Domingo, 8 de marzo de 2009 | Hoy
MúSICA > HILARY HAHN, LA VIOLINISTA QUE HACE PERDER LA COMPOSTURA AL MUNDO DE LA MúSICA
Por Diego Fischerman
“Las primeras impresiones son duras de sacudir”, dice Hilary Hahn en el comienzo de las notas escritas para el folleto de su último disco. Ella se refiere allí a las obras elegidas, los conciertos para violín y orquesta de Jan Sibelius y de Arnold Schönberg. Pero la frase bien podría aplicarse a las impresiones que suscita ella misma –es decir, ese aspecto de posible estrella de film de Tim Burton– y a la dificultad para congeniar esa percepción con el sonido de una de las más grandes violinistas del momento y con un repertorio que está todo lo lejos que se pueda imaginar de la complacencia o el mero show virtuoso.
Hilary Hahn nació un 27 de noviembre, el mismo día en que había nacido Jimi Hendrix, entre otras celebridades. En 2009 cumplirá 30 años, desde los 16 ocupa el primer plano internacional y ostenta el raro record de haber protagonizado a los 22 un pase millonario, de la Sony, donde a los 19 años comenzó su carrera con un disco casi desafiante, las Partitas de Johann Sebastian Bach para violín solo, a la Deutsche Grammophon, donde es artista exclusiva desde 2002 y en la que no sólo acaba de grabar el “imposible” Concierto de Schönberg –que, de paso, ganó el Grammy– y hacerlo a las velocidades marcadas en la partitura –otra rareza—, sino que consiguió que la obra muestre una musicalidad, un poderío y una capacidad dramática hasta ahora inéditas.
La manera en que Hilary Hahn cuenta su “descubrimiento” de Schönberg muestra de modo transparente la naturaleza de sus elecciones musicales. Graduada en el Curtis Insitute y formada, además de como violinista, en música de cámara, contrapunto, armonía, historia de la música, composición y dirección, Hahn relata: “Mi primer contacto con Schönberg fue en el Marlboro Musical Festival, en el verano de 1997, donde pasé siete semanas trabajando el sexteto Noche transfigurada, con la guía del ya fallecido Siegfried Palm. El lenguaje musical de Schönberg era completamente nuevo para mí. Me intrigaba por su rango expresivo. Averigüé acerca de obras solistas y me hablaron de su Concierto para violín, una ‘típica obra de su último período’, legendaria por su ‘intocabilidad’. Busqué grabaciones y, durante los siguientes años, escuché innumerables interpretaciones archivadas y grabaciones comerciales. Al escucharla, Schönberg me parecía mucho más accesible de lo que me habían contado, sin límites en cuanto a su potencial interpretativo y muy lejos de ser imposible de tocar. Encargué la partitura especialmente, porque en ninguno de los negocios que contacté la tenían en stock. Cuando llegó, en lugar de esperar un día lluvioso para abrir el paquete, como hago habitualmente, saqué la partitura inmediatamente. No se parecía a nada que hubiera estudiado antes. Era, físicamente hablando, sumamente demandante. Para tocar ciertos pasajes debí entrenar mis manos para adoptar posiciones completamente nuevas para mí. Para el momento de mi primera interpretación pública, ya lo tocaba cómodamente y sabía que el Concierto podía hablar por sí solo. Lo que ignoraba era la reacción que tendría el público. Cuando esto sucedió, ya en el siglo XXI, y las orquestas y los directores devolvieron la vida a esta música, el público saltó sobre sus pies. En cada concierto se hicieron realidad mis deseos originales: la gracia, lirismo, romanticismo y dramatismo de Schönberg llegaban a través de la música con un impacto que hasta parecía visual, lo que no es extraño para un compositor que era, también, pintor. Pero además, este Concierto tuvo un efecto en mí. El lento, cuidadoso proceso de estudio desplazó las fronteras de mi técnica y mis conceptos interpretativos, llevándolos a otro nivel. A la luz de Schönberg, comencé a reexaminar piezas familiares como si fueran nuevas. Este disco –se refiere al que contiene los conciertos de Schönberg y Sibelius– es, entonces, mi tributo: a estas obras, a sus autores, y a la capacidad para corregir permanentemente las opiniones prematuras y superficiales”.
Hahn es una clase de diva absolutamente diferente de la tradicional. Tiene, por ejemplo, una página web en la que publica, además de sus impresiones acerca de los viajes que realiza, de las obras que va estudiando o de sus propias grabaciones, dibujos y regalos que le mandan sus fans. Y los de esta zona están, por otra parte, bastante conmocionados, porque en esa página se dice –aunque no se aclara en qué circunstancias– que este año la violinista “debutará en Buenos Aires”. De lo que sí hay certeza es de que en junio realizará una gira latinoamericana, junto a la pianista Valentina Lisitsa, y de que, luego de tocar en San Pablo y Río de Janeiro y antes de ir hacia Lima, se presentará el 22 de junio en el Teatro Solís de Montevideo. Capaz de lograr que voces como la del musicólogo Gustav F. Wanderer pierdan su germánica compostura y aseguren, en la revista Kunst/Musik, que “la visión de Hilary Hahn produce una inquietante intensidad emocional”, la violinista es la tercera de una serie de bellas prodigios dedicadas a ese instrumento. Y la serie promete, si se tiene en cuenta que sus antecesoras volvieron literalmente locos a dos de los más grandes directores de orquesta del siglo XX. Dicen que Viktoria Mullova enloqueció a Claudio Abbado, y que Anne-Sophie Mutter le hizo perder la cabeza a Herbert von Karajan, que la dirigió por primera vez cuando ella tenía 13 años.
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