CINE > AALTRA: EL HUMOR NEGRO SOBRE (SILLA DE) RUEDAS
Entre el dúo cómico clásico y el espíritu del gran anarquista inválido Albert Libertad, los franceses Benôit Delépine y Gustave Kervern filmaron una comedia negra que no pide compasión para las víctimas ni la ofrece a los verdugos.
› Por Mariano Kairuz
La historia quizás insuficientemente difundida del francés Joseph Albert, alias Albert Libertad, lo ubica como el anarquista paralítico que quiso hacer la revolución desde su silla de ruedas a fines de siglo XIX y principios del XX. Nacido en Burdeos en 1875, abandonado según la leyenda por sus padres cuando era un bebé y criado por la asistencia pública, paralizado de la cintura para abajo debido a una enfermedad que lo afligió en su infancia, perteneció a varios grupos anarquistas parisienses y se imponía en los mitines políticos golpeando con sus muletas a quien se interpusiera en su camino; fue poeta y fundó la publicación L’Anarchie, dedicada a dar a conocer la ideología del rompan todo. Libertad, que podría haber sido el inspirador de la banda pirata de mutilados “antisistema” de Acción mutante (la primera película de Alex de la Iglesia), con su isotipo del inválido-con-ametralladora-en-alto, es mentado en el primer tramo del recorrido de la rara road movie francobelga en blanco y negro Aaltra, ópera prima de Benôit Delépine y Gustave Kervern, que ya tiene unos cuatro años pero que hasta ahora (por azar apenas una semana después del final de los Juegos Paralímpicos de Beijing, y con la excepción de alguna proyección en el Bafici en su momento), permanecía inédita en Argentina.
Lo que convierte a los protagonistas de Aaltra en discípulos de Libertad es que, a diferencia de todos los personajes paralíticos del cine, éstos no inspiran ningún tipo de compasión. En el mejor de los casos, siendo un dúo de contrastados un poco a la manera de los dúos cómicos clásicos –interpretados por los directores, Delépine es flaco y parece alto; Kervern es gordo y barbudo a lo Bud Spencer; ninguno de los dos habla mucho en la película–, pueden causar algo de gracia, en su desvergonzada hijaputez, su egoísmo (uno se roba primero una moto de competición, después la silla motorizada de una viejita), su absoluta falta de rumbo. Ninguno de los dos se ve preocupado por el extraño accidente que los paralizó a ambos simultáneamente y quizá para siempre: uno sigue tan obsesionado como antes con el motocross –un mundo al que ahora, con más certeza que nunca, debería saber que nunca va a pertenecer– y el otro sólo quiere capitalizar su desgracia, reclamando su indemnización al fabricante de la maquinaria agrícola pesada (marca Aaltra) que les impedirá volver a caminar. Y que es finlandés, marcando de esta manera la filiación cinematográfica más directa de esta película: el mundo (del humor seco, deadpan, un poco amargo) de Aki Kaurismäki, quien tiene su cameo sobre el final.
Kervern y Delépine –dos ex comediantes y guionistas de la televisión francesa que se metieron en el cine por recomendación, se dice, de Maurice Pialat, y que ya filmaron dos películas más: la deforme Avida, vista en el Bafici el año pasado, y la flamante Louise Michel– avanzan por el camino hasta esa meta final mostrándose a sí mismos como dos descastados, que no sólo no tienen un lugar en el mundo, sino que probablemente tampoco lo merezcan; abusando a su paso de quien se les cruce y ofrezca su hospitalidad. Convirtiéndose, como les espeta uno de estos pobres samaritanos, en los tipos “que les dan su mala fama a los paralíticos”.
Según cuenta un personaje en Aaltra, Albert Libertad tuvo, entre sus múltiples desencuentros con las instituciones, una relación particular con la Iglesia: asistía a misa para insultar al párroco y a los feligreses; en algún momento convivió con monjas. Las proyecciones de la película de Kervern y Delépine en los cines locales se darán en doble programa con el corto de animación argentino Lapsus, que es en blanco y negro y está protagonizado, justamente, por una monja. Obra en dibujos animados de Juan Pablo Zaramella (autor de maravillas del stop motion vernáculo contemporáneo como Viaje a Marte y El guante) consta de apenas tres minutos en los que pasan muchas cosas. En un espacio dividido en blancos y negros plenos, una monja del lado iluminado (de cara redonda y ojos enormes, un poco a lo South Park), quizás intrigada y hasta atraída fugazmente por la mitad oscura, se asoma y se pierde en la negritud: pierde su forma, su propósito, su cuerpo; muta en ratón de cartoon clásico, en silueta de femme fatale, en fichín, en pelotas; es un mundo entero que se desestabiliza. Todo animado por un espíritu libre, más anárquico todavía que el viaje de los inválidos en obtusa carrera hacia Finlandia.
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