Domingo, 2 de marzo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Falta poco, apenas dos semanas, para que Bob Dylan toque otra vez –la tercera, la vencida– en Buenos Aires. Será el 15 de marzo en el estadio de Vélez, en una noche que abrirá León Gieco, y que promete leyenda, emoción y, por qué no, alguna excentricidad. Todo fan de Dylan ha soñado alguna vez con su concierto ideal, con el puñado de canciones que conformarían la velada perfecta. Esta es sólo una selección posible de favoritas, cada una con su historia, con su magia. Esta es sólo una bienvenida. Un homenaje. Y un gracias.
Por Rodrigo Fresán
Dylan no para, Dylan vuelve y –si bien en los últimos tiempos su repertorio parece haberse estabilizado bastante– nunca se sabe qué puede ocurrir durante un concierto de Dylan. Exitos indestructibles, joyas oscuras, covers que van de la A de Aznavour a la Z de Zevon. Cualquier cosa puede pasar. Y pasa. Lo que no impide que los fans lleguen a esa noche esperando volver a sus hogares luego de haber oído favoritas públicas y privadas. A continuación, la historia de un puñado de ellas (favoritas mías y de muchos, y faltan tantas otras aquí) que quizá floten, dentro de poco, en el viento –idiota o no– de una ciudad llamada Buenos Aires.
Probablemente el himno antibelicista más efectivo y brutal de toda la historia. Un arma de destrucción selectiva apuntada y dando en el blanco correcto. “Jamás había escrito algo así antes. Yo no canto canciones donde digo que deseo que ciertas personas mueran, pero no pude evitarlo con ésta”, explicó Dylan. La ha incluido en sus conciertos a lo largo de toda su carrera y –en un gesto para muchos controversial– la interpretó al recibir un Grammy honorífico en 1991 en plena Guerra del Golfo Parte I. Al respecto, Dylan le explicó a Mikal Gilmore de Rolling Stone: “Me llamaron para comunicarme que me iban a dar uno de esos premios que en realidad no sabes si son un reconocimiento o un insulto. Lo único que me acuerdo de esa noche es que yo tenía una fiebre muy alta y que estaba, también, muy desilusionado. Había estallado la guerra y todos los músicos que habían escogido para cantar mis canciones no querían subir a aviones, preferían quedarse con sus familias. Así que en lugar de que cantaran ellos me pidieron que cantara yo. Y yo estaba muy decepcionado de toda esa gente supuestamente tan idealista y elegí ‘Masters of War’. Así que subí y la canté. Por entonces la prensa me percibía como a alguien completamente irrelevante. Pero lo que no saben es que yo siempre tengo una canción para cada momento”.
“Es una canción desesperada”, sintetizó un entonces joven pero maduro Dylan. Fue escrita en un sótano en los días de la crisis de los misiles cubanos. Pero –según su autor– sin referirse “a una lluvia atómica ni a nada por el estilo. Es una lluvia pesada. Una especie de final inminente. Las palabras salieron rápido. Muy rápido. Es una canción sobre el terror. Línea tras línea, intentando capturar esa sensación de la nada. La escribí pensando que ya no tendría mucho tiempo para escribir otras”. Está claramente basada en la balada/canción de cuna tradicional ‘Lord Randall’, pero Dylan la reinventa y la hace suya para siempre o, por lo menos, hasta que todo acabe. Leonard Cohen y Joni Mitchell han declarado que decidieron ser cantautores luego de escucharla por primera vez. Mike Scott –de The Waterboys– la definió así: “Una canción descendiendo desde la cima de la montaña. No hay nada mejor que esto”.
El más talentoso publicista de Madison Avenue no podría haberlo hecho mejor. He aquí el mejor jingle hecho a medida para que los hijos se lo arrojen a sus padres en la cara. Bíblica y acaso demasiado astuta, resulta innegable su poder residual, que incluso impresiona al mismo Dylan, que la ha mantenido en su repertorio porque “cada vez que la canto siento como si la hubiese compuesto ayer”. Sin embargo, muchos consideran que ya es hora de dejarla de lado porque ha perdido todo sentido cantada por un señor mayor que, además, no dudó en “alquilarla” para un aviso televisivo de la megaempresa consultora Coppers & Lybrand y para otro del Bank of Montreal.
Prueba incuestionable de que, en realidad, Dylan no deja entonces la canción de protesta sino que, en realidad, no se la deja a sus anticuados defensores y se la lleva con él a alturas jamás alcanzadas entonces y desde entonces. Pensar en ella, mejor, como en una épica de protesta. Algo muy por encima de una simple canción quejosa. No existía nada parecido a esto cuando Dylan la presentaba a solas con su guitarra y armónica en sus conciertos de 1965 y sigue sin haberlo cualquiera de estas noches cuando –convertida en una especie de fúnebre rockabilly en cámara lenta con violín feroz– la interpreta junto a su banda de forajidos con sombrero de cowboy.
En una habitación londinense, luego de uno de sus conciertos, se produciría el siguiente intercambio entre Dylan y John Lennon: “Gran concierto, viejo”, dijo Lennon. Dylan gruñó: “No les gustó ‘It’s All Right, Ma’”. Lennon consoló: “Es el precio que pagas por estar adelantado a tu tiempo”. Dylan gruñó otra vez: “Tal vez. Pero estoy adelantado nada más que veinte minutos”.
Aun así, Dylan la interpretó en la celebración de los treinta años de carrera que le organizó la Columbia. Y en coincidencia con el lanzamiento de su libro, Crónicas Volumen I, Dylan concedió su primera entrevista televisiva en casi veinte años al programa 60 Minutes. Allí comentó que ya no poseía aquella rara e irrepetible magia que le hizo escribir canciones como ‘It’s All Right, Ma (I’m Only Bleeding)’. “Pero puedo hacer otras cosas”, añadió.
Y atención: ésta es la canción que escucha el joven A. J. en el muy comentado episodio final de Los Soprano junto a su amiguita rubia. Y ambos asienten con cara seria. Después, enseguida, su auto se incendia.
Himno íntimo sobre un avatar psicodélico antes de que estalle la psicodelia, este Mr. Tambourine Man es un personaje/símbolo recurrente en la obra de Dylan que más tarde –bajo diferentes máscaras y humores– podrá ser el Mr. Jones de “Ballad of a Thin Man” o “Jokerman”, el “Man in the Long Black Coat” o “Handy Dandy”. Dylan citó como influencias para la canción al bajista Bruce Langhorne (que apareció en una sesión de grabación con una pandereta gigante), a La Strada de Federico Fellini y a un Mardi Gras que pasó en Nueva Orleans en 1964. Una de las preferidas de Dylan al punto de –como declaró a la revista Sing Out en 1968–: “Intenté escribir otra ‘Mr. Tambourine Man’. Pero no fue una buena idea. Es la única canción de la que he intentado escribir ‘otra’ canción”.
“¡Qué cosa tan formidable fue vivir en un mundo regido por Engelbert Humperdinck y, de pronto, aquí viene ‘Like a Rolling Stone’!”, dijo Elvis Costello. “Like a Rolling Stone” es la más perfecta y salvaje y al mismo tiempo civilizada canción-de-odio escrita por Bob Dylan y a la vez el himno definitivo sobre la pérdida de la inocencia y el modo en que la experiencia te curte hasta fosilizarte. Dylan la definió como “vomitífica. Tan sólo vino a mí. Todo empezó con ese riff de ‘La bamba’”.
El resto es leyenda y es tan asombroso como verificable: la gran idea de comenzarla como cuento de hadas embrujadas con un “Once upon a time”; Al Kooper colándose en la sesión y tocando por primera vez teclados para conseguir la línea de órgano más reconocible y pegadiza desde Bach; la inequívoca sensación de que la banda la toca mientras rueda montaña abajo y que todo puede derrumbarse en cualquier instante; la edición en single (que casi no se produce porque el departamento de marketing de la Columbia lo consideraba un suicidio artístico y comercial) de la canción cortada por la mitad y un mes antes del álbum. Dijo Dylan hace poco: “Es como si un fantasma escribiera una canción como ésa. Te entrega la canción y luego se marcha. No estás del todo seguro de lo que significa. Lo único que sabes es que un fantasma te eligió a ti para que la pusieras por escrito”.
“¿Quién es Mr. Jones? Nunca te lo diré porque me demandarían. Tan sólo te diré que usa tiradores”, le respondió Dylan a un periodista en 1965. Y otra obra maestra. Dylan & Kafka Inc. y un riff al piano tan reconocible como la Marcha Fúnebre de Chopin o los compases que abren la Quinta Sinfonía de Beethoven. Música para temblar o la perfecta interpretación sónica de un mal trip ácido y amargo. El Mr. Jones de “Ballad of a Thin Man” también es mencionado en “Yer Blues” de The Beatles y en el “Mr. Jones” de Counting Crows. En 1985, Dylan dijo refiriéndose a esta canción en particular y a sus canciones en general: “La gente disecciona mis canciones como si fueran conejos pero ninguno se da cuenta de qué van. Quiero decir, ¿alguna vez has oído “Something’s happening here but you don’t know what it is do you, Mr. Jones” (“Algo está pasando aquí pero no sabés lo que es, ¿no es cierto, Mr Jones?) sonando sobre una guerra en el Líbano? ¿O como fondo a la epidemia del sida? ¿O sobre los huesos de Mengele? A veces siento que he estado haciendo esto por demasiado tiempo’”.
Canción omnipresente y casi punk en las giras recientes de Dylan. Cualquiera que haya estado allí sabe a lo que me refiero: ese modo en que Dylan estira el “Sixtyyyyyyyyyyyyy one!” al final de cada estrofa. En 1968, John Cohen le preguntó a Dylan dónde quedaba exactamente la Highway 61. Dylan respondió: “Alguna vez lo supe, pero ahora me parece que fue hace tanto tiempo que ni siquiera me atrevería a intentar recordarlo”.
Anfitriona del, se dice, mejor verso en todo Dylan: “The ghost of electricity howls in the bones of her face” (“El fantasma de la electricidad aúlla en los huesos de su rostro”) Y también habitual ganadora como mejor canción del hombre. Existen varias versiones sobre por qué Dylan no podía encontrar el tono justo de lo que en principio se tituló “Freeze Out” o “Seems Like a Freeze Out” y que tal vez trate del momento en que Dylan y Joan Baez rompieron y el momento en que Dylan y Sara Lownds se casaron. Así que quizá por una vez Dylan esté pidiendo disculpas mientras escribe todo esto en una habitación del Chelsea Hotel, famoso –-entre muchas otras cosas– por el ruido que hacían las cañerías de la calefacción, que no dejaban dormir a los huéspedes. Mención aparte merecen los músicos que, con delicadeza sobrenatural, parecen acompañar cada palabra de Dylan. “Cada una de las palabras significa tanto para mí cada vez que la canto... Es una de las que continúan siendo importantes. Tal vez sea más importante ahora que nunca”, comentó Dylan. Una catedral de canción. El equivalente a “A Day in the Life” en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Nadie ha escrito y cantado y sonado mejor –ni volverá a sonar y cantar y escribir mejor– acerca de lo que significa padecer y disfrutar el insomnio del amor.
Una de las grandes musas de Andy Warhol, Edie Sedgwick (1943-1971) fue, durante 1965, una suerte de botín de guerra entre las facciones encontradas de Dylan & Co. y Warhol Inc. Chica rica con tristeza, Edie fue primero avistada por Bobby Neuwirth –lugarteniente de Dylan– y recién después “descubierta” por Warhol, que la convirtió en protagonista de varias películas filmadas en The Factory. Todo parece indicar que Edie rompió con Warhol cuando entendió –por error o por engaño– que Dylan le ofrecía protagonizar una película a su lado o cantar juntos en un disco. Pero no hay ninguna evidencia de ello y, tampoco, de una relación sentimental entre el cantautor y esta bellísima freak de alta sociedad a pesar de lo que muestra el torpe film Factory Girl. Dylan, por su parte, nunca se llevó bien con Warhol: accedió a participar en uno de los screentests de The Factory pero, para horror del pintor, exigió a cambio e in situ, una vez concluida la filmación, uno de los cuadros que hizo Warhol con la figura de Elvis Presley. Cuenta Gerard Malanga que Warhol, al borde del colapso, no pudo sino entregarlo y que contempló espantado cómo Dylan lo ataba en el techo de su auto y se alejaba de allí para no volver. Tiempo después, para horror de Warhol, Dylan le daría su Elvis a Albert Grossman a cambio de un sofá. En lo que estrictamente a la canción se refiere, aquí está una de las melodías más hermosas de Dylan, cantada con un sentimiento que casi incomoda y orgullosa poseedora de uno de los bridges más sublimes jamás compuestos y erigidos. A las feministas no les gustó por considerarla misógina y desvalorizadora de la condición femenina. Woody Allen la utilizó para burlarse de Dylan y de sus fans en una escena de Annie Hall (1977). Dijo Dylan en 1978: “Siempre fue una canción que me dio miedo, pero ese sentimiento necesitaba ser eliminado”.
Dijo Robert “The Go-Betweens” Forster: “Es una canción bíblica. Si alguna vez fuera a filmar una película bíblica, Dylan sería a la primera persona que incluiría en el reparto. Tiene esa cara y siempre se ocupa de esa época. Dylan es el Viejo Testamento”. Una de las canciones insignia de Bob Dylan a lo largo de los años y habitante habitual a la hora de los bises de sus recientes conciertos junto a “Like a Rolling Stone”. En sus notas a la antología Biograph (1985), Dylan recuerda: “Probablemente se me ocurrió durante una tormenta de esas con truenos y rayos”.
Lo mejor de Nashville Skyline y un instantáneo standard country arreglándose para contener todos los clichés del género sin por eso privarse de personales e intransferibles toques dylanianos. Un pequeño himno íntimo que involucra a todo el que lo oye. Y, sí, aquí su “nueva voz” funciona y hace maravillas. Dijo Nick Cave: “Esta es mi canción favorita de Dylan. He aquí a un tipo haciendo el trabajo para el que Dios lo puso en la Tierra y haciéndolo bien. Yo siempre pensé que es una canción sobre el oficio: Dylan desentendiéndose de su propio mito, del peso de su historia, del proceso de escribir canciones. Y el modo en que lo hace es escribiendo una canción preciosa. Es matemática pura, música hecha números? Es como si fuera su faceta Mozart enfrentándose a su faceta Beethoven de todos los discos anteriores. Una canción que siempre funcionará como corresponde: me elevará, me hará mejor persona, me ayudará a continuar con mi vida. Una canción que le sirve al oyente. De eso se trata el genio”.
La macroestética de Jack Kerouac –la reinterpretación de una vida elevada a mito épico– bajo el astronómico microscopio de Bob Dylan para ser convertida en canción perfecta. De lejos, uno de los ejercicios más logrados en el plano de la canción como forma narrativa. En sus notas para Biograph, Dylan explicó: “Supongo que intentaba armarla como si se tratara de una de esas pinturas en las que puedes ir apreciando sus diferentes partes y, al mismo tiempo, su totalidad. Eso es lo que me propuse con el concepto del tiempo, y el modo en que los personajes van cambiando de la primera a la tercera persona, al punto de que nunca estés del todo seguro si es la tercera o la primera persona que te está hablando”. Kevin Odegard –músico que participó en la grabación de “Tangled Up in Blue” en Minnesota– resumió así la rara emoción de estar allí mientras Dylan grababa esta obra maestra: “Fue lo más parecido a ver a Charles Chaplin como bailarín de ballet”. El periodista Nick Johnstone, de la revista Uncut: “Preguntarle a alguien por qué le gusta ‘Tangled Up in Blue’ es como preguntarle a alguien por qué le gusta respirar”. Dijo Dylan: “Me llevó diez años vivirla y dos escribirla”.
“Una canción sobre la fuerza de voluntad. Su filosofía es una filosofía hecha pedazos por la fuerza de voluntad”, diría Dylan. Catarsis pura. Poesía verité. La gran canción de amor/odio de Dylan. Aquí hay de todo y para todos y sálvese quien pueda y nadie se salva. Dolor y furia y más dolor y más furia. Hay una versión “triste” (oírla en The Bootleg Series, Volumes 1-3: Rare and Unreleased, 1961-1991) y una versión poco menos que flamígera (en Blood on the Tracks) y una versión donde queda claro que el incendio no dejó nada en pie (en Hard Rain). Las tres son formidables porque se trata de una canción formidable. Alguien apuntó que “es el equivalente de uno de esos tipos que se te acercan en un bar y te empiezan a hablar y no paran y es cada vez peor y cada vez más terrible lo que te cuentan. Y, claro, no puedes dejar, no quieres dejar, de escucharlo”. Y Bob Dylan: “Ah, ‘Idiot Wind’. Nunca se detiene. ¿Dónde terminarla? ¿En qué momento ponerle fin? Todavía podría estar escribiéndola”.
Compuesta junto a Jacques Levy para Desire. Una canción misteriosa, donde no se llega a saber si las heladas pirámides son egipcias o aztecas (aunque el 5 de mayo es una importante fecha patria mexicana) y en la que, al final, nada es revelado y se descubre que no hay enigma más apasionante –al menos para Dylan– que el del matrimonio. Años después, Dylan recordaría: “En cuanto a ‘Isis’, cada cual puede interpretarla del modo que quiera siempre y cuando no se acerque demasiado a ella, ja”. “Isis” se convirtió en uno de los grandes momentos en los conciertos de la Rolling Thunder Revue donde, por consejo de Patti Smith, Dylan dejaba de lado la guitarra para interpretarla, con su rostro pintado de blanco, utilizando mucho sus brazos para “actuar” la canción.
Canción en la que Dylan se las arregla para hacer de lo religioso algo íntimo, personal, intransferible al tiempo que, generoso, ofrece compartir una epifanía con sus oyentes. Pero lo que diferencia a “Every Grain of Sand” en el contexto de sus canciones devocionales es que aquí Dylan se permite confesar sus dudas llegando a lamentar la ausencia de un Dios cuyas pisadas ya no oye. Dylan precisó: “Es una hermosa melodía que viene del folk. Una de esas canciones cuya sencillez resulta engañosa y que pueden haber sido escritas en tiempos de gran conflicto por más que tú no te hayas sentido así mientras la escribías. Escrita pero no revelada. Algunas canciones son mejores si se escriben en calma para, luego, cantarlas confundido”.
Muchos juran que se trata de una de las cinco grandes canciones en toda la obra de Dylan. Algunos incluso llegan a postularla como la número uno. El dylanólogo Michael Gray la considera “la canción más importante y atemorizante desde el ‘Heartbreak Hotel’ de Elvis”. Aquí, Bob Dylan rescata y honra la figura del bluesman Blind Willie McTell (¿1901-1903?-1959), entendido por muchos, a partir de sus letras, como el cantautor más dylanesco antes de Dylan y, ya que estamos, responsable original, en “Rough Alley Blues”, del verso “Lay across my big brass bed... que Dylan tomaría para “Lay, Lady, Lay”. Y si nadie cantaba los blues como Blind Willie McTell, entonces, luego de escuchar “Blind Willie McTell”, sabemos que nadie le canta a Willie McTell como Bob Dylan. Lo que no impidió que Dylan nunca la dejara fuera de Infidels. Aunque desde su edición en el primero de sus bootlegs oficiales no duda en incluirla en su repertorio en directo: “Nunca fue desarrollada como corresponde, nunca me senté a completarla. Esa fue la razón por la que se quedó fuera de aquel disco. Es como tomar una pintura de Manet o de Picasso: ir a sus casas y llevarse una pintura a medio terminar y vendérsela a personas que se dicen ‘fans de Picasso’. Los únicos fans que yo conozco son aquellos a los que miro noche tras noche mientras estoy tocando”.
Los conocedores del talante de Dylan aseguran que el cantautor decidió dejar fuera de Oh Mercy dos grandes canciones como “Series of Dreams” y “Dignity” sólo para molestar al productor Daniel Lanois y así hacer valer su autoridad. Puede ser. También es posible que Dylan no se sintiera satisfecho con ellas porque, no muy en el fondo, casi nada le satisface. Aquí, Dylan suena como jamás llegará a sonar U2. Otra de sus letras enumerativas en la que recuerda sueños o partes de sueños con cierta desgana y, paradójicamente, consiguiendo un todo muy despierto y comprometido con ese soberbio y humilde “I’d already gone the distance”. Toda la canción puede ser entendida como una suerte de autobiografía onírica y mítica de su carrera y éste fue el concepto utilizado por el videoclip (valiéndose de abundante material de archivo, de todos los Dylans) para plasmar la más lograda aproximación del cantautor a la estética MTV junto a lo que después hizo Dave Stewart para promocionar el Blood in My Eyes de World Gone Wrong. De Crónicas Volumen I: “Grabamos ‘Series of Dreams’, y aunque a Lanois parecía agradarle, le gustaba más el puente y quería que la canción entera sonara así. Yo entendí a qué se refería, pero eso era imposible”.
Más que posiblemente la mejor canción de Time Out of Mind y en la que mejor se compaginan el genio de Dylan y las atmósferas sónicas de Daniel Lanois. La interpretación vocal es, sin duda, de las mejores y más emotivas de toda su carrera. Lo mismo sucede con sus versos sencillos para referirse a la complejidad de quien se sabe cerca del final. He aquí la canción de un hombre mayor y cansado, pero no por eso menos sabio, inaugurando algo que llevaría al extremo en su siguiente álbum, Love and Theft: el rock más que adulto, el rock crepuscular. Un hombre a la caza de un sonido y de “una música que se filtra hasta mí antes de que rompa el alba, cuando ya estás un poco como flotando por el sólo hecho de haber permanecido despierto toda la noche”. Dijo Dylan: “Lo que me rodea, el ambiente, es algo que me influye mucho. Casi todas las canciones de Time Out of Mind fueron escritas al caer la noche. Y me gustan las tormentas. Me gusta quedarme despierto durante las tormentas. Y me gusta el sonido de la gente rezando”.
La mejor canción de Leonard Cohen jamás escrita por Bob Dylan. Y, para Dylan, una de sus canciones más importantes porque –desde siempre un fan del cine– le valió un Oscar y un Golden Globe en el 2001. Escrita por encargo del director Curtis Hanson para su adaptación de la novela Chicos prodigiosos de Michael Chabon, nacido en 1963 y seguidor de Dylan desde que escuchó por primera vez “Isis”, en 1976, y descubrió “en el dolor y el ardor de esa voz arrasada por el viento, la voz de un cowboy judío”. “Things Have Changed” es otra de esas grandes odas dylanianas sobre el asco que es la vida pero qué se le va a hacer. “Tener un Oscar me coloca en un nivel distinto”, se enorgulleció.
Y agregó: “Si no lo hubiera ganado, una parte mía se habría sentido completamente desolada”.
Rockabilly demencial para una de las canciones más graciosas jamás compuestas por Dylan y clásico instantáneo y casi permanente en sus conciertos de los últimos años. Guiños aquí a Confessions of a Yakuza del Dr. Junichi Saga. Pero la más grande apropiación en “Summer Days” sale de The Great Gatsby de Francis Scott Fitzgerald. Ese momento donde un Dylan en llamas proclama que, por supuesto, se puede repetir el pasado. Y “Summer Days” es la mejor prueba de ello.
Otra de las piezas centrales de Love and Theft y –según admitió en una entrevista– la favorita de Dylan de este disco. Y esto se nota especialmente cuando se la oye en directo, con Dylan al piano, convertida en algo mucho más largo y sinuoso y desbordado, como río sin ganas de respetar su curso. Apocalíptica, aluvional y conectando directamente con los kilómetros más febriles de “Highway 61 Revisited”, este himno para el fin del mundo tal como lo conocemos reconoce desde el título su deuda con los sendos “High Water Everywhere” que Charley Patton (1891-1934) grabó en 1929, pero lleva a esos blues primigenios todavía más lejos sin por eso privarse de otra retrorreferencia a la “escoba” de Robert Johnson. Dylan afirmó: “Love and Theft no es un disco que grabé para complacerme a mí mismo. De haber querido hacer eso me hubiera limitado a grabar nada más que canciones de Charley Patton”.
Lo mejor de todo Modern Times y, seguramente, una –otra– de las mejores canciones en todo el catálogo de Dylan. Y, de acuerdo, existe una vieja tonada del siglo XIX casi con el mismo titulo (“Gentle Nettie Moore”, compuesta por James Pierpoint, autor también del clásico navideño “Jingle Bells”) pero Dylan se apropia amorosamente del título y de la primera línea del estribillo, le inyecta unas gotas de Robert Johnson, y consigue algo nuevo y magnífico. Pocas veces Dylan ha cantado con más emoción y emocionando tanto en una de sus mejores letras, citable de principio a fin y donde aparecen y desaparecen versos sublimes. Y, una y otra vez, el magnífico estribillo cantado con voz que se quiebra en los sitios justos: “Oh, te extraño, Nettie Moore / Y mi felicidad se terminó / El invierno se ha ido, el río está creciendo / Te amé entonces y siempre lo haré / Pero no queda nadie aquí a quien contárselo / El mundo se ha tornado negro ante mis ojos.” Obra maestra absoluta y la perfecta compañera para Not Dark Yet, esa otra canción sobre el estar yéndose, apagándose, pero no todavía. Porque ahora es el momento de brillar más que nunca.
“Voy a dar la vuelta al mundo / Eso es lo que haré / Y después regresaré a verte”, advierte aquí Dylan.
Perfecto. No hay problema.
Aquí estaremos, aquí estamos.
Que tengan buenas noches, buena noche.
Y –ojalá– que Bob Dylan también.
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