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Domingo, 24 de junio de 2007

NOTA DE TAPA

12 grandes éxitos

¿Cómo se compusieron muchas de las canciones que han sido cantadas por miles y miles de personas durante décadas? Algunas de casualidad, otras con premeditación, otras en grupo y otras en cinco minutos. Durante cuatro años, la periodista Maitena Aboitiz entrevistó a casi todos los grandes nombres del rock nacional para
hacerles esa misma pregunta. El resultado es Antología del rock argentino (La historia detrás de cada canción), un libro (Ediciones B) que por estos días desembarca en las librerías argentinas. A manera de grandes éxitos, a continuación algunas de las mejores respuestas.

“Asesíname”

Por Charly García

Salió ante la duda de cerrar la puerta o dejarla abierta. La letra tiene que ver con el asesinato de alguien que conocía, Clota Lanzetta, y con tirar las llaves para que entre alguien. A otro nivel, también tiene que ver con el amor: ¿abro la puerta o la cierro? Es sobre si vale la pena arriesgarse o quedarse seguro, básicamente es eso. Sabés que te perdés muchas cosas si te quedás en tu casa y no abrís la puerta.

“Ana no duerme”, de Almendra

Por Luis Alberto Spinetta

Surgió vertiginosamente, con la idea de que sea un punto clave entre otros temas que ensayábamos con Almendra. Siempre sentí que la letra estaba asociada a Ana María, mi santa hermana, a tal punto que casi pensé que ése era su verdadero origen, pero la verdad es que no lo es. Simplemente “Ana” suena muy bien. Quizás haya una relación subconsciente, pero mi hermana no tocaba su sombra sobre la alfombra, y dormía perfectamente en su cama... mientras que la letra describe a un ser totalmente desquiciado, como en un punto lo es también Fermín, a quien concebimos con Emilio dándole, inclusive, la autoridad de ser “EL” loco de ese hospicio. Yo inventaba canciones en la casa de mis padres, en la calle Arribeños. Ahí era el territorio donde conseguía la suficiente intimidad. En un principio lo hacía con una vieja guitarra española, luego con mi primera eléctrica, una Hagstrom sueca. Era la nada y todo a la vez. A veces era molesto que la enchufara cuando se me daba la gana y que me pusiera a hinchar, ya siendo Almendra conocido. Porque Arribeños era el centro creativo, pero no era Electric Ladyland. Era una vida prácticamente dedicada a explotar hacia la música y empezar lentamente a descubrir lo que significaba querer estar en ese lugar, con todo lo que tiene de bueno y de malo. Creo que ese ritmo rápido y esa pequeña melodía que insiste fueron los que me animaron lo suficiente como para poder hacerla. Siempre pintó la tonada antes que las palabras, que luego había que poner para completar la canción. Además, cualquiera de los integrantes de Almendra iba a poner algo de sí para enriquecerla, como las armonías de voces o pequeños detalles. La letra usó la espontaneidad de lo que mejor nos parecía en ese momento. Cualquiera podría haber encontrado algo semejante, tal es el caso de “Diana divaga” de Los Abuelos de la Nada, tema al que naturalmente siento como contemporáneo, o como antecesor. Aunque las bandas no se conocían, creaban y ensayaban en diferentes barrios, quizá simultáneamente. “Ana no duerme” es de un tempo ágil y nos permite volcar cambios de compases, dividir “a la mitad” y tiene arreglos de viola, más otras cosas como armonías en séptima y todo en un mismo tema polentoso. Por eso siempre lo sentíamos como un tema clave. La versión en Obras 2000, con Dante en viola, Valentino con Geo Rama rapeando, y Grace Cosceri, más toda la banda al mango, confirma la versatilidad de la idea.

“De música ligera”, de Soda Stereo

Por Gustavo Cerati

Mis padres tenían una caja de discos que se llamaba “Clásicos ligeros de todos los tiempos” donde había música de películas, obras clásicas y de todo, mezclando Mozart con Ennio Morricone. Esas palabras me habían pegado mucho y a mí me quedó sonando siempre la frase de “clásicos ligeros”. ¡Todo el tiempo vuelvo a lo que hacía cuando era chico! Es un momento en el que salieron muchísimas cosas: ideas musicales, yeites con la guitarra y cosas que ahora no se me ocurriría hacerlas. Por otro lado, había participado en el disco Conga, de Daniel Melero, tocando en un tema que se llamaba “Música lenta” que decía: “serán los efectos de la música lenta”. Y fue como una especie de respuesta velada, porque me impulsaron esa misma canción y los efectos de la música lenta. Después me acordé de los clásicos ligeros y de la música ligera, y empecé a escribir sobre lo que significaba un poco la idea del pop. Por un lado, no podés zafar de ello y siempre está bueno escuchar una canción así, donde no tenés ni qué pensar, porque simplemente está y te arrasa. Por otro lado, no es que te quede tanto, sino que es sólo un momento en la vida. Fue uno de los temas más instantáneos que tuvimos con Soda Stereo. Fue llegar a la sala, empecé a tocar el riff, y salió. Musicalmente, lo creamos los tres. La letra la escribí ahí mismo, no entera, pero parte sí. La mayoría de las veces la motivación para escribir, la inspiración, te sale de la misma música. La misma música tiene los ingredientes necesarios a la letra, hay algo de lo que me está hablando la música. En este caso era lo más liviano y lo más pop que podía imaginar, era como una canción que había estado guardada durante mucho tiempo ahí. Lo primero que siempre escribo es el estribillo, que aquí fue: “de aquel amor de música ligera”. Después habla de la música en sí: “ella durmió al calor de las masas y yo desperté queriendo soñarla”. ¡Es eso, es la música hablando! Entre nosotros sentíamos y sabíamos que ese tema iba a reventar. A veces lo sentís eso. Y por la forma tan instantánea en que salió fue como si la hubieran tocado diez mil grupos antes. Quizás no fue así... ¡la tocaron diez mil grupos después!

“Una casa con 10 pinos”, de Manal

Por Javier Martinez

¡Esa casa existió! Era de un amigo mío que es un artista plástico, Roy Macintosh, un muchacho que paraba con nosotros en el bar La Perla, en Corrientes y Montevideo. Era uno de los lugares donde me encontraba con la bohemia artística. Recuerdo que un día estábamos ahí y apareció Marcela Pascual, la compañera de Tanguito, con Roy. Vinieron y dijeron: “Vamos a la casa que alquilamos en Monte Grande, los invitamos a todos”. En la mesa estábamos una banda de amigos: Tanguito, Pappo, yo y un montón de gente más. Y nos fuimos a esa quinta hermosa que habían alquilado, que tenía la entrada en diagonal por la esquina, con 5 pinos de cada lado: ¡era una casa con diez pinos! Tenía una hectárea de parque, así que había rincones de sobra. Eramos un grupo de artistas y estábamos todos solitos por ahí pintando, escribiendo o haciendo música, y después nos juntábamos todos en la casa. Yo me fui con mi guitarra abajo de un árbol, me llevé un vinito y, mientras lo tomaba, me puse a escribir la canción solito, tranquilo. Ahí terminé de escribir la letra, porque ya tenía la forma, estructura de acordes y melodía más o menos hecha. Tiene una influencia musical de las baladas de Otis Redding, como “Sentado en el muelle de la bahía”, que siempre me impresionaron mucho. Comencé con la primera frase: “Una casa con diez pinos, hacia el sur hay un lugar”, describiendo la situación. La canción es la reivindicación del tipo urbano que está un poco saturado de la ciudad y de respirar humo, que va un día al campo y se enamora del verde, redescubre lo que significa respirar oxígeno y tomar agua. Digamos que es una reivindicación bucólica. Esa noche que la terminé, nos guardamos adentro de la casa alrededor del hogar, porque era invierno, y después de cenar todo el mundo se mostró lo que había creado. Los pintores nos mostraban sus telas, los que escribían sus textos, sus poemas o prosa, y los compositores mostrábamos nuestras canciones. El tema les encantó. Fue una gran experiencia. Siempre les voy a agradecer a Marcela y a Roy por haberme invitado. Nunca había estado en un grupo de artistas que conviven en una casa y crean todos juntos. Se genera un espíritu de acumulación y una energía redoblada. Fijate que los grandes movimientos artísticos nacieron de grupos, y ésos son los que cambian la historia. El grupo de gente que se conformó en La Cueva fue producto de varios compositores y cantautores. Un tipo no crea nada, ¿viste? En la historia están las grandes figuras, pero si Julio César atravesó el Rubicón fue porque estaba el ejército atrás. Si dice “¡Vamos!” y atrás no hay nadie, por más Julio César que sea, ¡no pasa nada! Es así.

“Sin documentos”, de Los Rodríguez

Por Andres Calamaro

La canción nace en Madrid. Tal vez la hice en una casa de la calle Martínez Campos o quizás en la sala de ensayo de la calle Tablada número 25, donde está filmada la película de Almodóvar Laberinto de pasiones. Los documentos, por ejemplo la cédula de identidad, son parte de nuestra cultura y de la idiosincrasia policial. Para los de mi edad está relacionado con la persecución y la represión, era un asunto bastante heavy con la policía, y lo sigue siendo. Además, para los extranjeros en Europa también es importante: la mitad de Los Rodríguez estábamos indocumentados. Estábamos conquistando España sin documentos, lo cual era divertido. Pero la letra es estrictamente sentimental. Es otra estúpida canción de amor, indudablemente. Es el varón frente a la amplitud del corazón latiéndole. La constante de esa letra parece ser el insomnio, el romance, una idea vacía y el paso del tiempo. Muchas veces se piensa que una canción es letra y música, pero en realidad, son muchas más cosas... Aunque la música y la letra parecen balanceadas, creo que hay otras cosas que la hacen un poco más importante, como el fervor y un buen título. “Sin documentos” tiene esa particularidad: el pueblo las pudo cantar con el brazo en alto. Otra estrategia es el intervalo, el primer acorde es un Sol Menor muy sencillo y yo empiezo a cantar en un Re, en la quinta... ¡Cómo suena esa distancia! Es lo mismo que en “Mil horas”, “Días distintos” y “Para no olvidar”. El mismo intervalo, el mismo tono. Me parece que deliberadamente estaba usando cosas de “Mil horas” diez años después, para ver si podía repetir esa sensación triunfal.

“Me vuelvo cada día más loca”, de Celeste Carballo

Por Celeste Carballo

Surgió en el baño... ¡haciendo pis! Fue durante la guerra de Malvinas. Yo vivía a cinco cuadras de Plaza de Mayo, en Defensa y Chile, tercer piso. Y a las doce de la noche había cruzado la Plaza, caminé por Defensa por el medio de la calle, y cuando subí y abrí la puerta, ni bien entré a mi casa, escuché ráfagas de tiros fuertísimos. Enseguida pensé: “¡Me podrían haber dado a mí, si hace dos minutos estaba ahí!”. Mientras iba al baño a hacer pis, pensaba: “¿Es cierto o yo me estoy volviendo cada día más loca?”. Me quedé un rato escuchando los tiros y me puse a escribir el tema, que en la letra tenía el formato de una zamba. Sin embargo, sabía que estaba escribiendo un rocanrol y lo estaba silabeando de esa forma. Estuve toda la noche escribiendo sin ninguna guitarra, sólo con papel y lápiz, a tal punto que cuando me paré tenía las piernas completamente dormidas. ¡No me había dado cuenta y estuve cuatro horas sentada escribiendo! Y así, escribiendo, se me pasó el ataque de miedo que me había agarrado por toda esa violencia. Primero salió la letra y después la melodía. Probé con la guitarra para ver qué acordes iban. Cuando les paso ese tema a los músicos, no lo entienden enseguida porque es muy difícil, y por eso no lo toco mucho. Sé que, cuando mi banda entiende esta canción, ¡quiere decir que ya tocamos juntos hace mucho tiempo! En realidad, “Me vuelvo cada día más loca” se refiere al inconsciente colectivo. Nadie escribió nada. Es el inconsciente colectivo que traspasa su propia experiencia, por eso después se convierte en éxito o no. Algo que el inconsciente colectivo tradujo y generó a través de mí, lo expreso y lo vuelve a tomar. Lo reintegra y lo devuelve en otras obras. Una canción es una expresión del inconsciente colectivo, por lo tanto, el impuesto vuelve al pueblo.

“Viento dile a la lluvia”, de Los Gatos

Por Litto Nebbia

En la época de Los Gatos vivíamos en un piso del hotel City, un lugar segunda clase cerca de Plaza de Mayo, o sea bien céntrico y lleno de ruido de autos. Cada uno tenía su habitación, pero cuando quería tocar o componer, me iba al baño o a la terraza. Y fue en esa terraza donde hice en guitarra el tema “Viento dile a la lluvia”, que surgió de una: música y letra juntas. Para la época, y para un grupo de adolescentes de pelo largo, era una canción muy rara, porque es muy tranqui. ¡Hasta debe ser la primera canción melódica de rock que es un hit! Es como un rock lento, pero no es estilo Shakers ni Beatles. También es rara porque no tiene segunda parte y no se sabe si la parte del medio es el estribillo. Por entonces, yo tenía 17 años, era muy pendejo y andaba descontrolado, pero para algunas cosas tenía una madurez que parecía de un tipo de treinta años. Tenía la cosa típica de la rebeldía de la adolescencia, pero no me mareé con el éxito porque sabía que me estaba dedicando a esto para toda la vida. Ahora es inimaginable, pero en esa época era una meta muy difícil para un jovencito que no quería que le indicaran lo que tenía que hacer con su vida. Además, los militares te cagaban a palos por la ropa, por el pelo largo, te metían preso... ¡era un desmadre! Por eso, tanto en “Viento dile a la lluvia” como en “La balsa” y “El rey lloró”, para hablar sobre mi inconformismo, rebeldía y ganas de ser libre, escribo en tercera persona, como si estuviera narrando algo que pasa en un cuento. Ahora cualquiera sabe cómo hacerlo, pero en el año ‘67 era una cosa moderna, todo un descubrimiento. No se podían decir las cosas directamente, porque te lo prohibían y quedabas marcado. Y ésta fue mi manera de referirme a una sensación de búsqueda de libertad y de inconformismo social.

“El tren de las 16”, de Pappo’s Blues

Por Pappo

Resulta que estaba en Inglaterra, en la estación Victoria de Londres. Ahí conocí a una chica. Yo iba caminando en la misma línea que ella, pero enfrentados. A medida que avanzábamos, ni yo quería dejarla pasar, ni ella a mí, entonces nos chocamos. Me tendría que haber corrido porque era una dama, pero me quedé y la mina se quedó, y me miró y la miré... y nos dimos un beso. ¡Y automáticamente pasamos a ser novios! Nos conocimos, la piba se enamoró de mí, ¡y hasta llegué a ir a la casa a pedirle la mano a la madre para que nos casáramos! Después de tres meses de noviazgo, me llamaron para hacer una gira y tuvimos que separarnos. En ese momento no podía quedarme en Inglaterra y estar con ella, ni tampoco la podía llevar. El problema era la edad. Ella vivía con sus padres y yo tenía que irme, ¿cómo les decía a sus viejos que se iba a ir de su casa por un mes con un músico de rock y encima argentino? ¡Ni en pedo! ¡No la dejaban ir! La despedida fue en el mismo lugar donde nos habíamos conocido: la estación Victoria. Ahí, llorando, me dio un anillo con un diamante que le había regalado la abuela. Estaba enamoradísima. Con el tiempo volví a Inglaterra y la busqué por todos lados; pero no estaba, no la vi más. Después me arrepentí de haberme ido. Hubiera dejado todo y me hubiera quedado. Pero, en el fondo, ser músico es tener que dejar todo de lado para seguir. Mi amor por la música era tan grande... que me tuve que ir. El tema lo hice en un estudio de Buenos Aires, cuando grabé Pappo’s Blues 2. Escribí “Yo sólo quiero hacerte el amor” porque me acordaba de que era algo que habíamos hecho con ella. La canción también dice: “Pero tengo que dejarte otra vez”...

“La guitarra”, de Los Auténticos Decadentes

Por Jorge Serrano

La idea era partir del pibe que le dice al viejo: “Yo quiero ser artista”, Y el padre le dice: “¡Ma’ qué artista, andá a laburar vos!”. Era esa sensación. Hablar de un oficio que no garantiza lo que vas a ganar, y entonces los padres se preocupan. A diferencia de un tema como “Gente que no”, está hecho desde el punto de vista de un padre. Me acuerdo de que en esa época mi mujer estaba embarazada de mi primer hijo, y yo empezaba a reflexionar sobre lo que yo había sido en la adolescencia para mis viejos, ¡y ahora lo iban a ser para mí mis hijos! En esa época tenía treinta y cinco años y me estaba cuestionando mi relación con el público. Porque en un principio yo era igual a ellos: iba al mismo colectivo y al mismo recital. Era más fácil buscar los temas de los que hablaba. Pero ahora que no era un joven, que iba en taxi o tenía toda otra situación distinta, ¿qué punto en común tenía con los nuevos jóvenes? Compuse la canción en la casa en la que vivía, en Parque Patricios. La tuve tres meses guardada y no se la mostraba a Los Decadentes porque no estaba seguro de si estaba realmente buena, cosa que me pasa seguido... Estaba la idea y el estribillo, y todo lo que me faltaba completar lo hice un día de un tirón. El tema, por ejemplo, empieza con un cuarteto de cuerdas, porque queríamos que empezara de manera opuesta a lo que la gente se imagina de Los Decadentes, que ya eran conocidos. Otra cosa interesante es que, en ese momento, en el grupo éramos tres guitarristas y a veces no había espacio para que las tres guitarras tuvieran una función. Entonces dije: “No voy a tocar más la guitarra, me voy a dedicar a cantar y a tocar un poco el teclado. ¡Chau, la guitarra ya fue!”. Así que no toqué más la guitarra... ¿Y qué compuse? ¡”La guitarra”! ¿Y dónde la compuse? ¡En un piano! Increíble.

“Sola en los bares”, de Man Ray

Por Hilda Lizarazu

Nace desde el azar, en un colectivo de la línea 151. Era de día, estaba viajando sentada en un asiento de las filas de uno mirando por la ventana, yendo hacia el centro por la calle Bartolomé Mitre, y justo en el momento en el que el colectivo frena en un semáforo, veo a un travesti con una mirada muy melancólica. ¡Para mí era una foto lo que estaba viendo! Y me quedé en esa imagen: era morocha y estaba parada en un antiguo umbral de una de esas típicas casas francesas que hay en Buenos Aires. Volví a mi casa con la idea de escribir algunas líneas sobre ese travesti, y empecé a tratar de armar su historia: estaba mareada, era una persona que trabajaba en los bares, había laburado toda la noche, ya era de madrugada... Por eso “sola en los bares, no era hombre ni mujer, se transformaba”. Era el sabor de esa melancolía que yo sentía debía ser la vida de un travesti. Eso fue en el año ‘87, época del primer disco de Man Ray, que salió un año después, pero habíamos dejado esa canción afuera. Al tiempo, cuando me fui a vivir a la casa de una amiga que era pareja de Richard Coleman, con él intercambiábamos las cosas que hacíamos. Un día vio la canción escrita en un cuaderno y me dijo: “¿Por qué no ponés este tema? Está buenísimo”. Tomé su opinión y “Sola en los bares” finalmente se editó en el 92, en Perro de Playa. Cuando salió la canción mi hermana me llamó por teléfono para contarme que se sentía súper reflejada con el tema. “¡Ay me siento re identificada! ¿Esa canción me la escribiste para mí, no?”, me dijo. No escuchó nada: ¡es un tema de un travesti!

“No te enamores nunca de aquel marinero bengalí”, de Los Abuelos de la Nada

Por Cachorro Lopez

A Miguel Abuelo le encantaba esta canción porque era súper loca y delirante. La hicimos en Buenos Aires, al principio de Los Abuelos de la Nada, en un momento increíble y muy dorado de la música argentina. La inicié yo con la estrofa que decía: “Señor santo del cielo, ¿dónde pusiste la cruz?” y se la mostré a Andrés Calamaro, que compuso un estribillo que es buenísimo, que repetía: “No te enamores no, no te enamores nunca”. A Miguel le gustó y yo le dije en broma lo de marinero bengalí, boludeando nomás, porque entre nuestro grupo de amigos jodíamos siempre con marineros gays. De hecho, Charly habla en “Bancate ese defecto”, que es de la misma época, de “marineros maricones embolsados bailan la danza de la inteligencia”. El grito de “¡Marilú!” es otra joda de entrecasa. Miguel después terminó esa letra increíble y Gustavo Bazterrica compuso el riff de guitarra que abre el tema. Por eso lo firmamos entre todos. Fue lo más grupal que hicimos, porque en general trabajábamos mucho cada uno por nuestra cuenta. Fue el primer hit y la primera canción que grabamos. Fue muy emblemática.

“Hacelo por mí”, de Attaque 77

Por Ciro Pertusi

En 1989 tenía unos diecinueve, veinte años. Venía de trabajar en una fábrica, me habían echado y estuve ocho meses sin conseguir laburo, aunque me anotaba en todos los trabajos habidos y por haber. De pronto pego un laburo en el Correo, con mejores horarios para poder dedicarme más a mi vida de músico. Pero en uno de los lugares donde me había anotado, una casa de instrumentos musicales que queda en Flores, me dijeron después que tenían el puesto para mí, y decidí quedarme en el Correo y que entrara a laburar Mariano. Y ahí componíamos las canciones, en esa casa de instrumentos musicales frente a la plaza Flores. Yo venía de repartir telegramas, hacía una parada, y nos juntábamos. Había instrumentos por doquier y tocábamos todo el tiempo, porque el dueño era un tipo divino, súper permisivo y se recopaba con nosotros. Un día, Mariano vino y me dijo: “Mirá, tengo este riff”, y me mostró la melodía. Me decía que se parecía un poco a “Yo te vi en un tren” de Los Enanitos Verdes, y entre los dos empezamos a buscar otra forma de cantarlo. Yo le agregué un puente, la parte que dice “si aún te queda algo de amor dentro de tu corazón”, e hicimos la música entre los dos. La letra salió después. Es mía, pero está inspirada en ciertas vivencias de ambos. Recuerdo que en ese momento me había ido a vivir con mi pareja a una pensión, y al toque se vino a vivir Mariano. Ahí escribí ésta y muchas otras canciones. “Hacelo por mí” trata de cuando al principio idealizás mucho la relación, cuando conocés una persona y te fascinás, y después ahondás más y descubrís cómo es. Mariano estaba viviendo un momento muy parecido con una mina que también había idealizado demasiado, y la letra habla de eso y también un poco de las relaciones en general. Esta canción reconoce la culpa en uno, no como en los tangos, y dice: “La culpa la tuve yo”. Pero la verdad es que al principio no le dábamos pelota a la canción. Se abrió paso sola: le gustó a uno, la puso en la radio, y así siguió. Se convirtió en un fenómeno que yo llamo “de calesita”, que es que cuando ya lo pasan en la calesita. Hoy podríamos decir “de ringtone”.

Después, todo fue muy rápido, abrupto y vertiginoso. No entendíamos demasiado. Eramos muy chicos y éramos gente de laburo. Lo nuestro era muy instintivo, como los perros. Sabíamos lo que estaba más o menos bien, por ejemplo la tele o la exposición pública, y sabíamos cuando algo no olía muy bien. Hubo un momento muy particular en que estábamos tocando en el Gran Buenos Aires, terminamos el show haciendo “Hacelo por mí” y Mariano me miró y me dijo: “¡Qué cancioncita hicimos, eh!”. Porque nosotros no la cantábamos, la cantaba la gente a los gritos. Pero el tema se gastó tanto que se quemó, aburrió. Nos daba bronca y sacamos la canción de los shows, pero no para darle el gusto a nadie sino para protegerla, porque estaban todos tironeando y teníamos miedo que se nos rompa. Pasó mucho tiempo y un día estábamos tocando en Paraguay en el ‘96 y no había nadie que no quisiese “Hacelo por mí”, y hacía un montón que no la hacíamos. Y la tocamos. Ahí dijimos: “¡Es nuestro tema, qué boludos que somos, que se vayan todos a la re-puta que los parió!”, y volvimos a hacer nuestra canción.

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