Domingo, 10 de mayo de 2009 | Hoy
Filosofía >En el tercer volumen de su Contrahistoria de la filosofía, el popular Michel Onfray aborda a los libertinos barrocos, quienes inspirados en Montaigne vivieron la idea hecha carne.
Por Mariano Dorr
Los libertinos barrocos
Michel Onfray
Anagrama
320 páginas
El tercer volumen de la Contrahistoria de la filosofía de Michel Onfray (cuyos primeros títulos fueron Las sabidurías de la antigüedad y El cristianismo hedonista) se ocupa de aquellos autores que, durante el llamado Grand Siècle XVII, se animaron a pensar la vida, la felicidad y la filosofía misma a partir del cuerpo. Si somos capaces de tener ideas, representaciones mentales, pensamientos, esto no se lo debemos sino a nuestra propia carne: “Un cuerpo sensual que huele, degusta, toca, mira, oye e informa a un cerebro que construye la realidad, fabrica imágenes y produce representaciones”, escribe Onfray, parafraseando –con ironía– un famoso pasaje de las Meditaciones metafísicas de Descartes, el primer responsable del exitoso idealismo de la filosofía moderna occidental.
¿Por qué “barrocos”? La idea de Onfray es mostrar las manchas de luz, “el agujero de claridad en las tinieblas, potencia del fuego en la noche”; mostrar los claroscuros de Rembrandt y Caravaggio en aquellos pensadores que se ocuparon más de los hombres que de Dios, más de la vida en este mundo, aquí y ahora, que de la vida eterna prometida para después de la muerte. Según el autor francés (que lleva publicados una treintena de libros, muchos de ellos traducidos al español), “el filósofo libertino, el libertino barroco, el pensador emancipado, aportan las luces en una época tenebrosa”, marcada a fuego por la persecución intelectual y la hoguera. La idea del barroco también se expresa en el estilo refinado, complejo, subdividido y exuberante de sus protagonistas: Pierre Charron, autor de De la sabiduría (texto que fue condenado e incluido en el Index); La Mothe Le Vayer (heredero de parte de la biblioteca de Montaigne, padre fundador de los libertinos barrocos a través de su visión del Nuevo Mundo –en los Ensayos– que dio lugar al llamado “relativismo cultural”: ¿quiénes son los verdaderos salvajes, los nativos de las Indias o los europeos? ¿no es una nota de salvajismo creer que el salvaje es, siempre, el otro?); Saint-Évremond, autor de Sobre la moral de Epicuro; Cyrano de Bergerac y Pierre Gassendi, que escribió no sólo contra el intocable Aristóteles sino que discutió con Descartes y sufrió la estructura escolástica de las universidades, en busca de una filosofía capaz de producir efectos en la existencia personal. Sin embargo, todo el libro de Onfray parece escrito para enseñar de qué modo se articulan Montaigne y Spinoza. Si el primero hizo posible a los libertinos barrocos (que tuvieron en los Ensayos su libro de cabecera), el trabajo de éstos hizo posible un pensamiento como el de la Etica de Spinoza, que contiene y supera las enseñanzas del libertinaje barroco.
La Contrahistoria... de Michel Onfray (y toda su obra escrita) se presenta como una cruzada anticlerical por una emancipación del pensamiento y una ética hedonista. El enemigo es todo aquel que no acepte la completa libertad que implica el ejercicio de la filosofía. Onfray denuncia el crimen contra el pensamiento en manos de la Inquisición y la Historia. Su tarea –en este volumen– consiste en restituir el derecho a la palabra a los adoradores de divinidades politeístas, a los cristianos que se desviaron de la ortodoxia sin dejar de ser cristianos, a los discípulos de Epicuro, a quienes negaron abierta y claramente a Dios, al “pensador libre y emancipado de los dogmas de su época”.
Y la cruzada continuará, con nuevos tomos, mostrando la otra historia de la filosofía.
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