HOMENAJES > ADIóS A CARLOS GORRIARENA (1925-2007)
De una ferocidad lírica con la que desnudó el espíritu de cada una de las épocas que le tocó vivir —las siluetas tenebrosas de las dictaduras, el drama emotivo del peronismo, el sarcasmo desbocado de la política en democracia—, pero también la belleza y la tristeza de las mujeres y la intensidad cromática del mundo, Carlos Gorriarena fue a la vez un pintor de cuadros en los que más de uno querría vivir y en los que todos vivimos. La semana pasada murió a los 81 años durante unas vacaciones en Uruguay y fue velado en una de las salas del Palais de Glace rodeado de sus propios cuadros. A manera de homenaje, Radar convocó a amigos, alumnos y colegas a despedirlo desde estas páginas.
› Por Jose Luis Mangieri
Gorri no dibuja antes sus cuadros, pinta directamente, es decir, ante la tela virgen empuña el pincel. Siempre es muy directo en todo (jamás diré era). Ahí está su obra, donde queda registrada la historia argentina que nos tocó vivir. Siendo peronista, pintó sus miserias y grandezas como no lo hizo ningún historiador (aconsejo ver el cuadro de Eva Perón que donó a la Casa de Gobierno o el de Rucci sosteniéndole el paraguas al General, o el de los torturadores y, con especial ensañamiento, sus cuadros sobre los saqueadores del país). Por supuesto, no es un pintor “social”. Una vez dije: “Es nuestro Bacon, nuestro Dalí, nuestro David”, pero me corregí enseguida: “Es nuestro Gorriarena”.
Generoso como ninguno con su obra, que desparramó a manos llenas en casas de sus amigos, tengo para él un equivalente en la poesía: Raúl González Tuñón y Juan Gelman, a los que cedió, como a tantos otros, las tapas de sus libros.
Participó en aquella mágica aventura que fue la editorial, revista y discográfica La Rosa Blindada que, como era de esperar, clausuró un general: esta vez Onganía. Pero aquella generación sesentista tenía un lema: “Jamás podrán con nosotros”. Y sí, en estos últimos años volvimos a sacar La Rosa con un poemario de Tuñón –Demanda contra el olvido–, cuya tapa le pertenece. Otra vez.
El, que es un grande de la pintura, siempre nos decía refiriéndose a los colegas y también a los escritores: “El que se la cree, se jode”. Frase única que para más de uno fue y es un espejo deformante. Etica pura.
Fue un excelente caricaturista político en el diario La Hora del Partido Comunista, al que en aquellos tiempos pertenecía como todos; firmaba como “Riago”. Después nos echaron, como correspondía, pero sigue hasta hoy informándonos con sus cuadros “que rompen la pared” sobre el país que “supimos conseguir”.
Acabo de regresar del Palais de Glace donde su esposa Sylvia Vesco y el Oso Smoje organizaron una extraordinaria exposición de su obra, en la que él está presente en cuerpo y alma. Que él también pintó en un autorretrato que nos ilumina con su irónica grandeza, como diciéndonos: “A ver si nos vemos la semana que viene a tomar unas copas”.
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