Dom 05.08.2007
radar

ANTONIONI, FIN > POR MARCELO PIñEYRO

La mirada de los otros

› Por Marcelo Piñeyro

Un pequeño caserío en medio del desierto, en Africa. A través del visor de una cámara vemos en primer plano a un habitante del lugar. No lo vemos, pero escuchamos la voz de su interlocutor, que en un inglés que revela su alta educación y su origen de clase le dice: “Usted ha sido educado para ser el hechicero de la tribu. Pero luego pasó varios años en Francia. ¿Eso no ha cambiado su actitud hacia ciertos comportamientos tribales? ¿No le parece la hechicería un error para la tribu?”. El entrevistado se sonríe y luego, mirando fijamente al visor de la cámara le responde a su entrevistador: “Yo le podría dar mil respuestas satisfactorias a su pregunta, pero no creo que entienda lo poco que puede aprender de ellas. Su pregunta revela mucho más sobre usted mismo que lo que mi respuesta podría revelar sobre mí”. Fuera de cuadro volvemos a oír la voz del entrevistador: “Le aseguro que mis intenciones son sinceras...” El hechicero, con la mirada aún clavada en el visor, vuelve a hablar: “Podemos conversar, pero únicamente si no se trata sólo de lo que usted cree que es sincero, sino también de lo que yo creo que es honesto. ¿Usted quiere saber de mí?” El hombre se levanta, cubre con su cuerpo el cuadro, la cámara tambalea hasta que finalmente se posa sobre el entrevistador que, desorientado, escucha la voz del hechicero que le dice: “Ahora sí podemos mantener una entrevista. Puede hacerme las mismas preguntas que me hizo antes...”

Esta escena se encuentra al promediar El pasajero, y es, probablemente, una de las escenas más sinceras que hayan sido filmadas jamás por cineasta alguno. Habla de convicciones y de impotencias. O de la convicción de la impotencia. “El oficio del cineasta es el de ejercer su mirada”, había definido Antonioni en un reportaje a mediados de los 60. Ya había rodado su trilogía compuesta por La aventura, La noche y El eclipse que tanto habían incomodado, sorprendido y revolucionado al cine y al pensamiento de su época. Cuando filmó El pasajero ya había dejado de filmar en su Italia natal, era el cuarto film consecutivo que filmaba fuera de su tierra: Blow-up en ese swinging London que sintetizaba los profundos cambios que estaban llevando adelante los jóvenes occidentales de los 60; Zabriskie Point (uno de los films más subvalorados de la historia del cine), donde pone su cámara en la línea divisoria de unos Estados Unidos partidos al medio por la rebelión juvenil, la protesta racial, la militancia antiestablishment; China, un documental realizado para la televisión intentando entender la Revolución Cultural que Mao estaba llevando adelante. Antonioni, un intelectual atravesado por su tiempo, había intentado ejercer su mirada para entender el mundo que le tocó vivir, y en El pasajero nos expresa su impotencia, la imposibilidad del intelectual europeo de salirse de sí mismo para entender y así formar parte de las transformaciones profundas de su época. Más que del sujeto al que observa, el cine nos habla del que mira, nos dice Antonioni. El que elige qué mirar, cómo mirar, qué momentos mirar.

Antonioni fue uno de los artistas mayores del siglo XX. Su obra no se agota con su muerte. Por el contrario, su cine sigue vivo, continúa interrogándonos.

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