Domingo, 12 de octubre de 2008 | Hoy
CINE > LA NUEVA EDICIóN DEL DOCBSAS
Un nuevo año, el octavo, del festival DocBsAs, llega con documentales diversos y propuestas imperdibles. Desde una película del chino Wang Bing, que se proyectará en una instalación realizada por el artista Daniel Santoro, hasta realizadores ya clásicos para el público local como Rithy Panh (S21 Khmer Rouge), pasando por lo nuevo de Carlos Echeverría o de Avi Mograbi, autor israelí que presenta quizá la película más destacada de una selección notable: Z32, sobre un soldado de veintipocos años, ex miembro de una unidad de elite del Estado de Israel. Además habrá un foro de coproducciones para documentales latinoamericanos y muchos realizadores presentarán personalmente sus films. Diez días de intensidad y asombro.
Por Mariano Kairuz
Esta es la historia de un soldado al que entrenaron muy bien. Lo educaron para que fuera uno de los mejores. Para que supiera esperar. Dejaron que se muriera de ganas de atacar. Su servicio pronto terminaría, y le dijeron: ‘¡Anda, galopa!’” Avi Mograbi no cuenta la historia del protagonista de su nueva película en un texto introductorio, ni con un parlamento a cámara, sino que la canta. La canta en el living de su casa, primero solo con un piano, luego con toda una orquesta. Contra el expreso pedido de su esposa, Mograbi –de quien se conocieron Cómo aprendí a superar mi miedo y amar a Arik Sharon, de 1997, Feliz cumpleaños, Sr. Mograbi, de 1999, y Agosto: un momento antes de la erupción, de 2002, en el Bafici, seis años atrás, y Venganza por uno de mis dos ojos en la edición 2005 del DocBsAs– se instala en su propio hogar para hacer lo que él mismo ha definido como una “tragedia-documental-musical” que lleva por título Z32 y que, apenas después de su paso por el Festival de Venecia, se encargará de presentar en persona los próximos días, en el marco del DocBsAs 2008.
La historia de este soldado “al que entrenaron muy bien”, que canta el director, es narrada también a cámara por el propio soldado, cuya identidad queda apenas protegida por unas máscaras digitales que se le aplicaron a su rostro en la posproducción de la película. El soldado, un chico de veintipico de años, ex miembro de una “unidad de elite” israelí, cuenta justamente eso que la canción expresa sin demasiados atajos: cómo el ejército creó y estimuló ese hambre guerrero, esas ganas de aplicar lo aprendido, toda esa excitación; y cómo preparó la escena de su entrada en acción para que, llegado el momento, se comportara como una auténtica máquina de matar. Los detalles del relato pueden no diferir demasiado de otras narraciones de las masacres que tienen lugar en Medio Oriente y que varios documentales contemporáneos se han encargado de recoger; pero lo que importa en Z32 nunca es tanto la información sobre la “operación venganza” en la que él y sus compañeros de escuadrón mataron a dos policías palestinos y él liquidó a un hombre desarmado, como el proceso personal que este soldado pueda haber hecho de lo que él designa como “el episodio”. El ex elite recuerda el poderoso flujo de adrenalina, el entusiasmo, la satisfacción de tanta tensión finalmente liberada. “Tenía órdenes de disparar sobre cualquiera que pareciera una amenaza, lo que para mí incluye a toda persona de más de cinco años”, dice. “Volamos un galpón con butano. Mientras corría, me vi a mí mismo desde arriba. Pensaba: no siento dolor, mi cuerpo es un robot. Mientras corríamos disparábamos, y eran disparos de felicidad, como si estuviéramos drogados, como si fuera un parque de diversiones”, cuenta, sin inmutarse demasiado. ¿Siente remordimiento, por lo que hizo, por las vidas pulverizadas, por haberlo disfrutado? Mograbi le hace preguntas, pero es una entrevista, no un interrogatorio; lo lleva al lugar de los hechos, y dispone una cámara para que el soldado hable del tema con su novia, quien parece hacerse las mismas preguntas que podemos hacernos, como público, frente a la pantalla. Preguntas sobre la culpa, sobre la necesidad de obtener perdón. Mientras que su novio insiste en someterla a un ejercicio incómodo: “Contame mi historia como si se la estuvieras contando a un amigo”. “Ahora contámela como si hubieras estado ahí.” Entre sus caras inicialmente borroneadas en una computadora –pero que van ganando nitidez a medida que avanza la película– y la cámara de Mograbi, sólo parece haber una certeza: que es necesario, si no confesar y ser perdonado o castigado, al menos sí hablar del tema, recapitular, indagar en el recuerdo y en sus detalles, no dejar de contar.
“Creo que los militares y la policía están exagerando su trabajo, y que disfrutan del poder que se les ha dado en nombre de la seguridad de Israel”, dijo Mograbi en una entrevista unos años atrás, en ocasión de la exhibición de su film Agosto y a propósito de la dificultad con que suele encontrarse a la hora de filmar a los efectivos de su país, de conseguir que presten testimonio para su cámara. Aquella observación se ha convertido en el centro de Z32; pero a esto le superpone otra reflexión moral, que funciona también como reflexión sobre todo el proceso documental: en una de las piezas finales de su pequeña ópera doméstica, Mograbi vuelve a cantar sobre ese soldado, sobre cómo disfrutó en su momento de las aberraciones cometidas, pero también canta sobre el impulso de convertir ese relato del goce morboso y sus contradicciones en esta película, en esta suerte de obra musical. “¿Y al final, quién disfruta? Yo disfruto, de ver cómo ahora lucha contra haber disfrutado lo que hizo. Y lo cierto es que me carcome por dentro, el impulso de cantar sobre cómo acribilló a una persona, como si fuera una mancha, y yo poder perdonarlo”, canta el director una vez más, y de esta manera hace su propia confesión, haciendo de la subjetividad, de los sentimientos, de sus propias contradicciones –y de un humor amargo con el que se arriesga a arrojar su película y arrojarse a sí mismo al ridículo sin fondo–, uno de los cines documentales más auténticos posibles.
Una nena armenia presencia cómo se llevan a su padre detenido en medio de la noche. Para la directora Nora Martirosyan, lo importante de su film 1937 no es tanto la reconstrucción de las circunstancias específicas en que ocurrió este hecho traumático sino cómo refleja la vida en la Armenia del año del título, la Armenia de las purgas stalinistas. En la segunda de las dos partes en que está estructurado el relato, aquella nena, hoy una anciana, se presta a narrar en una entrevista su recuerdo de aquel arresto brutal.
También apoyado en la primera persona del singular, el relato del cortometraje La chica con rayos X en los ojos (Gran Bretaña, 2007), de Phillip Warnell, tiene como protagonista a Natasha Demkina, una adolescente rusa, estudiante de Medicina, presuntamente dotada de un “superpoder” digno de un personaje de historieta: según asegura ella misma, es capaz de ver con su ojo desnudo los órganos internos de un cuerpo vivo. En el film de Warnell, se somete a un examen, con público, de su propio cuerpo.
1937: jueves 16 a las 17, domingo 26 a las 22, en la Lugones
La chica con rayos X en los ojos: viernes 17 a las 22,
viernes 24 a las 22, en la Lugones
A un remoto paraje del norte de Groenlandia, “donde el mar y el cielo se confunden en un único lienzo”, como se ha escrito por ahí sobre el film Los hombres, de Ariane Michel, y el universo en el que se zambulle, llega un barco. Del barco descienden varios científicos vestidos de amarillo brillante, y parecen visitantes de otro planeta. Miden alguna cosa acá y allá; a veces simplemente observan. Lo que se propone Michel, con su cámara quieta, atenta –tanto a las rocas como al sonido del viento; al destello del hielo como al agua en movimiento–, es hacer de esta expedición a los confines del mundo, en ese paisaje enorme, abierto, silencioso y abrumador, una experiencia fuertemente sensorial, casi como si estuviera narrada por las mismísimas piedras y las criaturas que lo habitan. Un ensayo visual y sonoro sobre el hombre y la naturaleza virgen como si fueran ésta –sus animales, vegetales e incluso sus minerales– la que observa al intruso, y no al revés. Ganadora del premio mayor en el FIDMarseille, el prestigioso Festival de Documentales de Marsella.
Sábado 18 a las 14.30 en la Lugones, lunes 20 a las 18 en la Alianza Francesa
Carlos Echeverría, el autor de Juan, como si nada hubiera sucedido –pionero criollo en 1987 de la investigación filmada en primera persona, sobre el único desaparecido de la dictadura en Bariloche–, y de Pacto de silencio –sobre Bariloche, su comunidad alemana y el nazi Erich Priebke–, estrena película: Querida Mara, cartas de un viaje por la Patagonia, una suerte de road movie que recorre las rutas junto a los trabajadores golondrina que van de un lado a otro del país para subsistir. “La película refleja una actividad y sus historias, que son cíclicas”, le explicó Echeverría a Radar: “No tienen lugar una vez sino que se repiten y se repetirán todos los años mientras no haya cambios estructurales para los trabajadores del campo y mientras no cambie su consideración desde la patronal; cambio ideológico que no depende de la envergadura de su poder económico”. “Las injusticias que denuncia la película –agrega– se deben a la precariedad del trabajo, pero también a una distancia y a un silencio que profundizan la impunidad.”
Miércoles 22 a las 19.30 en la Lugones
En la franco-camboyana El papel no puede envolver las brasas, Rithy Panh (el autor de ese testimonio abrumador sobre la masacre perpetrada por el régimen de Pol Pot, que es S21: La máquina de matar del Khmer Rouge) se mete con su cámara en un edificio de la derruida Phnom Penh, la capital camboyana, para entrevistar a trece prostitutas que lo habitan, todas ellas menores de 20 años. Y conversa con las chicas, filmándolas de cerca, pero con sensatez y sentimientos, es decir, sin convertirlas en objetos eróticos, para exponer una situación de brutal desamparo muy extendida en su país, donde viven 30 mil chicas en condiciones parecidas. Con éste, su penúltimo film hasta el momento, Rithy Panh mantiene la continuidad y la coherencia de una obra consagrada a revisar las heridas de su pueblo, a seguir las huellas de un genocidio que tuvo lugar tres décadas atrás, intentando por todos los medios a su alcance preservar la memoria, con sus recuerdos más dolorosos, para una historia colectiva.
Domingo 19 a las 14.30 en la Lugones, martes 21 a las 18 en la Alianza Francesa
En El diario de Agustín (Chile, 2007), el director Ignacio Agüero investiga la operación de desinformación, de ocultamientos y de complicidad con la dictadura de Pinochet, implementada sistemáticamente a lo largo de su historia por El Mercurio, el diario más influyente de su país. O, como se indica en el programa del DocBsAs, indaga en esta suerte de “juicio pendiente en el que comparecen agentes del gobierno, directores y periodistas del diario, las víctimas de la represión, sus familiares y abogados”, en busca de “un relato sobre el poder que mira al pasado desde los ojos de jóvenes periodistas de hoy”.
La visión del documental de Agüero puede complementarse con la de A quebrar el poder de los manipuladores (Alemania, 1968), mediometraje de Helke Sander, cuyo objetivo fue, en palabras de su directora, “dejar en claro que lo que uno lee en los diarios no es solamente información sino que ésta está trabajada, editada y comentada de una manera tal que responde a intereses determinados. Algo que aprendí yo misma gracias mi participación en el movimiento estudiantil, a pesar de que no era estudiante”.
El diario de Agustín: domingo 19
a las 17 y lunes 20 a las 19.30,
en la Lugones A quebrar el poder de
los manipuladores: sábado 18 a las 17,
lunes 20 a las 22, en la Lugones
El DocBsAs/08 anuncia en su programa una película china de 14 horas de duración llamada Petróleo crudo. Pero atención que no se trata de un desafío para fanáticos sino que se la ha transformado en una instalación que tendrá lugar en una sala especialmente diseñada para la ocasión (por el artista plástico Daniel Santoro), lo que permitirá al público entrar y salir de la proyección cuantas veces se quiera, a lo largo de uno o de varios días. El nuevo, mastodóntico documental del director Wang Bing (de quien en ediciones anteriores se presentaron Crónica de una mujer china, con testimonios de la Revolución Cultural, y Al Oeste de las vías, que duraba 9 horas) observa en tiempo real una jornada laboral en los pozos de petróleo del desierto de Gobi, en la región noroeste de China. El resultado es una crónica visual del durísimo trabajo que realizan entre maquinarias pesadas cientos de obreros, registrando su cotidianidad en ese espacio y ese clima inhóspitos, siguiéndolos con la cámara desde las plataformas de extracción hasta las cantinas y sus dormitorios; donde juegan a las cartas o hablan de mujeres durante los breves respiros que les da una economía nacional desesperada por obtener crudo ya, ahora mismo.
Todos los días, del jueves 16 al domingo 26, de 10 a 23,
en el Teatro San Martín, Av. Corrientes 1530
Z32, de Avi Mograbi, se dará el viernes 24 a las 19.30 y el sábado 25 a las 22, en la sala Lugones.
El DocBsAS/08 se realizará del jueves 16 al domingo 26 de octubre en la sala Lugones, Av. Corrientes 1530, y en la Alianza Francesa, Av. Córdoba 936. Programación completa en www.teatrosanmartin.com.ar y en www.docbsas.com
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