Dom 01.09.2002
radar

LIBROS I

Radiografía del desastre

Entre agosto del 2000 y mayo del 2002, Sandra Russo le tomó el pulso a la catástrofe argentina con una serie de postales urgentes que publicó en la contratapa de Página/12. Ahora, reunidas en forma de libro –Crónicas de un naufragio (apuntes sobre la caída Argentina)–, esas intervenciones conservan intactas la perspicacia, el sentido común y la capacidad de interpelar que tenían cuando fueron escritas, y pueden leerse como el réquiem –crudo, pero no del todo desesperanzado– de una institución
devastada: el imaginario de la clase media.

Por Cecilia Sosa

A pesar de que los 28 relatos que componen Crónicas de un naufragio (apuntes sobre la caída Argentina) fueron escritos en caliente (y publicados como contratapas de Página/12 entre agosto del 2000 y mayo del 2002), esos fragmentos episódicos organizan una suerte de unidad. Delinean una única y extraña figura que vuelve el estrepitoso colapso del país casi previsible, y hasta anticipable. Pero la historia no repara en agoreros ni agoreras. Aun así, Sandra Russo –ponga el acento en una góndola de supermercado, los ropajes lujosos de un shopping, los muertos de Plaza de Mayo o la “sonrisa de sapo” de Rodríguez Saá– logra rescatar de la voracidad del naufragio los sueños estallados de la clase media. Ya desde las esquirlas, ya desde el epicentro del conflicto, con ojo ávido de periodista y pluma literaria, Russo encuentra el tono preciso para radiografiar el desastre.
Una de las tesis de tu libro es que de diciembre cambió el modo de hacer periodismo.
–Nos acostumbramos a tomar como información todo lo que engloban las secciones de política, de economía, de información general: hechos o decisiones políticas que bajan desde la superestructura. En realidad siempre fue otra cosa, sólo que desde diciembre es muy obvio: las noticias suben desde la calle y las protagoniza la gente común y corriente. Pero en los diarios, los espacios previstos para dar cuenta de lo que le pasa a la gente, siguen siendo las notas de color, que suelen ser bastardeadas como un género menor. Y en muchos casos con razón: las notas se resuelven hablando con tres personas y preguntándoles la edad y ocupación. El resultado no es relevante porque no hubo un contacto ni una mirada relevantes.
¿Por eso elegís contar historias anónimas?
–Si hay un núcleo de verdad, no importa si el tipo tiene 38 o 52 años, si es contador o abogado. Esos datos, en el género que fui delineando, no son relevantes. No estoy inventando nada. Lo que hago es aplicar el nuevo periodismo a las historias de la gente que no encuentran casi reflejo en ningún lado. Incluso en un diario como éste, donde el 80 por ciento de los lectores son de clase media, los periodistas tenemos más inclinación por la crónica de cárceles, de villas, de asentamiento y de piquetes, que por relatos de gente como nosotros. Por eso me interesa cubrir ese vacío y reflejar lo que le pasa a la clase media.
De ahí salen, de hecho, los personajes que ocupan el centro de tus crónicas.
–La clase media está viviendo un cimbronazo muy fuerte. Tiene que ver con la forma que tuvo en sus orígenes este país y que está dejando de tener. Es una clase que tiene valores maravillosos, pero también muy mierdosos. Nuestros abuelos reales son los analfabetos y los campesinos. Pero la clase media siempre se identificó con la clase alta, tuvo siempre una composición mental esquizofrénica: se identifica más con los Alzaga Unzué que con la chica que te limpia la casa por horas. Hemos vivido unos 50 años en ese equívoco, y eso es lo que se terminó de diciembre a ahora. Tal vez venga algo peor, pero si algo va a cambiar, tenía que terminar antes.
En el prólogo decís que la crisis produce una suerte de expropiación de las historias personales.
–En realidad, lo personal siempre es político. Pero en tiempos como éstos se desenmascara el mecanismo por el cual tus decisiones privadas necesariamente se enmarcan en un contexto político y económico. Desde diciembre, ese mecanismo llegó al paroxismo: la gente se quedó sin proyectos personales, sin decisiones. Y el discurso progresista tiende a bastardear la rabia de la clase media ante la expropiación de sus ahorros, a tomarla como una reivindicación burguesa. Pero los ahorros son decisiones personales: mudarse, irse de vacaciones, separarse. Son losahorros los que te permiten planificar la vida, y que los hayan confiscado implica que confiscaron también los proyectos.
También trabajás con temas que son tapa.
–A veces tomo historias menores, a veces temas candentes. Mi pregunta, entonces, es siempre cómo entrarle al tema para que el tipo que me lea no sienta que está leyendo la 14ª nota sobre lo mismo. Eso es “mirar al sesgo”. Y la herramienta que encuentro es la escritura. Busco seducir con la palabra. A veces me sale mejor y a veces peor. Como lectora pienso más a partir de una nota que me seduce por cómo está escrita que con una nota con mucha información, pero que me aburre desde el segundo renglón.
La crónica de fin de año la hiciste desde un margen, casi como poniendo distancia.
–Ese día volví de vacaciones de Ostende y en el diario éramos cuatro. Me dijeron: “Escribí algo”. Y escribí esa nota del viejo hotel de Ostende. No tiene absolutamente nada pero, al mismo tiempo, transmite algo de ese clima en el que, pese a la distancia, no se podía salir del epicentro del quilombo. Hay temas que permiten una mirada más analítica y entonces consulto a Pierre Bourdieu o Hannah Arendt y trato de ver cómo se leerían ahora. Otras veces simplemente cuento algo. Pero el denominador común es que algo me conmueva, que me parezca que lo viví por primera vez. El problema es que en este país es todo tan por primera vez que te desborda.
¿No te incomoda apelar a la veta más emocional del lector?
–Tengo más de 20 años de redacción, y en los diarios cada vez veo una mayor chatura de estilo, una homogeneización, una especie de regodeo en los datos, en la información dura. En el periodismo “progre” hay un prejuicio fuerte con lo emocional que también se ve en el cine, en la danza, en la pintura modernas: una especie de asepsia, de recato excesivo. Y a mí me gusta emocionarme; no me parece kitsch. El objetivo de cualquier escritura es tocar al lector, tocarle la cabeza, una mano o alguna otra parte. Sin ese contacto este trabajo deja de tener sentido.
El título del libro remite a una crónica que termina diciendo: “Estamos naufragando todavía, pero no somos solamente náufragos”.
–Me pareció que el concepto de “náufragos” era el que más abarcaba todas las notas. Cuando terminó la dictadura, tuvimos la sensación de ser víctimas. Ahora que la crisis sigue, que va a seguir y que parece que todo cae, también. Por eso hay que preguntarse qué sos además de náufrago. La gente se enamora, se casa, se separa, deja de querer: las vidas siguen, aunque con otro formato, y lo único que uno puede proponerse es reapropiárselas. Siempre, además de náufragos, somos algo más.
En tus relatos se percibe una reivindicación del sentido común, que el discurso académico suele denostar con el argumento de que lo real está en otra parte.
–Sí, también desde el psicoanálisis lo real está ubicado en otro lado. Pero, ¡guarda con lo real! Vivimos en un plano donde las coordenadas que pueden dar previsibilidad a la vida pasan por el sentido común. Y por sentido común entiendo lo que podés entender vos o cualquier tipo que lee el diario. El sentido común, en este momento, es un síntoma de salud. Yo no manejo información política, ni de consultoras, no tengo la más puta idea. Pero cuando hace un mes se empezó a hablar de la candidatura de Menem, escribí sobre cómo su figura es percibida por la gente, qué quedó en el imaginario, qué valores, qué resortes se ponen en marcha una vez que uno menciona ese apellido. Atrás de cada muletilla hay un corpus de ideología, y por más que no se ponga a pensarlo uno opera en la realidad de acuerdo con ese corpus.
En la crónica del 21 de diciembre anunciás la constitución de un nosotros. ¿Conservás esa esperanza?
–Creo que sí, pero es de constitución lenta. No es un slogan partidario ni algo que vaya a surgir para las próximas elecciones, y a lo mejor no seconstituye nunca. Pero hoy se puede hablar de un nosotros de las clases media y baja como nunca antes en la historia. Además, las clases excluidas hablan de un nosotros que no es necesariamente peronista. El peronismo impidió durante mucho tiempo que la gente se saliera del slogan. Ahora está buscando organizarse de otra manera, sin punteros. La clase media se acerca a los piqueteros porque se da cuenta de que, con un despido y un poco de mala suerte, mañana es piquetera. Tal vez sea por un núcleo egoísta, pero empieza a tener una percepción de que su suerte está echada con los de abajo y no con los de arriba. Todo esto puede permitir la constitución de un nosotros que pase por otro lado.
¿Pensaste alguna vez que tus escritos podrían formar una unidad?
–Nunca. Hasta que hubo una oferta de un editor para hacer algo. De pronto empecé a sospechar que estas notas, leídas una atrás de otra, podían armar una trama. Son notas que arrancan hace dos años, cuando el imaginario de la clase media todavía no estaba quebrado. Yo veía minas bien vestidas que en el supermercado se compraban un tomate o tipos trajeados en el Patio Bullrich y me preguntaba cuántos de ellos ya habrían recibido sus cartas documento. Me parecía que en la Argentina no había más que falsos burgueses. Así empecé a ver en los relatos un crescendo que permitía que fueran editados como libro. También por una razón más egoísta: trabajar en un diario tiene algo de ingrato, las notas se pierden y me gustaba la idea de tenerlas para mí.

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