LIBROS 2
Los hermanos que perdí
Con la historia de un hermano
que le roba la mujer al otro, Jaime Bayly volvió
a la literatura. Aunque perseguido por el fantasma de su personaje televisivo
y la ira fraternal que produjo en Lima, La mujer de mi hermano termina de alejarlo
de los escandaletes mediáticos para ubicarlo en el terreno de la nueva
literatura latinoamericana. Aunque con Radar no se privó de hablar de sus
hermanos, sus lectores, Dios, el diablo y Tinelli.
› Por Claudio Zeiger
Si existe una lucha entre Jaime Bayly personaje y la obra de Jaime Bayly, La mujer de mi hermano vendría a ser un round ganado por la obra: Bayly personaje ha dado un paso al costado en cuanto a centrar la trama alrededor de sí mismo, táctica que inevitablemente llevaba a que los reflectores se posaran sobre él buscando descubrir al perverso polimorfo agazapado detrás del atildado conductor; si esa tensión alcanzó su punto máximo con La noche es virgen, esta nueva novela de Bayly da un respiro. Atenuará el morbo de los lectores aunque obviamente no lo disuelve del todo; y el escándalo mayúsculo de su primera obra, No se lo digas a nadie, parece haber sido reducido al tamaño de un escandalete familiar por mail. “El libro ha provocado algún escándalo en Lima, en la familia”, cuenta el autor de visita por Buenos Aires. “Algunos de mis hermanos se sintieron agredidos. Pero no la leyeron, se han dejado llevar por el título, que les disgustó. Un hermano me escribió un correo electrónico muy crispado diciendo que cómo me atrevía a meterme con la familia. Yo lo invité cordialmente a leerla, pero creo que no lo convencí. No sé siquiera si la leyó. Creyeron que estaba haciendo una declaración furtiva de amor a mis cuñadas. Mi mamá creo que tampoco lo ha leído. Mamá lee los libros del beato Escrivá de Balaguer. Mis libros le interesan menos, creo.”
¿Algo cambió? Probablemente, lo que cambió no tiene tanto que ver con el Bayly de la televisión y el escándalo pendular entre Lima y Miami, entre la familia y la Iglesia, entre Dios y el diablo en el cuerpo; el cambio, quizás, empiece a tener que ver con la literatura, con que Bayly se ha afirmado como escritor. Cuando se habla de la nueva narrativa latinoamericana, se lo menciona entre los nombres emergentes, y los libros que otrora fueron leídos como mero testimonio personal, hoy pueden ser considerados bastante más. Y esto también pasa con su última novela.
Bayly sigue escribiendo largo y tendido (algo que probablemente haya hecho sucumbir a su libro sobre la infancia, Yo amo a mi mami) pero ese largo aliento, que se plantea en La mujer de mi hermano como una fuerza de voluntad empecinada en perseguir a sus personajes hasta las últimas consecuencias, abre lecturas más sugerentes. ¿Es este libro un melodrama casi naturalista en cuyo fondo palpita una “desviación sexual” incestuosa, un desborde de la pasión? ¿Es un libro temerariamente cercano al fluir folletinesco de Manuel Puig? ¿Es una novela que por su atmósfera cerrada, su clima obsesivo y un planteo de triángulo amoroso entre dos hermanos y la mujer de uno de ellos, se desliza hacia un plano simbólico? Lo cierto es: varias lecturas son posibles en esta novela que deja resonancias extrañas, independientes de ese personalismo que parece haber apuntalado la obra de Bayly. Para él, en principio “son dos hermanos que se detestan muy cordialmente por algo que ha sucedido en la adolescencia. El hermano menor, Gonzalo, busca vengarse seduciendo a Zoe, la mujer del hermano mayor, Ignacio. Creo que es una historia de amor, de venganza y, finalmente, de perdón”.
¿Alegorías? ¿Una santísima trinidad, quizás? Bayly no va tan lejos en la interpretación, pero sí admite una ambigüedad esencial en la trama: lo que subyace al tema convencional de novela realista (la infidelidad) podría ser una esencial ambigüedad sexual. “Hay un juego de espejismos, de percepciones, por el cual Zoe quiere enamorarse de Gonzalo porque ve en él al Ignacio del que se enamoró, y busca en él lo que cree haber perdido. Hay simulaciones al punto tal que los personajes se sorprenden a sí mismos por su infinita capacidad de ser contradictorios: saltan de la abyección y la vileza a la generosidad y la entrega. Ignacio tiene una zona de deseo homosexual. Con respecto a lo que sucedió entre los hermanos en la adolescencia, hay interpretaciones. Una, la más obvia, es que hubo una violación, o por lo menos un abuso sexual de parte del hermano mayor. Otra es, quizás, que para uno fue un juego erótico y para el otro una violación. Siempre hay tres versiones para una historia de dos: lo que realmente pasó, lo que uno cree que pasó y lo que el otro cree que pasó”.
La mujer de mi hermano es una novela donde sólo aparece gente de una clase privilegiada. ¿Cómo te resulta escribir sobre este sector en América latina cuando hoy el tema social más evidente es la exclusión?
–Creo que estos personajes representan un modo de vida muy latinoamericano que consiste en evadir la realidad, creyendo en la superstición de que cuanto más se aleja uno de la realidad, cuantas más comodidades reúne a su alrededor, más feliz se es. Creo que ellos han caído en esa trampa del encierro y del consumo y por eso son infelices. Esta es, en definitiva, una crónica de la infelicidad. Si te encierras porque le tienes miedo a los pobres, probablemente también te den miedo las pobrezas y las miserias que encuentres en ti mismo.
La novela transcurre en una ciudad que no se nombra. ¿Por qué?
–No es una casualidad: no he querido situar la trama en una ciudad concreta porque para los personajes la ciudad es un dato insignificante. Ellos viven en una burbuja. Ignacio encapsulado en el banco, Gonzalo ensimismado en su taller de pintura y Zoe en una mansión en los suburbios. Creo que la ciudad como un dato geográfico les interesa poco y nada. Curiosamente esta novela es la primera que escribí en Lima. Pude escribirla ahí rompiendo una especie de maleficio que yo creía que pesaba sobre mí. Probablemente por eso no transcurra en una ciudad específica, real.
¿Cómo te ves situado dentro del escenario de la nueva narrativa latinoamericana?
–Creo que, como aproximación, puedo decir que a diferencia de los escritores del boom latinoamericano, la mía es una generación muy dispersa. No todos vivimos en París, no todos fundamos revistas literarias ni firmamos manifiestos políticos. Creo que es como un archipiélago donde cada uno tiene su isla, su feudo en el que cada uno hace lo que le da la gana. No hay esa sensación de pertenencia a la cofradía intelectual. La nuestra es una generación más cínica, casi egoísta, si se entiende por egoísmo el hedonismo de escribir por placer más que por dar testimonio.
¿Pensás que mucha gente te lee por morbo, para ver cómo es el personaje de la televisión?
–Es un peligro del que soy muy consciente, pero es lo que hay, como dicen en Chile. Los libros que están publicados ya están, es irremediable. Por primera vez me propuse escribir una novela que no fuera tan descaradamente autobiográfica. Lo intenté, y de todos modos ha habido un tráfico de cosas mías a los personajes. A los lectores les gusta este juego morboso de los malentendidos entre ficción y verdad. Siempre me preguntan esas cosas. ¿Tú eres el personaje de No se lo digas a nadie o La noche es virgen? Claro que sí soy, aunque más no sea por la ilusión de haber vivido esas vidas alternativas de las novelas.
¿Por qué te dedicaste a escribir?
–No sé bien por qué, pero sé que si no escribo me siento despreciable, me detesto. Siento que soy desleal a mí mismo, que me traiciono, como se traicionan los personajes del libro a ellos mismos. No creo que escriba para que me quieran más, porque al contrario, escribiendo hago enemigos y me atraje un montón de problemas. Pero si dejo de hacerlo me enfermo. Creo que es el peso de la culpa, la culpa católica.
¿No serán también las culpas de hacer un personaje en la televisión?
–Puede ser. A mí me han hecho escritor entre la Iglesia y la tele. Yo soy escritor por Escrivá y David Letterman. Por el Papa y por Tinelli.