaugurado el 27 de julio de 1927, cuando era director Ramón
Aranguren. Aunque claro, dice el doctor, la historia considera a Desiderio Davel
como el avanzado que combatió la rabia al comienzo, en su propia
casa entre 1896 y 1900. Y tuvo que esperar casi un siglo para ganarle.
Desde 1978 no se registran casos de rabia humana.
Venga, pase por acá dice el doctor y estampa su guardapolvo
blanco entre unas telarañas de la entrada por la zona de mantenimiento.
Son seis túneles que se comunican entre sí. Van entre pabellones
y uno llega hasta la morgue de animales en proceso judicial. Por
dentro, quedan los restos de caños olvidados. Por arriba, el patio es
la única forma de comunicar los pabellones.
¿Para qué se hicieron los túneles, doctor?
No lo tenemos muy claro. Se supone que un túnel se utiliza para
que algo no sea visto, ¿no?
Sí.
¿Y qué se puede esconder aquí?
Dígame usted...
Mire, observar la muerte y la enfermedad no suele ser muy sano.
La comunicación entre los distintos pabellones por debajo de la tierra
era una modalidad de la época: se han encontrado túneles también
en el Hospital Militar, el Moyano, el Rivadavia. Sin embargo, Osvaldo Pérez,
otro de los médicos que investigó el Pasteur, no entiende todavía
la lógica de estos pasadizos, hoy cerrados al público: No
encuentro una explicación lógica ni política de los túneles.
No encuentro una justificación clara. En aquella época, a los
animales se los liquidaba y nadie se quejaba. Además, esto tampoco funcionó
como una unidad hospitalaria. Hasta hace tres años sólo atendía
a la gente mordida y a los perros. Y que yo sepa nunca hubo enfermos, ni tuberculosos.
A mí me gustaría volver a arreglarlos aclara en tanto
Lencinas.
¿Por qué?
Así cuando llueve no nos mojamos al cruzar por el patio.
4
Manzana que desluce
El viaje ahora es hacia el interior del microcentro. La histórica Manzana
de las Luces, en Perú al 200, es el recorrido más turístico
de las vistas de ciudad enterrada. Para entrar, hay que pagar (al menos para
los túneles abiertos al público). Pero existen tramos prohibidos
en estado de descomposición. Los iluminados oscurecían bajo aquellos
adoquines, el primer underground de Buenos Aires. Ahora, por fuera, unas motos
mensajeras le dan vueltas a la historia.
¿Por dónde iban los túneles?
Había, por lo menos, dos túneles de sur a norte atravesados
por un tercero, con numerosos chicotes o prolongaciones, para despistar a posibles
intrusos en el laberinto. Hay túneles en el Colegio Nacional Buenos Aires,
que comparte manzana con este museo y otros que iban hasta la Iglesia San Juan
Bautista, San Ignacio y San Francisco. Suponemos que otros iban hasta la Casa
Rosada y el puerto; en total, unas 10 cuadras a la redonda responde una
guía.
En 1661, la Compañía de Jesús se trasladó a la Manzana
desde Plaza de Mayo. Los jesuitas edificaron la zona hasta 1767, cuando fueron
expulsados y tuvieron que marcharse con sus secretos. El relevamiento lo inició
Héctor Greslebin en 1917 después de haber visto en la Facultad
de Arquitectura cómo se hundía ante sus ojos un pedazo del suelo.
Construcciones similares se han encontrado repartidas por el mundo, y se supone
que era un sistema de defensa. Con el tiempo, se utilizaron también como
vías de contrabando de mercaderías y esclavos, que debieron ser
pequeñitos.
Es probable que los túneles hayan comunicado más de lo que
nosotros sabemos dice una guía al cronista. Aquí cerca
se encontró uno que tenía doce esqueletos de ingleses (de las
mismísimas Invasiones Inglesas) con sus uniformes colorados y todo.
¿Alguna vez estuvieron habitados?
Mire, ¿sabe de dónde viene la frase hacerse la rata?
El Nacional tenía alumnos internados y en época de clases era
imposible escapar. Las puertas de los dormitorios estaban cerradas con candados
y los alumnos que se escapaban lo hacían por túneles como éstos,
llenos de ratas. Se hacían, digamos, las ratas.
5
Subite, animal
Nos gustaría poder visitar los restos fosilizados.
Ahhh, pero tienen que comunicarse con Olavarría dicen desde
el subte.
Es el hallazgo más antiguo realizado bajo tierra en la ciudad. Los restos
podrían ser de hace un millón de años. Durante junio de
2001, unos obreros de la línea B, a 12 metros de profundidad, encontraron
restos de un ejemplar en un radio aproximado de 50 metros. Debajo del cruce
entre Triunvirato y Tronador, lo que había era un gliptodonte. El más
grande encontrado en el país, con más de 3 metros de largo, 1,2
de alto y un peso aproximado de 800 kilos. Gliptodonte quiere decir dientes
con dibujosdebido a que sus dientes no tenían raíces ni
esmalte, y crecían ni bien se desgastaban de tanto triturar. Los trabajos
de reconstrucción arqueológica están a cargo del equipo
de paleontólogos del Universidad del Centro de la Provincia de Buenos
Aires (Olavarría), quienes terminarán la recuperación de
los huesos para la inauguración de la estación Tronador, una después
de Lacroze.
6
Zanjón desgranado
Hace más de 20 años, en plena dictadura, el húngaro ascendente
Jorge Eckstein, de nacionalidad argentina, compró un edificio en Defensa
755, justo donde corta San Lorenzo, en pleno San Telmo. Quería comercializarlo,
pintarlo, cambiarle la cara. Eckstein estaba, sin saberlo, parado sobre un zanjón
del siglo XVIII desaparecido por una decisión de Marcelo T. de Alvear.
Las primeras huellas del Zanjón de Granados aparecieron en 1960, cuando
se hundió la calle en Chile al 370, dejando al descubierto un túnel.
Sin embargo, recién en 1986, Eckstein comenzó las obras y, al
estudiar el suelo, encontró una galería de ladrillos y su techo
en medio arco bajo tierra. El lugar estaba repleto de escombros, botellas de
cerveza y ginebra antigua, fragmentos de porcelana, loza inglesa, alemana, armas
blancas, trozos de azulejos franceses. Los desechos se convirtieron en 135 camiones
de basura que fueron al Conurbano. Lo valioso quedó en las vitrinas del
museo que está a punto de abrirse al público, tras 16 años
de marchas y contramarchas. En el proyecto participó Daniel Scházvelson,
arquitecto especializado en arquelogía urbana, a quien se le iluminan
los ojos sólo de escuchar hablar a su par.
Ahora, por primera vez, Eckstein que ha mantenido la reconstrucción
lejos de la prensa se anima a hacer entrar a alguien. La inmensa fortaleza
parece de otra ciudad. Tiene dos pisos y un subsuelo, y amenaza con convertirse
en una verdadera joya de la arqueología urbana. Cada vez que habla, Eckstein
recuerda pequeños detalles como esos maestros que reflexionan mientras
dan clase. Hace unos años, cuando buscaba una conexión desde afuera
hacia el zanjón, fue a preguntarle al encargado del conventillo de al
lado, de 80 años, una duda que tenía:
Discúlpeme, don Anacleto le dijo. Cuando usted iba
hacia la 9 de Julio, ¿por dónde lo hacía?
Por la pieza de la Chilena... contestó Anacleto.
¿Me la muestra?
Sí, cómo no.
Anacleto abrió una puerta en el suelo y mostró una bóveda
parecida a la que había encontrado Eckstein. Tenía una columna
en el medio y basura hasta el techo. Al día siguiente volvieron con botas
largas y se metieron. Eckstein ofreció un alquiler por 10 años,
a cambio de la limpieza. Era una apuesta al destino, dice. Hoy,
el recorrido todavía ajeno al público, pero cuyo ingreso
costará entre $ 2 y U$S 20 zigzaguea debajo de otras propiedades
bajo la manzana de las sombras: Defensa, Chile, México y Estados Unidos.
7
Subite, Moebius
De nuevo, las preguntas molestas a la gente de Metrovías:
Nos gustaría, si se puede, conocer un tramo que está entre Constitución
(línea C) y San José (línea E).
Ahhh... eso. Eso lo tienen que ver con el supervisor.
Hoy, la línea E realiza su recorrido entre Virreyes y Plaza de Mayo.
En 1944 salía desde Boedo, pero no llegaba a Plaza de Mayo sino que terminaba
en Constitución. Después, se comprendió que ese recorrido
no era rentable y se lo desvió hacia Plaza de Mayo en 1966. Desde entonces
existe un tramo entre San José y Constitución en desuso. Al menos,
eso se supone. Pero eso va a quedar para cuando responda el supervisor.
El subte es la construcción más visitada debajo de la ciudad.
Pero pocos lo hacen con motivos turísticos y poco tiene de misterioso
el transporte de millones de personas bajo baldosas, aunque no falte cine al
respecto. La película Moebius, por ejemplo, de la Escuela Manuel Antín,
es la historia de una veintena de pasajeros que desaparece en un vagón
del circuito del subterráneo porteño. Casi toda la película,
cabe aclarar, se filmó en el tramo oculto que Metrovías no permite
visitar. Eso a lo que hoy no se puede acceder y la empresa explota.
8
Ayúdame, señor: una de terror
Señora, ¿usted sabe lo que había en ese lugar? preguntó
el policía desde su móvil a una mujer que salía a limpiar.
Sí, claro que sé.
Había un depósito allí dijo el joven policía.
¿Cuál es su edad? preguntó la mujer.
Bueno, a mí me dijeron que había un depósito.
La conversación sucedió hace pocos días en una esquina
de San Telmo, cerca de donde se guardan los hallazgos más impresionantes
del horror reciente. El nombre depósito le queda demasiado
incómodo al antiguo centro clandestino de detención llamado, con
triste ironía, El Atlético.
Ahora, en la puerta, ante el pedido de Radar, está Carmen Lapacó,
sanjuanina, detenida durante tres días aquí mismo en Paseo Colón,
entre Cochabamba y San Juan. Yo pude ver por dónde me llevaban.
Cuando nos fueron a detener junto a mi hija, me pusieron una venda de gasa que
traslucía. Lapacó fue una de las que sobrevivió al
Atlético. En la noche del 17 de marzo de 1977 fue secuestrada junto con
su hija, el novio de ella y su sobrino. Cuando llegó, recibió
una letra y un número: fue la F50. Entonces, Alejandra tuvo que
haber sido F49, dice ahora y señala esa escalera por donde bajaron
por donde ella subió viva, pero su hija no. Permaneció
esos tres días en la llamada leonera, una celda colectiva
donde los detenidos estaban separados por un tabique de un metro de alto. Alejandra
tenía 19 años. Aun durante la dictadura, Lapacó volvió
al lugar donde había visto por última vez a su hija, hoy todavía
desaparecida. El edificio ya estaba vacío, a punto de derrumbarse. Había
sido cerrado el inocente 28 de diciembre de 1977 para construir la autopista
que hoy le pasa por encima.
Y es curioso cómo funciona el horror: queriendo tapar el pasado, igual
termina floreciendo. El mapa del Atlético fue reconstruido de memoria
por los sobrevivientes. Se calculan en 300, aunque sólo unos 20 participan
activamente de la construcción. También están en el proyecto
el área de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad, Obras Públicas,
AUSA y la Asamblea de San Telmo. Se han excavado hasta la actualidad 84 metros
cuadrados y se van a excavar 210 más: es decir, 294 en total. Según
los planos, quedan debajo de la autopista 416 metros cuadrados, pero la totalidad
del Atlético llegaba a tener 710. Desde 1985, los sobrevivientes venían
pidiendo a la Justicia, a la Conadep y al gobierno que se excave en el lugar,
afirma Lapacó. En democracia hubo proyectos para hacer una plaza o poner
una placa, pero los ex detenidos querían más bien destapar. Ahora,
la historia les da la oportunidad: el mapa del horror se está haciendo
presente. Aquí abajo, mire pide Carmen, se ha encontrado
ropa, gorras, cachiporras, restos de uniforme, cintas, pedazos de tabique que
han sido llevados a un laboratorio donde se estudian y se catalogan. Entre los
hallazgos apareció la frase que alguien rasguñó en un trozo
de pared: Ayúdame, señor.
Pero eso no es lo único que había. Un secreto a voces entre los
organismos de derechos humanos, que todavía no ha sido oficialmente informado,
afirma que acaban de encontrar ahí mismo una lápida de Víctor
Fernández Palmeiro, militante del ERP, quien participó del copamiento
del aeropuerto de Trelew hace exactamente 30 años, en 1972, al ser uno
de los responsables del secuestro del avión en el que seis fugados del
penal de Rawson huyeron a Chile.
A mediados de 1971 habían apresado a miembros del ERP, las FAR, Montoneros
y otros presos políticos. El 15 de agosto de 1972, los prisioneros tomaron
el control de la cárcel, pero sólo pudieron huir 25 de los 120
que se esperaba. Estaban Roberto Mario Santucho, Enrique Gorriarán Merlo,
Marcos Osatinsky, Roberto Quieto, Domingo Menna y Fernando Vaca Narvaja. Éstos
fueron los seis que pudieron tomar el avión de Austral que llegaba de
Comodoro Rivadavia, con destino a Buenos Aires. Adentro viajaban Alejandro Ferreira
y Fernández Palmeiro. El avión secuestrado fue desviado a Puerto
Montt y, días después, los diez militantes fueron asilados por
el gobierno de Allende y enviados a Cuba. Mientras, otros 19 presos fugados
no llegaron a tomar el avión y se rindieron sin luchar. Fueron trasladados
a la base aeronaval Almirante Zar y, el 22 de agosto, siete días después
de la fuga, 16 guerrilleros fueron fusilados, según los únicos
tres sobrevivientes, María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo René
Haidar. La fecha se convertiría en la antesala de lo que cuatro años
después sería el terrorismo de Estado.
El 30 de abril de 1973, el contraalmirante Quijada, por entonces jefe de Estado
Mayor, fue acribillado a balazos en Junín y Cangallo (actual Juan D.
Perón) por el mismo Fernández Palmeiro, quien fue a su vez asesinado
por el chofer del marino. Ahora, ante el increíble descubrimiento en
el Atlético, todo el mundo se pregunta: ¿cuándo desapareció
la lápida de la Chacarita? ¿Qué está haciendo la
estampa de Fernández Palmeiro aquí aún hoy día?
¿Para qué se la llevaron al Atlético? ¿Qué
otro enigma existe aquí mismo, debajo de la tierra? ¿Qué
otra historia oculta y reveladora yace bajo la tumba viva de la gran ciudad?
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