Domingo, 10 de agosto de 2008 | Hoy
Su nombre es sinónimo de vanguardia, excentricidad, Nueva York: Laurie Anderson. La pionera de los espectáculos multimedia, la mujer que se mueve entre el teatro y el cine, entre el mundo del arte y la escultura, entre la música en vivo y la música grabada. Su nuevo espectáculo llamado Homeland, que presentará en Buenos Aires –es su tercera visita a esta ciudad–, tiene como eje las historias, el poder del relato y la palabra y da rienda suelta a la personalidad que, dice ella, le sienta mejor: la de narradora. Es también su espectáculo más político desde Estados Unidos I-IV , de 1983, un impactante comentario sobre la era Reagan. En esta entrevista antes de su presentación, Laurie Anderson habla sobre Warhol y Dylan, la compleja relación entre el arte y la política, los tiempos electorales y las discusiones sobre arte que mantiene con su ilustre esposo, el esquivo Lou Reed.
Por Martín Pérez
Al otro lado del teléfono, la voz de Laurie Anderson suena muy, pero muy lejana. Apenas si se la escucha. ¿Dónde podrá estar? Muy cerca de la playa, en Long Island, cuenta. Acaba de presentar su último espectáculo, Homeland, en Nueva York, y se ha tomado unas merecidas vacaciones antes de volver a la ruta, algo que sucederá a fin de mes en el Gran Rex, que será punto de partida para una gira sudamericana que incluirá Chile y Brasil. “Pero como nunca estoy de vacaciones, no sé muy bien qué hacer con mi tiempo, por eso es que estoy hablando con vos”, bromea. Apenas si se la escucha, por lo que se le pregunta si puede hablar un poquito más fuerte. La pionera en la tecnología sobre los escenarios, cuando nadie sabía lo que quería decir “multimedia”, despotrica contra los celulares en voz baja mientras se mueve buscando una mejor recepción. “Si pongo mi mano sobre el micrófono, ¿se escucha mejor?” Sí, se la escucha mejor. Aunque se le comenta que de este lado del teléfono hay que taparse la oreja que no está ocupada por el auricular para que la charla sea algo parecido a una conversación normal. “¡Parecemos espías!”, se ríe la siempre elocuente y simpática Laurie Anderson del otro lado de la línea.
Cuando apareció casi de improviso en el panorama de la música en los años ’80, Laurie Anderson ciertamente podía parecer una espía dentro de ese ambiente, alguien que no debería estar ahí, ocupando un lugar que no le era propio con su violín con arco de cinta magnética y un cabezal de grabador en el puente del instrumento, o esa vestimenta en la que distribuía los parches de una batería electrónica, que hacía sonar golpeando sobre su cuerpo. Pero, lejos de tratar de pasar inadvertida o estar recabando información para otros, como un verdadero espía, Laurie Anderson atraía toda la atención de su público y les contaba los resultados de sus espionajes sobre ese mundo tan secreto y extraño que esperaba ahí afuera, llamado mundo real.
Según cuenta el periodista Kurt Loder en su libro Bat Chain Puller (1990), cuando Anderson apareció inicialmente en el mundillo artístico neoyorquino, lo que más desencantaba a los entendidos sobre sus obras o performances era la utilización del humor en sus monólogos, porque por entonces la risa era considerada como un disfraz para la banalidad. “Pero la seriedad también puede funcionar como un disfraz para una banalidad”, aclaraba Laurie. Desde entonces y hasta ahora, esa capacidad de sorprenderse ante cosas que aparentemente son de todos los días es una de las marcas de fábrica de sus shows. Es el punto de partida para sus historias. “Me gusta pensar que soy una narradora”, explica ahora nuestra espía de vacaciones. “Alguien que señala algo y simplemente dice: miren eso. Así es como puedo resumir lo que hago.”
A la hora de resumir su actual sorpresa ante la realidad que la rodea, una de las cosas que suele repetir Laurie Anderson en las notas que ha dado en el último tiempo es su descubrimiento de que ya no somos ciudadanos sino clientes. “Hemos votado para detener la guerra en las últimas elecciones, pero nadie pudo pararla”, explica. “Porque ya no es una cuestión de Estado sino que está privatizada. Y lo mismo sucede en todos lados, con otras cuestiones. Por ejemplo, las prisiones. Desde que se privatizaron, se triplicó la población carcelaria. ¿Qué sucedió? ¿Somos tres veces más malos? Yo creo que lo que simplemente sucede es que las cárceles necesitan clientes”, razona, y es difícil no imaginar una sonrisa irónica en sus labios mientras llega a semejantes conclusiones.
Una parte política, otra pura música y una tercera de sueños extraños. Esas son las tres partes que, suele decir Anderson, componen su último espectáculo, cuyo eje en realidad son las historias. “Lo que me sorprende es lo poderosas que aún son las historias. Porque cuando Bush contó su historia del dictador malvado y las armas de destrucción masiva, lo primero que pensé es: esto ya lo escuché antes. Empezó ya una guerra con esta historia, y ahora va a empezar otra. Y ni siquiera tiene que ser verdad mientras sea una buena historia. Lo mismo sucedió con Obama y Hillary, y ahora vendrán otras, porque por aquí estamos en tiempos electorales.”
–Es que no estoy segura de lo que es una mentira. Y no sé lo que es bueno para la gente. Porque hay quien puede decir: “Estoy tratando de cambiar el mundo para que sea un lugar mejor”. Pero la pregunta siempre es: ¿mejor para quién?, ¿para vos?, ¿para mí? Es tan difícil decidir de qué se trata, que como artista no me meto en ese camino. Porque no conozco esas respuestas. Así que no sé si el arte es una buena forma de hacer política. Pero la razón por la que uso ese material es porque está presente en todos lados, es tan parte del mundo en este momento. Nuestro gobierno y nuestras empresas, todos tienen historias de cómo pueden hacer que tu vida sea realmente buena. Así que lo único que pienso es que la gente necesita imaginar sus propias historias o al menos que es mejor si uno sabe que alguien está tratando de convencerte de algo. Que no te están diciendo la verdad como ellos la conciben sino que sólo están tratando de convencerte. Algo que tal vez sea obvio para la gente, pero no es tan obvio para mí.
Aunque la política no sea aparentemente un área de incumbencia para una artista como Laurie Anderson, en realidad es una cuestión que estuvo presente desde su primer coqueteo con la popularidad.
Después de todo, su primera gran obra se llamó Estados Unidos I-IV (1983), un monumental espectáculo multimedia de ocho horas de duración, suerte de comentario crítico sobre el estado de cosas en la Norteamérica de Reagan. “Creo que Homeland es la continuación, algo así como Estados Unidos V-VI”, dice Laurie. “Pero, como he dicho antes, no sé si el arte es una buena forma de hacer política. De lo que estoy segura es de que si el periodismo se dedica sólo al espectáculo... ¿por qué los que nos dedicamos al espectáculo no podemos hacer periodismo?”
Cuando la revista Time Out de Chicago le preguntó en abril pasado qué artista había combinado bien el arte y la política, Laurie no dudó, y nombró a Bob Dylan. Pero no mencionó las canciones de su época vinculada con los movimientos civiles, como “Blowin’ in the Wind o “A Hard Rain’s A-Gonna Fall”, sino cómo hizo que estuviese bien ser un perdedor. “Lo que quiero decir es que sus canciones ayudaron a la gente a ver que hay otras cosas que hacer además de ganar”, explica. “No hay muchos modelos, especialmente para los hombres en los Estados Unidos. Están el cowboy, el hombre de negocios y la estrella de rock. ¡Y no hay más! (ríe). En ese contexto, escribir sobre lo que significa ser un perdedor es algo extremadamente político. Es algo que te hace sentir más humano, porque todo ser humano, en un momento u otro, es sólo un perdedor total. Así que pienso que incrementa la empatía de la gente por los demás, y no tanto en la competencia.”
Resulta muy curioso escuchar a Laurie Anderson ensalzar de esa manera a Dylan, cuando es más fácil imaginarla, en la misma época y en el mismo lugar, al lado de Andy Warhol en su Factory. ¿No dijo recientemente que estamos viviendo en el mundo que imaginó Warhol? “Es verdad. Siento que éste es el mundo que él definió de muchas maneras con sus obsesiones con la fama y la violencia y el ego. Uno mira alrededor y no puede evitar pensar que él vio todo esto, pero treinta años antes. Junto con Dylan, ambos fueron el lado oscuro e iluminado de la cultura norteamericana, de alguna manera. Hicieron su mejor obra casi al mismo tiempo y en el mismo barrio. Pero no es tan simple, porque ambos eran oscuros e iluminados a la vez.”
¿O sea que no es correcto imaginarte del lado de Warhol?
–La verdad es que apreciaba a ambos por igual. Depende del día, puedo elegir a Dylan o a Warhol. Todo depende de cómo me sienta.
Cuando se le pregunta a Laurie Anderson qué es en lo primero que piensa cuando escucha nombrar a Buenos Aires, no duda al responder: “Café”, dice esta neoyorquina –por adopción, ya que nació en las afueras de Chicago– de 62 años. “Lo primero es un muy buen café, y después en interesantes conversaciones: esas cosas vienen juntas. Porque cuando estuve en Buenos Aires fui a tomar café con mucha gente, y tuvimos conversaciones geniales. Así que eso es en lo primero que pienso. Después pienso en mis amigos y en qué estarán haciendo. Pero en realidad creo que Buenos Aires es en cierta manera como Nueva York: un lugar con gente muy interesante. No lo digo como una gran declaración sobre la ciudad, porque no la conozco tanto, realmente. Aunque tampoco conozco Nueva York, si me pongo a pensar”, dice Laurie, que ya tocó dos veces en Buenos Aires. La primera vez fue en 1990, presentando su disco Strange Angels (1989), y la segunda fue tres años atrás, cuando presentó su espectáculo The End of the Moon en el V Festival Internacional de Buenos Aires. “Siento que el público porteño es extremadamente sofisticado, pero es cierto que la última vez que fui lo hice dentro del marco de un festival muy cool, que de alguna manera tenía su propia audiencia. No estaba yendo a una ciudad donde no sabía a quién le estaría hablando.”
Según se puede leer en las reseñas de Homeland, quienes vayan a ver su nuevo show encontrarán las mismas velas por todo el escenario que se pudieron ver en The End of the Moon. Pero Laurie estará detrás de un piano, acompañada por un grupo de músicos. Y no mucho más. Todas las reseñas destacan el hecho de que la pionera de los espectáculos multimedia ahora toca sin otro acompañamiento que la música. “En cierta medida, en lo que se refiere a producción, es un espectáculo mucho más simple. Pero es también mucho más complejo, ya que está basado sólo en las palabras. Así que si no funciona la traducción, vamos a estar en problemas”, se ríe.
Uno de los grandes momentos del espectáculo, al menos en sus funciones neoyorquinas, es algo que será muy difícil de repetir en Buenos Aires: cuando Lou Reed –su pareja desde fines de los ’90, con quien se casó en abril de este año– se une a la banda para la canción “The Lost Art of Conversation”. En alguna reseña llegaron a sugerir que ese tema era como una respuesta a su tema “New York Conversation”, del disco Transformer (1972). “No llegué a leer eso”, comenta Laurie, divertida. “Pero de alguna manera todos estábamos conversando entonces en Nueva York.”
¿Es verdad que los consejos musicales que te dice Lou se reducen a una frase: “Sé más directa”?
–Así es, Lou es conocido por decir eso.
¿Y vos qué le decís?
–Que me gustan las metáforas.
¿Y ahí se termina la discusión?
–(Suspira.) No, para nada. Es una discusión que va a durar toda nuestra vida.
Laurie Anderson presentará Homeland, en el Teatro Gran Rex, el miércoles 27 y jueves 28 de agosto a las 21.30. El show tendrá subtítulos en español. Localidades a partir de $ 80.
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