Domingo, 26 de octubre de 2008 | Hoy
CINE 2 > LOS PARANOICOS, EL DEBUT DE GABRIEL MEDINA
En un principio soñó con filmar la novela de Bioy Casares. Y aunque el guión tomó otros rumbos, el espíritu del libro quedó: el heroísmo de tomar las riendas de la propia vida. Con una historia de amistad algo tutelar entre dos directores –uno exitoso, el otro apenas la inspiración para el éxito del primero–, Gabriel Medina debuta de manera más que auspiciosa. ¿Y qué tienen que ver Los simuladores y Damián Szifrón en todo esto? A continuación.
Por Mariano Kairuz
La primera imagen de Los paranoicos, la ópera prima de Gabriel Medina, es como una alucinación, uno de esos sueños de caída libre y despertar abrupto: el que cae es el mono de goma, un reconocible juguete de la infancia que el protagonista de la película usa ahora, a los treinta, treinta y pico, para esconder sus porros. El dueño del mono-fetiche (uno de los varios objetos que definen generacionalmente a la película) se llama Luciano Gauna, y es un personaje al que Medina le dio forma a partir de una serie de angustias y conflictos personales, en una composición con mucho de autobiográfico. Gauna (Daniel Hendler) es un aspirante a cineasta que se gana la vida animando fiestas infantiles mientras le da vueltas a un guión de cine que no parece que vaya a concretar jamás. La llegada, desde el exterior, de un amigo y ex compañero de estudios que viene cosechando éxito tras éxito ahí mismo donde él viene fracasando, hace que algo estalle en la cabeza de Gauna.
Un asunto, desde el estreno de Los paranoicos en la competencia internacional de la última edición del Bafici, es justamente cuánto de autobiográfico tienen esas angustias y conflictos que definen a Gauna y su relación con Manuel, el amigo exitoso del exterior (el gran Walter Jacob, a quien se pudo ver hace poco en La ronda y actualmente en Historias extraordinarias). Ocurre que el gran logro profesional de Manuel consiste precisamente en una serie de televisión titulada Los paranoicos, que está protagonizada por un personaje llamado Luciano Gauna, que está inspirado en el Gauna real, en sus tics y sus fobias. Y que lo poco que puede verse de Los paranoicos (la serie) en Los paranoicos (la película) remite a un éxito televisivo verdadero, el de Los simuladores, la serie de Damián Szifrón en la que el personaje interpretado por Martín Seefeld se llamaba... Gabriel Medina. Amigo y ex compañero de la Universidad del Cine en la vida real de Szifrón, Medina debió, desde que la película entró en circulación en el festival porteño, desmentir que Los paranoicos estuviera motivada por alguna animosidad hacia el director de Tiempo de valientes. La película misma hace creíble el descargo, ya que no sólo puede seguirse y disfrutarse perfectamente sin conocer estos datos (sin saber siquiera quién es Szifrón o qué es Los simuladores) sino que además reivindica parcialmente al personaje de Manuel, aún empeñado como está en humillar a su amigo Gauna marcando todo el tiempo su superioridad sobre él: porque si bien todas sus demostraciones de afecto y los espaldarazos de Manuel hacia Gauna parecen en un principio puras canchereadas destinadas a humillarlo todavía más, a medida que la película avanza hacia su desenlace van revelándose más genuinas y sentidas. Mientras que el victimizado Gauna puede terminar por parecer, en el fondo, un poco pusilánime, estancado por su incapacidad de tomar las riendas de su propia vida. En esa ambigüedad con la que están delineados los personajes se cifra uno de los mayores logros de Los paranoicos. Medina se reconoce en el tímido e hipocondríaco Gauna e invita a su público a identificarse en esa timidez, en esa incapacidad para la confrontación, en sus fobias. Mientras que la relación entre los personajes se expresa en un juego de miradas marcado con precisión: la mirada altiva, segura de Manuel; los ojos esquivos, nunca frontales, de Gauna.
La otra fuente que da forma a la relación entre Manuel y Gauna es la novela El sueño de los héroes, de Bioy Casares. “De hecho, la primera versión del guión empezaba con un tipo que no se acordaba de lo que había hecho durante dos días, de lo borracho y drogado que estaba”, cuenta Medina. “También había cierta circularidad, pero todo eso se fue destruyendo. Lo que quedó es el tema del heroísmo y la cobardía, de cómo pesa la mirada del otro.” La referencia a Bioy está ahí, a la vista para quien quiera tomarla en cuenta, empezando por la cita a uno de los protagonistas del libro: Emilio Gauna. “Manuel en ese sentido es como el Doctor Valerga de la novela, pero un poquito más humano: un tipo que te enseña, que te da, pero a la vez te quita. A Gauna le deja la casa, le da laburo, lo recomienda constantemente, pero también lo mantiene oprimido. Y creo que también hay algo de la cosa lúdica, mágica; los delirios, de esa cosa de Bioy de abrir las puertas a una atmósfera fantástica, a algo que no es muy concreto sino más bien como una música: ese terreno difuso entre lo que sería la realidad cotidiana y la ciencia ficción.” Ahí está, dice, la escena en la que Gauna se acuesta con una mujer madura que lo contrató para animar la fiesta de su hijo, que es a su vez un personaje extraño con una irrupción breve e inesperada. “Creo que es una escena fantasmagórica, pero a la vez real: no hay nada que indique que eso no podría pasar. Es una manera de narrar, creo, que puede encontrarse tanto en los relatos de Bioy como en el cine de Hitchcock.”
La pregunta para Medina, entonces, es si no pensó en filmar directamente El sueño de los héroes. “Y, alguna vez sí –dice–, aunque ahora ya no lo haría. Porque mucha de la energía y de las ganas de llevarlo al cine quedaron puestas en Los paranoicos.”
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