RESCATES > JACK KIRBY, EL HOMBRE QUE LA INDUSTRIA QUISO BORRAR
Muchos saben quién es Stan Lee: su nombre aparece en créditos de películas, se lo menciona en historias de la historieta y nunca se aleja de ninguna de sus creaciones: el Increíble Hulk, los 4 Fantásticos, los X-Men. Pero toda su gloria la forjó al lado de otro hombre que dio forma y color a los perfiles psicológicos que Lee creaba para una época hambrienta de nuevos superhéroes y a quien la industria se negó durante décadas a reconocer: Jack Kirby. A propósito del estreno de una nueva versión de Hulk, Radar se suma al rescate del otro padre de tantos héroes.
› Por Martín Pérez
Gris en vez de verde. Así fue como apareció El Increíble Hulk en el primer número de su propia revista de historietas, que se editó en Estados Unidos en mayo de 1962. Pero, salvo ese pequeño detalle, sus rasgos y su historia –mezcla de Frankenstein y de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, respectivamente– ya eran las mismas que se conocen hasta el día de hoy. “El hombre más fuerte de todos los tiempos”, anunciaba la revista en su tapa. Y se preguntaba: “¿Es hombre o monstruo... o es las dos cosas?”.
Aunque fue la segunda revista de superhéroes propiamente dicha lanzada por la editorial que luego sería conocida como Marvel, Hulk supo ser una suerte de eslabón perdido entre las rimbombantes revistas de monstruos con títulos como Journey into Mystery o Tales to Astonish –que más de una vez publicaron otras historias con diversos personajes peludos denominados también Hulk– y el rentable futuro de conflictuados superhéroes de capa y trajes ajustados con los que la editorial revolucionaría el mundo de los comic books norteamericanos a comienzos de la década del ‘60, a partir de ese iniciático número uno de Los 4 Fantásticos en noviembre de 1961. Los principales responsables de todas estas historietas, tanto antes como después de la revolución, tienen nombre y apellido: Stan Lee y Jack Kirby.
Pero así como el nombre de Stan Lee –el guionista que desarrolló las personalidades de los superhéroes como nadie lo había hecho hasta entonces, poniéndolos en sintonía con el zeitgeist de la década que cambiaría al mundo– quedó para siempre unido a creaciones como El Hombre Araña, Los 4 Fantásticos, X-Men y El Increíble Hulk, entre tantos otros, el nombre de Jack Kirby cayó en el olvido. En el tan desechable mundo de los comic books norteamericanos, donde los personajes siempre fueron marcas a cargo de corporaciones y los derechos de autor de sus creadores hasta hace poco tiempo eran excepciones que confirmaban esa regla, Stan Lee aún hoy suele aparecer con cameos –que los fans celebran descubrir– en las superproducciones cinematográficas basadas en sus historietas. Kirby, en cambio, apenas si se fue transformando en un mito que la industria terminó por aceptar a pesar suyo. Pero al que el negocio jamás le concederá un lugar digno.
Creador de todos esos superhéroes a la par de Stan Lee, ya que la historia y sus testigos aseguran que los concibieron juntos (salvo El Hombre Araña, a cargo de Steve Ditko, aunque la portada del primer ejemplar es suya), Jack Kirby es, además, considerado por sus colegas y especialistas como el inventor de todas las reglas del dibujo de superhéroes. Desde el lejano Capitán América, que apareció en escena pegándole una trompada a Hitler en su primer número –fechado un año antes que los Estados Unidos entrasen en la Segunda Guerra Mundial–, hasta su participación en la concepción de casi todos los personajes que llevan la sola firma autoral de Stan Lee. Kirby llegó, incluso, a crear al más emblemático de los superhéroes de la época, el Silver Surfer, sólo para que la empresa para la que trabajaba –Marvel, claro– lo considerase de su propiedad y procediese a explotarlo sin atribuirle ningún derecho (ni autoría) a ese asalariado a dólar por página.
Pero todo eso que la industria nunca le reconoció –luego de un largo litigio que se hizo público, apoyado por gran parte de sus colegas, finalmente la Marvel apenas si le devolvió los originales que mantenía en sus archivos y una ridícula pensión–, Kirby lo consiguió de manos de sus fans y sus colegas. Dentro del mundo de la historieta, todos saben quién es Jack Kirby. Y ahora, gracias a un extraordinario volumen publicado por la editorial neoyorquina Abrams –que no edita comics, sino que publica la obra de Picasso, por ejemplo–, su trabajo por primera vez es reproducido como se merece. “En un universo perfecto, uno podría caminar por un enorme Museo Kirby y quedarse mirando sus originales, e incluso las versiones impresas y coloreadeas de su arte”, escribe Neil Gaiman en el prólogo del admirable Kirby, King of Comics, de Mark Evanier, que no sólo recorre su biografía, sino que deja que sean sus dibujos los que la cuenten a la par del texto. “Kirby no inventó las revistas de superhéroes. Sólo parece que fue así”, aclara Evanier en un volumen admirable, que hace justicia con un creador aún por descubrir para todo ese mundo que existe fuera del universo del tan justamente llamado noveno arte.
“Los superhéroes saben llegar justo cuando se los necesita y lo mismo sucede con Kirby”, dijo alguna vez Will Eisner, uno de los más venerados historietistas norteamericanos. “Cada vez que la industria del comic necesitó alguien que le pegue una patada en el culo en una nueva dirección, llegaba Jack. Era como la caballería con un lápiz”.
Nacido como Jacob Kurtzberg en 1917, Kirby fue el primogénito de una familia que terminó en el Lower East Side de Nueva York tras dejar Austria. Durante su infancia trabajó de lo que pudo para ayudar a su familia, y vivió bastante la calle, experiencias que –junto con las vividas en el frente de batalla durante la Segunda Guerra– siempre terminaron en sus historietas. Cuando se sentó por primera vez ante un tablero de dibujo, nunca más lo volvió a abandonar. Es ejemplar la anécdota que cuenta que, cuando su familia abandonó la Costa Este para mudarse a California a fines de los ‘60, lo último que se empacó fue su tablero: los peones esperaron pacientemente que terminase el número de Thor en el que estaba trabajando antes de subirlo al camión. También fue lo primero en desempacarse para que Kirby pudiese comenzar a dibujar Los 4 Fantásticos.
La capacidad de trabajo de Kirby siempre fue legendaria: no sólo revolucionó las historietas junto a su compinche Joe Simon –ambos guionaban, bocetaban y entintaban– dibujando en tiempo record aquel primer ejemplar del Capitán América, sino que casi al mismo tiempo completaron las 64 páginas del primer número del Capitán Marvel, ese personaje que decía ¡¡¡Shazam!!! y devenía en superhéroe. La leyenda cuenta que, para poder hacerlo, la editorial que los contrató alquiló por una semana un cuarto de hotel donde Kirby, Simon y todo el que supiese entintar iban a trabajar extra apenas terminaban su horario normal en su otra editorial. Ni Simon ni Kirby pusieron su firma en aquel número, que terminó siendo uno de los éxitos más grandes de la época.
“El equipo de Simon y Kirby devolvieron la anatomía a los comic books”, escribió el dibujante Jules Feiffer en su ejemplar ensayo sobre el género. “No era que los otros artistas no dibujasen bien, pero nadie podía poner tanta anatomía en un héroe como Simon y Kirby. Los músculos se estiraban mágica, inesperada y contundentemente. Cada panel era una explosión. Un enjambre de miles, todos peleando, saltando, cayendo, gateando. La clave era la velocidad”.
“No hubo una edad de Marvel en las historietas, sino que fue la edad de Lee y Kirby”, opina el maestro de ciencia ficción Harlan Ellison. “Sólo es discutible por un idiota el hecho de que Jack Kirby y Stan Lee no sólo trabajaron bien lejos de la tradición de ese mensaje que eran las historietas, sino que lo hicieron trizas. Recrearon todo un universo. Dejaron sentado un tono, un camino, una visión que otros talentos hambrientos descubrieron... y continuaron. Pero Kirby, por sobre todos los otros, fue el Nostradamus. Pintó esa Capilla Sixtina de la historieta de superhéroes con un pincel y una paleta de colores que, hasta el día de hoy, todos imitan. Ningún elogio es demasiado.”
Cuando Kirby llegó a Marvel, la editorial aún no tenía ese nombre ni se dedicaba a los superhéroes. El ya había estado entre esos escritorios una década y algo antes, cuando creó junto a Simon al Capitán América, y dejó trabajando ahí a alguien llamado Stanley Martin Lieber, un joven de 18 años que ambicionaba un futuro como escritor de algo más que historietas, que comenzó a firmar con el seudónimo de Stan Lee. Después de independizarse con Simon, ir al frente, volver con vida y encontrar un país que necesitaba otra clase de héroes e incluso sufrir en carne propia la censura, Kirby era ya un veterano cuando volvió a buscar trabajo en esa editorial que cambiaba tantas veces de nombre como fuese necesario para evitar al fisco, pero en la que el ya no tan joven Lee estaba ahora a cargo de su siempre titubeante departamento de historietas.
Junto a su flamante compinche, Kirby conquistó un nuevo horizonte dentro de un renaciente interés por los superhéroes, y a caballo de sus nuevos personajes nació el fenómeno Marvel. Según recuerdan todos los que trabajaron con guiones de Lee en aquella época heroica, la verdad era que no había guiones propiamente dichos. La forma de trabajo era discutir una idea argumental, pasar a dibujarla con total libertad, y luego con las planchas terminadas Stan agregaba los diálogos. La autoría se discriminaba en guión y dibujo, aunque semejante división no consignaba literalmente el trabajo realizado por cada parte. Pero por entonces primaba la euforia de estar haciendo algo diferente. Cuando empezaron los éxitos, comenzaron las discusiones y algunos dibujantes fueron dejando la editorial. (Ditko, por ejemplo, el dibujante del Hombre Araña.) Obsesionado por llevar un sueldo a su casa, Kirby se quedó, pero no sin conseguir alguna promesa que jamás se cumplió. Es más, las cosas empeoraron cuando la editorial fue un suceso y empezaron las entrevistas en los grandes medios. En todas salía Stan Lee y nunca Kirby, encadenado a su mesa de dibujo, trabajando sin parar. Así que cuando el dinero corporativo vino detrás de Marvel, los abogados sabían que debían asegurarse –junto con el nombre de la empresa– la continuidad de ese tal Lee. ¿Kirby? Para ellos apenas fue otro talento desechable. Siempre se ha cuestionado el papel de Stan Lee en ese injusto malentendido, pero nadie puede acusarlo libremente de haber tergiversado los hechos: después de todo, Lee nunca dijo que él solo había creado esa revolución. Pero cuando otros lo creyeron así, apunta Evanier, nunca los desmintió.
“Es en el disco de Iggy Pop y los Stooges de 1973 en el que pienso cuando pienso en Jack Kirby. Se llamaba Raw Power (Poder crudo), y eso era lo que tenía Jack, y de una manera que nadie tuvo antes ni después. Poder, puro y sin adulterar, como meter agujas de tejer en un enchufe”, confiesa Neil Gaiman en el libro de Evanier. “Jack Kirby creó parte del lenguaje de los comics y mucho del lenguaje de los comics de superhéroes. Tomó el vaudeville y lo hizo ópera. Tomó un medio estático y lo hizo dinámico. En una historieta de Kirby todos sus personajes están en movimiento, todo está en movimiento. Jack Kirby hizo que los comics se moviesen, los hizo vibrar y chocar y explotar. Y además, creó”.
Cuando se fue de Marvel, luego de que su Silver Surfer –el personaje que imaginó de la nada para ocupar el lugar de un... ¡mensaje!– fuese quitado de sus manos, Kirby no dejó de crear. Fue recibido con los brazos abiertos en DC, el hogar de Superman, y su nombre apareció en las portadas de sus revistas. Pero a pesar de que sus personajes demostraron estar a tono con los tiempos hippies, no se puso al frente de una nueva revolución: sus historias se complejizaron tanto que número a número iban perdiendo lectores, ya que si se perdía un ejemplar dejaban de entender qué estaba pasando. Pero su Cuarto Mundo y sus Nuevos Dioses devinieron en leyendas, y hasta hay quien asegura que George Lucas los estaba disfrutando cuando imaginó su Guerra de las Galaxias. Para el final de su carrera terminó volviendo a Marvel y gracias a ese regreso consiguió algunos contratos en televisión que pagaron las cuentas hasta que logró que le devolviesen sus originales en 1987: 2100 páginas, una ínfima parte de lo que produjo para la editorial, aunque suficiente para asegurar económicamente sus últimos días. Pero si la industria no le hizo honor a Kirby, sus fans se lo rindieron con creces: desde que a comienzos de los ‘70 comenzaron a reunirse en convenciones, fue uno de los grandes animadores.
Según cuenta Evanier, durante sus últimos diez años de vida se la pasó recibiendo elogios. Murió el 6 de febrero de 1994 y su funeral dividió a la industria: la mitad hizo como si nada sucediese y la otra mitad estuvo presente, tanto de cuerpo como de espíritu. Escribe Evanier: “Stan Lee estuvo presente de ambas maneras: sentado en silencio durante los discursos y partiendo rápidamente, casi sin hablar con nadie. La viuda de Kirby lo buscó para darle un abrazo enfrente de todos, como para demostrar que lo hecho estaba hecho y que no quedaban resquemores. Pero Stan, rápido como siempre, por entonces ya estaba en el estacionamiento y se fue antes de que ella pudiese alcanzarlo”.
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