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Domingo, 8 de febrero de 2009

FAN > UN ESCRITOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA:

Contar hasta por los codos

 Por Carlos Chernov

Fui al Bafici a ver Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, que me recomendó mi hijo mayor. Entré con cierta resignación (mi hijo me lleva a ver películas que me resultan crípticas y lentas –algunas son casi mudas–). En cambio, me topé con una película que me mantuvo en el borde de la butaca durante cuatro horas. Por la duración, los intervalos y las aventuras que narra, Historias extraordinarias me hizo revivir las tardes de cine continuado con mi viejo; sólo faltaban las pastillas Refresco y los comprimidos Aguila (esas tabletas de cacao prensado cuya digestión requería litros de saliva y un hígado musculoso y dispuesto a todo).

Historias extraordinarias me sedujo desde la primera escena: un hombre, Equis, camina al amanecer por un camino de tierra en medio del campo, ve a lo lejos a otro hombre detener un tractor, tomar un paquete, esconderlo debajo de un rollo de forraje y guardar un revólver en un bolsillo de la campera. Aparece una camioneta roja, de ella bajan otros dos hombres, uno alto y gordo y otro más bajo; hablan con el del tractor. De pronto, el gordo parece enojarse; vuelve a la camioneta, saca una escopeta y le dispara. El hombre del tractor cae, lo dan por muerto, tiran la escopeta al suelo y huyen. Equis se acerca a la escena del crimen, examina el paquete –que resulta ser un portafolios– y en ese momento el “muerto” se levanta y le apunta con el revólver; Equis agarra la escopeta y lo mata. Azarosamente, Equis se ha convertido en un asesino y escapa con el portafolios sin saber qué contiene.

En cualquier película esta escena habría bastado para captar mi atención, pero en Historias extraordinarias el relato se potencia: a las imágenes se agrega una voz en off que nos dice lo que ocurre en la pantalla y que nos acompañará todo el tiempo. Lo que podría parecer una redundancia –como cuando vamos a ver un departamento y, con gesto de conocedor, el vendedor de la inmobiliaria nos señala: “Este es el baño”–, es uno de los grandes aciertos de la película.

Esta voz en off adopta formas insólitas. A veces anticipa lo que vendrá: “Ahora el gordo va a agarrar la escopeta y a dispararle al del tractor. Allá va”. Y uno ve cómo el gordo va hasta la camioneta, agarra la escopeta y, efectivamente, le dispara. En otras escenas la voz ironiza, en algunas opina sobre lo que ocurre e incluso describe hechos que no ocurren. Además, esta narración paralela explica mejor que los diálogos y acciones las vueltas de una trama por momentos policial.

Contradiciendo la máxima de la revista Life, estas palabras valen más que mil imágenes. Palabra e imagen conforman dos relatos que se potencian entre sí. Al placer de ver la película se suma el de que nos cuenten un cuento.

Otra cosa que me gustó es que desde la primera escena se le otorga al azar la importancia que tiene en la vida real. La mayoría de las películas me dan la impresión de que todo ha sido cuidadosamente planeado y el modo estructurado y rígido en que han sido filmadas se desliza y contagia de pesadez el material definitivo. Historias extraordinarias me dejó un sabor a levedad y espontaneidad. Por una mezcla de deseo y azar, los protagonistas se ven envueltos en aventuras y sobre la marcha cambian de rumbo varias veces; las historias se ramifican y desembocan en situaciones inesperadas y sorprendentes.

Si “ordinario” es lo común y corriente, y “ordenar” es poner las cosas en su lugar, Historias extraordinarias muestra lo que sucede cuando las personas se salen de su lugar, cuando se salen del camino prefijado y se meten en vidas ajenas.

Historias extraordinarias no es tímida ni mezquina en relatos; no tiene miedo de contar, confía en el poder de la ficción y cuenta hasta por los codos. Como un elogio del viaje permanente, como una desmesurada road movie, Historias extraordinarias dura cuatro horas pero podría durar ocho o veinte y ahí me tendría pegado a la butaca viéndola muy contento.

Historias extraordinarias
(Mariano Llinás, 2008)

En su tercer largometraje como director (después de Balnearios y del prácticamente inédito El humor -pequeña enciclopedia ilustrada) Mariano Llinás hace del viaje, el viaje por el viaje mismo, su espíritu y su motor. Filmada a lo largo de un año por distintas locaciones de la provincia de Buenos Aires, la película llega hasta las cuatro horas de duración estructurada en tres líneas argumentales que van avanzando paralelamente. Estas historias –que involucran el misterio de un crimen en medio del campo, una desaparición y una apuesta “entre caballeros”, del tipo de las que disparaban los viajes de los protagonistas de las novelas de Julio Verne– están protagonizadas por el propio Llinás y por sus amigos y socios Agustín Medilaharzu y Walter Jacob, además de un reparto de actores reclutado con precisión del off teatral porteño y una narración en off masiva a cargo de Juan Minujín, Daniel Hendler y Verónica Llinás. Aventura de aliento épico pero filmada a espaldas de toda noción de cine industrial y del sistema de créditos del Incaa, con un presupuesto mínimo, Historias extraordinarias fue una de las mayores revelaciones del cine nacional el año pasado, y a principios de esta semana recibió el premio de la filial local de Fipresci a la mejor película argentina del 2008.

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