LEYENDAS
No seas zapallo
Después de siete Pesadillas y diez Martes 13, el jueves pasado, noche de brujas, se estrenó Halloween: Resurrección, la octava entrega de la saga iniciada en 1978 por John Carpenter, el padre de tanta orgía de sangre, psicópata y popcorn. Pero más de veinte años después, ya nada es lo mismo: ni lo que da miedo ni Jamie Lee Curtis ni lo que significa que el cerebro detrás de un asesinato sea un árabe.
POR MARIANO KAIRUZ
Lo primero es la familia: la primera vez que Michael Myers tomó un cuchillo y comenzó a hacer lo suyo, la víctima fue su pecaminosa hermana adolescente, quien acababa de tener un fugaz encuentro sexual con un muchacho de ocasión. Michael contaba 6 tiernos años, en la ficción corría 1963, afuera de los cines 1978 y, aunque ya se conocía algún que otro antecedente del subgénero, como El loco de la motosierra, esa escalofriante escena introductoria estaba abriendo las puertas a todas esas series de slasher films (películas “de acuchilladores”) que saturaron la década del ochenta.
Después de siete Pesadillas y diez Martes 13, y ante el estreno (este jueves pasado, 31 de octubre, noche de brujas) de Halloween: Resurrección, octava entrada en la serie, no por nada se le sigue adjudicando cierto carácter fundante a la Noche de brujas original de John Carpenter. La mejor, tal vez la única buena, en virtud de un guión absolutamente sencillo, un tema musical/leitmotiv de sintetizador (un tintineo perturbador asimilable al de otra de las películas más terroríficas de la década, El exorcista) y una preocupación hoy infrecuente en el género por la puesta en escena. El poder hipnótico de la escena introductoria –un plano secuencia narrado desde el punto de vista del pequeño asesino, que rodea la casa, observa a cierta distancia la “reprochable” conducta de su hermana, se pone una máscara y procede– provenía de lo elemental del recurso. Mediante planos distantes, casi fantasmagóricos del impasible Michael, y la perfecta disposición de unos cuantos momentos distractivos, Carpenter supo convertir a un tipo en overol y máscara de látex en una de las mayores amenazas que hubiera ofrecido el cine desde las mil encarnaciones del asesino serial Ed Gein (la de Psicosis y la del Loco de la motosierra, por mencionar sólo dos).
Carpenter simple y sangriento: para el tipo que, tras el éxito de Scream (1994) dijo algo así como que el cine estaba atravesando una oleada “de terror posmoderno, con un público que se siente más inteligente que las películas que ve”, el concepto de película de miedo se remite a un film de 1955 (La cosa) y a los Christopher Lee o Peter Cushing de su infancia. Pero incluso cuando el relato empieza a volverse sobrenatural (sobre el final, cuando Myers ha sobrevivido ya demasiado), todo el asunto se reduce y se concentra en una sucesión escalofriante de planos nocturnos del pueblo de Haddonfield, gélido y vacío.
QUERIDA, MATÉ A LOS NIÑOS
“Tengo una idea: hagamos una sobre un asesino de niñeras.” Todo comenzó como una de esas epifanías tan de Hollywood y de sus márgenes, y el encuentro entre un financista y cineasta sirio llamado Moustapha Akkad y un director de 29 años criado en Kentucky con dos films de bajísimo presupuesto en su haber (Dark Star y Asalto al precinto 13 –fracaso en Estados Unidos, culto en Europa). Insospechadamente llegarían a ganar mucho dinero, pero para cuando llegó el momento de hacer la inevitable secuela, Carpenter ya estaba en otra cosa, y sólo accedió a reencontrarse con Michael Myers para emparchar el insatisfactorio trabajo del novato director Rick Rosenthal (quien volvería a ser reclutado ahora para hacer Halloween: Resurrección).
La carrera de Rosenthal pudo parecer terminada en ese momento, como las de Myers y su psiquiatra Sam Loomis (el increíble Donald Pleasance), ya que el final de Halloween 2 los encontraba del lado de adentro de una sala de hospital que volaba en pedazos. Pero no: Loomis reaparecería con alguna paspadura leve, en Halloween 4, 5 y 6, siempre resuelto a convencer a quien se cruce en su camino de que Michael no es tan sólo un chico malo sino la mismísima encarnación del mal. La que de verdad estaba muerta en Halloween 4 era Laurie (Jamie Lee Curtis), la niñera algo nerd a quien se le había adjudicado –no podía ser de otra manera– un oculto parentescocon Michael. Muerto Donald Pleasance (en 1995), Laurie/Curtis regresó del más allá cinematográfico para el séptimo capítulo de la saga, el del vigésimo aniversario, con hijo adolescente y ganas de ponerle punto final a la historia. De más está decir que no lo logró.
QUE LAS HAY LAS HAY
Lo más probable es que a Carpenter, Akkad & Co. no les incumbiera en lo más mínimo las raíces folklóricas de la celebración de Noche de brujas, pero la historia estuvo ahí por siglos: la fiesta pagana de origen celta, a la que se hacía coincidir con el final de cada cosecha y según la cual los espíritus de los muertos y los demonios se daban una vuelta por entre los vivos. Los disfraces tenían el propósito de hacer sentir a los visitantes como en casa, y las colectas puerta a puerta se destinaban a una gran fogata reverencial, de ahí el nombre All Hallow’s Eve (La noche de todas las consagraciones), devenido Halloween. Cuando la tradición fue importada a los Estados Unidos por inmigrantes irlandeses en el siglo XIX, atrás quedaron los rumores de que las ofrendas materiales alguna vez habían sido acompañadas por sacrificios de niños.
Al momento de hacer Halloween 3, los productores, puestos a darle una vuelta de tuerca a la saga, finalmente recurrieron a la leyenda: la historia esta vez transcurriría en un pequeño pueblo dominado por un oscuro empresario irlandés con la intención de revivir los sacrificios rituales dedicados al dios Samhain, valiéndose para ello de las máscaras fabricadas por su compañía y un comercial televisivo con una “musiquita” repetitiva y demencial capaz de acabar con los nervios de cualquiera. La idea de Carpenter era hacer una Halloween por año a modo de serie de antología –tipo La dimensión desconocida–; es decir, una historia nueva y autoconcluyente a estrenarse cada 31 de octubre. El proyecto quedó trunco cuando Halloween 3 (que estaba dirigida por Tommy Lee Wallace, antiguo colaborador de la serie y amigo de Carpenter) resultó un estrepitoso fracaso comercial. Fue entonces que Akkad y su pandilla decidieron poner las resurrecciones a la orden del día sin mayores consideraciones argumentales, convocar a Michael nuevamente e ir a los bifes, iniciando otra de esas achuradoras seriales de púberes calenturientos. Los sucesivos guionistas reinventaron la historia sin asco, enrevesando sus orígenes, desdiciendo buena parte de lo visto anteriormente y haciendo surgir de la nada las más extrañas filiaciones entre sus personajes. Haciendo de este modo una devolución poco respetuosa a tanta fidelidad prodigada por los ávidos –y un poco dementes– fanáticos de los freddies-jasons-michaels.
MI GRAN HERMANO
Siglo XXI: superada la oleada revisionista –que tanto molesta a Carpenter–, resulta que los monstruos aún son, Chucky más, Chucky menos, los mismos, sólo que ahora pertenecen a franquicias tomadas por grandes estudios (Halloween es de Miramax, Martes 13 de New Line). En los últimos años ocurrió que Wes Craven retomó a Freddy Krueger con ínfulas autorales y se despachó con una bizarrada algo pretenciosa sobre el cine-dentro-del-cine; y Jason volvió después de más de un lustro de ausencia, pero lanzado al espacio, al futuro y a la comedia (como si sus guionistas ya no creyeran en la posibilidad de que el hombre de la máscara de hockey todavía pudiera darle miedo a alguien). A Michael, en cambio, le dieron su propio reality show. Halloween: Resurrección apila un montón de carne adolescente en la casa de los Myers; un grupo de chicos y chicas pasando una noche bajo llave y ante las cámaras de un sitio de Internet; el resto es el relato de muertes más que anunciadas. El reingreso de Jamie Lee Curtis (así como tres, cuatro capítulos antes le inventaron una sobrinita) parece tener el objetivo de que no se pierda de vista que Myers ya tendrá45 años, pero le sigue tirando la familia. Aunque lo verdaderamente extraño de este estreno (que no anduvo del todo mal en Estados Unidos: estas películas nunca andan del todo mal porque nunca son del todo caras) es que a los publicitarios de Miramax no se les haya ocurrido un par de recursos que podrían haber generado unos tremendos golpes promocionales, tal como poner a Jamie Lee a moderar todo el asunto anunciándole, con voz solemne: “Estás nominado”, a cada adolescente a punto de morir. O como recordarle al público norteamericano que ésta es la última de una larga serie de películas producidas por un tipo llamado Mustafá. Pero ya se sabe: al cine de terror de ahora lo último que le interesa es asustar.