Domingo, 2 de septiembre de 2007 | Hoy
CINE > AMOR ADOLESCENTE EN LOS SUBURBIOS DE PARíS
En 2003, el director tunecino Abdellatif Kechiche estrenó Juegos de amor esquivo, una atípica comedia romántica que se llevó todos los premios César y produjo un pequeño furor en Francia. Dos años después del estreno, el barrio filmado fue el epicentro de los disturbios protagonizados por jóvenes inmigrantes. Ahora llega a Buenos Aires para mostrar otra mirada sobre la identidad juvenil en la ardiente realidad multicultural europea.
Por Cecilia Sosa
El barrio de Franc-Moisan, en Saint Dénis, el mismo que en 2005 se transformaría en el cinturón incendiado de París. Los grises monoblocks habitados por inmigrantes árabes y norafricanos que los parisienses miran cada vez con más extrañeza y hasta espanto. Tal fue el escenario elegido por el director tunecino Abdellatif Kechiche para filmar su segunda película: Juegos de amor esquivo (2003), sólo que dos años antes. ¿Un profético documento de denuncia social? ¿Una saga de adolescentes violentos en la periferia francesa? No, apenas una comedia romántica.
Juegos de amor... es una tímida historia de amor de colegio que casi podría transcurrir en cualquier parte. Sólo que tan extraña a Hollywood como lo puede ser el slang imposible de un grupo de adolescentes de origen árabe y africano que mezcla hip-hop, juras por el Corán e insultos tan coloridos como capaces de volver loco al mejor subtitulador.
La historia es pequeña. Krimo, un chico dulce y silencioso de origen árabe, acaba de romper con su novia y no puede más que temblar ante la aparición de una hermosa rubiecita vestida de época, lista para interpretar una obra para su clase de teatro del colegio. Además de sacarle diez euros para terminar de pagar su traje, Lidia lo invita a un ensayo y entonces no habrá nada que Krimo deje de hacer para conquistarla. Incluso, y a pesar de sus escasas dotes histriónicas, sobornar a un compañero de colegio para ocupar el papel de “Arlequín”, el protagonista de Juegos de amor y azar, el clásico de Jean Marivaux del siglo XVIII que inspira la película.
Con encanto totalmente inusual, el film se desliza entre los flirteos de la pareja imposible, los cruces entre sus amigos, los ensayos improvisados en una plaza gris y seca y las clases donde la profesora de teatro intenta (en vano) convencer a sus alumnos de “jugar a ser otros” y abandonarse a la prosa romántica del gran imperio francés.
Pero ¿qué pasa cuando un texto clásico se toca con unas vidas?, ¿cómo resuena Marivaux entre adolescentes inmigrantes del siglo XXI?, ¿qué extraña conexión se abre entre el pasado literario francés y su incendiada realidad multicultural? Ecos inquietantes y contradictorios, sin duda. Mientras el protagonista vacila (y fracasa) ante su propio mutismo actoral, la ex novia le regala a la nueva pretendiente una magnífica colección de insultos y los amigos de uno y otra se acuartelan en sus deseos más oscuros, también sucede algo vertiginoso: el texto de Marivaux y el slang adolescente comienzan a contaminarse. Y entonces ya no se sabe si se está ante una escena de teatro clásico, una secuela extrañada de El padrino o una inquietante versión de Marivaux del siglo XXI.
Mientras la cámara veloz de Kechiche se detiene en los gestos mínimos de una boca, una mirada o el silencio suspendido del chico que no puede con su personaje, la prosa de Marivaux despega de su origen decimonónico y comienza a hacerse oír en la sonoridad de una discusión adolescente tan musical como infinita.
Si, como decía Roberto Arlt, la vitalidad de una lengua se mide arriba del ring, en la inteligencia de un pugilista para eludir la gramática escolar del boxeo y sacar “golpes de todos los ángulos”, entonces la jerga juvenil se impone al clásico por pura decantación material. Aun cuando la abusiva irrupción policial hacia el final de la película recuerde que los golpes no son sólo metafóricos y que los orígenes de clase no se eluden tan fácilmente.
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