Domingo, 22 de marzo de 2009 | Hoy
FAN > UN ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA
Por Adrian Villar Rojas
Estoy angustiado.
“Estoy en la mía, siempre / Tengo mala posición / Me siento y bebo té de menta pennyroyal / Destilo la vida que llevo dentro”, cantaba hace ya 15 años Kurt Cobain en el mítico MTV Unplugged en Nueva York, exhalando en vivo y en directo los que serían algunos de los más fructíferos y potentes últimos alientos de la cultura popular en el planeta Tierra (el líder de Nirvana se suicidaría muy poco tiempo después de realizado este concierto), su voz –su alma, si es que para un performer de ese nivel de entrega existe diferencia– desgarrada y al límite del abismo son testimonio, carne y fuego. No paro de pensar lo siguiente: a ver si el arte contemporáneo le gana a eso. A ver.
En 1987 (un año después de presentar Siete últimas canciones, su consagratoria y última exposición individual no retrospectiva en la Argentina) Guillermo Kuitca pinta Ya dormiré cuando esté muerto, 11.700 cm2 de lienzo cubiertos a toda velocidad en esta obra que transpira más filiaciones con el poster de una horror movie norteamericana que con el habitual repertorio de este artista, pero... quizás no, error... Guillermo Kuitca es (quiere ser) un cantante pop triste, ergo..., esta obra nos envía justamente a casa, que es a donde queríamos llegar.
Casa es tu corazón. ¿O no te diste cuenta todavía? Yo sé muy bien que Kuitca quiere que lloremos, yo sé muy bien que él quiere que mis tripas (que las de todos ustedes) exploten frente a sus cuadros, porque yo sé muy bien que él, que vos, Guillermo (permitime el atrevimiento), yo sé muy bien que vos mezclás pintura y tripas, que técnica mixta debería ser reemplazada por óleo y tripas, acrílico y tripas y lápiz y tripas sobre papel. Muero por ver el enchastre.
Sigamos.
Ya dormiré cuando esté muerto leemos proyectado sobre un cielo turbio y gastado, rayos en perfecta vertical se amontonan dejando lugar a la frase, ¿acaso ésta no será un trueno más? Escrita en caracteres Times New Roman mayúsculos, avanza torpe sentenciándonos: Yo no voy, ¿vos? ¿Vos qué vas a hacer mientras yo esté acá viviendo sin parar? Es muy fuerte y evidente la interpelación, a sus pares, al espectador, a quien fuera, poco importa el destinatario, ¿o sí?
Este lienzo con acrílico quiere ser canción, este pintor quiere ser cantante. Y como cualquier cantante que se precie de tal, no le teme a la cursilería (más aún si pretende ser masivo, si pretende movilizar los estratos más profundos de nuestros pop-pobres corazones, la cursilería es la interfase, porque ella es la cristalización, la caja negra, de TODO lo sentido por la humanidad), no duda al enrostrarnos con las mieles más seductoras (conocidas como estribillos) sus peores pesadillas; vamos todos juntos, cantemos: Voy a tomar tres rohypnol: uno para dormir, otro para descansar y el último para soñar.
Entonces.
Una canción pop sólo necesita un gran estribillo para funcionar, nada más, A-B A-B y luego C, pero cuidado, cuando lleguemos a C todo se pondrá a girar, en el estribillo de una canción pop está todo, está su razón de ser, sin C para qué traer otra canción más a este mundo, y eso mismo hace esta pintura: truenos-fábrica, truenos-fábrica y luego Ya dormiré cuando esté muerto, sin esa frase no hay obra, sin ese estribillo no habría canción, lo demás no me importa. Lo que me importa, lo que me preocupa, es: ¿qué le pasaba a ese ser al momento de facturar esa pieza? Nada mejor que atravesar esta pintura como si de un portal dimensional se tratara, lo cruzo y aparezco frente a él, porque este tipo de obras, descarnadas, sentimentales, provocan un erotismo muy fuerte por el autor, lo quiero ver... llorar... lo veo, lo veo... lo quiero tocar, quiero ver si el rojo que usa es su sangre, si limpia los pinceles en bilis, qué hace... ¿qué siente?
Sigo angustiado, pero creo que está bien así.
Guillermo Kuitca ingresó al mundo del arte en 1974 con una muestra individual en la galería Lirolay en la que se vendieron seis de los once cuadros expuestos. Tenía trece años. Desde entonces, la idea de niño prodigio, de excepcionalidad, lo acompañó en su carrera.
Entre 1986 y 2002 la obra Kuitca no se exhibió en la Argentina. Durante ese lapso, mientras el artista vivía en Buenos Aires, su obra se consolidaba en los circuitos de exhibición y mercado norteamericanos. Así, los artistas y críticos argentinos sólo pudieron acceder a ella a través de libros y revistas. Esta brecha, entre una obra “exiliada” de su contexto de origen y un artista produciendo en privado, aislado de alguna manera de su propia patria, cimentó el mito del “joven Kuitca”. En 1990 creó un programa de talleres para artistas que lo volvió un figura central de la cultura argentina. Poniendo en jaque la noción de “la muerte de la pintura”, Kuitca asumió el reto de “trabajar el duelo”: de las camas, a los escenarios, a los departamentos vistos cenitalmente, a los mapas de ruta, a las plantas de teatros y estadios, a las cintas de aeropuertos como espacios metafísicos, la mirada que todo lo ve de Guillermo Kuitca se abre como en un “zoom out” para producir una obra compleja que ya es leyenda.
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