Domingo, 18 de mayo de 2008 | Hoy
MúSICA > EL DISCO DE SCARLETT JOHANSSON
No era fácil: había muchos esperando burlarse de las ínfulas de cantante, otros tantos esperando que la musa de principio de siglo trastabillara y revelara que no es tanto como parece y fans de Waits esperando gritar “sacrilegio”. Pero Scarlett Johansson entró a un estudio para grabar versiones de canciones de Waits y salió con Anywhere I Lay My Head, un disco que les tapó la boca a todos.
Por Mariana Enriquez
Aventuras como la que acaba de emprender Scarlett Johansson suelen resultar en un papelón autoindulgente. ¿Para qué hacer un disco, por qué lanzarse como cantante? No sólo es una actriz bella y talentosa, sino que quizá sea la única de su generación con pasta para icono, con esa voz gruesa, la sensualidad carnosa, la rubia debilidad y el favor de señores famosos que parecen enamoradísimos de ella, como Woody Allen (que la dirigió en Match Point, Scoop y ahora en Vicky Cristina Barcelona) y Bob Dylan, que la quiso y la tuvo como protagonista del video “When The Deal Goes Down” de Modern Times. La cuestión es que Scarlett no es una chica que hable o explique demasiado: es de esa extraña especie de famoso que está por todas partes pero revela casi nada, lo que sólo contribuye a su atractivo. Daban ganas de escucharla cantar más después de la escena del karaoke de Perdidos en Tokio, pero su primer disco, que se edita esta semana, llegó mucho después de esa película y es muy diferente a lo esperado: Anywhere I Lay My Head se trata de covers de Tom Waits, salvo por una canción escrita en colaboración con su productor, Dave Sitek, de TV On The Radio. Scarlett canta a Tom en dos registros: uno gélido y bajo, que recuerda a Nico sin acento alemán, el otro más alto y vivaz, mucho más juvenil; este último es el que definitivamente le queda mejor. “Song For Jo”, el aporte de su autoría, es una canción folk densa que despierta curiosidad sobre Scarlett como compositora, aunque como muestra es demasiado poco.
Ahora bien, como intérprete de este grupo de canciones, elegidas con gusto exquisito en un trabajo de selección que no tiene nada obvio –son todos temas raros, que sólo reconocerán los más fieles fans–, Scarlett es muy inteligente y casi todo le sale bien. Los críticos más snobs ya se ocuparon de burlarse de ella, lo que es esperable además de fácil de hacer. La acusan de caprichosa: sea, ¡es un capricho que da gusto! Señalan que hay cantidad de chicas talentosas que no consiguen notoriedad con sus propios temas y aquí aparece la celebrity haciendo versiones y todos caen a sus pies. Esto es bastante injusto: no hay tantas chicas por ahí con el contundente star power de Johansson, y a la mayoría de las cantautoras indie anémicas que han surgido en la última década dan más ganas de matarlas que de escucharlas. Otros apuntan que al disco le falta riesgo, porque respeta demasiado los originales. Puro buscarle el pelo al huevo: la única canción cercana al “hit” (recordemos que Waits nunca tuvo un Nº 1) es “I Wish I Was In New Orleans”, de Small Change, uno de los mejores discos de la extensa carrera del gran Tom. En la versión original, Waits está al piano, ya con la voz cargada de aguardiente, y suena como si las paredes de un tugurio transpiraran, el hígado del cantante se estuviera desintegrando y el calor de la ciudad del jazz impidiera respirar; es una canción enorme, ampulosa, una bienvenida a Nueva Orleans y toda su voluptuosidad. En la versión de Anywhere I Lay My Head, Scarlett canta con un hilo de voz, como si tuviera la garganta irritada de fumar, susurra casi, y la base es una cajita de música: es una chica sola cantando en su habitación debajo de las sábanas en una noche de verano, con las piernas desnudas. El clima es el opuesto. Es una versión muy buena.
Los experimentos no siempre funcionan. “I Don’t Want To Grow Up” de Bone Machine (un disco más experimental, pero todavía melodioso) tiene un tratamiento de europop que no funciona, porque Scarlett suena como una máquina más y le quita al tema toda carnadura. Sencillamente, la actriz no es una gran cantante, es otra cosa, una personalidad, una imagen representada por canciones, y cuando el protagonismo se le escapa, Anywhere I Lay My Head se cae a pedazos. Cuando funciona, las cosas se ponen como en “Fannin’ Street” (originalmente de Orphans). Es una maravilla de canción, y le queda muy bien a Scarlett, que parece cómoda con sus limitaciones, no trata de impresionar y sencillamente le aporta su encanto un poco torpe y afrancesado (como cantante) a una melodía emocionante y triste. David Bowie la acompaña en coros sin aportar más que su firma. “No One Knows I’m Gone” es otro logro. Le pertenece a Alice, uno de los discos-bandas de sonido de teatro de Waits, y Scarlett, con su hilo de voz, le da un clima siniestro a una canción ya bastante oscura. Otra gran versión es “Falling Down” (de Big Time), cantada con decisión y con toda la voz –hubiera sido lindo escucharla más así, al rojo vivo, medio desastre pero con mucha onda–. Pero el productor prefirió usar la voz como un matiz, temeroso por el desafine. En “Falling...” también la acompaña Bowie, en dúo. Suenan bien juntos. Pero sobre todo, dan ganas de que alguien le dé otra buena película a Scarlett para que pueda demostrar una vez más que se merece papeles y guiones mucho mejores; y para que pueda convertirse en una diva completa, como las que en otras épocas dividían el tiempo entre sus encarnaciones de actrices, cantantes, modelos y estrellas porque eran puro brillo, talento y derroche.
Anywhere I Lay My Head sale el 20 de mayo en Estados Unidos. Todavía no tiene fecha una edición local.
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