Dom 13.10.2002
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MúSICA

Dos tipos audaces

Uno fue el clarinetista más promisorio de la escena clásica francesa de los ‘60 y ‘70, pero se dedicó al jazz, improvisó con bandoneones y se juntó con raperos. El otro, acordeonista, hacía música brasileña y standards de jazz en boliches hasta que un amigo argentino -Astor Piazzolla– lo convenció de que tenía que bucear en sus raíces. Michel Portal y Richard Galliano –dos de los nombres más importantes de la música popular europea– llegan por primera vez a Buenos Aires para tocar juntos el próximo domingo.

Por Diego Fischerman

UNO

“Cuando veo a un chico de 19 años comerse tres sandwiches al mismo tiempo pienso: dénme uno solo, pero que pueda digerirlo”. La frase es de Michel Portal, nacido el 27 de noviembre de 1935 y, claro, preocupado por la edad. “Muchos están obsesionados con tocar `Groovin’ High’ más rápido que Charlie Parker. Tienen mucha más energía que yo, así que lo único que puedo decirles es que Victor Hugo escribió hasta los 80 y que Picasso anduvo tocando `Groovin’ High’ hasta los 82”. Si quien dice esto fuera un anciano dedicado a contemplar y defender los frutos de una antigua tradición, la frase no pasaría de ser la expresión de un saludable rechazo a los jóvenes dispuestos a una higiénica guerra del cerdo. Pero el que habla es uno de los artistas más iconoclastas y menos previsibles de la escena musical actual; alguien que, después de tocar a Brahms y Mozart, Boulez y Stockhausen, se convirtió en uno de los principales músicos de jazz franceses; alguien que, además de ser uno de los mejores clarinetistas del mundo, se dedicó a improvisar en un bandoneón y, entre otras cosas, acaba de grabar con un rapper en su último y multipremiado cd Minneapolis. De modo que la frase significa otra cosa. Es obvio que Portal no rechaza la novedad. Simplemente está cansado de los fuegos artificiales.
El itinerario de este músico es tan difícil de asir como su propia música. En los ‘70 fue uno de los emergentes del free jazz europeo; ganó varios César por sus músicas de películas (entre ellas la de El regreso de Martin Guerre, dirigida por Daniel Vigne en 1981), compuso obras para la Orquesta del Tango parisina que dirige el bandoneonista Juan José Mosalini y tiene a Hermeto Pascoal y Astor Piazzolla como dos de sus ídolos. Portal bromea: “Si alguien quisiera matarme tendría problemas para apuntar; estoy siempre fuera de foco”. De chico había tocado la música vasca de su Bayona natal mientras estudiaba en el conservatorio. En 1959 obtuvo el primer premio de clarinete en el Conservatorio de París, en 1963 el de Ginebra y en 1965 el de Budapest. Al mismo tiempo tocaba repertorio de Pérez Prado y Aimé Barelli en las orquestas bailables de París y acompañaba a estrellas del music-hall en el Lido y el Folies Bergère. Participaba de grupos de jazz y jazz-rock con Pierre Michelot, Jef Gilson, Jean-Luc Ponty, Ivan Jullien o André Hodeir. Paralelamente se involucraba en el free jazz atonal y por fuera de las marcaciones rítmicas regulares con el pianista François Tusques, el trompetista Bernard Vitet y el baterista estadounidense Sunny Murray. Y simultáneamente se instalaba como el intérprete inevitable para los compositores contemporáneos.
Por esa época formó parte del grupo Musique Vivante, que dirigía Diego Masson, y grabó en disco Domaines, de Pierre Boulez. Tocó música de Luciano Berio, Mauricio Kagel, Karlheinz Stockhausen y Vinko Globokar (que le dedicó Ausstrahlungen y con el que formó en 1969, junto al pianista y compositor Carlos Roqué Alsina y el percusionista Jean-Pierre Drouet, el grupo New Phonic Art, dedicado a la “música de cámara contemporánea improvisada”. En 1971 creó el Michel Portal Unit, una estructura abierta dedicada a la improvisación libre por donde desfilaron varios de los músicos de jazz europeos y americanos más afectos al riesgo. La lista de sus partenaires de esos años incluye, entre otros, a los saxofonistas y clarinetistas John Surman, Anthony Braxton y Jean-Louis Chautemps, los bateristas y percusionistas Pierre Favre, Daniel Humair y Jack DeJohnette, los contrabajistas Jean-François Jenny-Clark, Leon Francioli y Charlie Haden, los pianistas Martial Solal, Joachim Kühn y Andy Emler, además de la bailarina y coreógrafa Carolyn Carlson, con quien realizaba performances de improvisación conjunta. Y su otro yo, el clarinetista clásico, tocaba con músicos como la genial pianista Maria Joao Pires, el violoncellista Boris Pergamenschikov, los violistas Gérard Caussé o YuriBashmet y el Cuarteto Melos. Y ganaba el Grand Prix du Disque por sus grabaciones de los quintetos para clarinete y cuerdas de Brahms y Mozart.
Su discografía incluye varias de las mejores grabaciones del jazz de las últimas décadas. Entre ellas An Indian Week (Label Bleu, 1993), del contrabajista Henri Texier, donde toca el bandoneón junto a un grupo impecable conformado por Texier, Glenn Ferris en trombón, Tony Rabeson en batería, el notable Bojan Zulfikarpasic en piano y, como invitado, Louis Sclavis en clarinetes y saxo soprano. Entre sus registros como líder se destacan ¡Dejarme solo! (en castellano en el original), de 1970 y publicado por Dreyfus, en el que toca, por supuesto, solo (con sobregrabaciones), Men’s Land (Label Bleu, 1987), donde se incluyen dos tríos de Portal –con el saxofonista David Liebman y el guitarrista Harry Pepl y con Liebman y De Johnette–, Any Way (Label Bleu, 1993), con una multitud de músicos, Musiques de Cinemas (Label Bleu, 1995), en el que desfilan el guitarrista Ralph Towner, el trompetista Paolo Fresu o el acordeonista Richard Galliano. Y otros nada –o poco– emparentados como el jazz como Dockings (Label Bleu, 1998), con Zulfikarpasik, Joey Baron en la batería, Markus Stockhausen en trompeta, Bruno Chevillon en contrabajo y Steve Swallow en bajo eléctrico, y el reciente Minneapolis (Universal, 2001) con Sonny Thompson en rap y bajo eléctrico, Michael Bland en batería, Tony Hymas en piano y teclados y Vernon Reid en guitarra eléctrica.


OTRO
Richard Galliano nació en Cannes el 12 de diciembre de 1950 y pasó su infancia y juventud en Niza. Su padre, Lucien, es acordeonista (“su repertorio es impresionante: del bal musette al country y los standards de jazz”). Fue bajo su tutela como empezó a tocar ese instrumento a los 4 años. Estudió trombón, armonía y contrapunto en el Conservatorio de Niza. A los 14 años, dice, escuchar al trompetista Clifford Brown le cambió la vida por primera vez. En 1973 se mudó a París, donde se convirtió en compositor y director musical del chansonnier Claude Nougaro. Tocó con músicos brasileños, con los que grabó el extraño And The Boto Brasilian Quartet, del trompetista Chet Baker. Tocó con Juliette Greco, con la gran cantante y compositora popular Barbara (Portal también lo hizo pero en otra época) y con Georges Moustaki, que le presentó a Astor Piazzolla. Esa fue la segunda revolución.
“Desde el principio tuve una gran afinidad con él”, cuenta Galliano. “Tal vez por el hecho de que los dos tocábamos un instrumento de fuelle, vivíamos en París sintiéndonos un poco extranjeros (él venía de Argentina, yo de Niza) y éramos de origen italiano. Me sentía su hermano. Y él un día me dijo: `Yo toco tango nuevo: tal vez vos tendrías que hacer nueva musette’, refiriéndose a la música popular parisina por excelencia, el bal musette. Yo por esa época hacía jazz, música brasileña, esas cosas. Lo brasileño me gustaba porque allí el acordeón no era un instrumento subestimado. Luis Gonzaga había sido acordeonista y uno de mis ídolos (igual que en el caso de Portal) era, ya en ese momento, Hermeto Pascoal. Fue Piazzolla quien me hizo comprender que a todo músico, en general, le gusta tocar y proyectar la música de su tierra. Yo traté de hacer con la musette lo que él había hecho con el tango. Partí de músicos como Tony Muréna o Gus Viseur, que en su momento habían improvisado sobre la música popular parisina sin que ésta perdiera su carácter bailable. Ellos llegaron a tocar con músicos como Django Reinhardt, por ejemplo, y yo me siento claramente su continuador”.
Quizá Piazzolla no hizo otra cosa que devolver, con palabras casi idénticas, el favor que mucho antes otra persona le había hecho en esa misma ciudad. En 1955, cuando el bandoneonista estaba en París estudiando con la gurú Nadia Boulanger, ella escuchó sus obras clásicas y le dijo: “Están muy bien, pero no veo mucho de Piazzolla en ellas”. En su álbum Passatori (Dreyfus, 1999), Galliano toca junto a I Solisti dell’ orchestra della Toscana (el mismo grupo que estuvo la semana pasada en Buenos Aires tocando con al violinista Salvatore Accardo), su Opale Concerto para acordeón y cuerdas, y, en transcripción para su instrumento, el Concierto para bandoneón de Piazzolla. Algunos de sus temas –”Laura et Astor”, por ejemplo– son claros homenajes. Pero aquí y allá, en el fraseo, en la manera de encarar una frase y, por supuesto, en su repertorio, donde aparecen títulos como “Milonga del ángel” u “Oblivion” -la música que Piazzolla escribió para la película Enrique IV–, el bandoneonista es una especie de presencia constante. Lo interesante es que Galliano, posiblemente gracias a que no es porteño, toma este legado con una libertad y una personalidad propia que a los nacidos en Buenos Aires parece estarles vedada. Desde los solos de Clifford Brown trasladados trabajosamente al acordeón, hasta su estilo actual, pasando por la tradición de los acordeonistas swing de los años ‘40 (Art Van Damme o Ernie Felice, que había sido integrante de la orquesta de Benny Goodman), el camino de Galliano es, al mismo tiempo que la jerarquización de un instrumento desacreditado, asociado en Francia con las músicas menos prestigiosas, el de la creación de un nuevo tipo de jazz. Si otros colegas como Marcel Azzola, por ejemplo, se limitaron a un uso tradicional, en el caso de Galliano, como en el del más joven Jean-Louis Matinier, la técnica en el acordeón llegó a un nivel de virtuosismo antes inimaginable. Albumes como New Musette (Label Bleu, 1991), con Philip Catherine en guitarra, Pierre Michelot en contrabajo y Aldo Romano en batería, Laurita (Dreyfus, 1995), con Toots Thielemans en armónica, Palle Danielson contrabajo, Joey Baron en batería, Michel Portal en clarinete bajo y Didier Lockwood en violín, New York Tango (Dreyfus, 1996), con Bireli Lagrene en guitarra, Al Foster en batería y George Mraz en contrabajo y French Touch (Dreyfus, 1998), junto a Portal, Jenny-Clark, Danil Humair, André Ceccarelli y Jean Marie Ecay, alcanzan para recorrer una de las carreras más interesantes de la música de tradición popular actual.


Dúo
Portal y Galliano podrían haberse conocido antes. Muchas veces estuvieron en los mismos lugares y tocaron con las mismas personas, pero uno llegaba cuando el otro acababa de irse. Después, varias veces, cada uno participó como invitado en algunos discos del otro. Y entonces llegó Blow Up (Dreyfus, 1997). Allí tocaron a dúo el acordeonista que se siente deudor de Piazzolla y el clarinetista, saxofonista y bandoneonista cuyo estilo poco tiene que ver con el tango. El repertorio incluía temas de Portal (“Mozambique”, “Little Tango” y “Blow Up”), de Galliano (el apócrifo balcánico “Taraf”, “Ten Years Ago” y “Viaggio”), uno de Hermeto (“Chorinho pra ele”) y dos de Piazzolla (“Libertango” y “Oblivion”). Para entender que se trata una música nueva, atravesada por la imagen de Piazzolla, pero en absoluto prisionera de esa sombra, basta escuchar los sobreagudos con los que termina esa versión de “Libertango”.
Luego de las modulaciones, cromatismos y acentos sorpresivos que transforman la composición original, aparecen esos sonidos, fantasmales, al borde del silencio, con los que Piazzolla nunca se hubiera atrevido. Ahora, por azar o milagro (se había llegado a decir, incluso, que los músicos tocarían en Montevideo, pero no en Buenos Aires), el gobierno francés los trae a esta ciudad. En un vuelo tan imprevisto como su música, el próximo domingo Richard Galliano y Michel Portal llegarán directamente de Budapest, tocarán a la noche en La Trastienda y luego viajarán a Córdoba y Mar del Plata. Mientras el jazz norteamericano sucumbe al peso de su propia tradición (y de las imitaciones de imitaciones de imitaciones), aquí se podrá oír algo nuevo: dos franceses inspirados por un argentino, haciendo una música que, a falta de otra palabra mejor, seguirá llamándose jazz.

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