Domingo, 26 de octubre de 2008 | Hoy
PERSONAJES > JOHN WESLEY HARDING, EL HOMBRE DETRáS DE WESLEY STACE
John Wesley Harding es un cantautor de esos que son a la vez un guiño y un secreto: se llama hijo bastardo de Dylan y Joan Baez, ha bautizado muchos de sus discos con nombre de películas de Frank Capra y se lo ha acusado de que sus canciones son “excesivamente inteligentes”. Pero nada de todo esto es motivo de esta nota, sino Wesley Stace, su alias literario, con el que acaba de publicar Infortunio (RBA), una novela gótico-victoriana, tan deudora de Dickens como de Easton Ellis.
Por Rodrigo Fresán
Lo ideal sería titular todo esto como “Apuntes para una teoría del songwriter, del writer, de la song, y del writer que escribe songs con forma de cuentos y de novela”. Pero está claro que no hay página ni tipografía que lo aguante. Aun así, no me resigno a no ponerlo por escrito –ya lo hice– porque me parece apropiado a la hora de intentar catalogar a un artista raro, que no se queda quieto para la foto o para el alfiler. Por una parte, John Wesley Harding (nacido discográficamente en 1988) puede ser entendido como uno de esos músicos enciclopédicos y referenciales como lo son o lo han sido Ryan Adams, Crowded House, Elvis Costello, Mike Scott de The Waterboys y su compadre Karl Wallinger de World Party u –horror de horrores– ese torpe y esquizofrénico camaleón que es Lenny Kravitz.
Pero lo que diferencia a Harding de todos ellos es una cultura mucho más poderosa y amplia y sólida y clásica a la hora de influencias y guiños. Y es entonces cuando entra en escena Wesley Stace (nacido en Hastings, Inglaterra, 1965), quien empezó a escribir en fanzines dylanescos a la edad de 12 años, se graduó en Cambridge con una tesis sobre las lecturas en público de Charles Dickens y es el autor de Infortunio (RBA): una primera novela freakvictoriana cuyo tema es la equívoca sexualidad de Rose Old, un niño educado como niña, y que ya ha gozado de éxito de público y crítica en varios países. Así, de pronto, el músico de culto de todos estos años le da la mano al novelista debutante de éxito y, a diferencia de Jekyll & Hyde, cohabitan aparentemente sin problemas el mismo espacio al mismo tiempo.
“Bob Dylan es mi padre, Joan Baez es mi madre, y yo soy su hijo bastardo”, afirmaba sin problema alguno John Wesley Harding a la altura de 1988 y de su primer disco Here Comes the Groom.
Aquí y ahora, presentando Infortunio, Wesley Stace podría igualmente afirmar –al menos ya lo afirmé yo– que “Thomas Pynchon es mi padre y Jane Austen es mi madre, y yo soy su hijo bastardo”.
Y todos felices, incluido yo, que vengo oyendo las canciones de Harding desde hace mucho y la novela de Stace desde no hace tanto y todo parece indicar que lo seguiré haciendo por un tiempo largo. Porque un par de años atrás Harding & Stace me enumeraron, con cierto sádico entusiasmo, varios proyectos de álbumes por venir y las tramas de una segunda novela ya casi terminada (y recién publicada en español) y de una tercera que se apresta a comenzar (y que acaba de terminar en inglés) y que no tienen nada que ver con Infortunio porque Stace & Harding no se quedan quietos nunca. También, a punto de grabarse, hay un nuevo álbum de nuevas canciones en el que The Minus Five será su banda de apoyo. Y tengo que decirlo: haber sido bombardeado por semejante evidencia de fertilidad bajo el impiadoso sol de aquella veraniega primavera del 2006 me hicieron odiarlo –u odiarlos un poquito pero admirarlo– o admirarlos todavía más.
Y tiempo atrás leí en la Rolling Stone Album Guide que se celebraba al songwriter John Wesley Harding como a un “autor de canciones excesivamente inteligentes para su propio bien”. La afirmación era una de esas afirmaciones tontamente certeras o certeramente tontas y recuerdo que -yo por entonces comenzaba con él un largo intercambio eléctrico-epistolar que ya lleva más de una década- le pregunté a Wesley qué pensaba al respecto y recuerdo también que Wesley me respondió: “No creo que uno pueda llegar a ser excesivamente inteligente. Que yo esté seguro de no serlo habla muy claro del triste y estúpido estado de la música y las letras del rock. Cuando uno intenta algo un poco diferente –hacer algo más que canciones de protesta ingenuas o hablar sobre mujeres, por ejemplo–, esa persona será indefectiblemente acusada de ser excesivamente inteligente para su propio bien. Yo sólo creo ser bastante normal y dueño de una mente curiosa y escribo acerca de lo que ocurre en ella, de lo que me preocupa y de lo que me parece hermoso. De acuerdo: tal vez sea excesivamente inteligente como para convertirme alguna vez en un artista masivo; pero es así como yo juzgo al arte. Y ya que estamos: estoy muy orgulloso de que alguien me considere excesivamente inteligente”.
Semejante afirmación sobre la música enciclopédica y referencial y polimorfa y perversa de un tipo capaz no sólo de sonar como un quinto beatle sino, también, de transformar el “Kiss” de Prince en una composición perdida de Robert Johnson, el “Like a Prayer” de Madonna en un emotivo y épicamente intimista himno folk o incluso atreverse a escribir una continuación del “Waterloo Sunset” de Ray Davies (y, además, escribir otra canción sobre su encuentro con Davies en un aeropuerto europeo), podría aplicarse ahora al casi recién nacido Stace novelista. Y a una primera novela que –me parece justo y apropiado– nació de la cabeza de una canción titulada “Miss Fortune” incluida en el que tal vez sea mi álbum favorito de Harding: el luminosamente oscuro aWake de 1997, rebosante de muertes y de muertos y de fantasmas y de esos funerales en los que siempre se termina cantando historias o contando canciones.
En apariencia, sólo en la superficie, como sucede con varias de las canciones de Harding, Infortunio de Stace es un logrado pastiche de un english psycho que está claro que no sólo ha leído lo suyo sino que lo ha leído muy bien. Del mismo modo en que Harding alguna vez se definió como “una amalgama de todos mis músicos favoritos. Mi música siempre fue la música de un fan. Y creo que lo sigue siendo”, es lícito pensar que ahora Stace es el producto de una biblioteca centrífuga y amorosa, muy fan pero nunca groupie. Bienvenidos entonces a una novela de aquellas que, para nuestro bien, es muy inteligente: gótica y gormenhastiana y mutante y moderna y milenarista y decimonónica al mismo tiempo y hermosa, firmada por alguien dispuesto a divertir pero también a emocionar.
Y no me parece casual o arbitrario el hecho de que sus primeros álbumes fueran bautizados, todos, con nombre de películas de Frank Capra. Ya saben: ese tipo que supo combinar como nadie el cerebro que late con el corazón que piensa. Albumes que –con la única excepción de Why We Fight, de 1992–, nunca incluyen en el librillo las letras de sus muy bien escritas canciones. Cuando le pregunté por esta anomalía, por esta primera y única vez, por las letras que por una vez aparecían en Why We Fight, Harding me respondió: “Sí, es mi único disco que viene con las letras. No volverá a repetirse. Las letras de las canciones no lucen bien impresas. Ejemplo: ‘Blowin’ in the Wind’ ya tiene una forma en mi cabeza que nunca me interesó que tuviera. Y ésa es la forma que tenía la primera vez que la vi escrita: rectángulo, cuadrado, rectángulo, cuadrado, rectángulo. Desearía no haberla visto nunca. Desearía que estuviera soplando en el viento”. De ahí que antes y desde entonces las canciones de Harding (la definitiva canción triste de amor que es “Sweat Tears Blood and Come” o la definitiva canción feliz de odio que es “Thank You, You’re Welcome”, todas esas canciones en sus álbumes oficiales o las que se reserva para su propia serie de bootlegs bajo el constante y reincidente nombre de Dynablob) estén tan bien escritas y, amorfas pero disciplinadas y rigurosas, se lean tan bien en el aire.
Si yo fuera psicoanalista –además de argentino– me atrevería a afirmar que el songwriter Harding tuvo que convertirse en el writer Stace a partir de una song Stace para, por fin, solucionar este conflicto entre letra y música que venía arrastrando. En las idas y vueltas, en los giros en los surcos concéntricos y eléctricamente unplugged y, sí, rectangulares y cuadrados y rectangulares de Lord Geoffrey y Rose Old y Anónima Wood y todos y todo aquello que parece ser pero no es en las abigarradas y folletinescas páginas de Infortunio, se soluciona el dilema complicándolo para bien, para mejor. Y así este paciente inglés se cura sin la obligación de perder su cuerda locura. Para ser más claro: Stace –rectangular siempre fue un gran narrador porque Harding– circular, redondo ya lo era. Y él lo sabía y lo sabe.
Y de ahí que haya “rectangulizado” varias de sus canciones para el libropromocional con cd Collected Stories 1990-1991, donde ya realiza una más que interesante operación formal: allí Harding prenuncia a Stace extirpándoles la rima a sus canciones, convirtiéndolas en amplios microrrelatos. Allí, lo que suena no se escucha sino que se lee. Y suena distinto pero igual de bien. Y se lee claro y alto.
No me parece casual pero sí muy apropiado que una novela que comenzó como canción de Harding mutara a novela de Stace casi organizada como compendio de baladas apócrifas pero verosímiles y volviera a mutar una vez más para convertirse en una suerte de soundtrack fantasma a cargo de un efímero y moderno conjunto de música falsamente antigua llamado The Love Hall Trust, responsables de los madrigales lisérgicos de Songs of Misfortune (2005). Ahí tienen la letra y la música y, en una y otra, el talento singular de este artista.
No hace mucho, el pasado mayo, visité a Stace en su casa de Brooklyn. Me mostró un poster autografiado de Ralph Steadman (¿o era Gerald Scarfe?) promocionando un viejo y legendario concierto de Dylan y una primera edición del Tristram Shandy con firma del mismísimo Laurence Sterne en la primera página. La conjunción de afiche y libro me pareció, sí, una perfecta síntesis del talento de Stace y del genio de Harding. O viceversa.
Y esto no ha hecho más que comenzar: si Infortunio –celebrada por la crítica, nominada y ganadora a más de un premio y sorpresivo bestseller en Francia– es una desbocada, culta y ocurrente mutación gótico-victoriana, entonces su opus 2 novelístico –la recién aparecida en castellano Habla con George, también en RBA– es otra exploración de otro territorio muy british: el mundo del vaudeville y los dickensianos peligros de los internados para niños en la voz y las memorias de un sufrido niño y de un muñeco de ventrílocuo. El resultado, 70 años y varias generaciones de la formidable familia Fisher es como una combinación de Anthony Burgess con John Irving sin por ello olvidar, por supuesto, a John Wesley Harding.
Stace ya ha terminado una tercera novela –el tema ahora será la extraña vida de un todavía más extraño compositor de música clásica– y el tiempo dirá quién es muñeco de quién: ¿Stace anima y da letra a Harding o es Harding quien musicaliza a Stace? En lo personal, espero que ambos sobrevivan. Se lo merecen y nos los merecemos.
Falta poco, falta cada vez menos, para que alguien escriba una canción o una novela que empiece con melodía y oraciones donde se proclame que “John Wesley Harding es mi padre y Wesley Stace también es mi padre, y yo soy su hijo bastardo”.
Lo que sería posible pero no del todo exacto. Porque seguro que Stace & Harding –dos buenas personas adentro de una– no dudarían en reconocer a ese hijo hembra, a esa hija macho.
Aunque es más que probable que generosos, prolíficos, torrenciales e incontenibles y siempre con ganas de más, Harding & Stace les regalaran un rebosante de posibilidades y de pasados y de presentes y de futuros tercer y flamante apellido.
Nací con un perchero en la boca.
Oh, sí, y me arrojaron al sur.
Fui encontrada por el hombre más rico del mundo.
Oh, sí, que me compró creyendo que era una niña.
Mis sábanas son de satén, pero mi mente es un lío.
Pero hay cosas peores, confieso,
que tomar el té en un vestido bonito
y estoy acá para decirles que no está tan mal.
Miren el lado bueno de las cosas y quizás estén contentos.
Cuando él murió, heredé su fortuna.
Oh, sí, y revelé mi verdadero ser.
Fui ignorada por los amigos que nunca tuvo.
Oh, sí, que se ponían del lado de mi padre.
Mis riquezas están más allá de cualquier control.
Pero es la misma cantinela.
Ellos dicen que perdí mi alma.
Y puede que sí.
Pero estoy acá para decirles que no está tan mal.
Miren el lado bueno de las cosas y quizás estén contentos.
Y a medida que crecí, también creció mi fama.
Así que renuncié a ella y me cambié el nombre.
Búsquenme todo lo que quieran.
Nunca sabrán mi nombre.
Cuando morí, esperé escuchar la canción del ángel.
Oh, sí, pero me equivoqué.
Me arrojaron de vuelta a esa fila.
Oh, sí, y me dijeron: “Hay que empezar otra vez”.
Así que, cuando estén apagando su velador,
piensen en mí y en mi penosa condición.
Parece que va a salir bien esta vez.
Pero estoy acá para decirles que no está tan mal.
Miren el lado bueno de las cosas y quizás estén contentos.
Esta es la letra de “Miss Fortune” (Señorita Fortuna pero también, fonéticamente, Infortunio), la canción de John Wesley Harding que inspira el libro de su alter ego, Wesley Stace, sobre un hombre rico que compra un niño, y que en su deseo de tener una hija, confunde con una niña.
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