Dom 12.08.2007
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TEATRO > JAVIER DAULTE: EL SECRETO DE SU éXITO

Apto para todo publico

Javier Daulte es un caso atípico en el teatro argentino: es inmensamente prolífico, estrena en el off y en la avenida Corrientes por igual, y cuenta con un importante reconocimiento en el extranjero. Cada una de sus obras abordó temas eclécticos y peculiares (militares homosexuales, policías buenos, protagonistas invisibles); sin embargo, nunca le dieron la espalda, y el público le retribuyó la gentileza. Con Automáticos en cartel, Daulte se sienta a repasar el secreto de un teatro que busca unir a los griegos con la televisión.

› Por Mercedes Halfon

Más o menos al mismo tiempo que se estrenaba en la Argentina La guerra de las galaxias, provocando furor entre niños y adolescentes, Javier Daulte estaba asimismo tomado, pero por otra cosa, que en este caso lo hacía sentir a él como un extraterrestre. Mientras sus amiguitos y compañeros de escuela iban a ver el primer capítulo de la saga en patota, Javier iba de forma compulsiva al teatro a ver todo lo que se estrenaba, solo. Según cuenta, la rutina era: se enteraba de una obra nueva, iba a sacar su entrada la semana antes del estreno, pedía primera fila y en el medio exacto; si no conseguía esa ubicación, no sacaba. Pero generalmente sí conseguía, así que veía las obras, aplaudía a rabiar, se enamoraba de, por ejemplo, Luisa Kuliok en Despertar de primavera, o se fascinaba completamente con Visita de Ricardo Monti, al punto de verla siete veces. ¡Siete!

Esa pulsión temprana que redundó en una formación acelerada en teatro argentino, y el hecho de haber sido un gurrumín que deambulaba como espectador primero, como estudiante de actuación y protodramaturgo después, en las bambalinas del Teatro Payró y de lo que fue Teatro Abierto, explica mucho del lugar que Javier Daulte ocupa en el teatro nacional en la actualidad. Como figura local –uno de los pocos que van del off a la calle Corrientes sin salir perjudicado– y como figura internacional, referente dentro del mercado teatral europeo. Daulte fue, antes que nada, un espectador apasionado, alguien que vio mucho, pero también comprendió, metiéndose de lleno en el fanatismo, para llegar finalmente a un cuestionamiento de lo que veía y estaba establecido.

Hoy, Javier Daulte estrena en la Argentina Automáticos, un texto que es fruto de su labor con alumnos del Instituto de Teatro en Barcelona, en su trabajo de residencia. Para estos jovencísimos actores escribió la obra. Mirándola es posible imaginarse esa primera relación, infantil e imaginaria, entre Daulte y el teatro.

LENGUAJES CIFRADOS

Al terminar el secundario, Daulte comenzó la carrera de Psicología. Hacía tiempo que había comenzado sus estudios en actuación: “Yo estudiaba teatro, era el más chico de los grupos, y eso fue paralelo a mi toma de conciencia personal de lo que estaba pasando en la dictadura. Al mismo tiempo me iba fascinando con la capacidad de los lenguajes teatrales de poder hablar de lo que estaba ocurriendo de una forma metaforizada, simbolizada, obviamente obligados para poder burlar la censura y seguir creando”, cuenta.

Más acá de esa fascinación, cuando se decide a escribir, no va a ser esa cifra, ni esa denuncia la que va a estar en el centro de su proyecto artístico. Después de varios intentos de obras –algunas datan de la época de Star Wars–, ya con tres escritas y la firme decisión de querer montarlas o por lo menos darlas a conocer, Daulte se autofinancia una edición. Junta billete tras billete, le pide a un tío que le haga un dibujo para la tapa y lo lleva directamente a una imprenta. El libro contenía Ubito, Un asesino al otro lado de la pared y Criminal, sus tres primeros textos. Muy contento con el material, el autor lo hace circular, se lo regala a amigos, conocidos y allegados al mundo teatral, esperando que se dé la consecuencia que creía natural a su esfuerzo: que algún director de renombre note el mérito de su escritura, se enamore de esos materiales y los lleve a escena. Nada de eso pasó. La respuesta fue incluso peor de lo que esperaba. “Criminal la escribí a fines de los ’80 y fue vista como gravemente incorrecta en ese momento. ‘¿Qué es esto?’, me decía todo el mundo cuando la leía. Creían que era un puro juego, un chiste, una cosa ingeniosa.”

Una de las personas a las que les hizo llegar el libro fue a su admirado Agustín Alezzo. Algunas semanas más tarde del envío, este director lo llamó y lo invitó a su casa. Allí, y luego de hablarle de la importancia de que los jóvenes se interesen en la escritura escénica y lo difícil que es hacer teatro, le llegó la temida devolución. Más allá de algún diálogo agudo, sus obras eran vacías, huecas de contenido y no querían decir absolutamente nada. (Esta historia es contada por el mismo autor en una suerte de autobiografía literaria que está incluida en su Teatro completo, editado por Corregidor.)

El malentendido con Alezzo, que obviamente envió a Javier Daulte a una oscura depresión (y a terminar la carrera de Psicología), tenía que ver con un profundo quiebre generacional que comenzaba a vislumbrarse. ¿De qué hablar y cómo hacerlo con el advenimiento de la democracia?, podría ser la pregunta a la que Daulte contestaba intuitivamente con su producción. El explica: “Cuando cae la dictadura, yo tengo veinte años y el proceso que comienza es la caída del lenguaje y el modelo que funcionaban, porque pierden sentido. Porque esas cosas que sólo se podían decir en teatro y con ese idioma cifrado, ahora se podían decir a las claras y en televisión. Pensá en el caso de un cineasta como Carlos Saura, cuyo cine, después de la caída del franquismo, pierde mucha sustancia. Yo sentía esa contradicción en el momento en que empecé a escribir. Siento que mi escritura es una especie de gajo, algo que no echa raíces en ninguna parte. Tardé mucho tiempo en estrenar Criminal”.

Lo curioso es que cuando finalmente se estrenó, casi diez años después, en el Teatro Payró, el recibimiento fue por completo distinto. La obra gustaba, recibía elogios de todos lados e incluso del más inesperado. El día del estreno, alguien le avisa a Daulte que una persona estaba afuera esperándolo. Era Agustín Alezzo y quería decirle que su obra era una ma-ra-vi-lla. Por supuesto, se había olvidado que ya la había leído en otra oportunidad.

EL LIBRE JUEGO

Es así como Daulte parece convertirse en el eslabón perdido entre un teatro y otro. Uno de los primeros que en los ’90 –dentro del grupo de autores fue Caraja-ji, donde también estaban Rafael Spregelburd y Alejandro Tantanian, entre otros– recogió el guante de la dramaturgia y comenzó a hacer algo distinto. “Creo que lo que pasó en el medio fue que empezó a hacerse evidente que el teatro debía encontrar su especificidad –reflexiona–, que se trata de un juego, una celebración, un goce que no necesariamente tiene que estar señalando con el dedo el problema de turno sino que el teatro, como cualquier arte, es una donación para despertar la sensibilidad que haya que despertar. Si no, ¿por qué se vuelven a hacer los clásicos? ¿Porque estamos en una coyuntura igual? No, porque su genio trasciende los problemas de cada época. Y su juego tiene sentido en sí mismo. Yo creo que el teatro es una invitación a disfrutar, uno debiera ir al teatro con la misma liviandad con que enciende la tele, con la misma liviandad con que iban los griegos al teatro, la posibilidad de encantarse con algo, una telenovela, ese dejarse llevar por el fenómeno.”

Aun dentro del marco del cuestionamiento general que Caraja-ji hizo al teatro en su momento, las obras que Javier Daulte produce en ese marco fueron mucho mejor recibidas. Martha Stutz y Casino fueron publicadas y estrenadas con elogios. El ojo del público avezado estaba cambiando y les permitía a estos jóvenes irreverentes abrir un nuevo campo de juego. Como muestra del posicionamiento del grupo basta ver la biografía que los ocho dramaturgos que la integraban adjuntaron a los libritos que compilaron sus obras (publicados por el Rojas). En ellas se mencionaba como dato fundamental y acaso el punto de relación entre ellos y un sentimiento de compromiso hacia la patria, el hecho de que los ocho fueron elegidos como abanderados durante la escuela primaria.

TEATRO “ABIERTO”

Viendo las obras de Javier Daulte se hace evidente que su prédica por el teatro gozoso no pasa por lograr un lenguaje “pasatista” sino por recuperar el placer de contar y ver una historia. Igualmente, él dice: “Yo siempre me asombré que mis obras les gustaran a más de cuatro. Porque lo que yo me proponía siempre iba más allá de lo aceptable. En Bésame mucho, hacer una obra sobre policías buenos. En ¿Estás ahí?, poner en escena un hombre invisible. Siempre me planteo un desafío, pero también siempre sentí que esta inquietud experimental no tenía por qué importarle a nadie. Yo voy a hacer un experimento, pero la gente va a comprar una historia; es como decir, yo quiero hacer un reloj así, así y así, pero la gente quiere ver la hora, no tuercas y engranajes. Yo voy al teatro o al cine o leo una novela para que me cuenten una historia”.

Esta decisión es tal vez la que explica el suceso de ¿Estás ahí?, estrenada originalmente en el teatro Cervantes, reestrenada primero en el Teatro del Pueblo y luego en plena calle Corrientes, en el Broadway. Un recorrido que pocas obras del off lograron hacer, acompañadas por el público. Un público que, en el caso de Daulte, por su amplitud y diversidad, es imposible catalogar. El lo explica así: “Siempre la dicotomía fue entre hacer algo para todos o algo para algunos. La elite o la masa. Yo fui permeable a estas contradicciones, pero esto me lo resolvió un pensador francés, Alain Badiou, que sin hablar de teatro sino de las ideas dice: ‘No es para todos, ni para algunos, es para cualquiera’. El concepto de cualquiera me cambió la cabeza. Me interesa que mi teatro pueda ser para cualquiera, y creo que en mis obras sucede: la gente vuelve y trae a sus mamás”.

Este estilo ATP que cultiva Daulte llegó al punto de que los últimos tres espectáculos estrenados y en cartel hasta hace poco tiempo –¿Estás ahí?, Nunca estuviste tan adorable y la reciente Automáticos– han llegado a pensarse como cinematográficos (y no del cine de Tarkovski precisamente). La primera por llevar a escena el icono de “el hombre invisible” donde el tratamiento del fantasma –que obviamente en la puesta era de carne y hueso; no quedó otra– recordaba la célebre Ghost, la sombra del amor. En Nunca estuviste..., el punto de referencia era el cine de Hollywood de los ’50, y la historia familiar que se contaba, la del propio Daulte, era recreada a través de ese imaginario de cine clásico. En Automáticos, las referencias pueden ser Mannequin, Frankenstein, y otras historias de muñecos súbitamente animados.

LEVANTATE Y ANDA

Automáticos es una obra sobre adolescentes y robots. Una historia de autómatas, el más antiguo mito de ciencia ficción, cruzada con el subgénero cinematográfico película de terror de adolescentes. De lo diverso, surge lo igual. Los autómatas y los adolescentes son dos tipos de “aparatos” diferentes, que sufren las tensiones entre un cuerpo –extraño, independiente– y un corazón inmaduro. Es así como una mitología hecha luz sobre la otra, construyendo un relato que avanza vertiginosamente y con gracia hacia adelante, pero que va dejando una sensación de melancolía tras de sí. Basta ver algunas de las historias que el cine nos ha dejado sobre robots y sobre adolescentes para ver de qué se trata esa melancolía: tristeza por la falta, la incompletud, la diferencia con el resto que sufre, por ejemplo, Frankenstein y que lo obliga a ponerle fin a todo, que todo termine trágicamente.

De todas maneras, la referencia a la novela de Mary Shelley no termina de convencerle a Daulte. Ve la relación, pero cuando él escribió la obra tenía en mente otra cosa: “Cuando empezamos con Automáticos, yo me acordé de Lili, una película con Leslie Caron y Mel Ferrer, que fue la primera película que me hizo llorar, cuando yo era un nenito. Ella es una huerfanita que se vincula con los muñecos que maneja un titiritero. El se enamora de ella y ella se enamora de los títeres. La terminé de ver y me fui corriendo a la cama a llorar, y no entendía qué pasaba, porque la película termina bien. Mi mamá vino a preguntarme por qué lloraba y yo le dije: ‘Porque me gustó muuuucho’. Me pasó algo. Yo en ese momento no tenía elementos para saber que era posible que eso sucediera”. El recuerdo de esa conmoción es lo que pulsa por debajo de Automáticos: un juguete que cobra vida.

Automáticos
Viernes a las 21.15 y 23.30 hs.
en el Teatro Timbre 4,
Boedo 640

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