A 25 años de De Ushuaia a La Quiaca, León Gieco le pone el broche de oro a una nueva aventura que lo llevó a recorrer el país nuevamente, esta vez acompañado de un grupo de artistas único: chicos y chicas con capacidades diferentes a los que fue conociendo en los últimos años y que invitó a crear un espectáculo que incluye música, danza y pintura. Tras una gira que incluyó Rosario, Córdoba, Cosquín y un Luna Park en el que se celebraron los 20 años de Página/12, León Gieco y parte de los chicos presentan Mundo Alas, la conmovedora road movie que montaron con el material filmado arriba y abajo del escenario. Y anuncia todo lo que le queda por delante.
› Por Angel Berlanga
“Queridos amigos y amigas, los invitamos: ¡No se pueden perder Mundo Alas! Gira nacional 2007 y 2008. No se olviden del gran show en la plaza Nono.” A plena luz del día, con las sierras de este pueblo cordobés de fondo, el locutor Raúl Romero anuncia, altavoz en mano, desde la caja de una camionetita que recorre las calles, una de las presentaciones del grupo de artistas que León Gieco reunió hace ya tres años. Esa invitación está al comienzo de la película documental que se estrena el próximo jueves en los cines, una road movie fabulosa dirigida por el propio Gieco que propone, en uno de los salones del hotel Bauen, juntar a todos los protagonistas y a los codirectores para hablar de lo que hicieron y de lo que proyectan hacer: en la secuencia hay un libro, este filme, un disco, una miniserie, giras.
“Juntos nos potenciamos”, dice Gieco. Y tiene razón. Sobre todo si es él quien encara la cosa. Gieco es un artista fuera de serie y popular que construye, arma, aglutina, potencia y muestra con lo que canta y con lo que hace, desde añares, cómo, dónde, quiénes, por qué, para qué. Sería difícil seguir esta nota sin aludirlo como León, así, a secas: algunas reglas y supuestos, a fin de cuentas, también están para ser dejados de lado.
El recorrido de Mundo Alas parte de las invitaciones a una gira nacional que León va haciendo de a uno, de a varios, a unos cuantos músicos, cantantes, pintores y bailarines con alguna discapacidad y muchas capacidades; hay en la película una mirada y un tono y un humor y una apuesta por la alegría, la voluntad, lo que se puede: eso se va desgranando en las historias individuales, en las búsquedas y los caminos artísticos y personales y, ya con la puesta en marcha de la gira misma, en cómo el grupo disfruta, se potencia, genera belleza. Mundo Alas muestra la llegada a los hoteles, los preparativos y los recitales, la construcción de canciones y de expectativas, los altos del micro en las rutas para disfrutar de los paisajes, la negociación con una discográfica para sacar un CD. “La gira duró cuatro días, pero en la película parece que anduvimos por ahí dos años enteros”, se ríe León, entusiasmado por las posibilidades de “armado” que le ofrece el cine (ya anda con proyectos para dirigir otros dos films). La cronología en la que se fueron dando los recitales, incluso, fue alterada para que esté al servicio de la historia que se cuenta: las imágenes del Luna Park pertenecen, de hecho, al concierto que el grupo dio en los festejos de los veinte años de este diario.
Pancho Chévez es uno de los pocos que, entre los del grupo, vieron entera la película, antes de la avant-première: dice que en tres o cuatro tramos se largó a llorar. “¿De veras? –pregunta León–. Qué bueno. Vos sos el protagonista, de pronto podías verlo desde un punto de vista más frío. Es buena señal.” Chévez tiene una banda, grabó tres discos, compone sus temas: compartió escenarios con la Bersuit, Las Pelotas, La Renga. Vive en el Hogar San Roque de Capitán Bermúdez –a 15 kilómetros de Rosario– junto a Beto Zacarías, su asistente, Stellita Caballero (fotógrafa) y Rosita Boquete, que filmó todo el backstage de la gira. “¿Y dónde vio Pancho la película, si la tengo guardada bajo siete llaves?”, pregunta Sebastián Schindel, uno de los codirectores. “Me afanaron el DVD que me diste vos, todo mal”, dice León. “Bueno, si a él le gustó duermo tranquilo, porque es el más difícil de todos”, vuelve Schindel. “Yo le estaba contando a Rosita –retoma León– que el backstage de Fitzcarraldo tuvo más éxito que la película, porque en un momento el director, Herzog, le gana una apuesta a Kinski, al que se lo ve hirviendo un zapato para comerse la lengüeta. Así que queremos que ella, que es la que tiene más material, haga su propia película con lo que filmó.”
“Cuando empezamos a pensar cómo iba a ser –cuenta Schindel–, León me decía: ‘Yo quiero que en la película haya un casamiento. Idealmente, entre una persona con discapacidad y otra sin discapacidad’. ‘¿Y cómo conseguimos eso?’, le pregunté. ‘Vemos, qué sé yo. Lo ficcionalizamos. O por ahí hay alguno’, me dijo. Pensamos en Carlos (Sosa), que ya se había casado”. “¡Tres veces!”, dice Sosa, que pertenece a la Asociación Pintores sin Manos y tiene su atelier en La Boca. Junto a Antonella Semaán, compañera en esa entidad, habían participado años atrás de las presentaciones de un disco de León, Bandidos rurales. “Yo quería que Carlos actúe el casamiento con su compañera, que fue a la gira –dice León–. Pero cuando le dije me dejó desparramado: ‘No, ya me casé tres veces, tengo hijos’. Y bueno, al final el casamiento pasó de verdad, no hizo falta simularlo.” Al novio, que pide que la nota no anticipe detalles del asunto, sus compañeros le hacen bromas sobre cómo lo mantuvo oculto de las cámaras durante la gira. Maxi Lemos, un chico que canta con mucha sensibilidad, que vino desde San Luis e interviene cada tanto con gran sentido del humor, cuenta que en un momento la novia lo sacó a bailar y que lo miraron feo. “Yo la agarré como diciendo: ‘No nos hagamos los vivos, porque esto termina mal...’.”
La charla deriva hacia qué entró y qué quedó fuera del corte final. “La película tiene una hora y media, pero con el resto del material vamos a hacer el ciclo para el canal Encuentro”, dice León. Agrega Schindel: “Son diez capítulos unitarios, dedicados a cada protagonista. Ahí aprovechamos todo lo que filmamos; se registró, además, un montón de material específico para la serie, donde participan amigos y familiares, toda la vida anterior a Mundo Alas”. En un rato cada uno va a rescatar algún momento entre los que vienen pasando juntos. Pero antes cuenta León cómo se fue armando todo.
“Hace unos años, cuando Pancho tenía 15, subió a un escenario mío a cantar ‘Solo le pido a Dios’ –empieza León–. Maxi tenía 11 cuando hizo lo mismo con ‘Carito’ en Villa Mercedes, San Luis. Otra vez fui a Fighera, cerca de Rosario, y Carina Spina me hizo un reportaje, porque además es periodista, y en un momento me dice ‘Yo también canto’; ‘Bueno, subí conmigo’. Después, otro día, doné un tema para Telefónica y puso dinero para comprar un aparato sofisticado para hidrocefalia en el Garrahan: fui a presentar eso y ahí lo conocí a Alejandro Davio, que me dijo que cantaba mis canciones: ‘Bueno, venite’. Otro día Demián Frontera mandó a mi oficina un video en el que bailaba ‘La memoria’: fue a un show, se animó y lo bailaron; la vez siguiente fue en el Quilmes Rock, frente a 40.000 personas que lo aplaudieron muchísimo. Después toqué con la Sinfónica de las Villas –una idea maravillosa– en el Teatro Coliseo y en uno de los temas, un tango, bailaban los chicos del grupo Amar: me enloquecí, me pareció una cosa tremendamente inspiradora, y entonces fui, los conocí y les dije que sería bueno algún día hacer algo juntos: se prendieron. Un día pasó algo que me hizo ver que todo esto provocaba algo raro y muy fuerte: tocamos con Pancho en un programa de Badía a beneficio del Hogar San Roque y un tipo nos donó un minibús de cien mil dólares.”
“Amén de todo esto, que viene muy de atrás, en un momento el gobierno de Néstor Kirchner abrió la Casa Rosada para hacer conciertos –sigue León–. Yo ya había tocado con mi grupo y Pancho quiso conocer a Kirchner, que estuvo muy amable, lo invitó, lo llevó a conocer la Casa de Gobierno, lo sentó en el sillón de Rivadavia. Pero cometió un error muy grave: le dio el teléfono. Así que lo entró a llamar porque quería tocar en el Salón Blanco. Un día me llama un representante del Gobierno y me dice: ‘Mirá, organizale algo a Pancho, porque nos está gastando por teléfono’. Eso me dijeron. Así que yo no sabía qué hacer. Qué invento. Y me acordé de todos los que estoy mencionando, que estamos todos acá, y salió una frase muy buena: ‘Un Salón Blanco diferente’. Los llamé a todos para que estuvieran a las dos de la tarde y el show era a las siete; sin ensayar, con cada uno fuimos cantando los temas que habíamos compartido antes. Lo filmó Canal 7, yo le di un buen sonido y lo pasaron: tuvo una repercusión muy grande, tal es así que Jorge Alvarez, que fue presidente del Incaa, me llamó y me dijo: ‘Me parece que nos debemos hacer una película con esto’. Llegó el momento de buscar productor: yo no conocía a nadie. Me acordé de Buenos Aires Rock III y dije: ‘Si esta persona lidió con los rockeros argentinos es que es un capo; si metió a Charly García en un estudio de grabación, lo hizo pintar y cantar... Yo quiero dirigir la película con él’. Es Sebastián, lo tengo acá enfrente. Y él tenía la productora Magoya films, de la cual tenía referencias por películas como Rerum Novarum o Germán Abdala. Así que empezamos a trabajar con la idea de la gira. Es eso nomás, pero en el medio hay gente que se enamora, componemos una canción. Empezamos en lugares chicos y todos quieren terminar en el Luna Park, donde no toca cualquiera”.
“Yo insistí para tocar ahí”, dice Maxi Lemos. “Y ahora que tocaste, ¿qué pasa, cambió tu vida?”, pregunta León. “Sí, ya soy todo un tipo renovado”, dice el chico, y todos ríen. Alguien recuerda otro concierto, a fines de 2006, en el Teatro Argentino de La Plata: “Sí, fue espectacular –enfoca León–. Fue para Rosa Bru. Llenamos y recibimos una ovación”.
“Cuando empecé a bailar pensé que me aplaudían por lástima –cuenta Demián Frontera en la película–. Que aplaudían a mi compañera porque es bailarina y a mí porque era un rengo que movía la silla. Pero más tarde vi que ésa era la imagen que yo tenía de mí, la lástima que tenía por mí mismo. Me ayudó, también, que la gente diga ‘Qué bueno’: si tanto me lo dicen será así. Ahora creo que hago arte, sí, y que eso fortalece mi autoestima. Después del accidente creía que no era capaz de nada.” Unas luces azules lo iluminan en el escenario: León canta “La memoria” y los brazos de Frontera son, por momentos, las alas de un pájaro. “De chico mamé la gimnasia, perfilaba como buen deportista –sigue contando–. Mi accidente fue cuando tenía 14 años: estaba saltando en la cama elástica, me tiré a hacer un ejercicio, caí de cabeza y ahí quedé.” Con el tiempo fue recuperando las ganas, con las ganas descubrió la natación, los deportes –participó de unos Juegos Panamericanos y de un Mundial– y la danza. “Siento que la vida me dio revancha”, dice. Ahora, en el salón del Bauen, rememora un par de momentos de la gira: “Con Pancho empezamos a hacer saludos con la cabeza, y al final terminamos haciéndolos todos”, dice. Así se saludaron hace un rato, cuando se vieron: las frentes frotándose una contra otra. “Eso quedó: qué hacés, cabeza –sigue–. El otro momento lindo fue cuando dimos un paseo en barco, en Rosario. Cada uno habló, dijo algo, y yo dije: ‘Es la primera vez que siento la pertenencia a un grupo desde un lugar en particular, desde el respeto y el amor’”. Frontera forma parte del grupo Alma, actuó en todo el país y da talleres de trabajo corporal.
Carina Spina coincide al rescatar el momento que vivieron en el barco: “Hubo ahí una cosa de energía inexplicable –dice–. Ese paseo es algo que siempre quise hacer, que no se daba y se dio con Mundo Alas. En ese momento sentí la cercanía de todos, como si cada uno sacara lo mejor de sí. También me gustó mucho la actuación en Nono”. “Ahí hiciste de periodista, también, le preguntaste a la gente qué le parecía lo que hacíamos”, recuerda León. Spina cuenta en la película que a los cuatro entró en la escuela para ciegos, que gracias a un trasplante de córnea a los nueve pudo ver y que luego fue perdiendo progresivamente la visión. Tiene un disco grabado y está escribiendo su primer libro de cuentos. “Yo fui a la gira con mi auto, que es adaptado –cuenta Carlos Sosa–. En el camino de golpe y porrazo el micro paró y vimos que León y Pancho bajaron y fueron hasta un santuario del Gauchito Gil, en la ruta. Enseguida la producción nos vino a explicar: Pancho quería pedir un deseo. Y yo sentí que bajaba con ellos, que compartía profundamente lo que estaban haciendo.” “La actuación en Córdoba capital fue muy fuerte para mí, porque tengo familia, ahí”, dice Alejandro Davio, que toca la guitarra, tiene grabados cuatro discos y compuso la encantadora melodía de “Cabalgando en las profundidades”, que acompaña a la película y a la que León le puso letra.
“Yo pensé que no te ibas a animar a subirte a la camioneta para anunciar la actuación en Nono: ¡vos estás loco!”, le dice León a Raúl Romero, el presentador del grupo, a quien conoció hace muchos años en el Cottolengo Don Orione. “Y otro momento que me encanta, que es muy importante para la película, es la cinta con la actuación de Maxi a los 11 años, porque es el modo de mostrar cómo esto salió de la nada, que se fue armando solo”, agrega. “Fue en el ‘96 –recuerda el chico–. Nunca pensé que iba a debutar de la mano de un grande como él. Subí y canté: (afina la voz) ‘Cariiiiiito, suelta tu pena...’ –se ríe–. Una vocecita...” “Y otro momento muy integrador –vuelve León– es cuando los chicos nos enseñan a bailar tango, porque todos se animan a bailar. Eso fue maravilloso.” “En representación de ellos –interviene Luis Rodríguez, director de la Compañía Amar Tango Danza– quiero contar que los chicos están fogueados, porque los presento en milongas ante 300 o 400 personas, y ya venían más o menos armados, y cuando vieron tanta gente no pasó nada.” Cinco bailarines participaron de Mundo Alas: Eduardo Spasaro, Karina Amado, Lucrecia Pereyra Mazzara, Javier Trunzo y Nidia Scalzo. Spasaro recuerda que bailó “La muerte del ángel”, de Piazzolla. “Eso va a estar en los próximos shows de Mundo Alas, eh”, anticipa León. “La única que sintió el impacto al subir a bailar fue Lucrecia, porque tenía 13 años y le agarró miedo –sigue Rodríguez–. Además de profesor, soy acompañante terapéutico y contenedor, porque estos chicos, down, necesitan quien los contenga. Y en Cosquín, por ejemplo, en enero pasado, les agarró pánico.” “Como a mí –dice León–. Yo no soy down y muchas veces me agarra pánico.”
Carlos Mello no pudo ir a la gira pero forma parte del grupo y está en la película: estuvo en el Luna Park y también en la presentación, en la Feria del Libro del año pasado, de Cuento con alas, un volumen escrito por Patricia Knopf y Silvina Mansilla que contiene retratos y entrevistas con los integrantes de Mundo Alas. “Lo que me impactó –dice Mello– es estar en el Luna Park junto a mis compañeros y poder hablar durante el aniversario de Página. Me emocioné mucho viendo los pañuelos de las Madres de Plaza de Mayo y de las Abuelas. Ver toda esa gente compartiendo esa comunión. En cada presencia es importante decir que somos el común de la gente. Todo el mundo tiene problemas, todos tenemos las mismas dificultades para andar en colectivo, para tener trabajo.” Mello conduce un programa de radio en FM La Boca. “En la Feria del Libro –sigue– dije que nosotros, en realidad, somos un poco desaparecidos funcionales: estaría bueno que ahora, cuando va a discutirse la Ley de Radiodifusión, se tenga en cuenta que tenemos que ver con el pensamiento progresista, o de izquierda, como quieras. También quiero decir que no es casualidad que nos hayamos reunido con León. Por algo se le ocurrió a él, y no a otro.”
Junto a Sosa, Antonella Semaán pinta cuadros durante las presentaciones. “Lo que tengo más presente es la unión que logramos tener, como una familia –dice–. Conseguimos algo íntimo. Nos encontramos todo el tiempo, si no es por Mundo Alas es porque queremos, porque somos amigos más allá de la película. Yo me emocioné mucho durante la actuación en Córdoba: sabía que al día siguiente me volvía, para estar acá en mi cumpleaños. En el micro sentí que me quería volver a Córdoba, porque la convivencia fue buenísima.” “Agarramos un teléfono y le cantamos a coro el feliz cumpleaños –dice León–. Al final nunca te vimos usando el celular. Los pies de Antonella son extraordinarios, son ‘aquellos’ pies.” “Se lo perdieron”, dice ella. “En la película está cuando se pone los lentes de contacto, o cuando se maquilla, o cuando come”, dice León. “Para uno es más difícil entenderlo, porque carga con los prejuicios inevitables de esta sociedad –interviene Fernando Molinar, el tercer codirector–. Pero ahora que lo pienso, si Antonella hizo eso con los pies toda su vida, debería ser natural, no tan extraordinario. Lo que hacés con los pies para mí es delirante, porque yo no los utilizo para eso, pero luego de verte tan naturalmente también me saqué una carga de encima: prejuicios estúpidos de la sociedad.”
En un rato el grupo se va a grabar con León la segunda parte del disco, que aparecerá hacia mitad de año. A esa altura, también, se prevé que comience a emitirse la serie de unitarios por Encuentro. “Lo que queremos hacer –dice León– es armar un show y cotizarlo para que lo contraten. Somos todos artistas y necesitamos trabajar de lo que hacemos. Así que estoy pensando cómo hacer para montar un buen espectáculo, que tenga un sonido muy cuidado y videos, para ir mostrando cómo se van pintando los cuadros, que sean una escenografía viviente.”
“Esto, como pasó con De Ushuaia a La Quiaca, es una cosa que surgió y no busqué –cuenta León sobre el final, ya a solas, en otra sala del hotel–. Ahora van a cumplirse 25 años de aquello. Fue surgiendo de a poco y se convirtió en algo muy valioso dentro de mi carrera. Y como vino del cielo, es algo que uno aprende a querer mucho más. ¿Qué hacer ahora, que se armó la historia? Vamos a defenderlo. Me encantaría llevar la cinta a todos los centros del Incaa, presentarla por todo el país y afuera, incluso. E ir a tocar. Estoy escribiendo algunos guiones para sintetizar sonido, luces, pantalla. Mientras, sigo trabajando en mis cosas: estoy con un disco doble ahora, uno con el grupo Demente y otro con la mezcla del soporte que le hice a Dylan. Y estoy escribiendo y componiendo para un disco nuevo, como para empezar a grabar a fin de año.”
“Yo no soy un especialista en discapacidades –sigue León–. Pero para mí es tremendamente placentero estar con ellos: me hacen sentir uno más. Y me lo tomo como un envío del destino, de Dios: que cada uno lo interprete como quiera, pero es algo que me toca vivir, una experiencia que no quiero dejar pasar y vamos a hacer bien todo lo que vaya surgiendo. Son chicos con una capacidad y un talento asombrosos. Y son más relajados que yo. En serio: el otro día tocamos para la casa de Pocho Lepratti, en Rosario; yo me pongo inseguro cuando estoy solo, pero cuando presenté a Pancho y subió con su banda me relajé totalmente e hicimos un show maravilloso. Aprendo muchísimo de ellos y no solo de sus experiencias de vida, también artísticamente. Porque tienen una capacidad especial que nosotros no tenemos, una fuerza espiritual muy grande.”
“Aprendí, también, a tener más paciencia –dice León, a punto de irse a grabar–. No a no discriminar, porque yo soy antidiscriminatorio desde siempre, desde mis primeras canciones; aprendí de la materia discapacidad a la fuerza, porque me tocó vivirla. Y otra cosa que aprendí es a conformar una nueva familia de artistas. Somos una especie de circo rodante. Ellos están encantados con formar parte de esta familia. Porque cada uno, por su lado, sigue haciendo sus cosas. Pero la unión hace la fuerza, viste.”
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