Domingo, 14 de enero de 2007 | Hoy
FOTOGRAFíA > LA BIOGRAFíA EN IMáGENES DE VICTORIA OCAMPO
Sara Facio tuvo a su cargo Victoria Ocampo en fotografías (Editorial La Azotea), y gracias a su meticuloso trabajo de archivo, selección y curaduría, lo que podría haber sido una simple recopilación se convirtió en una suerte de aguda biografía en imágenes que reúne fotos propias, grandes nombres como los de Man Ray y Gisèle Freund, Nicolás Schonfeld y el estudio Witcomb para capturar una de las vidas culturales más pródigas de la Argentina. Y quién mejor para escribir sobre este libro que María Moreno, descendiente directa de los autores de una de las fotos más célebres del libro.
Por María Moreno
“Acabo de tener una desagradable sorpresa con el último número de Life en que me presentan vista por un vidrio de aumento —parecería— e idéntica a esas ‘Doña Petrona’ o Doña cualquier cosa que escriben recetas de platos criollos..”, se quejaba por carta Victoria Ocampo a Sara Facio. Y no se equivocaba: el peinado a la banana y los anteojos arlequín la transformaban en un símil de nuestra ecónoma más popular cuyo mayor hallazgo metafórico fue llamar a un guiso de lentejas “un puema”. Esta anécdota, junto con otras poco conocidas, siempre graciosas, más fragmentos de cartas, testimonios y textos personales acompañan la biografía en imágenes que Sara Facio ha hecho de Victoria Ocampo. En este caso los textos ilustran las imágenes. Victoria Ocampo en fotografías es un trabajo de archivista, fotógrafa y editora cuya letra chica rescata la labor silenciosa de diversos fotógrafos que hoy son casi desconocidos salvo por los especialistas. Ese no es un mérito menor del libro: hacer convivir en la misma serie a Man Ray y a los estudios Witcomb, a Gisèle Freund y a los hermanos Forero. Algunas de las fotos de este libro han sido publicadas decenas de veces pero, puestas en contigüidad, narran una historia que desestabiliza la serie oficial. Victoria Ocampo junto a su abuelo Tata, posando a lo Sarah Bernard, de perfil al volante de un automóvil, con sombrero escupidera de Reboux o vestidito negro de Chanel, con turbante y luciendo unas piernas de milonguera, sosteniéndose la perilla o la frente en la clásica foto de escritor...
Digresión. Nicolás Forero, mi abuelo paterno y su hermano Diego tenían una casa de fotografías en la calle Maipú al 300. Se jactaban —según contaba mi padre— de fotografiar de todo menos gente. Era un decir. A su habitual trabajo de registro de edificios públicos, cuadros y productos comerciales, los Hermanos Forero, que firmaban sus obras con una rúbrica común hecha con tinta dorada, le sumaban otras tareas que podrían calificarse de sociales. Fue Graciela García Romero quien en la década del 90 me mostró la serie de fotografías tomadas por ellos de la plana mayor de Sur. Una, brillante, con un aire deco en sus líneas, un cactus que levanta su paleta de pinches cerca del cigarro de Ramón Gómez de la Serna y un Ernest Ansermet que, cortado por el pasamanos de una escalera, parece un austero mascarón de proa. El detalle del cactus acriolla la elite, le da un toque folk. Pero la fotografía más sorprendente de la serie es la menos difundida y por eso uno de los muchos hallazgos del libro de Sara Facio. Gómez de la Serna parece estar dando una conferencias ante un grupo de personas que dan la espalda a la cámara. Por detrás de Gómez de la Serna hay un espejo que refleja, entre otros los rostros de Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Victoria Ocampo. Y por sobre las figuras reflejadas, una sombra informe sugiere la presencia de la cámara y algún dispositivo que incluiría seguramente esos trapos negros, misteriosos, suerte de mangas inmensas que formaron parte de los objetos de mi padre —también fotógrafo— hasta su muerte. Y detrás de todo el grupo, en otro plano, borroso por la luz, puede verse a mi abuelo Nicolás, quien seguramente utilizaba el disparador a distancia adecuado a las fotografías de estudio. Mi abuelo como una suerte de ectoplasma de los famosos y participando en una experiencia de vanguardia vagamente parecida a la que multiplicara al general Mansilla en el salón de espejos de la casa Witcomb: eso sólo puede hacer señas para la elaboración de una mitología personal. Pero el hecho de que mi padre, que también hizo fotografías para Sur, llamara a Victoria Ocampo “la vieja hinchapelotas de la calle Viamonte” sólo me autoriza a hacer mitologías en clave bufa. En la página 47 de Victoria Ocampo en fotografías dice: “Quise inmortalizar el nacimiento de la revista Sur. Llamaron a los Hermanos Forero que hacían esas fotos a domicilio, con ese magnesio que cegaba. Tomaron varias poses. Elegí tres, que son las que siempre se publican”. Victoria Ocampo y yo tenemos algo en común: con el pretexto de iluminarnos y no contando aún con el artilugio del flash, un Forero nos deslumbró hasta la ceguera. Quizás a ella también le hayan saltado algunas pestañas como le sucedió a los niños de una fiesta de cumpleaños a los que unos Hermanos Forero primerizos intentaron inmortalizar.
La bautizada Gioconda de las Pampas no tenía nada de la expresión ambigua de su original. Tenía, en cambio, una mirada altiva, en el peor de los casos despótica, en el mejor, desafiante. Durante los años de plenitud se autoedita en imágenes. Entonces concurre a los artistas conocidos, a los fotógrafos que se usan para pasar a una posteridad capaz de durar más que una temporada. Sara Facio recoge versiones de Man Ray, Gisèle Freund y Nicolás Schonfeld, pero también instantáneas casi desconocidas como la que muestra a una Victoria Ocampo que posa junto a un caballo de soldado zapatista y un fondo de volcanes adonde irrumpe un anacrónico molino o se pasea del bracete con Gabriela Mistral —Dios me perdone pero podrían ser dos miembros de la Rama Femenina— o donde estrecha la pata de un perro en lugar de la mano de André Malraux o Igor Stravinsky. La serie completa que revela el libro, descubre también las estrategias de una belleza cuando declina. Al pañuelito de lazo flojo con que subraya el cuello largo pero sólido —nada de esa fragilidad de copa de champagne a lo Audrey Hepburn— con que se ofrece a la cámara de Nicolás Schonfeld y que le da un aire independiente de marinería, a medida que pasan los años lo amplía, lo ajusta, por último lo reemplaza por un foulard. Hasta llega a posar tapándose el cuello. Como si dijera: “Es preferible pasar por friolenta que mostrar los estragos en un pescuezo”.
Cuando envejece, directamente se niega a fotografiarse. “Te juro que me revienta que quieran fotografiarme. Mirá mis fotos anteriores y ¡abstenete!”, le escribió a Sara Facio. Para luego recomendarle en cachada que fotografiara una cabeza de mármol que le había hecho un escultor alemán que se especializaba en animales. “La encuentro bastante parecida cuando le pongo un pañuelo de color como los que uso y unos anteojos.” Ella obedeció y no obedeció. Victoria Ocampo en fotografías se cierra con la imagen autorizada por la modelo: la de Nicolás Schonfeld. (“Esta foto siempre le gustó a mis amigos... a mí también.”) Pero en la página 71 hay una foto de Victoria ya anciana, donde el uso de la luz difumina las imperfecciones y sobresalen, tras los lentes blancos, los célebres ojos iracundos, impacientes, vivísimos que parecen echar chispas contra Sara Facio que la fotografía al fin, contra la autoedición imposible de la propia imagen que trae la vejez o la cercana muerte que erradica toda posibilidad de exposición. Es una hermosa imagen robada.
Victoria Ocampo en imágenes, de editorial fotográfica La Azotea, se distribuye por estos días en Buenos Aires.
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