Dom 03.11.2002
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MúSICA

El regreso de los muertos vivos

En 1980, cansado de no ser nada para nadie, Robyn Hitchcock, líder de The Soft Boys, urdió una idea genial: grabar una obra maestra y guardarla, especulando con que la exhumaran después de que Ronald Reagan hubiera hecho volar el planeta. Veintiún años después, Underwater Moonlight volvió a la vida con su energía original intacta, reeditado y aumentado y bendecido por una gira que The Soft Boys, reagrupados ad hoc, aprovecharon para hechizar a un público de la edad de sus nietos. Crónica de una resurrección feliz.

› Por Rodrigo Fresán

Ésta era la buena idea, o así recuerda ahora Robyn Hitchcock lo que allá por principios de 1980 le parecía una buena idea: “Llevábamos cuatro años juntos tocando en pubs para dos o tres personas, y cuando había suerte éramos teloneros de The Damned o Elvis Costello. Habíamos editado dos discos con The Soft Boys. El mini lp Give It to The Soft Boys y A Can of Bees. Y no había pasado nada. Y nada iba a pasar. Se puede decir que éramos la nave incorrecta en el planeta equivocado. No teníamos nada que ver con los punks ni con la new wave ni con la onda sinfónica ni la electrónica. Supongo que no nos parecíamos a nada conocido y un poco a demasiadas cosas familiares, y nadie daba un penique por nosotros. Lo nuestro era tocar canciones que hablaban de estar muerto pero no eran ni mórbidas, ni dark, ni góticas: tratábamos nuestras canciones sobre la muerte como si fueran canciones de amor. Éramos un cuarteto psicodélico de pub profundamente aterrorizado por la posibilidad de que alguien del público se subiera al escenario a hacer pogo. No le importábamos a nadie y ya no teníamos nada que perder. Entonces decidimos que íbamos a grabar un álbum legendario. Una obra maestra. Juntamos nuestros ahorros y así nació Underwater Moonlight. La estrategia era que Ronald Reagan iba a irse a vivir a la Casa Blanca, que iba a hacer volar todo por los aires y que en el futuro alguien encontraría una copia de nuestro disco y, por esos errores históricos o justicias poéticas, acabaría pensando que The Soft Boys habían sido los músicos más importantes de aquella civilización borrada de la faz del planeta... Por supuesto, eso no ocurrió. Así que pasamos al plan B y The Soft Boys se autodestruyeron. Y, como suele ocurrir en estos casos, creo que sólo nosotros nos dimos cuenta, y por eso nuestra recopilación post-mortem de rarezas y sobras de 1983 se titula Invisible Hits. De cualquier manera, nunca sentí que The Soft Boys hubieran muerto. Digamos que estaban en animación suspendida. Y que tarde o temprano iban a volver a sonar”.

ENTERRADOS VIVOS
Sus ojos se cerraron, el mundo siguió andando a pesar de Reagan y no hizo falta mucho para que los que saben buscar rescataranUnderwater Moonlight de las mesas de saldos y lo convirtieran en una suerte de equivalente british-pop definitivo y paradigmático de la estática neoyorquina del primer disco de la Velvet Underground. Un disco asquerosamente influyente que, descubierto por toda una nueva camada de críticos revisionistas y músicos inquietos, fue celebrado desde mediados de los ‘80 con frases del tipo de “la perfecta combinación del Abbey Road de los Beatles con el Trout Mask Replica de Captain Beefheart and His Magic Band, o sutilmente –y no tanto– “homenajeado” por bandas como XTC, World Party, Yo La Tengo, The Flaming Lips y especialmente los sureños y atenienses R.E.M., que no demoraron en invitar a Hitchcock a tocar con ellos y a ellos a tocar con Hitchcock. En 1995 y 1996, las discográficas
Rhino y Ryko reeditaron Underwater Moonlight (que hasta entonces sólo se conseguía importado y británico en USA) con temas extras del medio-en-vivo Two Halves for the Price of One junto al resto de la obra de The Soft Boys, el recopilatorio-cajita doble The Soft Boys 1976-1981 y buena parte de la carrera solista de su líder.
Hitchcock (Londres, 1953) ya no tenía esos pómulos estilo Richard Ascroft y empezaba a encanecer, pero su particular locura seguía intacta y hasta más poderosa. Un estilo único donde comulgaban la voz nasal de John Lennon en “Lucy en el cielo con diamantes”, la imaginería desaforada de Bob Dylan en su “Como un cráneo que rueda” y la necrofilia feliz de Homero Addams en todas partes y ahí también. Así, más discos sobre el fino arte de perecer -.los clásicos y otoñales y casi acústicos Eye y I Often Dream of Trains.- fundiéndose con los más veraniegos que grabó junto a The Egyptians, nueva banda y especie de clon a partir del ADN de The Soft Boys más querido por norteamericanos que ingleses y responsable de joyas, momias, maldiciones y escarabajos sagrados como Fegmania! o Element of Light o Perspex Island. En algún momento de los 90, Hitchcock volvió a tocar solo, se mudó a Estados Unidos para grabar discos redondos pero llenos de angulosidades (Moss Elixir, Jewels for Sofia, A Song for Bram), diseñó su coqueto site de internet con el nombre de The Museum of Robyn Hitchcock, mereció un rockumental (Storefront Hitchcock: un recital entero visto desde la vidriera de un negocio) filmado por Jonathan Demme y –el tiempo pasa– Underwater Moonlight cumplió veintiún años de obra maestra fantasma. Tal vez fue entonces cuando Hitchcock pensó que el mundo se había acabado y nadie se había dado cuenta. Tal vez ahora era el momento perfecto de descubrirlo, resucitarlo, ponerlo a andar como el más vital y elocuente de todos los zombies.

RESURRECCION
En el 2001, el sello independiente de luxe llamó a Hitchcock y le dijo: “Vamos a reeditar Underwater Moonlight para celebrar su mayoría de edad”. A Hitchcock le encantó la idea y esta vez, escarbando en sus nichos, agregó veintiséis temas nuevos, entre demos, versiones alternativas, bromas y delirios, y lo hizo crecer a doble majestuoso sin ahogar a los venerables clásicos “I Wanna Destroy You”, “Kingdom of Love”, “Positive Vibrations”, “I Got The Hots”, “Insanely Jealous”, “The Queen of Eyes...”. Un disco al que no le sobra una sola canción y que hoy se oye tan bueno y tan atemporal y eterno como en 1980. Entonces a Hitchcock .que venía de grabar su doble Robyn Sings!, dedicado exclusivamente a covers de Bob Dylan– se le ocurrió algo aún mejor: se puso en contacto con la guitarra de Kimberley Rew, el bajo de Matthew Seligman y la batería de Morris Windsor (que también había estado en The Egyptians), a quienes no veía desde una reunión inglesa de seis fechas en 1994, y les dijo: “¿Y si nos volvemos a juntar para re-presentar Underwater Moonlight en una mini-gira?”, y The Soft Boys le respondieron que sí, claro, y de golpe, más de dos décadas después, la banda llenaba salas respetables en las que chicos y chicas que podían ser sus hijos y casi sus nietos cantaban felices eso de “Estoy caliente con vos, le dijo el curry al cadáver”. Semejante entusiasmo no pasó inadvertido para estos cuatro jockeys del Apocalipsis. El próximo y natural paso fue Nextdoorland: la postergada, inevitable, imprescindible continuación de Underwater Moonlight, que conecta con su sucesor ya desde la portada: los dos maniquíes de ancianos encallados en una playa de piedras a orillas del mar son ahora dos esqueletos con cráneo de algún animal depredador conversando felices y abrigados en la camita. Y, enseguida, claro, el inconfundible sonido The Soft Boys: música sustanciosa y pop bizarro y la voz y los versos necropost-surrealistas de Hitchcock y la punzante y avispada guitarra de Rew y las percusiones óseas de Windsor y el altísimo bajo de Seligman y esas armonías à la The Byrds armando esas canciones que sólo se les pueden ocurrir a ellos y producen no un efecto de nostálgico y desconcertante déjà-vu sino, por lo contrario, la sensación de recordar algo que está ocurriendo por primera vez en ese mismo momento. De este modo, el casi instrumental de apertura “I Love Lucy”, “Pulse of My Heart” (una especie de hermanito menor del clásico underwater “Kingdom of Love”), “Mr. Kennedy”, “Japanese Captain” y la formidable “Strings” suenan como si siempre hubieran estado allí, como si nunca se hubieran ido, como si estuvieran por llegar en cualquier momento, mientras -.en la contratapa-. The Soft Boys aparecen sentados alrededor de una mesa con vasos de vino y manzanas mordidas con el inequívoco aire de quien ha hecho las cosas bien y buen provecho.
Nextdoorland no suena como la maniobra apresurada que suele resultar de estas súbitas reuniones, sino como el perfume y el sabor profundos y cálidos de un amontillado bien añejado. Otra obra maestra que -.la vida es dura y cruel-. no venderá demasiado. Pero no todo está perdido: Bush Jr. está ahora en la Casa Blanca y se lo ve con ganas de apretar unos cuantos botones rojos y, quién sabe, tal vez en un par de milenios alguien tropiece con una copia de Nextdoorland, la escuche y aúlle de felicidad por haber encontrado el nuevo y legendario disco de los mismos que grabaron Underwater Moonlight: la banda más importante de la historia de una civilización desaparecida para siempre. Esa banda que por fin descansa en paz, hasta el próximo regreso.

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