VALE DECIR
› Por Mariana Enriquez
En la década del ’30, un capitán de barco le regaló a Ernest Hemingway un gato, que se llamaba Snowball. No era un felino común: tenía polidactilia, es decir, más dedos que lo habitual en sus patas traseras y delanteras; a veces parecía estar usando mitones, porque sus “pulgares” estaban muy desarrollados. Hemingway llevó a Snowball a su casa de Key West, Florida, donde escribió Por quien doblan las campanas y varios cuentos clásicos, como “Las nieves del Kilimanjaro”. Y él mismo se sorprendió cuando Snowball fue padre de gatitos, y todos tenían dedos de más, a pesar de que la mamá gata era normal.
Hoy, la casa del escritor es la Ernest Hemingway Home and Museum, un museo que visitan 300 mil personas por año. Además de los objetos personales del escritor, alberga a unos 60 descendientes de Snowball, todos con polidactilia, todos hermosísimos, bautizados con nombres como Audrey Hepburn o Truman Capote. Están bien alimentados, tienen su propio veterinario que los visita una vez por semana, cada año se les dan las vacunas –se encarga de eso la clínica cercana All Animal– y todos los procedimientos rutinarios, como despulgarlos y desparasitarlos, se hacen en el museo. Eukanuba les dona comida orgánica, y los laboratorios Pfizer, medicamentos especiales para los parásitos. La gran mayoría está castrada, salvo un puñado elegido para reproducirse y continuar la dinastía. Los visitantes pueden acariciarlos y jugar con ellos, pero no alimentarlos porque su dieta está supervisada. En fin, que los gatos viven como reyes en la preciosa casa, disfrutando del clima tropical.
Pero este año estalló una disputa que los puso en peligro de encierro, e incluso de expulsión. Los administradores del museo están en disputa con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos: el organismo del gobierno federal dice que los gatos están en “exhibición” y que el museo necesita una licencia especial para conservarlos, la misma que necesitan los circos y los zoológicos. El museo repuso que los gatos no actúan, ni están exhibidos; sencillamente viven ahí, son mascotas que le dan un atractivo particular al museo, pero no están obligados a hacer nada. El Departamento insistió en que deberían estar enjaulados cuando el museo se cierra –a las 5 de la tarde–; también trajo a colación una vieja ley del estado de Florida que prohíbe más de cuatro animales domésticos por casa. Por suerte, la Comisión Ciudadana de Key West intervino poco antes de que ocurriera el desalojo, y les concedió a los gatos una excepción salvadora: “Residen en la propiedad de la misma manera que lo hacían cuando vivía Hemingway. No son una exhibición del modo en que lo son los animales de un circo. La Comisión encuentra que la familia de gatos con polidactilia de Hemingway son animales de significancia histórica, social y turística”. Así, junto a los miles de visitantes y simpatizantes que desde que empezó este absurdo lío estuvieron haciendo campaña, los gatos ganaron y se pueden quedar en casa.
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