DVD > SON OF RAMBOW: LA INFANCIA CON RAMBO
¿Cómo homenajear al cine que de chicos nos vuelve cinéfilos? Para los ingleses Garth Jennings y Nick Goldsmith, la respuesta es contundente: filmando esa fascinación, esa mezcla de arrebato y adicción que tuerce la vida de cualquiera y lo arrastra para siempre al terreno del arte, la ficción y las historias. Y exactamente de eso trata Son of Rambow: de dos chicos encerrados en la opresión de sus vidas intentando recrear, con una cámara casera, la película que cambiará sus vidas. En este caso, Rambo.
› Por Mariano Kairuz
Nunca volvemos a valorar una película como fuimos capaces de hacerlo en la infancia. Sonará un poco ingenuo, hasta bobo, y habrá quien se pregunte: ¿y qué? Pero es así, es una comprobación de la adultez tan amarga como verdadera. Incluso para muchos, las películas que los hicieron apasionarse por el cine por primera vez, pasaron con la madurez y la “erudición” –o la mera indiferencia– a un segundo plano, detrás de películas más “interesantes”, mejor hechas, menos apasionantes. Pasa con casi todo: uno empieza a pensar en aquél de veinte o treinta años atrás casi en tercera persona. Pero el año pasado apareció una película de dos tipos de treinta y pico que se acuerdan bastante bien de cómo fue tener diez, once, y volverse locos por una película. Y que no tienen ningún problema en decir que esa película fue Rambo, que hoy todavía les gusta, y que, por qué no, ésa es la razón por la que están hoy acá, dedicándose a esto.
Los dos tipos son el director Garth Jennings y su amigo y productor Nick Goldsmith, son ingleses, se presentan como socios de una empresa llamada Hammer & Tongs (“martillo y tenazas”), fueron responsables de clips de R.E.M. y Blur, y filmaron –no del todo exitosamente pero con cierta gracia– una adaptación del libro inadaptable y de culto La guía del viajero intergaláctico, de Douglas Adams. Su nueva película, la que transporta a la infancia –a los años de la infancia de ellos, a principios de los ‘80– se llama El hijo de Rambow. Y no quedan dudas de que es una de las películas más sinceras sobre la preadolescencia que haya dado el cine en los últimos tiempos porque enseguida hay algo en ella que trae a la memoria a Cuenta conmigo, a pesar de ser considerablemente más luminosa. Una historia de amistad entre chicos que manejan como pueden la soledad y la represión en sus vidas. Uno de ellos, Lee Carter, hace copias caseras y piratas de la película del veterano de guerra contra el mundo protagonizada por Sylvester Stallone, metiéndose en los cines con una videocámara “moderna” (25 años antes de que bajar con el e-mule un screener clandestino del estreno de la semana, torcido e interferido por cabezas de espectadores, fuera cosa de todos los días). El otro, el mucho más introvertido y en apariencia frágil Will Proudfoot, probablemente no haya visto una sola película en su vida, efecto colateral de los coqueteos de su madre con un pastor de una congregación religiosa de estricto código, que ni siquiera lo autoriza a ver los documentales que pasa el profesor en su clase de ciencias naturales. Lee se muere por filmar su propia remake de Rambo. Aunque no conozca el cine, en Will late una pasión cinéfila como pocas, que corre eléctricamente a través de dibujos de su puño que cobran vida cuadro a cuadro en las esquinas de sus cuadernos. Lee parece más canchero, una especia de compadrito en la escuela, aunque pronto se revela que en realidad está sólo como un perro, desde que su madre se fue atrás de un amante dejándolo al cuidado de su abusivo hermano mayor. Will perdió a su padre por una aneurisma que estalló fulminante y sin aviso. El encuentro entre ambos será explosivo: juntos ponen manos a la obra en algo todavía mejor que una remake de la película del guerrero solitario: una especie de secuela de aquella, protagonizada por un hijo en busca de su padre sazonada con escenas de acción sin culpa ni solución de continuidad.
Jennings empezó a escribir esta historia en base a una experiencia personal –que dio por resultado un corto llamado Aaron, Parte 1– hace unos cuantos años, por lo cual no tenía idea de que justo el año en que estrenara su Son of Rambow Stallone estaría resucitando a su boina verde en una tardía y absurda cuarta película. Stallone por su parte vio la película que él había inspirado y les mandó a Jennings y Golsmith sus saludos más sinceros. Sly puede ser medio bestia pero en el fondo, sus dos personajes más famosos son puro sentimiento.
Una de las cosas que más ennoblecen a El hijo de Rambow es su resistencia a convertirse en un objeto retro o nostalgioso-cool. “Están reviviendo los ‘80 todo el tiempo, pero para mí está bien que permanezcan en su sitio, y hoy hagamos otra cosa”, dice Jennings. Hay algo en la manera en las primeras escenas que puede recordar el inicio lúdico de films de la época protagonizados por chicos como Los Goonies, y también hay un par de canciones, pero contra la moda de rever a los ‘80 en todo su ridículo y cruel esplendor, la intención no es reproducir una época para una generación, sino volver a una edad. A una forma íntima, personal, genuina de ver el mundo. De entender a ese otro que fue uno mismo. Y de recordar “a esos amigos que fueron tan importantes”, dice Jennings, “aunque hoy uno ni siquiera sepa dónde están”. No es fácil. Y lo hacen en un momento en que en el cine coinciden sugestivamente con varias “remakes” caseras de grandes clásicos de hace demasiado poco: en la inminente Rebobinados, de Michel Gondry, Jack Black filma sus propias versiones de, entre muchos otros títulos, Los cazafantasmas y Robocop, para reponer las copias de un videoclub que accidentalmente arruinó. Ahí están también Los cazadores del arca perdida rehecha con tecnología magnética por sus fans adolescentes, que unos años atrás finalmente alcanzaron a conocer a su ídolo Steven Spielberg; y Jason Schwartzman montando su versión teatral-escolar de Sérpico en Rushmore; y también podría pensarse en Tarantino como un nene rehaciendo uno a uno sus films favoritos de los ‘70. Y todo ese universo infinito de fan fiction que se reproduce por escrito y en falsos trailers (mucho YouTube) que le agregan una perspectiva nueva a eso de que las películas recién se completan con sus espectadores.
“En su época no entendíamos todo eso acerca de que Rambo era sobre un país que reaccionaba contra un hombre que representa una guerra de la que están avergonzados”, dicen Jennings y Goldsmith, y no hay ingenuidad, ni desencanto, ni simulación de inocencia recuperada. Son sólo espectadores, enormes como chicos, completando su película.
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