EVENTOS > LA FIESTA DE LAS ALASITAS: LOS DESEOS HECHOS MINIATURA
Es una de las fiestas más antiguas de América. Combatida por los españoles y prohibida por la Iglesia, sobrevivió en la clandestinidad, se resistió a ser asimilada por la Navidad y mutó durante siglos. Hace cinco años, un grupo de bolivianos aymaras la recuperó en el Parque Avellaneda y desde entonces, la Fiesta de las Alasitas no para de crecer. Su peculiaridad: los concurrentes compran sus deseos hechos miniatura y los bendicen alrededor de una piedra sagrada. Pero sobre todo es el evento visible de una comunidad que recupera sus raíces sembrando cultura para “cosechar respeto y estima”.
› Por Soledad Barruti
Está dentro de Parque Avellaneda, a pocos metros de la casona que oficia de administración, a la vera de un alambrado cortado. Ahí hay una piedra gris, que podría ser granito, rodeada de cenizas y bancos y un tronco quemado. Es la Waka, monolito sagrado de los pueblos andinos que vinieron a dar a este país. Dicen que son apenas ocho en el mundo y que ésta es la única que está enclavada en medio de una ciudad. A simple vista, de particular la piedra no tiene nada, de hecho es escombro de escultura nomás. “Es su ubicación lo que la vuelve única”, explican ellos, bolivianos aymaras y quechuas y mentores de la idea que hace seis años reconvirtió ese rincón del parque. Porque hoy ése es el punto de encuentro de una comunidad que de a poco intenta reconstruir sus raíces para volver a reconocerse, para acercarse, para vestir los colores de sus tierras altas y, al ritmo de la música de sus vientos de caña, sembrar cultura para “cosechar respeto y estima”. Allí, el primer viernes de cada mes, en la oscuridad de la noche se reúnen a charlar, a contarse sus ilusiones y tristezas, a compartir las horas después de las jornadas de trabajo a los que los obliga la migración. Fue en uno de esos encuentros, hace cinco años, donde plantearon utilizar el espacio para importar una de las celebraciones más importantes de La Paz: la Fiesta de las Alasitas.
En la Feria del “Cómprame” (tal la traducción de Alasita, del aymara al español), el 24 de enero, decenas de artesanos ofrecen un universo de miniaturas que representan las necesidades y deseos de los concurrentes. Hay de todo y para todos (y casi nada supera el tamaño de lo que cabe en la palma de una mano), en símbolos metafóricos o literales. Por ejemplo, quien quiere trabajo compra una llama del tamaño de una moneda de 50 centavos local, pero quien tiene un oficio busca un muñequito que lo represente garantizándole prosperidad. Hay cholitas que cargan sandías para las verduleras y muñequitos con quenas para los músicos, entre tantísimos otros. Los que esperan una amada compran una gallinita y las que quieren novio, un gallo; mientras que los que desean familia, eligen un bebé. Entre lo básico que se requiere para la vida nadie deja de comprar comida (hay minibolsitas con el sello de un kilo que contienen granos reales de quinoa, arroz o maíz), panes, frutas y verduras. También dinero, cómo no: se ofrecen pesos, soles, dólares o euros, de a unidad o en fajitos. Quien quiere un auto va y lo compra, con papeles y licencia. Porque acá hay algo importante: la representación del deseo es tan real que puede ser fatal olvidar alguno de los elementos necesarios para alcanzar el sueño completamente. Así, alguien que quiere irse de viaje debe buscar pasajes y pedir que los llenen con sus datos (de ida y vuelta, por favor), maletas y dinero, también. Lo mismo con una casa, ¿qué pasaría si alguien fuera a recibir una vivienda sin habilitación o sin escritura? Todo eso hay. Y, en el momento, se busca un amigo para que firme como notario, garante o escribano. Lo mismo si de un taller textil se trata: nadie quiere trabajo ilegal. Si el deseo es estudiar, se busca un título, se completa y se agrega una toga para festejar. Qué más: materiales de construcción (ladrillitos, carretillas, herramientas), muebles, computadoras, televisores, celulares, heladeras. Documentos de identidad y visas, en los mismos stands que ofrecen totoras para surcar los ríos, vacas y ovejas para el que tiene campo en su Bolivia natal. Porque aquí o allá nadie se olvida de los que no están y, además, porque aseguran que el efecto se multiplica si uno recibe la miniatura de regalo. Entonces, hay muchos que van a las Alasitas en busca de sueños ajenos, esperando que otro se acuerde de los suyos.
Las miniaturas compradas se las cargan al Ekeko (el dios de la fortuna, la alegría y el amor, que mutó y mutó hasta llegar a figura de hombre regordete, rosado y de brazos abiertos que hoy también se vende en esta feria). Hay otros que se las dan a cargar a un sapo, o a un asno, o a un toro, símbolos también de la abundancia que se aguarda. Finalmente, frente a los sueños comprados se challa (una bendición en brindis de alcohol, chicha y hojas de coca) y enseguida, a las doce, se manda a sahumar (la bendición que dan los mayores, los sabios, quienes que se ubican en torno de la Waka).
Una vez en la casa, a las Alasitas se les hace lugar y, como la más visible meta a alcanzar, se les dedican todos los esfuerzos de las jornadas de trabajo o estudio. Los viernes por ellas se challa, y cuando el sueño se cumple se agradece a la Pachamama enterrando alimentos como ofrenda.
Fiesta en continua expansión y crecimiento (alcanza con imaginar que cuanto más avanza el mundo, más cosas hay por representar), las Alasitas tienen en su origen tantas explicaciones como pueblos en Bolivia para contarlo. Pero, más o menos, hay acuerdos. Por ejemplo, que los indígenas andinos dejaron evidencia de su relación con la fabricación de miniaturas y su ofrecimiento al Ekeko desde épocas precolombinas. Que esa deidad (que recibía y recibía para devolver en abundancia) fue aborrecida por los conquistadores y que por eso se mantuvo escondida hasta más o menos la época de la fundación de La Paz. Que el hambre al que se enfrentaba el pueblo entero la hizo volver, aunque retransformada. De dios encorvado y desnudo, tallado en piedra, con una imagen tímida y serena, pasó a ser una especie de Buda americano con faja y gorro incluido. La reaparición pública del Ekeko se hizo en una feria a la que los indígenas llevaron sus miniaturas para no perder su credo entre tantas iglesias. Allí se dio un intercambio simbólico entre los artesanos que fabricaban las miniaturas y los que las adquirían por piedritas redondeadas que hacían de monedas. Pero, por algún motivo, un obispo lo tildó de licencioso y que, entonces, como feria se prohibió. Que como la podían prohibir, pero no hacer desaparecer, la Iglesia la fue corriendo durante un tiempo de fecha en fecha, hasta ubicarla el 21 de diciembre, cerca de la Navidad, para que se perdiera. Pero como la gente la seguía celebrando a ocultas, se terminó fijando el 24 de enero, Día de la Señora de La Paz, para su realización oficial.
La idea de importar las Alasitas a Parque Avellaneda fue de los integrantes del grupo Waina Marka (músicos andinos y actores culturales de este espacio de la ciudad que funciona gracias a la coparticipación vecinal y al esfuerzo de sus administradores). “En la ciudad se hacían las Alasitas. Eran por Pompeya. Hasta ahí habíamos ido nosotros con nuestra música, pero nos llevamos una mala impresión”, cuenta Jaime Blanco. “Y salimos no con rabia sino con mucha tristeza por ver el desvirtúe que hacían de la festividad. Nuestros hermanos estaban ebrios, encerrados en un lugar sin comodidad: como si tuvieran que ocultarse. Entonces fue cuando pensamos en resignificar ese evento. Y como el parque siempre nos había apoyado, les presentamos el proyecto y nos lo aceptaron.”
Cinco años pasaron desde entonces, pero en el relato a Jaime le vuelve la emoción: “Toda la expectativa estaba puesta en si iba a venir gente o no. Porque la calle Bilbao (la entrada al parque que da a la Autopista 25 de Mayo) era una frontera. Hacia un lado estaban nuestros paisanos jugando al deporte y hacia allí la gente no se acercaba. Para eso la música también ayudó, porque al principio nuestros hermanos nos veían con vergüenza por hacer la música de nuestros abuelos, pero de a poco nos fueron escuchando tanto ellos como los vecinos. Después, para hacer la feria, hubo que conseguir las cositas para vender. Como no había permiso para traerlas de Bolivia, los feriantes iban al Once, compraban juguetes pequeños y los adornaban con cosas típicas como aguallos y lanitas”.
La feria se hizo en día de semana, y todo se llenó. “Más de 4 mil personas vinieron y eso generó que en la embajada nos dieran el permiso para traer las artesanías de allá.”
Hoy, la celebración de las Alasitas es pura fiesta. “Ahora los artesanos hasta compiten para traer lo mejor. Y lo que se hace acá también es importante: el año pasado hicimos un concurso y lo ganó uno que fabricó unas casitas perfectas con camitas y todo. Un chico que después contó que estaba estudiando para arquitecto y que ya estaba en cuarto año. También quienes venden la comida brindan lo mejor posible. Y algo muy importante: somos muy drásticos en frenar la exageración con el alcohol porque queremos que se acerquen las familias. No dejamos de challar con chicha y si no hay para chicha pueden traerse dos cervecitas, pero siempre para compartir, no para exagerar”, dice Jaime.
Lourdes Quinteros, una de las mujeres que integran Waina Marka, agregándole la gracia del baile a la música de los hombres, ya sabe lo que va a pedir este año. Porque todo lo que compró hasta ahora se le fue cumpliendo: “Yo quería una casa y la tengo, quería ser enfermera y me compré el título y trabajo de eso aquí. Ahora quiero el título para mi hijo que está estudiando, porque siempre es mejor que te lo regalen. Luego, todo depende del que cree como si fuera verdad. Yo creo que cuando vas sahumando psicológicamente ya vas alcanzando tu sueño a la vez que vas pidiendo paz en tu familia, también. Luego es la misma fe la que te da ganas de seguir viniendo todos los años. Porque ves que lo has logrado. Entonces ahí vas a pedir más. Y eso te lleva a esforzarte, a trabajar más también”. Jaime, por su parte, cuenta que “solía comprar para trabajo y eso nunca me faltó. Casa no compré nunca porque no me nacía esa cuestión. Capaz este año sí porque mi familia creció, pero antes no era primordial. Lo que siempre pido es tranquilidad para mi familia y salud”. La salud, en el mundo en miniatura de las Alasitas, es el único deseo que ningún artesano ha encontrado cómo representar: la salud no se puede comprar. Por eso, Jaime se hace sahumar por uno de los sabios mayores de la ceremonia. “Quiero que me vaya bien en lo que me interesa: con mi familia y con mis hijos. Y que yo no pise el palito y sea capaz de dejarlos, como suele suceder.” Finalmente, todos comparten un sueño, que es difícil también que encuentren en miniatura, pero tal vez logren hacer realidad en los próximos años: “Lo que más deseamos es volver a hacer la Fiesta de las Alasitas en noviembre, que es cuando se hizo la feria del intercambio por primera vez. Pero ni en Bolivia se hace todavía por ahí. Claro que recién ahora que está Evo hay más recuperación de identidad, que es lo que todos necesitamos: recuperar nuestra identidad. Porque nuestros mayores se están muriendo y así la cultura se irá a perder. De todos modos, nosotros tenemos fe, sabemos que el cambio es de a poquito, que con trabajo todo, todo se va a dar”.
La Fiesta de las Alasitas se celebrará el sábado que viene, 24 de enero, durante todo el día en el Parque Avellaneda. Y el domingo 25, en el mismo lugar, serán rematadas las miniaturas que no se hayan vendido el sábado.
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