PLáSTICA > NAHUEL VECINO EN EL RECOLETA
En el 2004, la aparición de Nahuel Vecino con la muestra Mara Villa fue recibida como un bienvenido trazo nuevo, capaz de ligar las figuras clásicas, ciertas vanguardias político-artísticas y el imaginario argentino. Cuatro años después, con Pompeya, Vecino ahonda ese camino en busca de un trazo propio: más de 50 dibujos sin ironía ni cinismo, que amalgaman el realismo socialista, la propaganda fordista, el muchacho peronista, la Encáustica Pompeyana y una nueva figuración contemporánea. Un puente entre dos mundos —de aquella Pompeya a esta Pompeya—, habitado por una galería de figuras y rostros perplejos, enfrentados a la súbita conciencia de lo que está por suceder.
› Por Santiago Rial Ungaro
El estado de asombro o perplejidad que uno puede experimentar ante una pintura puede ser un hecho subjetivo, una simple reacción particular. Pero basta observar durante un par de horas las reacciones de quienes visitan Pompeya, la nueva muestra de Nahuel Vecino, para confirmar ese efecto subjetivo como un hecho objetivo, universal: estas obras transmiten su asombro a quienes las miran.
De hecho, durante la entrevista, realizada al día siguiente de la inauguración, son varias las personas que se acercan, atónitas y hasta agradecidas, a saludar al artista.
Y aunque no pretenda hacer de guía de perplejos, Vecino nos invita con su obra a conectar con nuestra capacidad de asombro, esa misma “pureza ante el hecho artístico” que buscaba en El secreto de las musas, su encantador libro de 2006. Hay una vibración total que se desprende de esta serie de 20 óleos y 50 obras sobre papel. Una vibración que genera, como si se tratara de un hechizo, perplejidad.
A diferencia de lo que anhelaban los surrealistas, el artista no es un médium inconsciente sino que es plenamente consciente de lo que hace: “Para mí el efecto tiene que ver con la pintura, porque el trazo, el color, las figuras, todo tiene una intención: yo quiero que cada trazo le hable al cuerpo”.
Vecino apuesta una vez más a la belleza platónica de sus pinturas, a esa búsqueda, aquí y ahora, de una Divina Proporción que integre a estos seres, muchachos peronistas, muchachas que por pertenencia social deberían escuchar cumbia, pero que Vecino les hace escuchar música clásica, seres sensuales y siempre dignos, tan idealizados como reales.
Es curioso encontrar a un artista que, en vez de fantasear sobre las costumbres homoeróticas griegas, rescate el aspecto arquetípico de la teoría de las ideas de Platón, llevando a cabo una búsqueda pictórica para que “cada tono, cada color vibre”. Las y los jóvenes que pueblan esta Pompeya parecen estar a punto de correr, de ser fotografiados, de llorar, de iluminarse, de jugar un partido de fútbol, de ser abusados o de tener un ataque de pánico. Están esperando que suceda un milagro, que caiga la lava del volcán... o las dos cosas a la vez.
Y si al principio uno no sabe qué es eso que está por pasar, al salir del Recoleta, aun sin develar, se arrastra la certeza de que a todos los rostros les está sucediendo lo mismo. Algo importante e inminente. Y esa perplejidad es a la vez la nuestra y la de pintor: él también llega hasta ese instante que vemos en la obra y se detiene prudentemente ahí, como si se enfrentara a un abismo.
Así, la muestra confirma tanto la madurez de su oficio (Nahuel nació en 1977 y la mayoría de estas obras fueron vendidas antes de esta exposición, incluso algunas fueron vendidas antes de ser terminadas) como la vigencia de este mundo de los arquetipos ideales que, con más intuición que retórica, Vecino explica desde una defensa de su oficio. Cuando Vecino tiene que sintetizar este efecto que logran sus cuadros, habla sobre vibraciones. En la tradición de tantos grandes artistas plásticos músicos, varios se sorprendieron doblemente por la irrupción de Nahuel Vecino en el panorama de la plástica local: primero, por la calidad de sus pinturas, pero también porque se trataba de un buen músico, bajista de una banda original, con una intensa búsqueda artística, con un imaginario propio y con una grata influencia spinetteana. Todo eso y más se puede decir de A Tirador Láser, banda con la que grabó los tres primeros discos.
“Creo que esta muestra es parte de un proceso que se fue dando. La verdad es que yo nunca me sentí cómodo con el mundo del arte contemporáneo (su primera muestra fue en Belleza y Felicidad), ni con el mundo hippie de la Pueyrredón (el artista egresó de ahí), ni tampoco con el ambiente del rock.”
De hecho, aunque Vecino confiesa que cada tanto sigue haciendo un poco de slapping con el bajo, la pintura fue resultando cada vez más absorbente y prueba de esta convicción es que, como buen artesano, Vecino no se dejó tentar por el oportunismo tras la excelente repercusión de Mara Villa, su última muestra, hecha en el 2004, y se tomó su tiempo para pintar. Así, aquí hay obras del 2006, 2007 y por supuesto de este año. Llama la atención la gran cantidad de dibujos: cincuenta.
“Me es muy importante el dibujo: sintetizar un dibujo propio, ya no copiando una foto. Sigo buscando encontrar un punto intermedio entre lo real y lo abstracto. Y también hay una recuperación de lo griego, no sólo por Pompeya, que es un arte romano que copia el arte griego, sino también porque siempre me fascinó la Encáustica Pompeyana (estilo de pintura practicado en la antigua Roma).”
Vecino pone como ejemplo la cabeza del caballo de Fidias, de la que Goethe había dicho que era la matriz de todos los caballos, la idea principal donde entraban todos los caballos. ¿Habrá encontrado Vecino en sus pinturas su propia matriz original del asombro, la máquina de asombrar? Lo seguro es que la seguirá buscando.
“Yo veo mucho de la realidad, dibujo de la realidad y me aparecen estos personajes en este tipo de situaciones. Hay un mundo que aparece de los modelos, de los dibujos que tomo de la realidad, y otro mundo más psicológico y subjetivo. Y también hay algo de la década del ‘30 y el ‘40, esa cosa medio utópica e idealista que se ve tanto en el arte soviético con el realismo socialista, como en el arte alemán o estadounidense, de familia ideal, o de personajes idealizados.” Pero en esa búsqueda de un aire ideal no hay ironía, y quizás, eso explique su poder de sugestión. En la mirada de estos personajes, en su perplejidad, en su dramatismo (que, salvo en el caso de uno de los dibujos que ilustra un rapto, permanece siempre sugerido, jamás explícito) se reconoce en última instancia la misma mirada de un joven pintor que sigue fascinado con su oficio de pintor.
“Sé que suena político, pero la pintura tiene una realidad que es propia de la pintura. Hay como un prejuicio, como si el oficio te coartara. A veces se le da mil vueltas a esa realidad de lo que significa la pintura y ser pintor en el sentido más tradicional, para intentar aggiornarla o sacarle determinada cosa “grasa” que tiene ese discurso sobre el oficio del pintor. Yo creo que el dibujo es el dibujo, el óleo es el óleo. Cada vez creo más en la fuerza inmanente de cada uno de esos elementos. Es diferente del que hay en mucho arte muy influenciado por la publicidad, que es un arte proyectual, donde hay una idea, un proyecto, y éste se lleva a cabo. Vos ya sabés a dónde va, sabés cómo vibra. Más allá de que esté bien o esté mal, no estoy hablando de eso. Sí creo que lo mío está más cerca del simbolismo: simbolizar con la pintura lo que sucede en mi interior o en la interioridad de los demás. Y cuando vos estás en contacto con esa imagen, algo repercute en tu ser. Porque el simbolismo es universal.”
Y es que los rostros de esta colorida Pompeya impactan a un nivel diferente. Estas obras, a las que alguna vez se les señaló cierta conexión con la estética del manga (con esos ojos que siempre están mirando la nada, siempre “anonadados”, abstraídos en sus propios dramas internos), escapan al efectismo publicitario que abunda tanto en algunas expresiones del arte contemporáneo más “conceptual”. La “belleza” de las obras de Vecino no es una belleza puramente estética. Y es que si podemos comprender, disfrutar y hasta entrar en esta obra es porque su pintura pone en escena un mundo, un mundo propio pero abierto, lleno de pasadizos a otros mundos.
A eso alude muy acertadamente el título, Pompeya: Vecino admite la intención de que su arte funcione como “un puente entre mundos”, y en ese sentido encontramos que hay múltiples mundos en los rostros de los seres que viven esta Pompeya, de la cual no sabemos si es la histórica –petrificada volcánicamente en el siglo 79 a.C.– o la Pompeya porteña actual. Ambas Pompeyas son igualmente míticas: instantáneas congeladas que reflejan la eternidad, el vértigo que expresa un rostro al ser invadido por una idea.
Lo que brilla por su ausencia aquí es el cinismo. Si Nahuel Vecino tiene su propia estética es porque tiene un mundo interno propio, un mundo subjetivo que logra repercutir en el mundo interno de quienes lo observan, pasando de lo particular a lo universal. Así, en sus obras se manifiestan lo dramática y trágica que es nuestra vida de hoy. En ese sentido, uno de los principales méritos de esta muestra es su capacidad de volver los objetos cotidianos más complejos, más interesantes. Basta ver, por ejemplo, Presencia, en donde nos encontramos con una simple planta que, lejos de ser una naturaleza muerta, transmite una vitalidad psíquica, un latido vegetal que hasta nos hace sentir invadidos.
“Para mí ése es un punto importante en lo que estoy haciendo: la realidad cotidiana es mucho más compleja. Porque si yo te cuento qué estuve haciendo hoy y te digo que estuve con un amigo y me tomé un café, no te estoy contando todo lo que me sucedió realmente. Y ésa es otra de las razones por las que me fascinaba Pompeya: tenían múltiples deidades, deidades para todo. De alguna manera, el interés por la historia del arte es un interés por la historia de la vida, la historia del mundo. Yo siento que, en un momento dado, el arte dejó de hablar sobre la vida. El arte actualmente está tan condicionado por aspectos intelectuales y teóricos que para mí se perdió algo que hace mil años estaba claro: que es que el arte trata sobre la vida. No hay ninguna necesidad de justificarlo: cualquier persona que tenga una sensibilidad va a vivir rodeada de imágenes.”
Pompeya
Nahuel Vecino
Centro Cultural Recoleta
Sala J
Junín 1930
Hasta el 5 de octubre
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