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Domingo, 30 de diciembre de 2007

CRUCES > TOM PETTY SEGúN PETER BOGDANOVICH

El extraño del pelo largo

Tom Petty es un cantautor que ha ganado su lugar en el parnaso musical de Estados Unidos de una manera poco estridente. No por la falta de reconocimiento, sino por sus pequeños clásicos de melodías maduramente infantiles, emocionales y sureñas. Ahora, igual que Martin Scorsese lo hiciera con Bob Dylan el año pasado, el gran Peter Bogdanovich pone su cámara al servicio de entrevistar y retratar al hombre que conecta a Elvis con los Beatles, el country y el rock duro.

 Por Rodrigo Fresán

A esta altura de la película de su vida no resulta arriesgado afirmar que Tom Petty sin preocupaciones va.

Y de acuerdo: hay fuego en su mirada, pero nada de insatisfacción.

Por lo contrario: plena satisfacción de saberse una leyenda viviente de la música de su país y dueño de una voz y de un sonido reconocibles a kilómetros de distancia. Todo esto sin por eso privarse del honor y privilegio de ser algo así como el eslabón perdido entre Bob Dylan y (vía The Byrds) The Beatles. Y, además, haberse dado el gusto de cantar y grabar junto a Bob y a George y a Ringo y a Roger (McGuinn). Sumarle a semejante currículum tres décadas en el camino y ser el responsable de, entre tantas otras, canciones como “American Girl”, “Refugee”, “Free Fallin’”, “The Waiting”, “Room at the Top”, “Southern Accents”, “Wake Up Time”, “I Won’t Back Down”, “Mary Jane’s Last Dance”, “My Life Your World”, “Walls”, “Down South”, “Swingin’”, “Saving Grace” y “The Best of Everything”. Y añadir el haber mantenido en escena y en varios videoclips que en realidad son mini-películas y que han enaltecido al género un look fuera del tiempo y del espacio que –ya lo dije alguna vez– remite tanto al mayordomo de The Rocky Horror Picture Show o a un mafaldesco Felipito crecido con parte de sangre cherokee en sus venas y voltios de guitarra eléctrica en el corazón.

Además, por último pero no en último lugar –y parece haber pleno consenso en este sentido– Thomas Earl Petty es un gran tipo, un tipo inmenso.

Ahora, el director de cine Peter Bogdanovich cuenta su ya larga historia en un largo rockumental originalmente exhibido en el New York Film Festival y luego emitido por el Sundance Channel de la televisión norteamericana. Tom Petty and The Heartbreakers: Runnin’ Down a Dream –recién editado en formato DVD– contiene y ofrece, generoso como sus protagonistas, cuatro horas de risas y lágrimas y canciones redondas que nunca van a dejar de girar y que, como el logo de la banda que las lleva de un lado a otro, tienen el corazón atravesado por la flecha de una guitarra eléctrica.

APRENDIENDO A VOLAR

Y, claro, lo primero que sorprende y deja de sorprender enseguida es la elección de Peter Bogdanovich para la tarea. Así, la intriga es automática y (aunque Bogdanovich no haya tenido problema alguno en reconocer que poco y nada sabía de Tom Petty and The Heartbreakers antes de ser convocado para el proyecto) y la explicación es igual de inmediata.

Bogdanovich (Nueva York, 1939) es y ha sido, depués de todo, un inteligente observador de la América Profunda en películas como The Last Picture Show (1972), Paper Moon (1974), Másk (1988) o The Thing Called Love (1996).

Y pocas historias más profundamente americanas que la de Petty & Co. arrancando con un joven rubio de diez años nacido en Gainesville, Florida, 1950, colándose en el rodaje de Follow That Dream –uno de los tantos vehículos chocados y promocionales de Elvis Presley– para descubrir que, cuando sea grande, él quiere ser exactamente eso.

Después, enseguida, The Sundowners, The Epics y los inmediatamente legendarios Mudcrutch (y Runnin’ Down a Dream cuenta con increíble material de archivo en 8mm de toda esta histórica prehistoria) hasta llegar a The Heartbreakers, el universo y más allá.

Es, sí, una gran historia.

Es una –otra– gran historia sobre la realización del American Dream con una banda de sonido casi insuperable. Algo que –de entrada– interesó a Bogdanovich, buen amigo de George Drakoulias, productor de Petty, quien lo enroló en el proyecto.

“Todas las historias de alguien con éxito son iguales. La curva es siempre igual: alguien se propone hacer algo y lo consigue. Donde todas esas historias difieren es en los detalles. Y a mí me interesan los detalles. El tema es que lleva tiempo encontrarlos y lleva más tiempo aún hacerles justicia. De ahí que insistiera en que yo me encargaría personalmente de las entrevistas a Petty y a los demás. Pensé que, al ignorar los detalles y al ser todo el mundo consciente de que esto era así, me dedicarían más tiempo y cuidado en contarme las cosas que los que dedicarían a un experto. Fue todo un viaje de descubrimiento para mí y sentí que, de este modo, el espectador viajaba conmigo... Y, como se sabe, a mí me atraen las cosas muy americanas. En especial las que vienen del Sur norteamericano. El caso de Petty. Y me parece que sus canciones están dotadas siempre de cierta ambigüedad. Petty es alguien que parece ir por la suya y, a la vez, está también firmemente conectado con mucho de la cultura pop: Elvis, The Beatles, el country & western, el rock duro... Eso me parecía muy interesante. Contar la historia de un artista que se siente tan cómodo con tantos trajes diferentes sin dejar de ser él”, comentó Bogdanovich, quien tan sólo conocía su nuevo tema por los temas que había oído en la radio. Todos esos greatest hits de un tipo que alguna vez escribió una canción acerca de lo bueno que es ser un rey pero que también sabe que “tengo la cabeza demasiado grande como para que me quede bien una corona”.

NACIDOS PARA DURAR

Pero acaso lo más interesante de Runnin’ Down a Dream –armada a partir del visionado de 300 horas de material y numerosas entrevistas especialmente filmadas para la ocasión– es que cuenta y canta la historia de alguien que no quiere ser una rock star sino un escritor de canciones para la mejor banda de rock’n’roll. El retrato movido de un tipo sencillo que disfruta del atronador aplauso de millones de desconocidos pero que en realidad prefiere las palmadas en la espalda de unos cuantos buenos amigos.

Y el panorama de bandas Made in USA ha permitido –desde siempre– la discusión en círculos acerca de vencedores versus más vencedores todavía. Así, se podrían ordenar –arbitraria y subjetivamente, a lo largo de modas y épocas– los siguientes duelos pseudo-futbolísticos en su inevitable obviedad y, por lo tanto, difíciles de resolver: ¿Credence Clearwater Revival o The Band? ¿The Byrds o Buffalo Springfield? ¿The Eagles o Fleetwood Mac? ¿Talking Heads o Television? Quién sabe y a quién le importa. Pero de una cosa sí estoy seguro yo: The Heartbreakers (con los nada efectistas pero muy efectivos Mike Campbell y Benmont Tench en sus filas) siempre estarán por encima de esa especie de cabalgata de superhéroes sin superpoderes con una idea tan adolescente de la épica que constituyen a la E Street Band. Tom Petty –como compositor– también se impone sin esfuerzo por encima del histriónico histérico Bruce Springsteen. No hay en él nada del histrionismo lírico o de la sobreactuación instrumental. Una gran canción de Tom Petty tiene la difícil virtud de ser, también, pequeña. Una gran canción de Tom Petty –pensar, por ejemplo, en la ya inmortal “Free Fallin” y en ese verso en que una segunda voz subraya las palabras Ventura Boulevard– es como una miniatura delicada, casi siempre con una melodía maduramente infantil, en ocasiones parecida a una canción de cuna (pensar en “It’ll All Work Out” o “Allright for Now”) que no deja de expandirse hasta cubrir el mundo entero. Y despertarlo.

Y todas las pequeñas grandes canciones de Tom Petty descansan sobre los hombros de un puñado de elegidos y uno de los aspectos más interesantes de Runnin’ Down a Dream es el modo en que cuenta la historia de una banda –The Heartbreakers– como elemento flexible y tensable que, sin embargo, nunca llega a romperse del todo por amor al arte y por amor al prójimo. De acuerdo, hay momentos difíciles para The Heartbreakers como cuando llega Jeff Lynne a sus vidas y se pone a jugar con los diferentes elementos estabilizados desde hace tantos años y se consigue el éxito de Full Moon Fever (1989) y de Into the Great Wide Open (1991). O cuando la genial travesura que fueron los Travelling Wilburys entre 1988 y 1990 amenaza con hacer volar todo por los aires. Pero no, por encima de cambios y deserciones y muertes y regresos ésta es, en esencia, una indestructible “band of brothers” que arranca siendo confundida como parte de la marea punk/new wave, triunfa en Londres y regresa a EE.UU. para acabar consolidándose como uno de los bastiones de la más legítima y poderosa american music.

Y ya lo dijo Bogdanovich: se trata de una historia de éxitos casi desde sus comienzos con ese viaje iniciático de los muchachos lanzándose a la conquista de Los Angeles y –treinta años después– comprender que no han dejado su sitial en la cresta de la ola sin haberse preocupado nunca por mantener el equilibrio ahí arriba porque es algo que siempre les salió graciosa y naturalmente.

Lo que no significa que a esta trama le falten elementos dramáticos: batallas legales (Petty luchando contra las discográficas para recuperar los derechos de sus canciones circa 1979 durante la grabación del ya histórico Damn the Torpedoes y más tarde impedir que su esperado álbum Hard Promises, de 1981, sea el primero en sufrir un contundente aumento de precio consiguiendo bajar un dólar en el precio de venta al fiel público), el adiós a la madre, exceso de drogas, la “pulverización” de una mano al dar un puñetazo a una pared frustrado por la imposibilidad de grabar la canción “Rebel” como corresponde, la casi anunciada muerte por sobredosis del bajista Howie Epstein, la súbita desaparición del admirado camarada Roy Orbison, el divorcio plasmado en el lúgubre Echo (1999), el descubrimiento de que el incendio que destruyó su casa en 1987 apenas escondió un nunca resuelto intento de asesinarlo. Pero lo que predomina son las reflexiones sobre el eterno misterio de las canciones, sobre lo frágiles que son y lo fuertes que son sus verdugos (escuchar acerca de todo esto en el orwelliano, anticorporativo, conceptual y un tanto incomprendido The Last DJ, del 2002), las teorías sobre el misterioso método con que Tom Petty las escribe sin saber del todo de qué tratan, y los testimonios y tributos de colegas y fans –entre los que se cuentan Rick Rubin, Johnny Depp (protagonista del antológico video de “Into the Great Wide Open”), Eddie Vedder, Dave Grohl, George Harrison, Stevie Nicks (quien estaba dispuesta a dejar Fleetwood Mac para unirse a los Heartbreakers cuando le informaron que era “un club de hombres”), Jeff Lynne, Jackson Browne, entre otros– rindiéndose con placer y sin resistencia alguna ante ese misterio.

ESTA ES PARA MI

Y en uno de los muchos buenos momentos de Runnin’ Down a Dream, alguien –creo que un periodista– comenta las extrañas propiedades de una canción de Tom Petty donde, en principio, parece saberse exactamente de lo que trata para, a los pocos versos, experimentar un brusco cambio de timón y descubrirnos perdidos encontrándonos en otra parte sin por eso sentir jamás la angustia del extravío. Una canción de casa es como encontrar el camino de regreso a casa habiendo comprendido de golpe que casa estaba en otro lado, lejos. Es esto, supongo, lo que hace que Tom Petty and The Heartbreakers no se hayan convertido en un –otro– típico nostalgia act estilo Rolling Stones y que cada uno de sus nuevos discos se espere con ilusión y ascienda a lo más alto de las ventas. Una cosa está clara: poco y nada cuesta creer en Tom Petty. Es esto, creo, lo que hace que un disco como el reciente Highway Companion (2006) –cuyo tema es el kilometraje acumulado y la insinuación de un inevitable fin del camino– suene tan fresco y juvenil a la vez que produzca la sensación, en la gloriosa “Down South”, que versos como “Crearme a mí mismo abajo en el sur / Impresionar a todas las mujeres / Simular que soy Samuel Clemens / vistiendo trajes de lino a rayas” parezcan llegar a nosotros desde el fondo de los años. Verla y oírla interpretada en el histórico concierto por los 30 años de la banda –el 21 de septiembre del 2006– para entender a lo que me refiero. Y ésta es otra buena nueva: la cajita que contiene las cuatro horas de Runnin’ Down a Dream no se conforma con ser nada más que eso y contiene otro DVD con la totalidad del histórico concierto. Veinte perfectas canciones donde destaca la impresionante y larga reinvención de “It’s Good to Be a King” y la versión/apropiación del “Mystic Eyes” de Van Morrison entre muchas otras con unos Heartbreakers en emocionado estado de gracia y un Tom Petty moviéndose por el escenario como un feliz espantapájaros sacudido por el viento de su propia y verdadera leyenda. Sumarle a esto un compact-disc con rarezas, versiones en vivo y, cerrando, un antológico cover del “Lost Highway” de Hank Williams. Ahí, cerrando la puerta por ahora, aparece un hombre que termina en el lugar justo donde empieza una banda que acaba en el momento exacto en que comienza él. Todos tocando y cantando esa canción de alguien que dice ir solo por una carretera perdida con el sonido y la voz de quienes saben que jamás se han perdido y que siempre estarán bien acompañados.

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petty y the heartbreakers: mike Campbell, Ron Blair, Tom Petty, Stan Lynch y Benmont Tench.
 
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