Domingo, 8 de febrero de 2009 | Hoy
TELEVISIóN > EL ALUCINANTE UNIVERSO DE LA TIMBA Y EL CELULAR
El “Llame ya” presupone abundancia, tarjeta de crédito, problemas en la cocina o con la plancha. En cambio, la trasnoche de chicas y dinero hace lo imposible por atrapar al público de la malaria, la alienación de trasnoche y el botín pequeño para gastar ya mismo. Sin embargo, por mucho celular y Gran Hermano al que apele, su yeite es el mismo de siempre: la timba.
Por Juan Pablo Bertazza
Casi sin avisar, casi sin despedirse. Así fueron apagándose de la televisión algunos de los cuadrafónicos “llame ya” de Sprayette y Cía., que tuvieron su auge en los ‘90. Hoy quedan, más que nada, estertores como los de Jorge Hane piropeando a Ethel Rojo y Santiago Almeyda en una surrealista postal del Riachuelo. Pero aquel mantra que alimentó tantas burlas y homenajes rebrotó en un fenómeno totalmente distinto, versionado como “llamá o mandá un SMS” a un determinado número de cuatro cifras que se va repitiendo a una velocidad de 200 km por minuto + IVA cada madrugada.
Si bien los programas de trasnoche que invitan a jugar vía celular (“TU herramienta”, repiten incansables), cuentan con una antigüedad de más o menos cinco años, aún hoy mantienen un halo de novedad, de recién llegados, tal vez por su extraña franja horaria, tal vez por sus asépticas escenografías. Y sobre todo por su inherente naturaleza solitaria porque, como sucede con muchos vicios, estos programas suelen ser vistos en soledad y recordados en silencio, es decir, exactamente lo contrario a las charlas que despiertan las vicisitudes de una telenovela o las eliminaciones de Bailando por un sueño.
El primero fue Call TV (Canal 9). Después llegaron Clase X (América), Llamá y ganá (Canal 13) y Sonámbulo$ (Telefé). Todos fueron rotando no sólo su formato sino también sus conductores. A tal punto que, más allá del negocio insomne que constituyen, es interesante ubicar este tipo de formatos en el universo de la televisión: una complejísima cantera de la tele que a su vez recicla, muchas veces, lo que va escupiendo la mismísima tele. Así como en el fútbol, por más final que se juegue en las divisiones inferiores, si un juvenil brilla en un puesto es convocado inmediatamente a la Primera, este tipo de programas sirvió de vidriera, por ejemplo, a Victoria Manucci, Emiliano Rella, Fabián Roshental, Cinthia Fernández y, sobre todo, Carla Conte (consagrada junto a José María Listorti en El casting de la tele).
De todos estos programas –que sus propios conductores van definiendo, por ejemplo, como “cajero automático televisivo” o “Viagra económico para tu bolsillo”–, hoy quedan firmes exponentes como Llamá y ganá (Canal 26 de cable); Play TV (Canal Garage), Call TV (siempre en Canal 9) y el de canal Magazine. La esencia es la misma, aunque cada vez más perfeccionada: filosofía de “hoy puede ser un gran día, planteátelo así” en medio de una fórmula que lleva a su máxima expresión el imaginario timba que tan bien supo instalar Gerardo Sofovich a partir de los cortes de manzana, el yenga, partidos de truco, de bowling, etcétera. Claro que, en este caso, la simpatía por el vicio parece haber calado hondo en una generación, la del celular, que tal vez no haya visto nunca un programa de Sofovich: no sólo porque los costos de producción son bajos sino también porque los premios mismos ya no están pensados para que el ganador no trabaje nunca más sino para vivir al día, para gastarla en un día, tal como incitan los conductores.
Por eso mismo las restricciones que ejercen las ventas de Sprayette –tener una tarjeta de crédito para adquirir un insólito producto a un precio exorbitante– son totalmente elididas en estos programas que hacen su negocio de la malaria y en los que se puede participar (aunque, bueno, una vez que te comunicás casi siempre te cortan) con sólo unos pesos.
El combo se completa con el infatigable motor de jóvenes sexies, a los que les encanta quejarse porque nadie los llama, y una serie de oligofrénicos juegos que consisten en responder preguntas sin el mínimo asomo de tricky questions (¿en qué año salió campeón Boca, por última vez, del torneo de Primera División?), armar palabras con letras desordenadas (“diálogo”, “amistad”, de las cuales te dan, además, la primera, la última, las del medio) o encontrar la inocultable figura de la Ritó escondida entre números que se van desocultando, más ayudas como “sus siglas son MER” y “es una enana potente que le gusta chuponear a las mujeres”. Desafíos todos en los que dan ganas de fracasar para no sentirse tan fracasado.
Tanta improvisación (los conductores suelen ir enhebrando, vía asociación libre, discursos y gestos de interés psiquiátrico), tanta desfachatez (“sólo tengo 24 años, así que todavía tomo la leche”, dice Lionel Pecoraro de Call TV; “y yo la mamadera”, dice su coequiper Alejandra Martínez, ex Gran Hermano 2) y tanta honestidad brutal (“si tuviera el culo de la Ritó no estaría acá”, dice otra de las chicas de Call TV) se dan cita para armar una especie de laboratorio televisivo al que habría que sumar los gritos en off, extrañísimos primerísimos primeros planos, rupturas de lenguaje como “pregunteja” “pesetos”, hallazgos como “minuto erecto en el aire”, silencios que en otras franjas horarias serían imperdonables y la aparición y desaparición totalmente anárquica en pantalla de los propios conductores y también de personajes invitados como Andrea y Soledad, integrantes de vaya a saber cuál Gran Hermano, para promocionar un show lésbico, aunque siempre aclarando que no son lesbianas.
Pero lo que contrasta a todo trapo con la programación, digamos, diurna es su concepción del tiempo: estos programas rompen, entre muchas otras cosas, el lugar común del tiempo tirano de la televisión que generó los enojos de artistas que no podían promocionar suficientemente sus obras o de políticos que no podían defenderse a sus anchas. Por obvias razones de acumular centavos por minuto (es notable que los conductores hablen de centavos cuando la llamada cuesta más de un peso veinticinco), su tiempo siempre se dilata, siempre se expande. Si un conductor, por algún misterio insondable, trae a colación el programa Rompeportones y su compañera dice no conocerlo, nada va a evitar que él se tome todo el tiempo del mundo para explicarle que se trataba de un tristemente célebre programa humorístico de fines de los ‘90 protagonizado por Miguel del Sel, Emilio Disi, Jorge Martínez y Pipo Cipolatti. El colmo mismo de este manejo ad infinitum del tiempo se da, especialmente en Call TV, cuando congelan durante casi un minuto la imagen del conductor poniendo una cara poco feliz, lo que a nivel del juego tiene su correlato cuando detienen el reloj para dar más tiempo a las decenas de miles de insomnes que, mientras se sorprenden de que nadie más quiera participar, se gastan los dedos mensajeando/llamando para que sólo salgan al aire uno o dos. Algo que también retoma el modelo de aquellas interminables publicidades de Spra-yette dando vueltas como un trompo con infinitas escalas de “llame ya”. Una paralización del tiempo a tono con las ojeras dilatadas y el interminable chicle que constituyen las horas de insomnio.
Como viajar fumado, y en ascensor antiguo, hasta la cima de un rascacielo.
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