› Por Leon Ferrari
Lo conocí a Gorri en el año ‘66, cuando se estaba organizando una muestra de homenaje a Vietnam en la galería Van Riel, que fue una de las primeras colectivas de apoyo a Vietnam, y ahí nos hicimos amigos.
Después nos encontramos en otras colectivas como el Homenaje al Che en el ‘67 en la SAAP. Eran todos cuadros iguales con la silueta del Che y cada uno tenía que pintarla como se le ocurriera. Pero a la policía no le gustó y estuvimos más de dos horas encerrados junto a los cuadros. En el ‘69 volvimos a encontrarnos en Malvenido Rockefeller, también en la SAAP.
Cuando volvimos de Brasil, en el ‘91, Alicia –mi mujer– recuerda que el Gorri, que había canjeado el diseño de una etiqueta de un vino por no sé cuántas botellas, nos había invitado a una cena y había puesto en una fila india unas 10 o 15 botellas. Nos las fuimos tomando despacito.
En 2003, Sylvia nos hizo en arte BA una muestra a los dos, titulada Jóvenes contemporáneos. La última vez que lo vi fue en casa del Yuyo (Luis Felipe Noé). Fue divertido. Vi que el Yuyo escribió una nota muy linda. “Queridísimo Gorri”, decía. Lindo título.
De Gorri recuerdo sobre todo su calidad de amigo, su forma de establecer vínculos de amistad, la coherencia y la continuidad que siempre tuvo en sus ideas y el coraje. No sólo pintaba fuerte y nuevo sino que lo hacía con los militares encima. Fue uno de los que se quedaron cuando Videla en la Rosada, como Diana Dowek y Norberto Gómez, que seguían pintando sin temerles a los chupaderos. Los admiro.
De toda su obra, lo que más me impresiona es lo que pintó durante la época del Proceso; uno en particular, muy parecido a un cuadro de Hitler avanzando entre una fila de tropas y banderas.
Hoy estuve en su velorio en el Palais de Glace. El Oso (Oscar Smoje, el director del Palais) había vaciado una sala, al fondo y sobre el féretro un cuadro del Gorri con un personaje contra una ventana, el cielo atrás, como esperando. Sólo dos o tres candelabros y unas flores. Me impresionó. Era como si la sala estuviera llena de esas miradas que lanzan las pinturas del Gorri, esos cuadros que miran, personajes que te miran, se te vienen encima. Es la más hermosa instalación que recuerdo: la sala grande vacía, sólo el Gorri, las flores, el cuadro y el espacio lleno de pinturas, recuerdos y vinos. Qué linda idea: el Gorri hasta el último momento haciendo arte, incorregible, antes de irse. Como una despedida del gremio de amigos.
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