Dom 13.10.2002
radar

TELEVISIóN

Me tomo cinco minutos

Los televidentes más atentos ya habrán encontrado esos cinco minutos de gloria que I-Sat ofrece los viernes a las once de la noche. El microprograma se llama Cuentos de terror y está producido por Mariano Cohn y Gastón Duprat (el dúo detrás de Televisión Abierta y Cupido), pero su verdadero hallazgo es el protagonista: Alberto Laiseca, contando a cámara sus cuentos de terror preferidos.

› Por Mariana Enriquez

En sus delirios o gratificaciones mentales, como prefiere llamarlos, Alberto Laiseca se imaginaba protagonizando una superproducción que llevara al cine su monumental novela Los Sorias. Por supuesto, él interpretaría al Monitor de la Tecnocracia y daría rienda suelta a su histrionismo ayudado por casi dos metros de estatura e inquietantes bigotes nietzscheanos. “Nunca lo pensé como algo en serio, claro está”, dice. “Soy bastante tonto y lo he probado en la acción, pero a tanto no ha llegado mi idiotez.” Sin embargo, de a poco va quedando un testimonio en imágenes de Los Sorias. “No es para fines comerciales”, explica Laiseca, “pero están estos chicos que recopilan reportajes televisados de la novela, o me registran en este cuarto leyendo un capítulo y actuando los distintos personajes. No es una cosa profesional, es para tener, para que quede algo”.
¿Pero es que Laiseca teme que no quede nada de Los Sorias, libro ya legendario que le costó treinta años publicar? ¿No cambió nada después de Los Sorias? Laiseca se ríe sin humor. “Qué sé yo. La Argentina es una máquina de picar carne. Me voy abriendo paso con mi literatura muy lentamente, voy ampliando el círculo de lectores poco a poco. Ahora tengo sesenta y un años. He hecho unos cálculos tecnócratas. Más o menos cuando tenga unos doscientos nueve años voy a ser rico y famoso. No falta tanto. Es una bicoca.” Para ilustrar, ofrece un ejemplo que lo encuentra en su nueva encarnación de contador de cuentos de terror. “Es la historia de un tipo que es un genio. No lo comprenden. Está siempre en un barcito de Montmartre tomando ajenjo o lo que sea que tomaban en el siglo XIX. Cada tanto uno de los pocos amigos que le quedan se sienta con él y le pregunta cómo anda eso. ‘La incompresión de mi tiempo me rodea’, exclama. ‘Estoy acostumbrado, creo en el futuro. Entonces comprenderán el genio que tuvieron acá en París’. Resulta que se le aparece el Diablo y el tipo le confiesa: ‘Yo daría mi alma por poder vivir un día o unas horas dentro de cien años, porque voy a estar en todas las antologías reconocido como aquel genio que vivió en París’. El diablo le toma la palabra: ‘Yo lo llevo a dentro de cien años y usted podrá saber si es famoso, puede buscarse en las bibliotecas, lo que quiera’. El tipo va al futuro y no figura nada. Nada, absolutamente nada, en ninguna parte. Yo jamás haría ese pacto con el diablo, ni loco. A tanto no llega mi boludez.”

Cuentos chinos
Todos los libros de la biblioteca de Alberto Laiseca están forrados con papel blanco, y numerados. “Es para evitar identificaciones y afanos. Tengo una guía, de lo contrario yo sería uno de esos viejos chinos que cuando se morían era una tragedia.” ¿Qué viejos chinos? Laiseca explica: “Soy bastante chino, pero a tanto no llego. No tengo una biblioteca inconsultable. Sino tendría todo en grandes piletones, como en las bibliotecas imperiales. Ahí tenían viejos chinos que sabían todo porque, claro, ¿qué índice ibas a hacer, si son ideogramas? Es imposible. Entonces cuando se morían los viejitos era un desastre, porque se acordaban todo de memoria y encontraban cualquier cosa. Uno iba a preguntar por un libro y decían ‘creo haberlo visto en la pileta nº 48 hace cincuenta años, junto a los libros de medicina’. Se moría el viejo, y cagaste”.
En estos días Laiseca consulta su biblioteca en busca de los relatos que elige para Cuentos de terror, el microprograma que tiene todos los viernes a la once de la noche por I-Sat, producido por Mariano Cohn y Gastón Duprat, el dúo detrás de Televisión Abierta y Cupido. Sin embargo, no relee los cuentos, sólo les echa un vistazo por si olvidó el remate final, para conservar la espontaneidad. La cámara está muy cerca de su rostro, en el techo del estudio hay una especie de ventilador que desordena luces y sombras, hay dos pistas de sonido y Laiseca cuenta e interpreta los cuentos que más le gustan tal como los recuerda. Da miedo. Los ojos hundidos impresionan. En uno de los episodios, se rasca repetidamente la oreja derecha. Está contando un cuento de Rod Serling, el creador de Ladimensión desconocida, que es más o menos así: en Malasia, existe una temible especie de araña que se mete por la oreja del durmiente y una vez dentro de la cabeza, come de a poco el cerebro. Todo el proceso es terriblemente doloroso. Al protagonista del cuento lo ataca esta araña, pero tiene la suerte de uno en un millón: en vez de alimentarse de materia gris, la araña sale por la otra oreja. Lamentablemente, la araña en cuestión es hembra. Y estaba preñada.
Laiseca lo cuenta infinitamente mejor de lo que puede reproducirse. Llama la atención que, sabiendo de su gusto por la literatura fantástica y sus dotes de contador, a nadie se le haya ocurrido antes convertirlo en una rara especie de Narciso Ibáñez Menta. Gastón Duprat y Mariano Cohn cuentan que la relación de ellos con Laiseca es larga. “Aceptó hacer Cuentos de terror porque nos conoce y sabe que no hacemos cualquier programa, que en nuestras propuestas hay complejidad. Él había visto nuestras cosas y le gustaban. De vez en cuando salía en Televisión Abierta. Compatirmos puntos de vista: a nuestro modo hacemos una alternativa distinta de televisión, y él es un escritor políticamente incorrecto. Lo del programa es afinidad amistosa, pero tiene origen en Enciclopedia, un film experimental nuestro de cien minutos. Tiene cien segmentos de cosas cotidianas, climas, situaciones, y una de ellas es Laiseca contando un cuento de terror propio.” Laiseca, de tanto ponerse frente a ellos, se ha ido habituando a las cámaras. “Igual es como coger por primera vez cada vez que voy a filmar. Acostumbramiento real aquí no hay, la cámara chupa una energía muy grande. Uno tiene que poner el ser ahí dentro, está muy bien, así debe ser, pero quedás cansado.”
Cuentos de terror tendrá, por ahora, veinticuatro episodios, pero puede extenderse a muchos más. Muchos de los cuentos elegidos son de Kwaidan de Lafcadio Hearn, una recopilación de cuentos tradicionales de fantasmas japoneses. A los efectos televisivos, Laiseca prefiere los cuentos japoneses a los chinos, a pesar de la afinidad que siente por el pueblo de Confucio. “La diferencia entre chinos y japoneses es que los japoneses se toman todo muy a la tremenda, con lo cual dan mucho más para televisión. Los chinos son más acomodaticios, la cosa es más conversada con los fantasmas. Hasta se los puede vencer, hay instancias de negociación. Eso es muy chino. En cambio con los japoneses es todo terrífico, todo portaaviones saratoga, que a mí me sirve mucho.”
Lo que no incluye es cuentos de escritores argentinos. Apenas el clásico “La gallina degollada”, pero claro, Horacio Quiroga es uruguayo. “Parece que hay pueblos que por alguna razón son maestros en este tipo de cosas: los árabes, los ingleses, los alemanes, los japoneses. Los yanquis también, pero es un terror muy materialista. Son muy prácticos, toman las cosas de la vida, hacen base en la realidad, en la cosa cotidiana.” Ejemplo de este materialismo es Stephen King, dice, escritor a quien “adora” y que “todos deberían leer, porque es un maestro que tiene páginas magistrales”. Estuvo a punto de elegir un cuento suyo (“Basta S.A.”) pero prefirió autores más raros. También le hubiera gustado incluir a Lovecraft pero asegura que meter al televidente en el ambiente de Lovecraft lleva por lo menos media hora y él tiene apenas cinco minutos. Tampoco incluyó cuentos propios. “No sé por qué a los argentinos no se nos da por ahí. En Argentina tenemos otra manera de hacer las cosas. Muchos escritores han escrito buena literatura fantástica, pero un cuento de terror es otra cosa. Yo mismo, que admiro el género, tanto escrito como filmado, tengo un único cuento de terror puro que se llama ‘Perdón por ser médico’, publicado en España. En otras cosas que he escrito el terror se esfuma y pasa a la carcajada por los disparates que hace y le pasan al personaje. A los escritores argentinos nos pasa esto de no escribir terror, no sé por qué. La creación nos da por otro lado. Es una pena. Mis cuentos a veces empiezan con elementos de terror, pero enseguida me sale el Laiseca de adentro y se va todo a la mierda.”

Sacar el Laiseca
Hace un año y medio que Laiseca no escribe. Explica que le pasaron cosas “bastante jorobadas” y sencillamente no tiene ganas de sentarse ante la máquina. Apenas toma apuntes aquí y allá. En 1999 publicó una colección de cuentos delirantes (Gracias Chanchúbelo, de editorial Simurg) y hace poco acaba de salir su último libro, Beber en rojo (Drácula) (Altamira).
Beber en rojo es una versión de Drácula a la Laiseca en más de un sentido. Todas sus obsesiones están allí. Drácula tiene una gran biblioteca (250 toneladas) y contrata a Jonathan Harker como bibliotecario. Sus sirvientes llevan los absurdos apellidos de Antonescu (como el dictador de la Rumania comunista) y Ionesco (como el dramaturgo). El castillo recuerda a los de Hammer Films y el conde tiene una importante videoteca: Laiseca también tiene una jugosa colección de películas de terror, y las que más atesora son las de la Hammer, con sus venerados Vincent Price, Peter Cushing y Christopher Lee. Drácula es un estudioso de la astrología, como Laiseca. Drácula admira por sobre todas las cosas La caída de la casa Usher de Poe: el libro empieza plagiando el cuento, que el escritor también eligió para su programa de TV, pese a su complejidad. Drácula suele decir “lo que no es exagerado no vive”, como Laiseca. Hacia el final, el conde se entrega a excesos sexuales rabelesianos (y sádicos) como el gusano de El Gusano máximo de la vida misma (1999). El conde es politeísta, como Laiseca. Hacia la mitad del libro, Drácula le encomienda a Harker que le escriba un dossier de monstruos: Laiseca aprovecha para homenajear a todos sus monstruos amados (de Frankestein al Golem, pasando por supuesto por la China) y quizá también homenajea El libro de los seres imaginarios de Borges, aunque, claro está, con su propio estilo: “La manera según la cual el monstruo de Frankenstein aprende a hablar y leer es tan poco creíble como que en la ópera un agonizante muera cantando, pero en fin, ¡así es el arte!”. Por momentos, Drácula habla como lo haría Laiseca: “Por alguna razón jamás pude convencer a mis amigos escritores de lo importante que es leer ciertos libros de ficciones. Recomendar hoy en día la lectura de obras tales como Sinuhé el egipcio de Mika Watari, o Ella, Ayesha o Las minas del rey Salomón de H.R. Haggard, es exponerse al desprestigio. Al menos si uno se mueve en un ambiente intelectual. Quien tal hiciese perdería todo crédito, o predicamento, por mucho que pudiera tener. Pasará a integrar, de la noche a la mañana, la vasta legión de descastados e irresponsables”. Harker defiende el derecho a fumar y se enoja con la cruzada antitabaco norteamericana: Laiseca fuma mucho, y cigarrrillos de tres marcas diferentes, que va alternando. El conde estuvo afiliado al Partido Comunista (y tuvo su propia línea interna), signo de las obsesiones tecnócratas de Laiseca.
Por fin, poco antes del punto final, se resuelve de lo que se trata Beber en rojo. Es una “novela china de realismo delirante” porque según Laiseca, los narradores chinos no se ven obligados a explicarle al lector por qué suceden las cosas. También es un homenaje a todo lo que Laiseca adora, y es un homenaje (irónico) al propio Laiseca. Escribe: “Volvamos a Alberto Laiseca: es el autor de Los Sorias –el rostro de Drácula se arrebató entrando en delirio... –Los Sorias. Soria dijo, Soria sostuvo, Soria declaró. La obra de un genio, un verdadero genio. Incienso, mirra, corona de laureles para él. El Nobel, el Cervantes, el Pulitzer (por hacer tan buenos copetes), la Estrella de Plata, la medalla al mérito de Vietnam y la del Congreso (a ésta se la puso el propio Johnson, con sus santas manos). Es el James ‘Joice’ de Joder de las pampas argentinas. Laiseca es un monstruo, él es Bestiaza, el 666, el Chancho Inglés que todos estábamos esperando, el Dictador Perpetuo, el Julio César de la Literatura... Mr. Harker: Alberto Laiseca es... Drácula. Porque no puedo ni debo ocultarle que yo no sentiría vergüenza en firmar Los Sorias como obra propia”.
Mientras espera sentirse más animado, que le vuelvan las ganas de escribir, y sigue dictando sus talleres literarios, Laiseca pasa el tiempo trasformándose en un señor famoso y temible que cuenta cuentos”terríficos” (así los llama) por televisión. Y también es un colaborador asiduo de Gastón Duprat y Mariano Cohn. Ya participó en la escritura del guión del largo La Tierra de los justos, según Duprat “una ficción que pone en práctica nuestras ideas del cine, imagen y sonido. También es un retrato de la clase media alta argentina. Tenemos la mitad terminada, y la segunda parte se va a filmar en el verano del 2003. Alberto sabe muchísimo de estructura narrativa, de construcción de personajes, y es muy profesional. El trabajo de él para la película nos fue indispensable”.
La Tierra de los justos transcurre en la costa Atlántica. Dos jóvenes que comienzan un romance eligen una playa retirada para conocerse mejor, y cazan un lechón que anda por ahí suelto para cenar. El problema es que el chancho tiene dueño, el Teniente Gordo, un hombre que cree estar en territorio vietnamita, en plena guerra, combatiendo con ateos comunistas. Cuando descubre a los jóvenes, comienza la guerra. Se nota que tanto Cohn como Duprat han leído Los Sorias. Laiseca escribió para ellos un monólogo del Gordo que comienza así: “Sí. Soy gordo y horrible. Pero nadie sabe lo hermoso que soy. Por dentro. Un dios de la imaginación y la floresta y la playa. Ése soy yo. Aquí en mi reposera, sobre la arena, frente al mar y tomándome un trago. Hasta puto podría ser si se me antojase (que no lo soy) porque de todas maneras soy hétero. El único. El verdadero”.
Cuando se apaga el grabador, después de alabar el Nosferatu de Herzog y lamentarse porque no puede conseguir la versión de El fantasma de la Opera de Terrence Fisher, Laiseca pide un minuto para dar consejos a la juventud. “Este es el resumen de mis sesenta y un años de vida”, dicta. “Si sos mujer, los hombres van y vienen. Si sos hombre, las mujeres vienen y se van. Lo único que queda es tu casa. Tené casa propia. Tenían razón los viejos españoles e italianos: salud, educación para sus hijos y casa propia. Para eso laburaron como animales.” ¿Laiseca tiene casa propia? Vuelve a reírse, esta vez con humor. “No, alquilo”. Y se despide haciendo callar por enésima vez a sus tres perros lazarillos japoneses de raza Akita Inu, los que acompañaban a los samurais cuando quedaban viudos o estaban atravesando un momento un poco complicado de sus vidas.

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