NOTA DE TAPA
Tropicalee
En 1968, al frente del mítico grupo Los Mutantes, acompañó a Caetano en un festival de la TV Globo cantando “É proibido proibir”, la canción que marcó para siempre el lugar del tropicalismo en la historia brasilera. Desde entonces, cuando ya tenía asegurado un sitio de honor en la música latinoamericana, viene transitando con gracia y elegancia los más variados géneros musicales: siempre con un pie en el rock y otro en la bossa nova, hizo música disco, dio un batacazo mundial con el hit “Lança-Perfume” e introdujo con Bossa’n roll el formato acústico en Brasil. Ahora acaba de editar un disco con extraordinarias versiones de canciones de los Beatles. De gira por Punta del Este, y antes de tocar en Buenos Aires en noviembre, Rita Lee habló con Radar de todo un poco, incluido el largo camino que la llevó de las veredas del Copacabana a sus imitaciones de Gal Costa.
Por Violeta Weinschelbaum
Rita Lee, la de los ojos brasileños de lechuza. Como una Atenea lusitana, su presencia es absolutamente imponente, y siempre lo fue. Ya en la década del 60, en tiempos de gestación del tropicalismo, Rita Lee Jones, entonces miembro del irreverente grupo Los Mutantes, ocupaba un lugar central en la escena musical brasileña. En un país tan federal como Brasil, no es vano decir que Rita es paulistana y que, por lo tanto, actuó siempre como el contrapunto complementario de la gran fuerza proveniente de Bahía, la de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Gal Costa y Tom Zé.
Con Los Mutantes, estuvo presente en algunos de los momentos claves, polémicos y a la vez consagratorios, de la tropicalia. El grupo acompañó, en 1968, a Caetano Veloso en un festival de la TV Globo cantando “É proibido proibir”, canción que partía de los slogans de mayo del ‘68 francés y que fue un punto de inflexión del movimiento y, por lo tanto, de la cultura brasileña.
Uno de los rasgos distintivos del tropicalismo –del que, curiosamente, Rita se reconoce por momentos hija y por otros gestora– es un trabajo de recuperación y reelaboración de lo popular; una apertura hacia el afuera .en la línea ya trazada 40 años antes por los poetas modernistas brasileños– y la incorporación de sus frutos en la creación musical. El tropicalismo promovía una actitud vital, antiprovinciana, enemiga de cualquier preconcepto. Nada podría definir mejor a Rita Lee.
Si tuviésemos que escribir la historia de la carrera de Rita Lee sería difícil distinguir entre la senda principal y sus desvíos. No se lee el trazado estratégico y direccional de un recorrido sino una sucesión de experiencias casi anímicas. Rita Lee, ante todo, se divierte y prueba. Transitó muchísimos géneros musicales, todos con gracia y soltura; siempre con un pie firme en el rock y otro en la bossa nova, hizo música disco (en Banho de espuma), introdujo con su Bossa’n roll el formato acústico en Brasil, cantó como telonera de los Rolling Stones (en Río de Janeiro, en 1995) y, hace un año, grabó un disco con versiones propias de canciones de los Beatles cuya edición argentina -.Bossa’n Beatles– acaba de ser lanzada.
El sábado pasado, rememorando la época de esplendor de los casinos de Río y haciendo una vez más una relectura de la figura de Carmen Miranda, Rita Lee cantó en Punta del Este, en el Hotel Casino Conrad. Hizo una versión breve del show que lleva de gira y con el que vendrá a Buenos Aires en noviembre. Un show extraordinario que pasa por antiguos éxitos de Los Mutantes, hits mundialmente difundidos como “Lança-Perfume” y, por supuesto, algunas de sus interpretaciones de los Beatles.
Entre la prueba de sonido y el show, entre el perchero lleno como si el vestuario no estuviese aún definido y el espejo, en su camarín, conversamos.
Usted es una mujer que construye una estética a partir de la diversidad, tanto desde el punto de vista musical como en las elecciones de su vida: tuvo un programa de radio, hizo bolos en cine y en telenovelas, escribió cuentos infantiles, a veces incluso toca en fiestas, como DJ. Fue tropicalista, baladista, rockera, hizo bossa nova y música disco.
–Eso tiene mucho que ver con el tropicalismo. Soy hija de inmigrantes, de padre norteamericano y madre italiana, y descubrí mi brasilidad en el tropicalismo, con Caetano, Gil, Tom Zé. Ellos me presentaron un Brasil que no tenía fronteras, en el cual todo valía. Entonces asumí ese lado variado y por eso me gusta aventurarme por otros ríos. Es como un juego, no es nada serio, pero esos ríos alternativos me inspiran para desembocar en el mar de la música. Yo no tengo pudor de cantar nada, rock pesado, heavy metal, cualquier cosa. Me gusta todo, me gusta experimentar.
En ese sentido, ¿cuál es su relación con la experimentación? ¿La siente sólo como un juego creativo o la vive como una obligación, como un mandato?
–Creo que tiene más que ver con estar vivo. De ahí que yo haya probado, por ejemplo, todas las drogas, pasado por todos los estilos. No se puede ser una misma persona todo el tiempo; yo, al menos, no lo logro.
Conocer todos los caminos para poder elegir...
–Exactamente. O si no, para no elegir ninguno. Así uno es libre. Pero el problema es que en Brasil me cobran caro el hecho de que yo me haya aventurado por otros mares musicales. La crítica musical brasileña es terrible conmigo.
¿Y usted sufre o ya está acostumbrada y lo asume como parte de los riesgos?
–Hoy ya me cago en ellos, pero hubo una época en la que sufrí mucho. Decía “¡Me odian! ¿Por qué?” y siempre recurría a la salida fácil: “Es sólo porque soy mujer”.
¿Le parece interesante poner énfasis en el hecho de ser mujer?
–Para mí es muy importante. Creo que es un up grade que tenemos en la vida. El mundo femenino, la existencia femenina, es mucho mayor, más completa y compleja, mucho más mágica. Yo siempre hablé de esto, hablo abiertamente de la menstruación, de la menopausia. Porque hasta hace un tiempo la mujer era sólo la musa... Ahora ya no.
El lado físico de la feminidad era tabú.
–Sí, además ahora predominan las mujeres brasileras que son puras tetas, culo y siliconas. Por eso me gustan mucho las opositoras: Marisa Monte, Cássia Eller, Zélia Duncan, Adriana Calcanhoto, Fernanda Abreu. Son todas band leaders, compositoras que no necesitan mostrarse físicamente de esa forma. Ahora, por fin siento que ya no estoy sola. Pasé mucho tiempo sola en otras épocas: era la única figura femenina que componía y que puteaba un poco. Ahora están estas chiquitas a las que yo siento como si fuesen mis nietas, sobrinas o hijas. Es maravilloso.
En algún momento usted tuvo el proyecto de armar una banda exclusivamente de mujeres.
–Sí, pero no era una banda exactamente. La idea que teníamos partía de un tema de Raúl Seixas que se llama “O rock das aranhas”, araña tomado en el sentido de nuestra araña (y se señala entre las piernas). Nosotros queríamos hacer “O rock das aranhas” con Paula Toller, Zélia Duncan y Cássia Eller (que ya había aceptado); queríamos montar una banda con chicos tocando y también con nosotras para poder compartir los shows. Brasil está muy difícil, no hay plata, entonces me parece que un show con muchas personas, además de ser generoso con el público, es gracioso y más fácil para nosotras. Pensábamos en llamar a Wanderléia, a Elza Soares. Juntar a varias mujeres locas y maravillosas y tener siempre invitadas. Pero hasta ahora no pudimos.
¿Cómo piensa usted el disco de los Beatles? ¿Cree que conceptualmente es un disco tropicalista?
–Sí, lo es. Tiene que ver con aquella época. Era la época de la bossa nova, de Brigitte Bardot en Buzios cantando bossa nova y de novia con un brasilero. Mientras grababa, recordé mucho aquella película en blanco y negro, Help, con las veredas de Copacabana. Nosotros (los tropicalistas, Los Mutantes) estuvimos influenciadísimos por los Beatles. Escuchábamos su sonido y decíamos “¿Qué es eso? No sé, pero tratemos de construirlo en casa”. Este disco tiene mucho de ese espíritu, pero con un enfoque que a mí me parece más maduro. El ritmo brasilero que a mí más me gusta es la bossa nova: Nara Leao, Astrud, y en este disco yo las imito mucho.
Pero este disco no es sólo de bossa...
–Es cierto, tiene un baiaiao, un forrosito, tiene un samba-rock y algunas otras cositas.
En el momento de hacer los arreglos para las canciones de los Beatles, ¿ustedes trabajaron con una idea previa (hacer una bossa, hacer un baiaiao) o los ritmos fueron surgiendo a medida que avanzaban?
–La única idea previa era “brasucar”. Después, sólo quisimos incluir algunos elementos musicales brasileños. Era una experiencia que yo había empezado en Bossa’n’roll: hice eso con los Stones, con The Police, mezclé todo y lo bossanové. Cuando surgió lo de los Beatles pensé en retomar esa idea porque me parecía que varios artistas del planeta habían grabado canciones de los Beatles pero que nadie lo había hecho con sonido brasilero.
Caetano, sin embargo, tiene cuatro canciones de los Beatles grabadas.
–Sí, es cierto, y me interesan muchísimo porque son medio abrasileradas.
¿Por qué son diferentes las versiones del cd brasileño y el argentino? Los nombres son diferentes (Aqui, ali, em qualquer lugar en Brasil, Bossa’n Beatles en la Argentina), el orden de los temas varía...
–Siempre fueron pensados así, como un disco para Brasil y otro para afuera. El tema es que yo había escrito varias versiones en portugués de muchas canciones y me las prohibieron. Tenía “She’s Leaving Home”, “Strawberry Fields”, un montón que no pude lanzar.
¿Y las canta en los shows aunque estén prohibidas?
–A veces hago una, otras otra, no puedo cantarlas todas. Ése fue el lado que más me dolió de este disco. Porque me parecía que para abrasilerar realmente a los Beatles, tenía que usar un lenguaje coloquial, malas palabras, y a los dueños de los derechos les pareció que eso desvirtuaba las canciones, que era un modo de faltarles el respeto. Y no era eso: era el homenaje de una brasilera loca. Pero no logré que lo entendieran. Grabamos muchísimo, tenemos material como para lanzar cinco discos más de los Beatles.
En su obra la idea de homenaje es recurrente. ¿Se trata de un gesto de reconocimiento o piensa que un artista se define a sí mismo, también, a partir de esas declaraciones?
–Las dos cosas. No sé. Ahora, por ejemplo, Gil, en su nuevo disco, Kaya N’Gan Daya, está haciendo una relectura de Bob Marley. Es un disco precioso. Siento que los tropicalistas siguen releyendo y son, aún hoy, la vanguardia de Brasil. Los sesentones están a todo vapor.
¿Cree que es interesante crear en contra de algo, o de alguien, crear un enemigo artístico?
–Musicalmente no. Mi lado de contra es más bien político. Respeto a todos los artistas brasileros, aunque hay algunas nuevas ondas que no me gustan, como esas chiquitas medio clonadas que imitan a Britney Spears. Pero aun así me parece que su función en el mundo es bonita y muy diferente de la nuestra. Let it be, ¿no? No me preocupan, simplemente no las escucho. Estoy todo el tiempo con el control remoto en la mano dispuesta a cambiar en cualquier momento. ¡Pero hay que dejar vivir! Cuando alguien empieza a tener éxito la crítica brasilera lo destruye y al pueblo le sigue gustando. Yo me quedo del lado del pueblo. Si le hace bien al pueblo, ¡genial! Es lógico.
En los shows, ¿juega con las letras? ¿Las cambia?
–(Se ríe como si la hubieran pescado in fraganti.) Sí, me meto con las letras, según el lugar en el que estoy, hago jueguitos. Acá, como estamos en un casino, tengo ganas de meterme con el tema del juego. No entiendo por qué en Brasil no está permitido. No existe.
¿Le gusta el juego?
–A mí no, pero me parece que abriría muchas fuentes de trabajo. Necesitamos trabajo: habría músicos contratados, mozos, mucha gente. Tuvimos una época de oro de los casinos en Brasil, en los años ‘50, con Carmen Miranda en el Casino da Urca, en Río. Era un lindo glamour. Ahoraveo que los brasileros vienen todos acá con su plata. Y allá es medio hipócrita porque junto con el “¡No! ¡no puede ser!” hay bingos, quiniela, esos juegos de apuestas que, en definitiva, son lo mismo. Creo que voy a hacer un discursito por ese lado.
¿Fue importante para su formación el hecho de ser paulista y vivir en una metrópoli? Allí, la cultura norteamericana y el rock llegaban antes que a otros lugares de Brasil, ¿verdad?
–Es verdad y eso que en San Pablo ya llegaba atrasada. El hecho de ser hija de una metrópoli seguramente me influenció, sobre todo porque San Pablo es el lugar con menos brasilidad en todo Brasil. Al mismo tiempo, tiene una generosidad de razas mucho mayor que cualquier otra ciudad. Hay de todo: barrios, sindicatos de varias razas y todas se llevan bien. Entonces, está ese lado de la metrópoli de San Pablo que me encanta y el otro, el feucho: pocas ciudades son tan feas. El barrio El Dorado, por ejemplo, representaba el sueño del tipo que estaba en el campo queriendo triunfar en la vida y se iba a San Pablo buscando la realización de su sueño. Hoy, ese mismo tipo va a San Pablo y tiene que dormir debajo de un puente. La ciudad está saturada, triste, fea.
¿Usted vive allí todavía?
–Sí, siempre viví en San Pablo. Cuando viajo a Río, a Ceará, al sur, me gusta ver la brasilidad. Yo siento una cosa más europea. El hecho de ser hija de inmigrantes me da la sensación de ser turista en Brasil. Nunca quise hacer carrera afuera, ni siquiera cuando “Lança-Perfume” hizo furor en Francia. Lo mío está en Brasil. Descubro Brasil todo el tiempo, y ese dinamismo proviene del tropicalismo. Desde aquella época exploro las maravillas que tiene Brasil, lo veo de un modo que otros no ven. Nunca hablo mal de él. Puedo criticar alguna cosa de la política o la economía pero su geografía, sus riquezas, su variedad de frutas, sus acentos, me encantan. Creo que tendríamos que abrirnos más hacia América del Sur; me parece una locura que seamos tan poco unidos. Nuestra historia es muy parecida: las dictaduras, somos los primitos pobres de los norteamericanos, ese “présteme una platita”. Me parece que estamos perdiendo el tiempo: la Argentina peleando por la Argentina, Brasil peleando por Brasil, en vez de avanzar juntos. Deberíamos poder decir: “¿Sabés qué? ¡Tenemos el Mercosur! ¡Andate!”. Me parece que tenemos muchas posibilidades. Yo creía que después del 11 de septiembre el mundo iba a mirarnos a nosotros. Sin embargo, los norteamericanos se aislaron todavía más. No debería decir estas cosas porque tengo sangre norteamericana, pero la verdad es que son insoportables.
Los brasileros tienen una suerte de nacionalismo (en el mejor sentido) que en la Argentina, por ejemplo, no existe. Ustedes hacen siempre una defensa de la brasilidad.
–Sí, claro, ¡si es que lo necesitamos! Me asombra muchísimo lo que decís porque a mí (yo nunca fui a la Argentina pero mi hermana vivió allá y tengo muchos amigos en Mendoza) el argentino siempre me pareció el más patriótico, el más campeón, el que tenía ese espíritu de defensa del país, del fútbol. Pero sos la segunda argentina que me dice eso.
Me parece que nosotros tenemos ese nacionalismo casi exclusivamente relacionado con el deporte.
–¿Será que ustedes reciben todavía más basura norteamericana que nosotros?
Puede ser.
–Ahora, es llamativo cómo los norteamericanos se incentivan a sí mismos. No dejan espacio para nadie; eso me da un poco de envidia. Caetano, por ejemplo, dice que no es nacionalista pero ¡claro que defiende Brasil! Lo bueno es apoyar la cultura propia sin tener fronteras. Y Caetano es todavía más nacionalista porque es bahiano. Yo me muero de envidia, un día le dije que quería un ACM (Antônio Carlos Magalhaes, exsenador, gran defensor de Bahía) para San Pablo. Llegué a la locura de decir que quería alguien que defendiera San Pablo. Los bahianos son muy unidos: uno canta las canciones del otro, son los más unidos de Brasil. Ahora en la Argentina ustedes están penando mucho, incluso desde el punto de vista de la elegancia. Porque los argentinos son muy elegantes –en varios sentidos– pero ahora esa elegancia está muy sufrida.
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